PETER PÁNICO

por Mabel Pinos

Esta historia inicia a horillas de una ciudad cualquiera, donde una mujer baja de su camioneta último modelo, después de haber caído en un bache, y se percata de que las dos llantas, del lado del conductor, han reventado. No tiene señal en su celular, la carretera se ve lejana para llegar a un sitio donde pueda realizar una llamada. La opción rápida fue elegir, desde su posición, un camino de tierra que lleva a un enrejado, con forma de medio arco, que abre paso a un antiguo basurero en desuso. La joven cambia sus zapatos formales por un par de tenis deportivos, y se dirige a la mencionada entrada que ya a su alcance se vislumbra hecha de chatarra y que, en un entrelazado de piezas retorcidas, figura una trenza de metal lo suficientemente amplia para su antigua función de dejar entrar y salir a varios carros de carga al mismo tiempo. Si no fuera por el sitio de desechos donde fue erigida, se diría una obra de arte forjada de buen oficio. A los lados es soportada por unos  muros de metal, que no dan más allá de veinte metros, sólo para delimitar el espacio. Sobre los muros se distinguen pinturas vandálicas y dibujos oscos, con forma de caras en suplicio y letras que exponen la repugnancia a un sistema alejado de la realidad que encierran. Las puertas, hechas de hierro, dan hacia dentro, invitando a entrar sin necesidad de pasaporte. A paso rápido se introduce la dama y a lo lejos observa varias casuchas hechas de cartón, madera y telas de color cenizo. En lo que sería el patio de una de ellas, sobre una mecedora de madera, un hombre viejo, con un absurdo sombrero color verde alpino, que termina en punta, permanece sentado, con un libro entre sus manos, en posición de lectura; como si formara parte de una fotografía.

—Buenas tardes, señor, necesito de su ayuda —explica la joven al ver que el viejo no responde a su presencia.

—¿Perdón? —dice el viejo saliendo de su abstracción.

—Se me quedó el auto a orillas de la carretera, necesito una llanta extra, no sé si usted o alguien de por aquí pueda ayudarme.

—¿Cómo te llamas, chiquilla?

—Wendy, me llamo Wendy —responde la joven amablemente.

—¡Ah! Wendy, pasa, te estaba esperando —solicita el viejo.

—¿Perdón?

—Sí, pasa, pasa, lo del auto lo veremos luego —responde pausadamente.

—No entiendo, yo sólo…

—Disculpa el desorden —interrumpe el hombre—. Ja, ya lo sabes, por más que limpiemos y saquemos provecho de los desechos, este sitio seguirá igual. Para nosotros, los de la Tierra de Nunca Jamás, esto de limpiar es cosa de adultos.

—Ja, ja. Sí, entiendo, pero…

—Nada, nada, esta es tu casa, pasa, ahora mismo llamo a los niños perdidos.

—Sí, gracias, quizás ellos me ayuden a conseguir una llanta, es usted muy servicial— dice abriendo los ojos en confusión, tratando de mantener la paciencia.

El viejo se levanta hábilmente y, de un salto, con zancadas largas, llega a un cerco de plástico, de nivel bajo, que sitia lo que sería el patio.

—¡NIÑOS PERDIDOS, VENGAN, tenemos visita!— grita y luego, entrando a la pocilga que tiene por hogar, llama a una niña que duerme sobre un catre—. Campanita, despierta, despierta te digo, mira, Wendy está de vuelta, anda, ve a saludarla.

—¡Qué linda niña!, ¿cómo te llamas hermosa?— pregunta amablemente la joven al verla.

La niña da unos pasos, somnolienta, tomándose los cabellos enmarañados; permanece callada ante la pregunta.

—¿Te comieron la lengua los ratones? —bromea al no recibir respuesta.

—¡Wendy, Campanita es muda! —asegura el viejo—, ¿no lo recuerdas?

—Lo siento, yo… no lo sabía, lo siento mucho en verdad.

—Chicos, vengan todos. Aquí está Wendy, recíbanla como es debido…

Los niños responden con un “¡Hola, Wendy! ¿Cómo estás?”, al unísono, y la rodean para abrazarla amistosamente.

—Ja, ja, ja. Chicos, qué amables, no creo ser la persona que piensan que soy…

—¿Tenía o no tenía razón? —interrumpe el viejo, dirigiéndose a los recién llegados—. Wendy está de vuelta y esto hay que celebrarlo.

—Señor, no quisiera ser descortés, pero me están confundiendo —apunta la joven, tratando de ser incisiva.

—Pero deja de decirme señor, soy Peter, querida.

—Verá, señor Peter…

—Soy Peter a secas, sin el señor, la vejez jamás ha ido conmigo; lo sabes. Soy tu Peter Pan, ¿acaso ya no me recuerdas?

—No, sinceramente no lo recuerdo —responde confundida.

—Quizá sea porque el día que te conocí yo era un don nadie; un ser sin figura en busca de su sombra. Tú estabas ahí, en tu ventana, tan linda, mirando a este loco, desde la seguridad de tu casa, y no te asustaste. Eso bastó para sentir que yo existía y que…

—Véame bien por favor, yo no soy esa que usted dice —interrumpe Wendy suplicante.

—Eras muy chica, quizá por eso no lo recuerdas. Te traje conmigo, a que conocieras la Tierra de Nunca Jamás. Te enseñé a pepenar basura, a seleccionarla. Hicimos casitas de colchones viejos, fue nuestro primer hogar, nos divertimos juntos.

—¿Es en serio? Es decir, entiendo que usted raptó a una menor para que viviera en este basural.

—¡BASURAL NO! —exclama el viejo en un grito—. La Tierra de Nunca Jamás. El sitio donde los adultos no gobiernan, donde las personas no crecen dado que todos somos iguales, es decir, una sarta de desgraciados. Fuimos limitados por nuestra pobreza, pero somos ricos en espíritu y lo compartimos entre nosotros. Desde el exterior de este sitio limitan nuestro crecimiento. Mira a tu alrededor, ¿lo has olvidado? Aquí se vive de imaginación y se come por fe. Esto no es congruente con los estereotipos de vida de los que viven del otro lado, en los edificios grandes. Éste no es un basural, Wendy, entiéndelo bien, es el sitio de la desgracia absoluta. Aquél del cual un día huiste por creer que podías ser diferente, y ahora regresas tan pulcra y bañada del cerebro que no puedes recordar, siquiera, el nombre de nuestros hijos.

—Si me permite, yo mejor me retiro —dice la joven, tomando camino a la salida.

Al caminar fue seguida por la banda de chiquillos, que figuraban una estela de su caminar.

—Tú no vas a ningún lado, vuélvete, mira. Éste es tu hijo Zorro, éste es tu hijo Oso, estos dos gemelos son los Mapaches y Conejo el más chico de los hombres. ¡No me digas que no los recuerdas, perra! Y esta niña, la única con poder de volar, ella es Campanita.

—Es usted un retrasado mental, ni yo soy quien dice ni estos son mis hijos y esa pobre niña no puede volar.

El viejo corre a tapar los oídos de Campanita para que no escuche.

—¿Pero qué puta ofensa es ésa? Por supuesto que puede, Campanita es un hada.

—¡Las hadas no existen, y esto es una pesadilla! ¡Déjeme salir! —solicita—. ¡DÉJEME SALIR, POR EL AMOR DE DIOS! —grita asediada por el abrazo de los chiquillos—. ¡AAAH!

—Calma, calma, querida —ordena el loco—. No es mi intención asustarte, no eres tú la del problema, es el mundo al que escapaste. Lo llaman realidad, ¿verdad?, cuando sabemos que de real o realidad no tiene nada. Perdóname. No era la manera, a fin de cuentas estás de vuelta.

—Déjeme ir, por lo que más quiera —suplica llorando.

—Pero si lo que más quiero eres tú, mi querida —afirma atento, con ojos de suplicio.

—Por favor, señor, por favor…

—No, espera. Debo pensar lo que haremos.

El viejo le da la espalda y dialoga consigo mismo, sumido en su pensamiento irracional.

—No lo sé, no lo sé —repite—. Estoy confundido.

El que fue nombrado Oso se acerca al viejo y lo toma del brazo.

—Haz por pensar, Peter. Toma tus lentes de fondo de botella, con ellos mirarás como es debido.

—Tienes razón, dámelos, ¿está preparado mi trono? —pregunta animado.

—Por supuesto, siempre lo está —señala Oso hacia un sillón de piel, en lo alto de un cerro de muebles viejos y destruidos.

—Bien, mi espada por favor —solicita el viejo.

—Aquí la tienes —la entrega en mano, haciendo una reverencia, al que habían llamado Mapache.

—Niños Perdidos, sígame todo el mundo, traigan a Wendy.

—Suéltenme, suéltenme, chamacos del demonio —ordena la joven a empujones.

—¡TODOS A CALLAR! —ordena el viejo.

Se hace un silencio absoluto, nada se escucha alrededor del basurero. Todo ha abandonado a la pobreza y la locura reina por ende; nadie pretende carearse en su dominio. La nada y el silencio son la soledad que apuesta por los malditos, para negarlos, aunque se sabe que existen y están entre nosotros.

—¡Ya lo tengo! —exclama el viejo con cara expresiva—. Campanita, sube al techo —ordena.

—¿Pero qué pretende? —pregunta la joven.

—Demostrar la realidad de mi mundo. Si campanita puede volar, tú tendrás que regresar a ser quien eres: a lavar los trastes, a tender las camas, a hacer comida y a obedecer.

—Peter, póngame atención por favor —suplica la joven—, las hadas no existen.

—Se ha dicho la última palabra, Campanita va al techo y demostrará una vez más su gracia —ordena señalando la parte más alta de la vieja casucha.

Al ver que Campanita no obedece las palabras del viejo, Oso y Zorro la conducen a empujones, techo arriba, mientras que Wendy se desvive en un pero.

—Campanita, ¿estás lista? —pregunta el loco.

—Dice que no —responde Oso.

—Tómenla entre los dos y denle vuelo hacia el cielo —ordena.

—Es que se resiste —justifica Zorro.

—¡QUE LA AVIENTEN ORDENO!

Wendy mira entre sollozos que Oso y Zorro lanzan a Campanita por los aires, y en verdadera desesperación, la niña se retuerce en el aire, cayendo hasta el suelo, mientras es seguida por el grito en negación de Wendy.

—¡NOOOOOOOOO!

El silencio vuelve a reinar, luego la locura se cuestiona la veracidad de las cosas, como si tuviera opción a ello.

—¡Campanita, hija, respóndeme! —solicita el viejo angustiado.

—Abran paso, abran paso —dice Zorro.

 Wendy observa la escena en silencio, vuelve su vista al horizonte, para salir de aquello que ha cruzado sin necesidad de pasaporte y que ahora se viste de tragedia; tendrá que soportarla. Observa los ojos del viejo, hay algo en ellos que lo definen. La pobreza y la locura están implícitos en su cerrazón.

—¡Está muerta! Ya no respira —afirma Zorro.

—¡Maldita perra!, sigues haciendo de las tuyas —señala el viejo—. Bien sabes que cuando alguien niega la existencia de las hadas, una de ellas ha de morir y siendo Campanita la última de su tipo…

En la pobreza se enfrenta al mundo en desventaja, sin nada que perder. En la locura se mantiene en los márgenes del mundo mismo, sin inquirirle importancia. Hay un punto, en ese camino de sus líneas, donde las dos cosas forman parte de una misma cara. Entonces ser pobre y loco, o estar loco y ser pobre, es indistinto.

—No, no, espera, mira —dice Wendy bajando la guardia—. Parece que respira, ¿no lo ves? Esto que sale de su cabeza no es sangre.

—¿No lo es? —pregunta el viejo, convencido en su demencia.

—Por supuesto que no —asegura Wendy, de su cara caen lágrimas, pero su cara expresa tranquilidad—. Ahora lo entiendo, todo este tiempo me estuve engañando, Peter.

—¿Qué, Wendy? ¿Qué es lo que ves?

—Esto que tengo en mis manos no es sangre, son polvos mágicos para poder volar.

—¿Lo es? —cuestiona Zorro, queriendo creer, como los demás.

—Entonces, ¿por qué lloras y tiemblas, Wendy? —pregunta Conejo.

—Es sólo de alegría, mira, toma un poco de sus polvos, yo los unto en mi cabeza y ahora puedo volar, es cuestión de tomar vuelo y creer, ¿ahora lo ves?

—Yo no lo veo —confiesa Oso.

—Wendy, mi Wendy querida, ¡haz regresado! —exclama el viejo.

Después de correr unos metros, Wendy salta dando brincos, como si quisiera alcanzar el cielo y en cuestión de segundos, con distancia ganada, huye despavorida hacia la salida.

—Mi Wendy… ¿Wendy? —pregunta el viejo, confundido en el acto.

—Allá va, corre como loca y no creo que vaya a volar, Peter —asegura Zorro.

—Todos a ella, está escapando —ordena el viejo—. ¡CORRAAAN! ¡CORRAAAAAN!

Wendy corre entre las montañas de basura, girando entre ellas para perderlos. Escucha cada vez más lejos los gritos del viejo que incita a los Niños Perdidos para que le den alcance.

—¡QUE NO ESCAAAPE! ADELÁNTATE, ZORRO; TÚ ERES MÁS VELOZ QUE TODOS, HAZLO —azuza la locura a gritos.

Zorro alcanza velocidad y es el que más adelantado va, pero la joven le lleva ventaja, y repentinamente detiene su paso.

—¡Esperen! —advierte.

—¿Qué sucede? —pregunta Oso, dándose un respiro.

—Desde aquí observo luces de color rojo y azul, es la señal, todos a esconderse —ordena Zorro.

Wendy continúa su marcha desesperada, un policía sale a su encuentro, levantando la mano para que se detenga.

—Señorita, señorita, deténgase. ¡Está usted sangrando de la cabeza! ¿La puedo ayudar? —pregunta el oficial.

—No se preocupe, no estoy sangrando, pero sí necesito de su ayuda —dice tomando aire.

—Relájese, aquí estoy yo, dígame, ¿qué le sucede? —pregunta tomándola del brazo y conduciéndola a la patrulla estacionada con las puertas frontales abiertas.

—Una desgracia, señor oficial, allá, de aquel lado del basurero —señala—… Yo sólo quería que me ayudaran con mi auto que se quedó tirado a orillas de la carretera y entonces, fui a pedir ayuda y un tipo de edad avanzada dijo ser Peter Pan. Comenzó a fantasear sobre su mundo y en verdad creía que era el verdadero Peter Pan. Insinuaba que yo, por llevar el nombre de Wendy, era Wendy, su Wendy. Luego esos niños sucios que tenían por hermana a una niña muda, afirmaban que era Campanita, la arrojaron del techo, y ella murió, ¡La mataron! ¡Ellos la mataron! —termina desesperada.

—Relájese, tome aire por favor, ¿recuerda el lugar exacto donde los vio?

—Sí, pero son muy peligrosos, no vaya por favor.

—No se preocupe, pediré refuerzos, suba a la patrulla, aquí estará segura.

—Es usted muy amable, señor —dijo tomando asiento en el lado del copiloto y tomándose la cara, tratando de volver a la calma.

—Aquí, en el basurero tres, necesito refuerzos para iniciar un operativo de caza, respondan, cambio —solicita en el radio el policía, recibiendo una respuesta de entendido.

La joven se siente segura a bordo, pero mira cautelosa a todos lados.

—Ahora esperaremos unos minutos, aquí estará a salvo —confirma el policía.

—Muchas gracias señor oficial.

—Por favor, señorita Wendy, deje de llamarme señor —pide cálidamente el hombre.

—Sí, lo siento, oficial, ¿cuál es su nombre?

—Jaime Garfio, señorita, pero puede llamarme Garfio a secas —dice y levanta su gorro con la punta de una prótesis, en su mano derecha, para que Wendy la observe.

***

IMAGEN

Mariposas de limón >> Técnica mixta >> Alias Torlonio

Mabel Pinos es Héctor Manuel Vargas Núñez, nació en Benjamín Hill, Sonora, el 16 de julio de 1972. A los cuatro años, después de desordenar los tipos de una imprenta, fue llevado a Puerto Peñasco, donde aprendió a leer, escribir e inició su afición por la lectura. A los diecisiete años, en un viaje en un barco camaronero, decidió por las letras que lo aproximaran a explicar la sensación en la experiencia. Fue en Mexicali, su ciudad actual, donde concretó la osadía. Escritor intuitivo, inició a colaborar, en los noventa, en la revista Ahí Tv’s. A principios del dos mil, publicó en la página Ficticia.com. Desde 2015, colabora en Sombra del Aire, con su nombre de pila y bajo los seudónimos Equum Domitor, Eleuterio Buenrostro y Mabel Pinos. Fue seleccionado para participar en la Antología Sombra del Aire 2022 y 2023. Recientemente, publicó su libro El inefable juego de los tricrómatas. Siendo un escritor inquieto, sigue en busca de ordenar los tipos que un día desordenara.

TE PUEDE INTERESAR

Dejar un comentario