Desde niño, soñé con convertirme en biólogo marino, me encantaba pasar horas frente a la playa recogiendo pequeñas conchas, tomando como mascotas a los cangrejos y observando ballenas en el horizonte.

Sin embargo, mi padre se opuso, quería que estudiara Ingeniería Aeroespacial y siguiera sus pasos en la NASA diseñando cohetes, traté de hacerle entender que el mar era mi vida. Por su parte, él aseguró que el océano ya no tenía nada que ofrecernos y que era en el espacio donde se encontraba el futuro de la humanidad.

Discutimos por horas, hasta que, harto, puso un ultimátum: estudiaba lo que él quería o me iba de casa. Escogí la segunda, fue difícil, pero no me rendí y, aunque no pude convertirme en biólogo marino, como buzo del ejército, pude estar tan cerca del mar como siempre quise.

Pasaron diez años antes de que me reencontrara con mi padre, fue durante una misión en el Triángulo del Diablo, después de un despegue fallido; un componente radiactivo se hundió en la zona y era deber de mi unidad recuperarlo.

Cuando me vio, pensé que se alegraría o que al menos se mostraría sorprendido, pero, en su lugar, se acercó a mí y me susurró al oído: “Ahora entenderás por qué el futuro está en el espacio”. Después de eso y sin más explicaciones, se marchó y yo me sumergí.

Todo fue normal hasta los novecientos metros. Apenas vislumbramos el objetivo, lo enganchamos con un cable que lo subiría a la superficie, pero cuando estábamos por alar de éste, algo sucedió.

Un colosal ser blanquecino, con cuerpo de serpiente, rostro de hombre, seis ojos de cabra y un conjunto de cuernos asimilando una corona, apareció ante nosotros y sin previo aviso, nos atacó, perdimos a tres elementos antes de reaccionar y, en venganza, le hicimos retroceder a base de arpones y pequeños explosivos.

Iracunda por nuestra osadía, la criatura abrió la boca y lanzó un potente gruñido que, aun debajo del agua, reventó nuestros tanques de oxígeno, matando al resto de mis compañeros en el acto.

Con las pocas fuerzas que me quedaban, me aferré al cable y tiré de éste con la esperanza de que también me subieran, mi plan funcionó y, mientras ascendía, la bestia trató de alcanzarme, pero le disparé una bengala que al impactar uno de sus ojos, le hizo volver a la oscuridad del océano.

Al llegar a la superficie, mi padre y su equipo me sacaron del agua junto al objetivo, encendieron motores y de inmediato nos fuimos de ahí. Mientras me recuperaba, pude ver cómo todos me miraban consternados, pero no por mi estado, sino porque estaba ahí. Entonces lo entendí, ellos sabían de aquella cosa desde el principio; “eso” es la razón por la que exploramos los confines del espacio y nos olvidamos de las profundidades del mar, después de descubrir lo que se encuentra allá abajo, comenzamos a buscar una ruta de escape.

 

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Quaremm tenebrus >> Calister Castillo

Ronnie Camacho Barrón (Matamoros, Tamaulipas, México, 1994). Escritor, licenciado en Comercio Internacional y Aduanas, y técnico analista programador bilingüe, autor de dos Novelas, Las crónicas del Quinto Sol 1: El campeón de Xólotl (Amazon, 2019) y Carlos Navarro y el aprendiz del diablo (Editorial Pathbooks, 2020), también de diez libros infantiles: Friky Katy¿Tus papás son vampirosEl pequeño reyLos guardianes del bosqueErika otra vezJosé lo vio todoUna amiga de las estrellasLas rivalesLos campeones Los trillizos mágicos, todos con la editorial Pathbooks y traducidos en seis idiomas. Su más reciente obra, una antología de cuentos titulado Entre nosotros (Amazon, 2021). Ha colaborado en once antologías y muchos de sus cuentos, relatos y ensayos han sido publicados en más de cien revistas y blogs nacionales e internacionales.

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