[Spoiler alert]
Pedro Páramo (1955), de Juan Rulfo (Sayula, 1918 – Ciudad de México, 1986), es una novela breve situada en la corriente literaria del Realismo Mágico, hito de la literatura mexicana, con relevancia tal que algunos dicen que fue la mejor novela escrita en nuestro país en el siglo XX. La historia va de un personaje llamado Juan Preciado, que regresa al pueblo natal de su madre en busca de su padre, Pedro Páramo, pues le prometió a la mujer en su lecho de muerto que así lo haría. En este trabajo, intentaré corroborar su adhesión a la corriente literaria mencionada, identificando los aspectos relevantes que la establecen y, para ello, hay que recurrir primeramente a la definición de Realismo Mágico, del cual afirma Enrique Anderson Imbert:
[…] en las narraciones extrañas el narrador, en vez de presentar la magia como si fuera real, presenta la realidad como si fuera mágica. Personajes, cosas, acontecimientos son reconocibles y razonables, pero como el narrador se propone provocar sentimientos de extrañeza desconoce lo que ve y se abstiene de aclaraciones racionales […], los suceso, siendo reales, producen la ilusión de irrealidad. La estrategia del escritor consiste en sugerir un clima sobrenatural sin apartarse de la naturaleza y su táctica es deformar la realidad en el magín de personajes neuróticos. (1)
Si bien existe una gran ambigüedad en dicha definición, intentaremos por nosotros mismos establecer, mediante personajes, historia, paisajes, etcétera, una idea más precisa que conforme a la novela, nos oriente a la vez que ejemplifique este respecto.
La realidad está presentada aquí, mediante un sometimiento a ciertas figuras retóricas, como algo mágico y casi irreal. De entrada, hallamos la hipérbole:
—Hace calor aquí —dije.
—Sí, y esto no es nada —me contestó el otro—. Cálmese. Ya lo sentirá más fuerte cuando lleguemos a Comala. Aquello está sobre las brazas de la tierra, en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al infierno regresan por su cobija.
Si bien el clima es exageradamente caluroso, la forma se expresarlo lo hace casi irreal, como algo que no puede ser y, sin embargo, en el lenguaje cotidiano se usa a menudo. Por otro lado, nos situamos ante personajes etéreos, que bien pudieran o no estar allí, que aparecen o desaparecen sin recato, y dan la impresión de ser alucinaciones del narrador o bien fantasmas reales: “Al cruzar una bocacalle vi una señora envuelta en un rebozo que desapareció como si no existiera. Después volvieron a moverse mis pasos y mis ojos siguieron asomándose al agujero de las puertas. Hasta que nuevamente la mujer del rebozo se cruzó frente a mí”. Obsérvese que a la mujer la cubre un rebozo, una anormalidad en un clima que ya se nos ha presentado excesivamente caluroso.
Los muertos se comunican , se escucha su voz que viaja desde lugares lejanos:
—Mi madre —dije—, mi madre ya murió.
—Entonces esa fue la causa de que su voz se escuchara tan débil, como si hubiera tenido que atravesar una distancia muy larga para llegar hasta aquí. Ahora lo entiendo. ¿Y cuanto hace que murió?
Asimismo, los muertos vienen a despedirse de los vivos la noche que mueren, y éstos que no sienten ningún miedo porque hasta cierto punto están acostumbrados, les dan las buenas noches, les desean buena suerte:
—¿Qué pasó? —le dije a Miguel Páramo—. ¿Te dieron calabazas?
—No. Ella me sigue queriendo —me dijo—. Lo que sucede es que ya no pude dar con ella. Se me perdió el pueblo. Había mucha neblina o humo o no sé qué; pero sí sé que Contla no existe. Fui más allá, según mis cálculos, y no encontré nada. Vengo a contártelo a ti, porque tú me comprendes. Si se lo dijera a los demás de Comala dirían que estoy loco, como siempre han dicho que lo estoy.
—No. Loco no, Miguel. Debes estar muerto. Acuérdate que te dijeron que ese caballo te iba a matar algún día. Acuérdate, Miguel Páramo. Tal vez te pusiste a hacer locuras y eso ya es otra cosa.
—Sólo brinqué el lienzo de piedra que últimamente mandó poner mi padre. Hice que el colorado lo brincara par no ir a dar ese rodeo tan largo que hay que hacer ahora para encontrar el camino. Sé que lo brinqué y después seguí corriendo; pero, como te digo, no había más que humo y humo y humo.
—Mañana tu padre se torcerá de dolor —le dije—. Lo siento por él. Ahora vete y descansa en paz, Miguel. Te agradezco que hallas venido a despedirte de mí.
Y cerré la ventana.
Hay que notar además que el muerto no está consciente de su condición hasta que la interlocutora llega a esa conclusión y se lo informa. Por otro lado, la muerte como tal no deja de ser una tragedia, pues producirá un gran dolor en el padre.
Luego, no es extraño en el Realismo Mágico el tono poético: “Al recorrerse las nubes, el sol sacaba luz a las piedras, irisaba todo de colores, se bebía el agua de la tierra, jugaba con el aire dándole brillo a las hojas con que jugaba el aire”. Salta a la vista que lo inanimado está más vivo que lo vivo, que el sol se mueve, se alimenta, tanto como el aire juega. El juego del tiempo produce extrañeza, se manifiesta a lo largo de toda la novela, viene y va hasta que el lector pierde la noción, pero además se construyen juegos explícitos a un nivel más particular, de manera que se entra en una especie de realidad paralela: “El reloj de la iglesia dio las horas, una tras otra, una tras otra, como si se hubiera encogido el tiempo”. El determinismo exagerado es otro de los elementos que conforman al Realismo Mágico de Pedro Páramo; los personajes en su neurosis, un día deciden no volver a salir de la casa, no volver a tomar café, no volver a hablar: “Era un gran platicador. Después ya no. Dejó de hablar. Decía que no tenía sentido ponerse a decir cosas que él no oía, que no les sonaban a nada, a las que no les encontraba ningún sabor”.
La comparación en las abstracciones de arcana naturaleza, tales como la muerte, el silencio y la soledad, van a contribuir a crear una atmósfera constante y antinatural: “No, no era posible calcular la hondura del silencio que produjo aquél grito. Como si la tierra se hubiera se hubiera vaciado de su aire, Ningún sonido, ni el del resuello, ni el del latir del corazón; como si se detuviera el mismo ruido de la conciencia”.
Luego, el eco de los muertos sigue percibiéndose muchos años después y el miedo, las historias de tortura después de la muerte, podrían hacer de ésta una novela de terror, que, se entiende, también es dado leerla de este modo:
—Tal vez sea algún eco que está aquí encerrado. En este cuarto ahorcaron a Toribio Aldrete hace mucho tiempo. Luego condenaron la puerta, hasta que él se secara; para que su cuerpo no encontrara reposo. No sé cómo has podido entrar, cuando no existe llave para abrir esta puerta.
De acuerdo con Anderson Imbert, en el Realismo Mágico “los sucesos siendo reales producen la sensación de irrealidad”, y en este sentido podemos interpretar la convivencia con los muertos y la comunicación sobrenatural de dos maneras; una, como un fenómeno extraordinario, ajeno; y otra, desde un contexto latinoamericano, donde son comunes este tipo de sucesos “extraños”. Desde esta perspectiva, la convivencia natural y familiar con la muerte se observa desde tiempos prehispánicos, en que se acostumbraba festejar el día de muertos, preparar verdaderas comilonas para los difuntos e incluso pasar el día en el panteón acompañados de la música que le gustaba al fallecido. Y de la misma forma, también es dado encomendarse a los antepasados, a los familiares muertos, desahogar las penas invocando su nombre, platicarle al recuerdo nuestras confidencias, sin dejar de mencionar las apariciones, los sustos, etc., muy comunes, muy oídos por aquí.
Por otra parte, sin dejar de lado todo este contexto latinoamericano, la convivencia entre vivos y muertos también podría tratar de analizarse por el lado médico, explicándose así como una larguísima alucinación del viajero. Vemos aquí que cualquiera de los dos casos es perfectamente posible, pero corroboramos la condición patológica del individuo cuando se lee: “Oía de vez en cuando el sonido de las palabras, y notaba la diferencia. Porque las palabras que había oído hasta entonces, hasta entonces lo supe, no tenían ningún sonido, no sonaban; se sentían; pero sin sonido, como las que se oyen durante los sueños”, donde se ve claramente que el personaje casi reconoce de manera explícita que ha estado delirando.
Sin embargo, también podríamos agregar una tercera interpretación, en la que además de enfermo, el personaje sí ha estado hablando con las almas del pueblo. Así, a mitad de la novela sabemos expresamente que Juan Preciado ha muerto y que son los muertos, —¿quién más?— los únicos que habitan Comala, quienes lo enterraron:
—¿Quieres hacerme creer que te mató el ahogo, Juan Preciado? Yo te encontré en la plaza, muy lejos de la casa de Donís, y junto a mí también estaba él, diciendo que te estabas haciendo el muerto. Entre los dos te arrastramos a la sombra del portal, ya bien tirante, acalambrado como los que mueren muertos de miedo. De no haber habido aire para respirar esa noche de que hablas, nos hubieran faltado las fuerzas para llevarte y contimás para enterrarte. Y ya ves, te enterramos.
Cabe mencionar que a estas alturas, el lector ha entrado en una especie de shock al percatarse de que Comala prácticamente es un pueblo fantasma, la rarefacción del ambiente se ha convertido en la dimensión desconocida. Juan Preciado que ahora también está muerto y enterrado, va a conversar con Dorotea, quien ha de afirmar que ha sido afortunada por hallar un hueco en la tumba de Juan. Luego, ¿por qué la tumba de él, si se supone que ella estaba muerta desde antes? Ya hemos dicho que el tiempo se vuelve una especie de materia liquida, el escritor violenta esta materia llevando al lector por una realidad paralela, una realidad de posibilidades sin que se aclare del todo lo que en realidad está sucediendo en el texto.
La fusión de los sueños con la realidad, y más específicamente los avisos, mensajes de Dios, de los santos, de los muertos, por medio de los sueños, es un elemento muy antiguo usado desde la Biblia con mucha frecuencia: “Ese fue el sueño ‘maldito’ que tuve y del cual saqué la aclaración de que nunca había tenido ningún hijo. Lo supe ya muy tarde, cuando el cuerpo se me había achaparrado, cuando el espinazo se me saltó por encima de la cabeza, cuando ya no podía caminar”. El alma se desprende de una tercera conciencia como cosa separada, esta tercera conciencia, no la del cuerpo que se perdió con la muerte, sino una más de procedencia desconocida, habla del alma:
—¿Y tu alma? ¿Dónde crees que haya ido?
—Debe andar vagando por la tierra como tantas otras; buscando vivos que recen por ella. Tal vez me odie por el mal trato que le di; pero eso ya no me preocupa. He descansado del vicio de sus remordimientos. Me amargaba hasta lo poco que comía, y me hacía insoportables las noches llenándomelas de pensamientos intranquilos con figuras de condenados y cosas de ésas. Cuando me senté a morir, ella rogó que me levantara y que siguiera arrastrando la vida, como si esperara todavía algún milagro que me limpiara de culpas. Ni siquiera hice el intento: “Aquí se acaba el camino —le dije—, Ya no me quedan más fuerzas para más.” Y abrí la boca para que se fuera. Y se fue. Sentí cuando cayó en mis manos el hilito de sangre con que estaba amarrada a mi corazón.
El alma adquiere entonces una vida e iniciativa propia, la persona se desdobla de tal modo que puede comunicarse con su alma, y se arrastra la vida como se arrastra una piedra pesada. Luego, el alma está unida al cuerpo por medio de una sustancia física que es la sangre, a la vez que tiene la cualidad de salir por la boca casi por voluntad de la persona que la posee. El ser se divide entonces en tres partes: alma, cuerpo y una tercera conciencia, que es quien habla y quien parece poseer al yo en mayor medida.
Los muertos en sus tumbas adquieren formas de vida, mejor dicho, de muerte; tienen ciertos vicios, hábitos, son vecinos unos con otros en la sepultura y se escuchan mutuamente como quien escucha los murmullos y movimientos de los vecinos:
—No, no es ella. Eso viene de más lejos, de por este otro rumbo. Y es voz de hombre. Lo que pasa con estos muertos viejos es que en cuanto les llega la humedad comienzan a removerse y despiertan”
Así, conviven perfectamente el mundo físico de los vivos, lo palpable, lo real, la humedad, con el mundo de los muertos, quienes por momentos parecen habitar casi como vivos, el mismo espacio y la misma dimensión.
La histeria colectiva de los pueblos es otra característica del Realismo Mágico lo vemos en La mala hora con los pasquines de Gabriel García Márquez, o en su Crónica de una muerte anunciada, en la colectividad de una la más opulenta que se hubiera visto nunca. Aquí, en Pedro Páramo, la muerte de Susana San Juan se convierte en un despliegue de campanas imparables que van a desembocar en una magnánima fiesta, sin que nadie comprenda que se trata de un duelo:
De Contla venían como en peregrinación. Y aún de más lejos. Quien sabe de dónde, pero llegó un circo, con volantines y sillas voladoras. Músicos. Se acercaban primero como si fueran mirones, y al rato ya se habían avecindado, de manera que hasta hubo serenatas. Y así poco a poco la cosa se convirtió en fiesta. Comala hormigueó de gente, de jolgorio y de ruidos, igual que en los días de la función en que costaba trabajo dar un paso por el pueblo.
Las campanas dejaron de tocar; pero la fiesta siguió. No hubo modo de hacerles comprender que se trataba de un duelo, de días de duelo. No hubo modo de hacer que se fueran; antes, por el contrario, siguieron llegando más.
Finalmente la historia que cuenta la novela, es la de la ruina, la muerte de un pueblo por la decisión de un solo hombre. Tanto la historia en su dramatismo como el determinismo exagerado de Pedro Páramo, el personaje, que se autodefine en este punto como un neurótico, corresponden a los caracteres del Realismo Mágico, así se trata de una novela con pronunciadas y repetidas características que la ubican dentro de la corriente aludida, pues aunque convivan en el texto otros rasgos que bien podrían identificarse como fantásticos o de terror, el realismo mágico prevalece y se extiende más allá.
NOTAS
(1). Anderson Imbert, Enrique. El realismo mágico y otros ensayos. Caracas: Monte Ávila editores, 1976.
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Esqueletos en una oficina >> Óleo sobre lienzo (1944) >> Paul Delvaux
Nidya Areli Díaz nació en la Ciudad de México el 30 de noviembre de 1983. Poeta, narradora, crítica, editora, promotora y gestora cultural. Egresada en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Cursó durante varios años el taller de creación literaria impartido por el poeta Julián Castruita Morán en el Instituto Politécnico Nacional. Entre 2004 y 2007 fue miembro del Foro de la Décima Irreverente liderado por el productor, editor y etnomusicólogo Rafael Figueroa Hernández. Ganadora del segundo lugar en el Concurso Interpolitécnico de Poesía en 2001, y del primer lugar en 2002. Ganadora en 2012 del tercer lugar en el certamen de cuento Ciudad Imaginada organizado por Office Max y el Gobierno del Distrito Federal. Colaboró en 2013 con la Academia Mexicana de la Lengua en la revisión, corrección y actualización del Diccionario de mexicanismos. Su obra poética y narrativa ha sido publicada en diversas antologías y revistas impresas y electrónicas.