EL RECONOCIMIENTO
“¡Dime cuál es tu nombre en la rivera de la noche plutónica! / Y el cuervo dijo… (El cuervo-Edgar Allan Poe)
Encalla el galeón de sueños debido a la tormenta. Siloh despierta a la realidad nuevamente sobre el sofá en el largo pasillo blanco. Un hombre al fondo realiza remodelaciones al mismo. El pequeño acude a su encuentro, curioso por el nuevo color que tomarán dichas paredes. Sin percatarse de la pequeña compañía, continúa el trabajador su labor desde la escalera. Siloh toma su pantalón y lo jala en repetidas ocasiones. Tras algunos intentos, el hombre al fin lo mira y desciende peldaño a peldaño, arregla su gorra y observa a Siloh.
—Buen día señor, ¿por qué pinta ahora de rojo?
—Es mi trabajo —responde el hombre.
Ahora en silencio, decide volver a lo suyo, escalar los peldaños y continuar pintando. Siloh vuelve al sofá, inquieto por la situación. Un instante después, los Yavin salen de la habitación. Jaime toma en brazos a un agotado Siloh, quien no pudo conciliar el sueño la noche anterior. Agradecen a la persona dentro de la habitación. Disimuladamente, a través del rabillo de la puerta, mira hacia dentro. Para su sorpresa, un color carmín en las paredes es visible, objetos extraños cuyo uso Siloh desconocía, y una mujer de un color de piel profundo, como la misma noche. No le devuelve la sonrisa, en un breve instante la puerta se cierra y los Yavin con el pequeño abandonan el lugar.
Reconfortante estancia la de viajar en auto, Siloh se siente seguro y aborda nuevamente el galeón onírico. Viaja al orfanato, con sus compañeros. Juega con la madre Urpin. A pesar de una atmósfera tranquila en la que se desenvolvía su mente, un hilo oscuro, latente, atraviesa punto a punto su letargo.
“Buu ahí, buu ahí…”
Escucha en el espacio. Aguza el oído en sueños y presta más atención.
“Bub ahí… Buba ahí… Buu ahí…”
Quiere despertar al instante. Algo lo somete y aprieta con fuerza. Emite un grito.
Cae al suelo.
Jaime Yavin desciende mientras se lleva la mano derecha a la boca, producto de un golpe propinado por Siloh. Sonia Yavin desciende y ayuda al pequeño a incorporarse.
—Fue todo una pesadilla, niño, no tienes por qué alterarte de esa forma —dice Jaime, molesto con la situación.
Sonia lo mira y con la sola mirada le pide callar y apartarse del sitio. Entra a casa con Siloh en lo que Jaime recoge las cosas del auto.
La tarde transcurre sin problema alguno, la noche será una prueba mayor. En su habitación, Siloh recuerda el sueño, sin temor alguno a revivirlo; sentía una muy incómoda y extraña curiosidad cuando la sombra repetía “buu ahí”; cada una sonaba muy distinta. Una figura de un niño jugando a las escondidas, tal vez alguien que quería ocultarse.
¿Quién era el niño sobre la cama?
Vuelta a vuelta, revisa los rincones de su habitación. En la esquina del armario, vuelve a colocarse en cuclillas. Espera un momento, aclara su mente. Salta el recuerdo de su primera noche en el orfanato, cuando la madre Urpin fue hasta detrás de un armario donde se había ocultado por temor a los truenos durante una tormenta. Los días siguientes, la habilidad de Siloh para hacer amigos y la de encontrar cosas era muy buena. Halló una gran cantidad de llaves que las hermanas del convento perdieron y la madre Urpin en miles de copias había gastado.
Abrió los ojos y la mente, aclarada lo suficiente, le hizo pensar que dentro del viejo armario encontraría algo, la gente guarda cosas en esos lugares muy a menudo.
—¡Siloh, la cena! —grita Sonia.
Sonido de cubiertos sobre los platos, único durante el tiempo de comida.
—¿Algo que debas decirnos, Siloh? —pregunta Sonia.
Siloh continúa comiendo sin dejar de ver su plato y dar alguna respuesta a sus observadores.
—Siloh, tu mamá te hizo una pregunta —espeta Jaime.
Sin responder a nada, ambos exhalan un largo suspiro. En la mente de Siloh ronda sólo una cosa, la cual posiblemente descubrirá durante la noche.
Alista su mente para el evento, no tardará en llegar. El tiempo se va de sus manos, la luna cuelga ya del cielo y, alumbrando la habitación del pequeño Siloh, lo invita a soñar. Requería valor para dormir y soñar. El cansancio, al final lo vence.
Vuelve al orfanato. Nuevamente, en la atmósfera aquel hilo oscuro va tejiendo su sueño, el cual lo llevaría nuevamente a elegir puertas. La noche anterior ingresó a su habitación, al ver a un niño sentado en su actual cuarto y a los Yavin llevando un pastel de cumpleaños. El pasillo, con color blanco y el pintor de fondo, le esperaba. Decide volver sus pasos hacia arriba y halla nuevamente la puerta cerrada. Resta una puerta: la salida del orfanato. Al abrirla, un destello sobre sus ojos le enceguece por un instante.
Verdes campos alrededor. Clima templado, con leves vientos y un sol cálido con refulgentes tonos naranjas. Sonidos de calma atraviesan el río a lo lejos. Aquella atmósfera no es del todo mala para este nuevo sueño. Siloh corre por el lugar, salta de aquí para allá. Trepa un enorme árbol. A lo lejos, nubes grises ya se acercan anunciando la llegada de una lluvia.
“Buu ahí, ya te ví”, escucha a lo lejos, seguido de dos risas: la de una mujer y un pequeño. Desde el árbol, intenta divisar de algún modo a las personas que repiten las palabras. Siloh sube más alto en el árbol. La madre Urpin le recordaba todos los días, que subir muy alto era sumamente peligroso. El chico jamás obedeció y siempre llegó hasta la copa del árbol para los atardeceres. Una vez en lo alto, el grisáceo cielo se posó sobre él; la pesadilla había llegado y no podía retroceder.
“¡Buu ahí! ¡Buu ahí! ¡Buuuuuuuu ahí!”
Eco a eco, los gritos de la mujer penetran los oídos de Siloh, haciéndole perder el equilibrio. Cae del árbol hacia el enorme río. Gélido clima, viento chirriante, maremoto del cielo y en las aguas, Siloh lucha con todo el poder de sus extremidades para mantenerse a flote. Gritos de todas partes de su entorno, en la lluvia repiqueteando en su rostro, en el agua entrando a su interior. Una fuerza lo hunde y ahí puede verlo.
Se forma una enorme burbuja bajo el agua, emana como un grito de horror a la superficie. Halla el cadáver de un niño en el fondo del agua, muy parecido a él. Brazo a brazo, comienza a nadar, ni siquiera recuerda si alguna vez aprendió, mas, el sentido de supervivencia consigue cualquier cosa en el ser humano. Todo es un sueño, quiere convencerse de ello.
Por extraño que suene, él puede construir el sueño a pesar de la pesadilla. Imagina el enorme armario y de pronto, en una saliente aparece. Con fuerza, sube al mueble. La puerta se abre y una mano putrefacta lo arrastra dentro, nadando ahora en oscuridad y silencio. Mientras ingresa al sitio aquél, Siloh puede ver el agua entrando a raudales, sin tocarlo, sin un atisbo de ruido. Halla la paz en la oscuridad del mueble, paz interrumpida por un grito proveniente del mundo real.
Los Yavin acuden hasta la habitación, escuchaban a Siloh gritar, mas no podían encontrarlo. Golpe a golpe, el niño sale del armario, tirando ropa y objetos dentro de él.
—¡Siloh! Niño, ¿qué has hecho? —dice Jaime Yavin, molesto por levantarse de madrugada a auxiliar al niño asustadizo.
Sonia, más comprensiva, lo toma en brazos y trata de calmarlo.
—¡Esto ya no es posible! ¡Necesito que esta locura termine lo más pronto posible! —se queja Jaime, envuelto en una llama de rabia creciente.
—Guarda la calma, mañana iremos a solucionar estos problemas, ¿acaso no puedes esperar, ser paciente? También estoy aquí, despierta, junto a ti, ante todos estos problemas.
Comienza una guerra de posturas entre los Yavin. Siloh, adormilado, extrañamente sostiene en su mano derecha la fotografía de un niño. Interrumpe la conversación un momento, preguntando a Sonia:
—Señora Yavin, ¿quién es este niño?
IMAGEN
Gargantua y Pantagruel >> Gustave Doré., Francia, 1832-1883.
Jezreel Fuentes Franco (Lord Crawen) nació el 29 de Junio de 1986 en la Ciudad de México. Estudió Ingeniería en Comunicaciones y Electrónica en el Instituto Politécnico Nacional; desafortunadamente, su pasión por la literatura y la música lo lleva a formar parte del taller de creación literaria impartido por el profesor Julián Castruita Morán y del taller de creación literaria impartido por el profesor Alejandro Arzate Galván. Participante de Concursos Interpolitécnicos de Lectura en Voz Alta, Declamación, Cuento y Poesía. En 2014 fue finalista del Concurso Interpolitécnico de Declamación. Participó en 4 obras de teatro de improvisación, las cuales fueron presentadas en los auditorios de la Escuela Superior de Ingeniería Textil y en el Cecyt 15. Ha realizado ponencias en eventos de “Literatura del horror” en el auditorio del centro cultural Jaime Torres Bodet. Publicó algunos trabajos para el portal electrónico “El nahual errante”. Actualmente, se desempeña como ingeniero de procesos de T.I.