Por Eleuterio Buenrostro
Don Altavoz anuncia la llegada del camión de carga a lo largo y ancho de la bodega. Las puertas del galerón abren. Los montacarguistas bailan a un compás ordenado. Apilan hileras de materia prima, sustrayéndolas de las cajas. Un nuevo empleado, apodado Fulano Cualquiera, revisa, con la ayuda visual, cada lote. Se esmera en mandar las tarimas al lugar que le corresponde. Malaquías Velocino, el saxofonista, lo aborda presentándose: Me dijeron que eras nuevo aquí, inicia, y que eres bueno para el saxofón. Tengo una banda de jazz y me gustaría que formaras parte de ella, anticipa y lo cita, a la hora de la comida, al exterior de la fábrica.
Cada bulto es retirado del área de carga y descarga. Recorren el camino, entre líneas verdes que delimitan el transitar de los pallet jack. Un viejo empleado de nombre Enrique —apodado Henry Jack, por su cargo—, jala de una de las carretillas hasta ingresar al área de transformadores; deposita el entarimado en un sitio marcado y espera. El encargado del área es Adrián Espino, el baterista, inspecciona la correspondencia del material y firma una hoja de admisión. Henry le entrega un sobre cerrado de Velocino. En la nota es convocado al exterior de la fábrica y le pide que notifique a los demás.
El material es desemplayado y uno de los rollos de alambre de cobre le es dado a Leo Muñoz, el contrabajista, con órdenes de ser entregado, junto con la cita, al ingeniero Orlando Domínguez, el tecladista del grupo y jefe del área de RMA. Leo lo topa en el camino y entrega el carrete de alambre y la invitación: Velocino quiere que estemos todos, para que le avises a Sanguino. Orlando regresa a su área de trabajo y deposita el rollo de cobre sobre la mesa de materiales. Llama a Sandro Sanguino, el guitarrista, y le informa de la reunión, quedando notificada la banda completa.
Al poco tiempo que Industrias F. L. comenzó a funcionar con formalidad, Francisco Falquez Lasso, el Orquestador Verdadero, mandó hacer una doble ventana de vidrio polarizado, en la que llamó: la sala de juntas importantes, a un costado de su oficina. El polarizado era tan efectivo, que aun con las luces encendidas no se lograba divisar desde el exterior. La sala de juntas estaba en la parte superior de la fábrica y permitía ver al conjunto desde las alturas: la línea de ensamble, transformadores, la soldadora de olas, la dobladora de metal, el torno, etc. La planta había logrado expandirse desde iniciada. Los cubículos bajos no tenían sotechado, y aunque estuvieran delimitados por paredes, se podía ver a quien estuviera al interior.
El compás de la fábrica se escucha normal desde las alturas. El día entona como cualquier otro. Francisco Falquez Laso, aprovechando el buen inicio, monta un acetato de The Animals, su álbum homónimo, sobre el tornamesa y punza la aguja sobre la primera canción del disco: The House Of The Rising Sun. Para cuando Eric Burdon inicia a cantar, el señor Falquez descansa sobre su asiento y sorbe el primer coñac del día, el que acostumbra tomar a solas, cada mañana, para soportar la presión de los trabajadores en la planta.
A la una de la tarde se experimenta una pequeña libertad en la merienda. Algunos empleados salen del comedor, al exterior de la fábrica, para ventilarse. Malaquías, Adrián, Leo, Orlando y Sandro esperan la llegada de Fulano Cualquiera. Llega quince minutos tarde. Su cara es relajada, disímil a la expuesta por el grupo de jazz. Velocino carga su saxofón y lo tiende a Fulano para que muestre su potencial. El nuevo bodeguista le quita la pipa y la entrega a su dueño. Sustrae un pañuelo, lo tiende sobre el capó de un carro y desenvuelve la suya, mostrándola con beneplácito y ejerciendo un ritual que termina al acoplar la pipa al saxofón de Velocino. Malaquías se siente incómodo, pero conviene al acto. Fulano Cualquiera toca un solo largo, excediéndose en el tiempo destinado a la comida. El saxofón suena libre, traspasando los límites del conjunto industrial. Nadie se atreve a molestar al artista, fueron cautivados por su maestría hasta el final, cuando el instrumento es entregado sin pipa y sin vida a Velocino.
Los empleados comunes regresan a laborar y Velocino, Espino y Domínguez, que eran de confianza, retienen a Fulano para hablarle del grupo: somos la súper eficiente manada de Jazz, se presentan, y entusiasmados formulan los planes para que se integre al grupo. Fulano Cualquiera los escucha, sin decir nada, y se deja guiar hasta la bodega. Uno a uno, los empleados, se integran a sus labores y solo Velocino, que era de los superiores, lo lleva hasta su área de trabajo. Estando a solas Fulano pregunta sobre el nombre: ¿por qué “manada de jazz” y no “manada del jazz”?
Una historia Maquilesca, que es como las urbanas, pero contada desde las vivencias de la maquiladora, refería que Jazmín Fierro había sido una chica que, no habiendo soportado la visceralidad del trabajo, se había suicidado al interior de la fábrica. No se sabía si la historia era real, ya que la fábrica había pasado de mano en mano y los peones y la historia habían cambiado con el tiempo. Aprovechando el rumor, Velocino ideó que Jazmín había sido la primera vocalista del grupo. Originalmente se llamaba “la banda de Jazzmín”, después se le cambió “banda” por “manada”, porque en sus inicios les decían que tocaban como bestias. La emoción le ganaba, a Velocino, por contar el porqué de llamarla “la súper eficiente”, y de que les gustaría que Jennifer Lepes, de quien se decía tenía muy buena voz, se integrara al grupo, pero si Fulano Cualquiera formaría parte del grupo, ya habría tiempo de confiarle la historia completa.
Esta noche ensayaremos en mi casa, para que te integres, decide Velocino, acostumbrado a dar órdenes. ¿Y qué te hace suponer que voy a aceptar?, pregunta el nuevo bodeguista. Me han dicho que tocan mal y necesito escucharlos para saber si están a mi nivel. Y otra cosa, agrega, dejen de llamarme Fulano, soy Jacinto y no me importa si los empleados no duran en mi puesto, quiero que me llamen por mi nombre. Malaquías Velocino advierte en los ojos del empleado, expresan serenidad e independencia. Aparta los suyos, tratando de no exponerse, adoptando un recurso utilizado en las maquilas para subsistir. Ya no le dice donde será el ensayo, deja a Fulano, en su primer día de labores, a que se adecue a la faena para la que fue contratado y regresa a su área de trabajo, donde aún es el jefe.
Jennifer Lepes transita las áreas, con su nariz afilada. Al llegar a RMA y notar el despilfarro de personal, checa la lista de trabajo, la cual muestra poca producción. RMA es el mal necesario de una fábrica, donde se reparan las garantías que no deberían de existir. Lepes advierte que no hay tarima de garantías, tampoco advierte a Orlando Domínguez, el encargado, al pendiente de su área, ni en su cubículo. Jennifer se dirige hasta el área de carga y descarga. Observa que hay alguien nuevo, sin instrucción precisa, sino la de la ayuda visual que le ha sido insuficiente. Observa la tarima de RMA solitaria, aún en la bodega. No le llama la atención al nuevo empleado, busca al superior de Orlando Domínguez, que es Velocino.
Velocino llega a RMA jalando el pallet jack con fuentes de garantía, seguido por Fulano Cualquiera y Henry Jack; lo cual no es un buen indicio. Ver a un superior hacer las labores de un subordinado, además de ser disfuncional, significa una carga de enojo imposible de soportar. Velocino inicia gritando para confrontar a Orlando Domínguez: ¿Tú sabes lo que es manejar a dos mil quinientos empleados, con un subgerente por cada cincuenta, de los cuales tú eres uno de ellos, para que un problema al que llamas “menor”, el de no haber recibido la tarima con garantías, no lo puedas solucionar? Los dos mil quinientos empleados a mi cargo, ese es un verdadero problema, no los tres San Pendejos a los que he tenido que sustituir el día de hoy. Lo creo del nuevo bodeguista y de Henry, por ineptos y desgraciados, ¿pero tú, Orlando Domínguez? Que estés comiendo monda tú; no me chingues por favor, termina Velocino, pasando el contagio de furia recibida por parte de Jennifer Lepes.
Orlando se dirige a la lista de trabajo para ver qué tan mal iba la cosa. Al ver el cero en ella, empuja la tarima a su sitio final y teniendo la atención de todos, grita: ¡Quisiera saber por qué esta lista está en ceros! Y no me vengan con que no hay con que trabajar, porque desde aquí estoy viendo una pila de putas fuentes por reparar.
El contagio de furia es una endemia de riesgo mayor, difícil de extirpar del alma, diseminado desde la estructura laboral. Viene acompañado con un desgaste de emociones. Cuando es recibido siendo un peón menor, la reacción traspasa los muros de la fábrica, hasta llegar a las familias externas, las que no comprenden que el trabajador llega pulverizado a casa y quiere descansar. La bomba estalla en la primera reprimenda hecha por la pareja o hijo, las familias se desintegran en un instante, y deben volver a integrarse para seguir funcionando.
Llega la noche, el merecido descanso, al siguiente día hay que reiniciar con las pilas al máximo. Se repite la llegada del transporte de personal. Se checa asistencia. Se esbozan sonrisas, a veces forzadas. Una mueca de enfado se admira en los viejos pilares, el cansado Henry es uno de ellos. En el patio se espera la orden de Don Altavoz anunciando la llegada del camión de carga. Las puertas del galerón abren. Los montacarguistas bailan en un compás ordenado. Apilan hileras de materia prima, sustrayéndolas de las cajas. Mientras otro Fulano Cualquiera, no el mismo, revisa, con la ayuda visual, cada lote y se esmera en mandar las tarimas al lugar que le corresponde.
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