El señor Eñe es el mejor amigo de la señora Hache, comparten memoria de cuando niños, y que eran llamados con el adjetivo “minúscula”. No recuerdan de cuánto tiempo, pero saben que el destino los había juntado por que los dos, a su manera, eran letras inadaptadas. Eñe, en esa amistad excluida, era quien por su corto alcance, al referir palabras, sufriera más las consecuencias, pero a pesar de ello, se desenvolvía con carácter y siempre fue un signo de buen desempeño.
Un día de letras sueltas la señora Hache amaneció triste y no podía expresarlo con palabras. Cabe redundar, en este preciso momento, que la señora Hache es muda. Ese día permaneció en su cama, echada y sin ahínco. Cuando el señor Eñe hizo su arribo, se preocupó por su estado. A modo de señas, la señora Hache se hizo entender. Dijo que se sentía mal por no encontrar una palabra que los emparentara, a ellos dos, como amigos cercanos.
Nunca había pasado por Eñe, tal pensamiento, porque creía que la amistad va más allá de simples palabras, pero estaba decidido a encontrar esa conjunción de letras que cumpliera con lo que la señora Hache solicitaba; la obligada para la hermandad. Dudaba de su desempeño, por su condición de corto alcance, pero la amistad estaba por encima de lo que aquella aventura literaria trajera en consecuencia.
Fue todo un reto para el señor Eñe salir de su encerramiento. Su amistad duradera lo empujó a visitar lugares lejanos, a salir de España, rebuscar en papiros viejos y alfabetos olvidados que le abrieran el campo de lo legible. Llegando a América, se buscó, a él y a su amiga Eñe, entre las palabras del país llamado Honduras, creyendo que por su condición, de ser un país que las llevaba en su gentilicio, la encontraría. Habiendo fracasado, continuó hacia el norte, empeñado a indagar en lo más recóndito de la historia de los signos y sus raíces.
En territorio mexicano topó con un habitante de nombre Equis. Su figura era la de dos líneas cruzadas que en su nombre no lo contenían. Era de las letras menos populares y sin embargo, se ceñía a México con identidad y se sentía orgullosa de ello. De Equis podía pensarse como una inadaptada y sin embrago permanecía por tradición. Entrados en confianza, la señora Equis le contó la historia de su mejor amiga, a la que llamaban la inútil Ka, y que era bien utilizada porque se acoplaba a palabras extranjeras, como “kimono” y “karaoke”, y formaba parte, también, de las veintisiete letras disponibles al castellano.
El señor Eñe llegó a la frontera con México, donde fue bendecido por la señora Equis, y cruzó nadando hacia Estados Unidos. Era un territorio donde no podían mencionarlo, ni escribirlo, por no encontrarse dispuesto en su lengua ni en los teclados gringos. Le decían Enie, para bien acoplarlo, y lo trataban con desdén. Andando por aquellos rumbos, el señor Eñe conoció a Doble V, una letra que usaba el espanglish para hacerse entender con la comunidad latina. El señor Doble V, o Double U (léase dobol yu), como era conocido en el país americano, lo hizo sentir bienvenido. Walk conmigo bato, le dijo Doble V, y haciéndose de adverbios inexistentes, como basurear, que para él significa buscar entre la basura, le hizo escudriñar en los diccionarios y hemerotecas, de cabo a rabo, sin resultado positivo.
En la blanca Alaska el señor Eñe terminó su recorrido. Al sentir el frío de la ausencia, y la extensión de la lejanía, decidió regresar con la señora Hache. No podía engañarla inventando palabras inexistentes. Alheño estaba de no haber hallado la respuesta, pero traía consigo el fervor de haber llegado a lo imposible de los signos, por amistad.
Ya de regreso encontró a la señora Hache en su casilla, preparando un té de alhuceña, al verla le dijo que le gustaba regresar a ese su espacio Hogareño. Entonces la señora Hache, al escucharlo, le volvió la mueca de su guion medio, figurando una sonrisa, y así los dos disfrutaron, en su reencuentro, de aquella nueva hazaña en las tantas letras, que en peripecia se juntan e intercambian, para generar mil historias como ésta.
Fin
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