POSTALES

por Iván Dompablo R.

Por Iván Dompablo

 I

Finalmente, cuando comprendió que todas las palabras fueron ineficaces y había fracasado, se dio a la tarea de aprender el sutil arte de nombrarla con exhalaciones de humo y consiguió en esta materia tal perfeccionamiento que, con el tiempo, fue capaz de provocarle a muchos kilómetros de distancia —e incluso alguna vez la magia logró salvar el mar— inexplicables inquietudes. Era entonces cuando ella, segura de haber percibido su nombre, intranquila, se detenía a mirar a uno y otro lado de las calles vacías o, turbada, en mitad de la noche despertaba en su habitación donde, en la cama contigua, su hermana dormía plácidamente. Ella en cambio iba sintiendo cómo finos hilos tejían en sus entrañas el desasosiego mientras que afuera, en la calle, se desvanecía en ecos cada vez más distantes la certeza de haber oído una voz que la llamaba.

¿De quién era la voz?, ¿era una voz o sólo un ruido?, se preguntaba una y otra vez, incorporada en la cama, mientras trataba de convencerse de que sólo había sido el rumor del viento que mecía las ramas del fresno y cuyas sombras veía agitarse sobre las cortinas de la ventana, pero el eterno aroma a tabaco que anegaba la alcoba en esas noches volvía a sumirla en la incertidumbre.

II

Se había acostumbrado a esa pequeña angustia igual que se había acostumbrado a vivir con aquella breve cicatriz en el muslo derecho que con los años le dolía por el frío. Se había acostumbrado a guardarse para sí aquellos episodios que en caso de ser algún tipo de locura seguramente, pensaba, no era grave. Una mañana en que jugaba con su hija —ahora ella tenía una hija—, escuchó la voz; acostumbrada a ignorarla iba a continuar con lo que hacía cuando notó que la niña, quieta, atendía al mínimo ruido que viajaba en el aire…, y después de unos minutos de permanecer en expectación, volteó a mirarla con tranquilidad y le obsequió una sonrisa de labios cerrados, igual a la suya, que le desterró la angustia para siempre.

III

Tarde de otoño. Mientras se peina frente a la luna del tocador, abstraída del mundo, se explora, ensaya sus gestos en el espejo, con otros ojos contempla su misma boca y se apasiona. Otra luna que entra a través del hueco de la ventana abierta se reúne con su reflejo. Entran también los gritos de la niña que juega abajo en el patio con el cachorro blanco. La temperatura va descendiendo con la proximidad de la noche y ella se levanta a cerrar la ventana, frente a esta la majestuosa araucaria apenas deja entrever la diminuta luna semitraslúcida que parece estar suspendida de una rama elevada. Mirándola advierte que hace ya varios meses que nada la interrumpe, la voz no ha vuelto, aspira profundamente pero no hay aroma a tabaco. De golpe todas las incógnitas se despejan, por fin tiene una certeza. Ahora sabe que él ya no existe.

IMAGEN

Otra noche mágica en Íbiza >> Óleo >> Diego Capuz

.

TE PUEDE INTERESAR

2 comentarios

Alberto Curiel 15/01/2015 - 21:01

Quedé atrapado en la historia desde el comienzo. Gran trabajo.

luu 05/03/2015 - 14:36

♡ muy buen trabajo!!!!
🙂

Dejar un comentario