CIERRO LOS OJOS

o mis aventuras en el País de los Huesos

por Alias Torlonio

Mi hijo no trabajará nunca, los hombres que trabajan no pueden soñar; la sabiduría se recibe en los sueños. (Nez Percé)

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El País de los huesos se expande como el tejido de una araña, en todos los sentidos; este lugar para los eternos resulta infinito. Aquí el tiempo es naturalmente plástico, así uno puede remodelar la conclusión de un suceso o volver a su infancia para revisitar un episodio concreto; además podemos variar asuntos propios del “País de los vigilantes”, o Estado de vigilia. Las posibilidades son para el soñador despierto, ilimitadas: valga como ejemplo esta misma introducción, soñada un día antes de entregar este escrito a nuestra editora. 25/9/22

Un payaso gordo, chaparro y en traje de faena, cae a intervalos, poco a poco, tropezando por un barranco, al caer provoca desprendimientos de tierra; viste traje naranja, chaleco verde y camisa y sombrero amarillo; tiene el pelo como un nido de pájaros y su cara está pintada al desconsuelo; finalmente queda sepultado al hacer la última voltereta. Más tarde me cuentan que el payaso en vez de dejarse morir de gusto, de tan bien como realizó su último número, le dio por escavar la tierra, frenético, pero no hacia la superficie sino en dirección contraria, hasta dar con una vieja estación subterránea de tren que, con ayuda de otros excavadores igual de perdidos, consiguen poner en marcha. Allí permanecen escondidos, huidos del totalitarismo absoluto que impera en la superficie. Fuera, el paisaje es un erial salpicado de pequeñas matas pordioseras de agua. No sé qué ha pasado. La gente se une en pequeños grupos y sobreviven miserablemente de las sobras que encuentran en sus deambulares desnortados. Esta humanidad trae una facha como de personajes de teatrillo casero, tan dispares y extraños son los atavíos con los que se arropan. Una mujer distinta del resto, vestida toda de negro y con jersey de cuello alto me explica, cual oráculo, que las cosas son tal como las percibo; son todo exudaciones y secreciones del viejo NOVUS ORDO. Parece ser que ahora gran número de gente vive así. No veo animales, hasta que una noche me interno en una vieja fábrica abandonada, para descansar allí. Un montón de ratoncitos me despiertan. Todo está demasiado oscuro y al tropezar topo un cuenco con comida para gatos.

 

Estoy con mi amigo Emilio (el Mangui) en el apartamento de un amigo suyo, culturista y modelo. No sé qué hago en la cocina con una manguera en la mano pero el agua me llega ya hasta los tobillos. El dueño del piso permanece en constante pose de retrato, incluso al andar. El agua es evacuada en un santiamén por algo relativo a la inclinación de las tablillas del suelo.

En Murcia, una procesión religiosa, plañideras y capirotes incluidos, se topa en una plaza, de cara, con una procesión de maricas y todo el bulto de lentejuelas humanas que arrastra esta otra agenda. 12/01/20

Tengo una cena en México, con un grupo de directores de cine cuyo problema es el séquito de “amigos” que cada uno de ellos arrastra. Yo les cuento una anécdota donde de cinco directores franceses, tan solo uno supo hacer bien un café. (Esto encaja perfectamente con mi breve experiencia dentro del cine). Los directores mexicanos, ofendidos, me miran con las jetas estupefactas y los ojos llenos de espadas. Abandono esta reunión y buscando la salida de la casa, en vez de encontrar el exterior, doy con una habitación en penumbra donde una mujer norteafricana, agradable y sensual, parece esperarme en un lecho cómodo y acogedor. El gesto de su cara dice: “ya era hora, Mangas Verdes”.

Estoy en Valencia con Curra, buscamos un cine para descansar. Un cine con programa doble: una de romanos y otra de payasos. El local está lleno, así que no podemos dormir. Me quedo ciego. Privado de la vista me enredo torpemente con una silla metálica y les hago el número del que no puede desenredarse de la silla a dos mujeres que se ríen de los pelos de mis brazos sudados; mientras un viejo, de forma ininteligible, no para de hablar.

En un parque, una joven madre con un bebé en brazos es picada en el tobillo por una serpiente. Le corre la sangre por el pie pero no suelta a su cría. La chica se acerca con evidente susto a la casa de sus padres, al pie del parque. Desde una ventana una señora, vidente sin duda, advierte mi presencia incorpórea y me tira los trastos con descaro.

 

Un grupo de jóvenes de no más de veinte años roban la caja de un boleto de lotería premiado. El dinero, antes escondido, acaba cayendo por encima de mi cabeza. Un grupo de ancianos lo celebran bailando a mi alrededor. Todo el mundo está contento. 13/01/20

 

Estoy con mis queridos hermanos Poullain. Su misión consiste en recopilar canciones. Siento que con esta tarea se despiden del mundo donde cara pagamos la luz.

 

De nuevo estoy con Ives y Michel Poullain, más nuestro común amigo el señor Gosalvez, en un parador de montaña. Se tronchan de risa cuando les cuento que mi sueño era hacerme con troncos y piedras, una cabaña de pastor bajo un árbol frondoso. Todos lloran de risa.

 

Me encuentro en la terraza de un café con gente muy divertida. Mi función es soñar todo el rato, incluso despierto; sueño y anoto los sucesos oníricos en un cuaderno para después narrar cada experiencia. Estamos en la vieja Plaza de Roma, sentados en una terraza. Relato a mi círculo un sueño donde una chica asiática y yo comemos cosas extremadamente raras, trozos de gente incluso. Después, sin poder evitarlo me lío con la camarera que nos atiende, una norteamericana pelirroja, bella, campechana. Entonces caigo en la duda de si este encuentro sucede o lo estoy soñando dentro de otro sueño, pero no tengo forma de saberlo hasta despertar. 14/01/20

Pinto un cuadro en una antigua cuadra abandonada mientras hablo con mi amigo Paco.

Atravieso una zona demasiado absurda que parecen ser tres sueños, donde se suceden cuatro combates cuerpo a cuerpo, un coche regalado que el primer día se estropea, y una boda con abundantes sopas de caramelo.

Observo a mi padre mientras cena. Se queja de que no le conocemos bien (cierto es). Acomoda a su lado a un ornitorrinco, agarrándolo por el pico y las patas delanteras. Cojo en brazos a tan extraña criatura, que por cierto, me da mucha pena y salimos juntos a una terraza frente al mar. El sol ya se está yendo.

 

Voy en taxi con mi hermano Sagu y mi primo Carlos. El chófer es un americano muy simpático pero no sé qué le ha dado a mi hermano que no le quiere dejar ni un céntimo de propina.

Repito de nuevo en un taxi con mi hermano Sagu, que esta vez viaja dormido, nos dirigimos a casa de mi primo Carlos. Ahora veo a mi hermano dormir de pie, apoyado en una mesa. Deseo irme. 15/01/20

 

Tenemos una reunión familiar (de tres gatos) en pleno. Por mis piernas baja bastante sangre como para formar a mi alrededor, en el suelo, un charco rojo y brillante.

Hago una mudanza, entre la frontera de Polonia con Alemania, con el grupo de polacos que conocí haciendo mudanzas. No acertamos a saber a ciencia cierta en cuál de los dos países nos encontramos, ya que es de noche y para colmo andamos siempre bajo tierra, por túneles angostos iluminados precariamente. 16/1/20

Voy de visita a la casa de campo de mis padres, con un niño adolescente con algún tipo de desorden mental relativo a su identidad. En la casa de enfrente viven N A y C pero yo he de actuar como si no conociese a nadie. A través de mensajes, N A insiste en que no recoja ortigas (como habitualmente hago), tal si me pudiese pasar algo malo por ello.

 

Viajo con Petrus y una amiga de él, que no se cansa de proyectar miedos y aprensiones sobre el mundo en general, como si este lugar fuese un bebé indefenso.

Me encuentro en una isla solariega llena de paisanos de piel muy morena sin ser negros, amantes de un tipo de gimnasia estática basada en el principio de tensión muscular. Esto último resulta muy interesante. Me explican que tal y como ellos hacen, desarrollan mayor cantidad de masa muscular con el mínimo de impacto y desgaste óseo.

 

Hago una excursión a la playa con un grupo de chavales que nunca antes vieron el mar. Siento la expectación. Ellos viven en la calle drogándose, envolviendo en una gasa cualquier cosa encontrada: prenden fuego al atado y lo fuman. No son malos sino chicos de barrios sin opciones.

Mi madre sube al quinto piso de Goya y me informa de que mi hermano ha tirado por el balcón algunas de mis pinturas. 16/01/20

Charlando con Veru Iché, me explica cómo es que su pareja permanece en Uruguay aun muriéndose de ganas por salir de allí para estar junto a ella, de nuevo en España. Luego, alguien de una productora ha de llevar para Uruguay a un escritor; acepto el viaje en lugar de mi hermano, que declina esta oferta que iba dirigida a él. Mi intención es encontrarme con la pareja de Veru. Una vez allí, es su novio quien me cuenta cómo es que ambos acabaron en destinos tan dispares. Yo puedo ver literalmente cuanto el narra: ambos viajaban en moto por Iberoamérica hasta quedar estancados, con las máquinas inservibles, atravesadas en el fango de un sombrío pantanal que trataban de cruzar; gracias a otro motorista que por allí anduvo perdido, y a la caballerosidad del compañero de ella, que por nada del mundo la habría dejado allí sola, Veru pudo salir de aquel lodazal rinconero del universo mientras su compañero permanece allí obligado. 18/01/20

Me encuentro con un grupo variopinto de jóvenes amigas. Están Khatty, su hermana Carol y también Silvia; hay además gente que no identifico. Aquí nos une la misión de comer unas manzanas de manera muy reglada, como si de juego o ceremonia se tratara, para luego dejar el corazón de cada fruto de pie, sobre la tierra, formando un diseño geométrico predeterminado.

Empujo un vagón estanco de madera por un túnel subterráneo. Dentro de esta vagoneta viaja escondida una bailarina. 20/01/20

Trabajo en el montaje del escenario de una producción teatral financiada por varias productoras europeas. Yo siento la vacuidad de todo esto, noto que cuantos más medios y mayor es el número de gente implicada en un proyecto, su calidad se resiente en forma proporcional e inversa, generando un producto cada vez más impersonal y vacío. Mi equipo se marchó ya, así que estoy solo quitándome la ropa de trabajo para darme después una ducha en los vestuarios del lugar. Según me saco los pantalones, defeco sobre mi montón de ropa completamente sudada (una pieza monumental tipo obelisco); tras este sin par alivio busco sin encontrarla y para mi desgracia, mi ropa de calle.

Por dos veces repito variantes al final de la situación anterior. En la primera llego a mi casa de la calle de Goya, frente al Palacio de los Deportes, para después, en las puertas de la escuela de Artes y Oficios donde el escultor César Montaña enseñaba, tener una trifulca, no sé por qué ni con quién. En la segunda y última variante paseo relajado por el Parque del Retiro, disfrutando de una maravillosa puesta de sol, con azules violáceos y rosas anaranjados rasgando el cielo de mis ojos entre los árboles y las casas, frente al estanque del embarcadero. 21/01/20

 

Me encuentro con Petrus y con una amiga que lo acompaña, una joven rubia, argentina y aprendiz de bruja. Paseamos por entre las vías que forman los puestos de una feria llena de diferentes artículos artesanos, ya de plateros, herreros, ceramistas o lo que sea; todos gente muy interesante, con la que por algún tipo de afinidad espiritual, siento gran alegría cuando conversamos. Los símbolos, regentes de nuestro mundo, pasan corriendo delante de nuestras narices, los queramos ver o no. 22/01/20

 

Estoy en El Salvador, rumbo hacia los Andes, como miembro de una expedición, no de alpinistas sino de monjes sin dios y avezados meditadores. Un joven parisino, simpático y noble, perteneciente a nuestro grupo, recibe en un desastroso encuentro, un disparo mortal mientras él consigue devolver la misma moneda a su asesino. Con todo, el muchacho viene a visitarme para desahogarse; me cuenta con mucho sentimiento, que deja viuda a una chica joven y huérfano a su pequeño; también me explica con las descripciones que de su corazón salen, cómo echa de menos el restaurante donde trabajaba en París y la vida que allí llevó. 23/01/20

 

Mi hija es pequeña y está jugando en la arena con sus amigas. Un tipejo enfermizo y delgaduchamente alto, parapetado tras un abrigo largo de piel, no les quita ojo. Yo a él tampoco.

Curra y mis padres viven juntos, yo estoy con ellos de visita. Es tarde y siento cansancio, decido acostarme. Mis padres, disfrazados como si estuviésemos de carnaval, andan como locos intentando colgar un cuadro en la pared, dando gritos y golpes demenciales. No consigo dormir con tanta locura y alboroto. Salgo enfadado de la cama justo en el momento en que aparece Arturo, un viejo amigo de la familia que se deja caer en tal momento de visita; él es un conversador alegre y también va disfrazado: viste un elegante frac negro con una capa forrada de satén rojo, además lleva colmillos de vampiro en un bolsillo del chaleco; ambos acabamos hablando sobre nuestras lecturas más recientes. 24/01/20

Soy un estudiante negro que se pasa las clases distraído, dibujando por cada rincón de sus libros. Asisto a clases nocturnas y tengo una profesora maravillosa de la que estoy enamorado hasta las trancas.

Cierro los ojos. Veo a Luis Buñuel en una subasta. Quiere comprar algún legajo de la mano de su amigo el escritor Max Aub. Preocupa al aragonés que alguien con mucho dinero no respete el “rango de derechos ilusorios” que debieran proporcionarnos la amistad, sobre todo cuando esta ha sido amplia en horizontes y de trato tan estrecho. 25/01/20

 

Conozco a una pareja, dos seres buenos que sufren por culpa de unos vecinos diabólicos, el tipo de personajes tan malos que incluso evitaremos tener con ellos contacto visual; malos hasta haber arrancado el suelo de las escaleras del piso. Para colmo esta pareja de inocentes tienen pendientes con la justicia, por denuncias falsas. Él trabaja en el campo y ella teje ropa. Me caen muy bien así que decido ayudarles. Me instalo con ellos unos días con la excusa de pintar sus retratos. Fruto de mi presencia allí es que ya no son molestados. Los vecinos diabólicos me llaman “el gitano” (esto ya lo he vivido). 26/01/20

Viajo a Suecia con mi amigo Staffan Tylen. Cruzamos en tren Francia, una pizca de Alemania y toda Dinamarca, mientras charlamos disfrutando del variado paisaje por las ventanas del vagón y de vez en cuando, en honor a la amistad brindamos con un trago de whisky escocés Laphroaig, que es el que siempre tomo con él.

Ando mar adentro hasta dar con un repecho de arena blanca sumergida, donde sentado puedo leer con el agua a la altura del ombligo. En el horizonte consigo distinguir una ciudad en apariencia grande, con zapaterías incluidas. Necesito zapatos. Entro en una tienda y me muevo por ella buscando zapatos como si fuese el propietario, hasta que aparece un empleado, un chico modosito y repolludo de chaquetita estrecha y gafas anchas, preguntando qué deseo. 27/01/20

 

Mi madre, mi hermano y yo buscamos un lugar tranquilo para desayunar, pero sin éxito. Mi hermano anda a disgusto porque mi madre, toda de negro, viste muy elegante, mientras yo llevo ropa vieja con agujeros y dos herramientas de trabajo en las manos: un taladro eléctrico y una pistola atornilladora.

Es de noche. Cruzo el Parque del Retiro con el pintor Gerardo Velarde, nos acompaña un abogado (su hermano tal vez). Cerca de la Puerta de Alcalá vemos un grupo de detenidos. Yo llevo mis aperos para dibujar, puede que algo relacionado con algún pleito. Al amanecer desayunamos en una de las terrazas frente a la estación de Atocha, café negro y porras.

Espero que me recoja mi madre con su coche, mientras, rodeado por los bultos de equipaje, discuto con un árabe altísimo que no para de escupir al hablar. No sé de dónde vengo ni a dónde me dirijo. 28/01/20

 

Hay un montón de gente prisionera en un campo de concentración recibiendo balonazos, algunos trallazos derriban al suelo a los presos. Nadie se salva. Todos los pabellones, los muros, la tierra, son exactamente igual al viejo colegio donde no tenía más remedio que hacer acto diario de presencia.

Suena el teléfono. Estamos en el quinto de Goya. Mi hermano Sagu coge el aparato y mientras habla, sale al balcón y orina, tan tranquilo. Explica riendo en pijama, a quien hizo la llamada, que en la salida de Ronda (o de cualquier población) se esconde la Guardia Civil para multar a los incautos que pisan un poco el acelerador. 29/01/20

 

En un pueblo perdido lleno de chicos correteando entre sus madres, asistimos a una fiesta mi hermano y yo. A pesar de todo el bullicio consigo hacer un dibujo precioso de una de estas mujeres, tumbada en la yerba. Alguien me trae un plato de comida. 31/01/20

Reviso un sistema sobre cómo aumentar la calidad en la reproducción de las imágenes, sin alterar su valor de carga, sobre un soporte informático holográfico. Veo por una cristalera a mi amigo Petrus sonriendo. 01/02/21

 

Me encuentro con mi hermano en la casa de campo de mis padres. Despierto tarde y he de desmontar un escenario. En el suelo encuentro un artefacto del tamaño de una caja de cerillas de madera; al cogerla, esta se abre de forma automática mostrando sus tripas, similares a las de un reloj de cuerda; en el centro lleva una antigua peseta insertada, a modo de “piedra maestra”. 02/02/21

Se celebra una reunión de ambiente festivo donde asiste mucha gente perteneciente a diferentes épocas de mi pasado. Mi cara está completamente blanca, embadurnada tal vez de nata.

Una sucesión vertiginosa de imágenes pasa por delante de mis ojos hasta que todo este torrente visual desemboca finalmente en una gran vagina; cual poza donde vertiese su flujo salvaje e imparable, una cascada. 03/02/21

Tengo frente a mí cuatro puntos de atención, como las cuatro direcciones de un mapa, cuatro puntos en el mundo, señalados por cuatro seres; además tengo en un cuaderno, cuatro anotaciones diferentes; veo también una comitiva de personas, todas vestidas de negro, flanqueados por autos de alta gama, también negros; como guinda de este pastel tan sombrío, en mi pantalla o campo visual aparece la portada negra, de tapa dura, del libro de las mutaciones: el I Ching. He de hacer una investigación.

 

Nieva. Primero veo caer los copos; luego, siendo en tamaño mi punto de atención mucho más pequeño que los copos de nieve, puedo volar entre ellos esquivando estos blancos, pospuestos y pacíficos meteoritos, que viajan a cámara lenta mientras yo acelero sin que ninguno me roce. Entiendo que en este mundo yo soy la aparición, un fantasma que luego, de pronto, se desvanece hasta desaparecer. 04/02/21

 

Al principio estoy con mi hermano Sagu y mi primo Carlos en Italia, simplemente tomamos cerveza en una tasca de pueblo. Aquí, ante mí se presenta una chica simpática y de gran belleza, alguien que me es familiar; ella me invita a que la acompañe a una fiesta. Es entonces cuando delante de mis ojos comienza a desfilar todo el cielo, cada vez a mayor velocidad, mientras yo permanezco tan estático como extasiado; toda esta lengua interminable de firmamento queda, a la postre, como el reflejo del vidrio de la ventana de un tren en marcha. Grito: ¡No! ¡No! Con el último grito un paisaje propio, interior, se abre camino, brota, exteriorizándose como la naturaleza más bella y surreal que jamás haya visto, donde algunos colores me eran conocidos pero otros no tanto, dada la intensidad de su frecuencia vibratoria, estos surgen para mí completamente nuevos. 05/02/21

Continuará…

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Alias Torlonio, David García. Pintor. Disléxico. Ermitaño. Bosquimano. Vegetariano. Íbero. Guerrero pacifista. Extraterrestre mientras no se demuestre lo contrario. Nombrado en 2018, 14o Rey Natural de los Gatos del Bosque. Se declara objetor de conciencia desde 1982, apartándose para siempre de la industria militar, el estercolero político y los infiernos religiosos.

Frases poco conocidas de de Alias Torlonio: El silencio pule el alma. Los malos son tontos, los tontos son buenos, los buenos son listos, los listos no tanto. La miseria viene de la mente; la abundancia sale del espíritu. Me da igual un traje a topos que un campo de minas.

Links: Artscad@AliasTorlonio   ;     Elmuseovirtual@AliasTorlonio

Descarga aquí de manera libre La aurora de los vampiros, de Alias Torlonio,

por cortesía del autor.

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