LO QUE PASA

por Guillermo Santana

Los minutos son aves grises de ciudad que se posan en los brazos después de haber roto el limen del tiempo, la fractura virgen del instante.

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Lo que pasa en tu sofá es que no sé dónde colocar las manos en la extensión desértica de tu piel, el manantial donde breva el fauno y deshielan las montañas.

Lo que pasa por mi cabeza es el asesinato de la sensibilidad, el contacto de las pocas relaciones que he formado y al mismo tiempo, he roto.

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He hundido las manos en el cuello de mis demonios,

he encerrado un ángel en una habitación donde solo hay botellas de agua para el fin de los tiempos,

he pasado la noche dormido sobre sábanas de sangre, en el silencio deshojado de un millar de segundos, pedazos de tiempo nacidos para morir.

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Has pasado la tarde encima de mi cuello,

has abierto las palmas de mi tacto y el vacío de mis ojos. Cuando paso mi lengua por tu cuello soy el animal sediento que encuentra la fuente de agua y que revive.

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Sin embargo, nada es perfecto,

cada uno se tragará el semen de su propia existencia, el genoma progenitor que sucede al pecado en la antesala.

Tenemos la culposa presencia, la culpa de haber nacido en esta ciudad acuosa hundida bajo el peso de humo es su cauce mojado.

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Cada uno morirá con el peso de su existencia, con la agonía de los primeros sonidos de claxon que nos recuerdan lo cerca que estamos de la muerte cada día, en la búsqueda de la inmovilidad, en los tactos no concluidos, con la sentencia de haber dejado todo y haber andado por un camino nuevo.

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Pero pasa que el deseo todo lo anda y todo lo desanda,

que las trompetas del Apocalipsis se levantan en una sinfonía mientras nosotros miramos el mundo ardiente en un sofá donde habrá pasado un ejército nacido en tu piel que se dispone a la guerra,

lanzas fracturadas,

intentos suicidas,

embestidas abiertamente declaradas.

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Al final es cierto, moriremos bajo la radiación solar que es cáncer del mundo,

moriremos tarde o temprano,

alejados de la calle donde corrimos de niños, con la tristeza de mirar el piso,

y vacíos.

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Lo que nos sucede últimamente ya sucedió antes. Tuvimos amantes que dejaron este vacío de palabras en la cama, miramos el caleidoscopio de la noche como lo único que existía.

Pero el tiempo cambió de ritmo,

un nuevo ciclo circadiano hizo este jetlack en la mente.

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Ciertas mañanas detonamos la percusión perfecta entre el metal y el piso de concreto, hueco de un edificio de los años setenta. Los dientes fueron filos de obsidiana para la tecnología del miedo, y las cicatrices que hicimos en la piel quedaron como marcas de agua.

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Ciertos días arreglamos el mundo, confeccionamos un camino de seda, bajamos al infierno solo para probar que no había mejores amantes que tú y yo.

Ciertos días subimos a un avión solo para probar nuevas formas de hacer el amor,

hacer realidad los sueños, sentir el juego sexual en el peregrinar sintiendo la ligereza de una pluma de pájaro.

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Es más, hicimos de tu sofá nuestro lugar favorito, hicimos que los ángeles bajaran por elevadores para escuchar el amor cuando desdoblamos la voz e inventábamos formas nuevas de hacerlo;

corrompíamos el silencio del sueño,

el amanecer de la respiración contenida.

El atardecer gritó que había otro mundo que explorar debajo de la sábanas.

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¿Cuántos siglos son insuficientes para el hambre de nosotros?

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Para volver siempre a ese lugar donde decretamos el amor la primera vez, donde consagramos las horas en las que uno no llegaría a ninguna parte observando la copa de los árboles, en su quietud relativa, el movimiento provocado, repentinamente, por una ave pequeña.

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Entre tu y yo,

vuelos de aves

sueños del buitre que se come a sí mismo por las alas, el descanso o el anidar sobre la arena constante,

una clepsidra.

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Tu ritmo es la encarnación que cae como una gota de agua encima de mis partes deseando la inmovilidad de tus brazos amarrados a la proa de una cama, el abrasar infinito, un camino de hormigas en la planta de los pies, ráfagas de lluvia, relámpagos.

Las células trasmutan y se imaginan en la garganta.

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Tú en la inmensidad de la tarde, perdida en mi lengua,

tú en la inmensidad de un universo formado de líquidos y ritmos. Tú en la orilla de la mesa, en el ardiente vértice de este tiempo, ardiendo en la inmovilidad de este litoral que creamos con agua, sal, flores de mar y nada.

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IMAGEN AL EXTERIOR

Sin título >> Fotografía >> Guillermo Santana

Guillermo Hernández Santana. En el ámbito académico, es lingüista por la ENAH y maestro en Estudios Mesoamericanos por la UNAM. Realiza trabajo etnográfico y lingüístico en la comunidad comcaac (seri), en la costa del Desierto Sonorense. Particularmente estudia cómo es el tiempo y las representaciones sociales entre los comcaac. En 2016 fue galardonado con el premio de lingüística Wigberto Jiménez Moreno a la mejor tesis de maestría. En el ámbito literario, ha cultivado diversas formas poéticas, tal como el Hai ku y el verso libre, asimismo escribe ensayo habitualmente. En 2007 ganó el Segundo lugar en el concurso de poesía organizado por la librería El Laberinto. Funge como editor de la revista Piedra, papel & tijeras. Sus obras, tanto académica como de creación literaria, se encuentran publicadas en diversos medios impresos y electrónicos. Colabora en Sombra del Aire desde abril de 2017.

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