Esta historia la podría contar de cien maneras diferentes, dependiendo de qué camino escoja. Despierto temprano, el cuerpo manda. Bajadas las escaleras me olvido de mí; Gaspar el gato me da el alto. Antes de entrar en la cocina, veo a Lino traspuesto, cruzado de manera muy poco ortodoxa entre el salón y el pasillo. Le miro de reojo, sin pararme, ya que si paro me orino y no debo; he de dar de comer al gato. Luego, Gaspar el gato manda. Los gatos mandan más incluso que un mastín de 60 kilos de peso y muy entrado en años, este es Lino. Digo que está traspuesto de forma poco ortodoxa, porque el suelo del pasillo está por encima del nivel de los restantes suelos de la casa, haciendo escalón; él además, en verano duerme en el pasillo, ya que es el sitio más fresco; lugar preferente de un animal cuyo abrigo le permite en invierno, quedarse dormido sobre la nieve o bajo la lluvia.
Aliviados el gato y mi cuerpo, voy con Lino; creo que tropezó de madrugada en este lugar y como la madera del suelo del salón resbala, no ha podido incorporarse; es evidente, ya que le rodea una gran meada. Ahora dormita. Se me agolpan conceptos e ideas en desorden y no puedo pensar con claridad. Mi querido Lino, el baño, el pelo en el suelo, –La Muerte– siempre como personaje arcano del tarot, los gatos, la orina, la eutanasia. No sé que hacer. A partir de ahora yo no cuento, solo las circunstancias. Pongo a Lino en una postura más cómoda. Está vivo. Decido dejarle tranquilo de momento mientras preparo un té y pienso cómo conseguir el teléfono de alguna veterinaria. Llamo a Mikel por teléfono y mientras trato de explicarle, me echo a llorar como un crío. Vuelvo con Lino y me lo encuentro medio incorporado, mirándome con la cara somnolienta de quien todavía anda medio dormido. A Lino le encontré en la perrera de la ciudad más próxima a mi casa. Era tan grande que casi no cabía en la jaula que habitaba. Salió con la espalda algo torcida y necesitó un par de meses para enderezarla. Le llamaban “Bueno”, y con razón. Bueno no es nombre entre la mala gente. Mis tres últimos perros han salido de las perreras y de verdad, no los cambiaría por nada en el mundo. Te llamaré Lino. La veterinaria dijo en esa ocasión, que Lino debía tener unos cinco años. Ya llevamos doce años juntos sin apenas separarnos. Juntos, muy juntos. Le abrazo por la mitad del cuerpo y le ayudo a levantarse. Me orina en los brazos y noto que me pesa más que estos días de atrás; apenas tiene fuerza y ha perdido bastante masa muscular de sus muslos, que pese a su tamaño, antes saltaban y trepaban tapias. Una auténtica fuerza de la naturaleza. Le voy dirigiendo y poco a poco llegamos bajo la sombra ancha del arce, donde a ambos nos gusta pasar el día, cerca de la manguera. Cuando él encuentra cómo, se tumba. Así le limpio con la regadera verde y una esponja. Jadea, aunque hay nubes ya tiene calor. También yo. Ya soy consciente de que este será el último día en que el gran Lino habite su cuerpo, algo deteriorado por el paso del tiempo. Hasta hoy defecó de manera abundante y compacta, luego las tripas las tiene en muy buen estado pero hace un año exactamente que no controla, como es debido, el esfinter; su mente también funciona a la perfección e incluso su espíritu a veces me hace lances para jugar como si fuese todavía un cachorro. Le doy un beso justo donde le nace la nariz, en este punto conserva ese olor, único y característico de las crías perrunas. Muchas veces he pensado la maravilla de cachorrito que él debió ser. Una bola peluda con un rabito. Hace poco me topé con una camada de pequeños mastines de una granja aledaña al camino de montaña que sube a mi casa, y tuve que obligarme a no mirar; sé que si los miro durante más de un minuto, me llevo un par. Los regalan. No me puedo permitir tanto sufrimiento a tiempo vencido, como generan por su entrega y candidez, estos angelitos de cuatro patas ¿Por qué sus vidas son tan cortas? ¿Por qué los cinófilos en vez de ocuparse en crear razas más agresivas no se ocuparon en alargarles su corta existencia seleccionando a los perros más longevos? Y ya que ando haciendo preguntas, ¿por qué el “ser humano” se atribuye para sí los dones espirituales relativos a la nobleza de carácter y la fidelidad en estado puro, cuando estas son indiscutiblemente, características propias de los canes? Lino levanta la cabeza y me mira con una sonrisa cansada en su cara desdibujada, propia de un perro mayor. Permanezco sentado en la tumbona negra, pegado a él; de vez en cuando con la mano delineo sus facciones, he hecho estos movimientos infinidad de veces. Él se relaja con facilidad, no es un perro nervioso, hasta el punto de que cuando le cojo la cabezota entre mis brazos, él se pone a roncar, ¡incluso estando de pie y con los ojos abiertos! Dicen que los perros se parecen a sus “amos”: ¡Ojalá! ¡Ojalá! Además, deberíamos aquí distinguir bien quién pertenece a quién.
Son las cuatro del medio día, ya tengo el teléfono de la veterinaria, se llama María. Me dice que en estos momentos está entrando en la ciudad, porque viene de vacaciones. Miro a Lino sorprendido por la sincronicidad, ha sabido elegir el día con escuadra y cartabón. Le explico nuestra situación y ella me tranquiliza diciéndome que aunque tarde, vendrá a casa. Mil gracias. Ahora le explico con pelos y señales a Lino, lo que vamos a hacer con su cuerpo inservible, cuando llegue María. Él, como siempre, parece entenderme a la perfección y no pone objeciones. Prolongar la agonía de un animal tan grande solo sirve para que este sufra dolores mientras se reboza en sus propios excrementos, denigrando así, en los últimos momentos, su existencia. Ahora tenemos las horas contadas. Sigo dibujando con los dedos sus facciones. Cae profundamente dormido. Como un zombi me levanto de la tumbona y busco mis botas y el azadón; la veterinaria me ha preguntado si tengo dónde enterrarle. Claro que sí, irá a lo más profundo de mi corazón, junto con mis otros perros. He de hacer un gran hoyo, ya que desde el principio de la espalda hasta la punta de la nariz, mide más de un metro y veinte centímetros. Despejé hace tiempo una zona de tierra, al lado de un gran saúco, por si alguna cuadrilla de extraterrestres benevolentes y simpáticos, me hacían el honor de aparcar allí, en algún momento, su nave. Cavo hasta que mis rodillas están a ras de la Tierra. Sudo y los tábanos se disputan mi sangre. Los aplasto. No me gusta matar a nadie, pero si vieseis las enormes heridas que estos vampiros (hijos de puta) les hacen a los caballos, me aplaudiríais seguramente. A estos bichos de vuelo torpe, les gusta repetir, si el lance tiene éxito, y esta precisamente es su perdición. Vuelvo con Lino, ahora el que necesita un buen baño soy yo. Llamo de nuevo a Mikel para saber si me podrá ayudar a transportar el cuerpo de Lino, después de la intervención de la veterinaria. Sin problemas. Gracias, Mikel. Lino parece incómodo, necesita cambiar la postura. Lino y yo nos comunicamos casi exclusivamente de forma telepática, desde hace más de tres años, cuando él quedó sordo por una infección de oídos. A veces también he utilizado gestos manuales que él entendió siempre a la primera. Esto último no es un misterio, la telepatía carga de significado cada gesto. Lino, como no puede gesticular, siempre utiliza conmigo este sistema de sentimiento + pensamiento, haciéndome saber así, qué es lo que necesita en cada momento. Esta facultad la dominan todos los animales y por nuestra parte, lo único que nos queda, es tener la emisora siempre encendida; además debemos pasar por un periodo de aprendizaje personal, donde auto-entrenarnos en la tarea de discernir las “voces mentales” ajenas a nuestros propios pensamientos. Esto solo requiere algo de práctica, luego, el proceso se automatiza; sucede de manera natural. Al levantarlo, esta vez me orina en la botas. Acto seguido le tranquilizo con caricias, aunque en esta última semana Lino se ha ido acostumbrando a esta maniobra, que requiere de ambos, tanto esfuerzo como compenetración. Justo cuando él se siente en el aire, ha de estirar las patas para tocar el suelo. Luego vuelve a tumbarse después de dar unas cuantas vueltas sobre sí mismo. Durante este tiempo él parece impacientarse un poco, a cada rato avanza tumbado, sus patas delanteras hacia mí, mientras yo le acaricio y le tranquilizo, explicándole que María vendrá finalmente, ya que nos lo ha prometido. Ayer sin embargo fue un gran día, no hizo calor, incluso lloviznó un poco, así que Lino, Gaspar y yo estuvimos todo el día juntos; luego por la noche, Lino hizo lo que más le gusta, con torpeza subió las escaleras y se puso a ladrar. No he mencionado a Lola, que es una de las perras de Mikel, ella sufre síndrome de abandono y bastantes días de la semana los pasa con nosotros; ayer nos hizo compañía todo el día, y hoy también. Lino y yo somos un valor seguro, y siempre al alza, en la bolsa mental de Lola, ya que habitualmente estamos en casa; así que cuando ella se siente sola o hay truenos y tiene miedo, busca nuestra compañía. Lino, como es muy tranquilo, resulta una gran influencia para Lola. En realidad Lino ha sido siempre un gran ejemplo de aptitud y comportamiento para todos aquellos que le hemos conocido. Entiendo bien a Lola y finalmente la acepto; son las circunstancias. El cielo se abre y un rayo de sol desciende sobre donde nos encontramos Lino y yo, mientras, de las montañas del otro lado de valle, retumba sordo, un trueno largo y pausado. Las tormentas eléctricas del verano, son para mí, sucesos mágicos. En 1994 fui testigo en Madrid, de una tormenta nocturna en la que cayeron unos mil ciento diecisiete rayos, si no recuerdo mal; me desperté a las dos y media de la madrugada y sin saber por qué, me vestí rápidamente y me eché a la calle andando hacia el parque del Retiro, al llegar al estanque comenzó la tormenta. Jamás había visto nada parecido, los rayos caían en racimos y el agua en cascadas. María llega de buen humor, ella fue quien inspeccionó a Lino cuando este salió de la perrera. Primero le pone una inyección para dormir. Al abrir la ampolla, la cabeza de cristal cae y rebota en el suelo. Ella me avisa. Sí, la he visto, no te preocupes. Nuestra conversación gira entorno a los animales y toda la riqueza que ellos aportan a nuestras vidas. Lino iba a cumplir dieciocho años, todo un récord, dice la veterinaria. María ama a los animales, por esto acudo a ella cuando lo necesito. Luego inyecta en el corazón la solución que pondrá punto final a las andanzas de Lino en su cuerpo moloso ¡Ni a tiros!, harán falta tres inyecciones más, mientras, lloro y moqueo en silencio, sujetando su cabezota entre mis manos. Ahora, en el cuerpo de Lino ya no hay nadie. Siento mucho alivio y también algo de envidia. En ese momento me imagino a Lino revoloteando por encima de nosotros, exultante de energía y alegría, al verse por fin libre de un cuerpo que a última hora, ya no respondía. María se come una ciruela amarilla y se va con una sonrisa en la boca, mientras yo me pregunto cómo nos negamos a nosotros mismos un acto tan humanitario como la eutanasia, cuando sí se la concedemos a los animales. Nótese que en la antigua Roma, este era el sistema de morir predilecto para aquellos que lo precisaban. Mientras el cielo se encapota, en su centro se abre un claro, iluminando justo donde quedan nuestros cuerpos. Una luz dorada extremadamente bucólica nos alumbra, como en la pintura de Carlo Carrà, L’attesa. En este instante tengo una pequeña conversación con Lino, he cubierto su cuerpo con una sábana blanca para evitar que se asuste al reconocerse así, inerte en el suelo. Mikel llega con Zora y Paca; Zora es la hija de Lola, nuestra agregada, y Paca es la muy quisquillosa jefa de este clan. Mikel se arrodilla y se despide de Lino, le explica el honor que ha supuesto para él conocerle; no me sorprende, ¿cuántas veces le habré dicho yo también estas mismas palabras a Lino? Ni idea. Cuando decimos estas cosas, habla el corazón. Nos llevamos el cuerpo de Lino envuelto en la sabana blanca, hasta el saúco donde he abierto el cráter. Me pregunto si cabrá, si habré calculado bien el tamaño. Para mi sorpresa cabría otro cuerpo con sus mismas hechuras. Le agradezco a Mikel su presencia, su ayuda y su ánimo; él se come unas cuantas ciruelas y se va a cenar a su casa, con Lola, Zora y Paca. Llamo por teléfono a mi madre y también llamo a mi hija y les explico. Mi hija llora y yo, de nuevo, lloro también; luego nos reponemos mientras le aclaro a mi hija, no por primera vez, que La Muerte es la mayor de las mentiras. El caso es que yo llevo todo el día llorando en silencio.
Por fin quedo solo, ya es de noche, todo ha concluido. No he tomado nada en todo el día, salvo el té que preparé por la mañana. Sigo sin poder pensar con claridad, pero ya no importa, no necesito pensar más; solo recuerdo que por algún lugar hay un cristal roto. Ahí queda.
Escrito el día siguiente, 23/07/2019.
Dos meses después, planté donde dejé el cuerpo de Lino, seis avellanos.
AT
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Alias Torlonio, David García. Pintor. Disléxico. Ermitaño. Bosquimano. Vegetariano. Íbero. Guerrero pacifista. Extraterrestre mientras no se demuestre lo contrario. Nombrado en 2018, 14o Rey Natural de los Gatos del Bosque. Se declara objetor de conciencia desde 1982, apartándose para siempre de la industria militar, el estercolero político y los infiernos religiosos.
Frases poco conocidas de de Alias Torlonio: El silencio pule el alma. Los malos son tontos, los tontos son buenos, los buenos son listos, los listos no tanto. La miseria viene de la mente; la abundancia sale del espíritu. Me da igual un traje a topos que un campo de minas.
Descarga aquí de manera libre La aurora de los vampiros, de Alias Torlonio,
por cortesía del autor.