Por Nidya Arelí Díaz
México es un campo casi virgen en términos de hábitos lectores. En 2015, por ejemplo, la Encuesta Nacional de Lectura registró un promedio de 5.3 libros leídos por persona al año. Lo cierto es que cuando coordiné un pequeño círculo con cinco compañeros de trabajo, universitarios o, por mejor decir, privilegiados culturalmente hablando, ninguno de ellos había abierto un libro desde que terminaran sus estudios profesionales. Luego, ¿qué podemos esperar de la mayoría de la población? Tomemos en cuenta, por otra parte, que la encuesta citada considera tanto libros como revistas y comics. ¿Podría una revista de chismes considerarse libro? ¿Qué cifra real nos quedaría avocándonos sólo a los libros? Y luego, tendríamos que considerar también de qué tipo de libros se trata: ¿técnicos, de literatura, de superación personal?… En fin, México, pues, tiene casi toda la tarea pendiente en el problema que abordamos; México no lee, literalmente.
Pero, retomando, ¿qué es un círculo de lectura? Comenzaré por afirmar que pareciera que esta cuestión fuera obvia o que cuando menos harto se hubiese teorizado al respecto; mas lamento afirmar lo contrario. Si bien podríamos remontar los círculos de lectura a la edad media, allá cuando muy pocos gozaban del privilegio de saber leer en los pequeños poblados y casi siempre los hombres de fe asumían el papel de lectores públicos entre medianos o grandes congregados de personas que, ávidas, escuchaban atentas los relatos de los libros de caballerías y más tarde, obras como La Celestina de Fernando de Rojas o el mismísimo Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes; y, a decir verdad, que estas obras debieron ser muy comentadas e, incluso, analizadas y criticadas por el público en su momento, hemos llegado a una época en que podría afirmarse que la tradición se ha perdido; por lo menos la tradición de lectura grupal.
Se lee ahora en silencio casi siempre en solitario, por mejor decir de las personas que tienen el hábito y la suerte de leer de manera constante, y los recintos del saber no hacen casi nunca la excepción, pues si bien obligan o promueven la lectura, se trata de la promoción de esta actividad en solitario. Los círculos de lectura universitarios, en todo caso, instan a hacer el ejercicio de leer en casa para realizar una discusión posterior; discusión moderada y llevada por el catedrático que dicta los móviles y veredas que ha de tomar el ejercicio. ¿Qué queda entonces como experiencia de lectura? Me han tocado particularmente ese tipo de tareas para casa, y la realidad es que un buen porcentaje de los asistentes no leemos, leemos mal o leemos de forma incompleta. La discusión, pues, se torna en este sentido, la actividad de tres o cuatro, o bien que ya conocían el texto, o bien que sí tuvieron la opción de leer en casa; el resto queda segregado y debe atenerse a asumir una participación pasiva en el mejor de los casos o, en el peor, a contar los minutos para que la disertación termine, pues no comprende cabalmente lo que se habla. Por esta razón me parecen harto ingenuos los promotores de lectura que dejan el ejercicio principal para casa; soy partidaria, pues, de que se lee y se discute a la par y de manera presencial.
Así, podríamos partir de círculos de lectura en los que, de manera textual, debe realizarse, antes que todo, el ejercicio de leer. No dejemos las lecturas para casa; volvamos, pues, al medievo, a leer en círculo, en voz alta, respirándonos unos al lado de los otros, mirándonos las caras mientras escuchamos atentos. Ahora bien, en tanto la alfabetización lo permita, el ejercicio puede ser del todo grupal; es decir, que no lea sólo el moderador, sino cada miembro a un turno, mientras los otros escuchan y analizan en silencio el discurso. Escuchar y leer en voz alta son dos ejercicios distintos que poseen distintos requerimientos. El que lee, por un lado, tiene que estar atento a la modulación de su voz, a su volumen, a sus respiraciones y al mismo texto; los que escuchan deben estar atentos a la recreación mental que les ofrece la obra, a los temas o tópicos que aborda, a sus propias evocaciones en tanto experiencias o reflexiones humanas; es decir, al análisis del discurso.
Luego, hay que detenerse cada vez que sea necesario; seccionemos la lectura para no perder el hilo, para retomar, para recapitular y para comentar. Aquí sí es precisa la intervención del moderador: ¿quiénes son los personajes?, ¿cómo son?, ¿qué papel juega cada uno?, ¿qué fue lo que pasó? Y, una vez que todo esto está muy claro, ahora sí, que comiencen las anécdotas, los puntos de vista, y la mayéutica por parte de este moderador que está aquí para formular las preguntas adecuadas, para cuestionar los estereotipos y paradigmas que damos por hechos, para sacar a flote lo que la lectura por sí misma en el horizonte cultural del grupo, ha promovido.
No se trata aquí de que el “profesor” venga a lucirse sobre los alumnos “incapaces” o “inexpertos”; no más paternalismos, pues todos tenemos mucho que aportar: hablemos de los problemas reales del día a día, pensemos en cómo somos en nuestras vidas públicas y privadas, en los problemas sociales y en nuestras responsabilidades directas como ciudadanos, en qué es lo que reproducimos inconscientemente, en qué tan críticos somos con nosotros mismos. El moderador es el primero que obtiene riqueza y conocimiento de este ejercicio, no está aquí como un gurú incuestionable, está aquí como un miembro del círculo que, de la manera más humilde, ha de escuchar ante todo, para conocerse a sí mismo y para conocer a los otros. A la vez, debe propiciar lo mismo en cada uno de los miembros. La lectura así, es terapéutica y vivencial, ordenadora de pensamientos, exorcista de demonios internos; una llave invaluable para penetrar en el otro, no sólo en el autor, me refiero sobre todo al “otro” de al lado. Somos, en tanto atendemos, más conscientes de las convicciones y las creencias propias y ajenas, más empáticos, más solidarios, más civiles en el sentido de urbanos, sociables y atentos.
Finalmente, intentando responder el cuestionamiento principal, un círculo de lectura es un grupo de personas que han de reunirse de manera periódica y disciplinada para LEER, así con mayúsculas, y para discutir y compartir pareceres, reflexiones y evocaciones con el pretexto de la obra que se lee. Puede aquí desprenderse un gran ramaje de tipos de lecturas para abordar. Pensemos, en este sentido que la literatura abarca varios géneros; estos son: poesía, cuento, drama, novela y ensayo, principalmente y que, el ensayo —por no decir más— puede abarcar un sinnúmero de campos. Luego, desde esta óptica, todo círculo donde se abordara una obra universal, podría definirse de inicio como literario, ¿no es así?