ESTAMPA DEL DESPUÉS

por Tania Susano

El anuncio se hizo, aunque todos, en el fondo, ya lo sabíamos. Lo supimos en el momento en el que el tiempo, ese largo tiempo, no fue suficiente. Entonces habíamos comprendido todo, nos adaptamos.

No hubo tanto caos como se esperaba, eso sucedió al principio de los tiempos, cuando nos dijeron que teníamos que guardarnos, entonces sí hubo resistencia, revueltas cargadas de enojo y miedo. Después, todo fue ajustándose solito.

Los primeros en aparecer fueron, lo recuerdo bien, los terapeutas, con sus vídeos cargados de optimismo y buena vibra. Los “coaches” del encierro, con sus innovadoras terapias para reajustar las mentes y hacer ver todas las maravillosas ventajas de estar dentro y no fuera, exponiéndose a lo que aún no estaba pero que seguro aparecería. Encontraron buena mancuerna con las inmobiliarias, que ofrecían todas las comodidades necesarias en las nuevas casas y los exclusivos fraccionamientos, con todo lo que alguien pudiera necesitar y por supuesto desear, sin necesidad de salir. El terapeuta preparaba a los pacientes, futuros inquilinos, para el encierro: conferencias, charlas, sesiones familiares, hasta una especie de lobotomías, de todo; las terapias iban de acuerdo al nivel de resistencia, hasta erradicar la más leve añoranza por el afuera, y lo lograron. Ellos no salen.

Les decimos los “sin rostro”, pues cuando vienen, lo hacen cubiertos de cuerpo completo, no se les puede ver el rostro, ni un centímetro de piel, en su lugar vemos una gama muy creativa, he de admitirlo, de máscaras de protección y trajes anti contagio. Dicen que el color y textura de su piel ha cambiado, pero cómo saberlo. Las casas de algunos son enormes, y dentro tienen de todo, un mundo pequeño, su propio mundo. Al principio estaban constituidos en fraccionamientos, conformaban una pequeña comunidad en la que había servicios y zonas de recreación: jardines, pequeñas tiendas de autoservicio, colegios exclusivos, pero nadie los ocupaba. Después de todo aún esos pequeños espacios representaban una pequeña porción del afuera e implicaban una relación física con los otros, los vecinos, extraños a fin de cuentas, que quién sabe si se cuidaban con las medidas adecuadas. Así que los clientes exigieron más privacidad a las inmobiliarias y desaparecieron los fraccionamientos, las áreas comunes se dividieron y se convirtieron en extensiones de las casas para un jardín interior o gimnasios personales. Las casas están diseñadas para limpiarse y abastecerse a sí mismas, las innovaciones tecnológicas instaladas en ellas realizan sus servicios domésticos. Todo lo que se pueda imaginar se resuelve pulsando un botón: alimentación, recreación, amor, trabajo, todo. Los que tuvieron posibilidades compraron hectáreas enteras. Los que tenían sus pueblos, de los que habían salido huyendo para venir a esta ciudad, regresaron espantados, algunos de ellos adoptaron la moda y tienen en sus pueblos sus casotas con domos y con red de alta velocidad, pues esa fue la oferta de persuasión.

Los alimentos que los abastecen por supuesto no son cultivados en el afuera, provienen de exclusivos invernaderos, abastecidos por lámparas de sol artificial y granjas del encierro. En estas granjas las vacas jamás salen pero les colocan unos lentes de realidad virtual mientras comen, y pueden ver enormes pastizales, en colores adecuados para ellas, claro, esto permite su crianza en felicidad. Los viajes se han sustituido por recorridos en realidad virtual, que dicen son mejores que los viajes físicos de antaño, y con las ventajas de la nula aglomeración que representaban los turistas. De esta forma se embarcan en cruceros y trenes, alrededor de México y el mundo, pueden elegir ser los únicos en el viaje, hay de todo, lo que el cliente pida y pueda pagar. Algo muy innovador en estos recorridos es el nulo deterioro que implicaba el paso del tiempo en la arquitectura o la inclemencia del clima, ir a Cancún por ejemplo y encontrarse con que había sargazo, o ir a la Catedral de Notre Dame y encontrársela quemada eran un fastidio y un fraude, que no tienen que pasar más los turistas de lo virtual. Las joyas arquitectónicas, las esculturas y pinturas más representativas del arte universal, gozan de una maravillosa salud, no tocada por el salvaje paso del tiempo, además de ser restaurados y modificados continuamente por virtuosas manos de aclamados artistas de lo virtual. Y qué decir de los mares y ríos que vistan, las aguas donde mojan sus pies los visitantes, son cristalinas y templadas en cualquier época del año, sensaciones más vivificantes que en la realidad.

Ya existe la primera generación de ciudadanos nacidos en el adentro, que por supuesto no conocen el exterior; lo que ha sucedido desde el primer día del encierro, es lo más trascendental de su historia. Lo demás se considera información innecesaria, para qué enseñarla, el encierro fue una maravillosa oportunidad de empezar de nuevo la historia de la humanidad, nuevos libros, nuevos conocimientos, nuevas ideologías, nuevas ciencias.

Los de afuera… ¿a dónde podíamos correr? Nos sentamos afuera de las casas, hartos del encierro a ver cómo corría la gente a refugiarse. Todo esto después del anuncio de la mutación del virus. Sacamos la bandera blanca y nos quitamos el cubre bocas. Cuando el tiempo se alargó, cuando nos dimos cuenta de que no había cura, y cuando se supuso que a este virus le seguirían otros, qué hacer. Yo me acordé de la palabra mágica que salva de las plagas y la escribí con pintura roja en el dintel de la puerta de mi casa, y esperé. No es que quisiéramos morir, nada de eso, queríamos sentir el viento en el rostro. Yo opté por saludar al sol por las mañanas y caminar por Paseo de la Reforma todas las tardes, ya no había tanto riesgo, las calles se fueron quedando vacías. Y así comenzamos de nuevo.

Ya no existen las escuelas dentro de los muros, se optó por hacer escuelas al aire libre, consideramos que es mejor para la salud de los niños, se derribaron los salones de clases y se dejaron de usar los pizarrones. Los niños sólo van a clases tres horas al día y el resto del tiempo lo ocupan para jugar y aburrirse, sobre todo se cultiva el arte del aburrimiento que lleva al arte del descubrimiento. Se nos enseñó a cultivar en huertos, y cada quien obtiene su alimento. Intercambiamos y vendemos el resto, nuestros propios alimentos al aire libre. Al reducirse la población de la ciudad, el aire se volvió mucho más limpio. La industria casi tronó por completo, lo que quedó se trasladó al mundo del encierro, así que tuvimos que volver a los pequeños talleres. “Cada cual desempeña su oficio”. Hemos tenido el privilegio de ver cómo la maleza ha abrazado a los grandes edificios que ocupaban los centros comerciales, hay algunos artistas ecológicos que los intervienen y les dan formas muy surrealistas.

He de admitir algo, “se está mejor”. Ellos se alejaron de esta ciudad y de sus puestos de tacos y del caos; se llevaron sus autos y sus casotas con domo, a las afueras, y nos dejaron todito el espacio. Aún no tengo auto, pero poca falta hace, viajamos en el metro, que rara vez se aglomera, y en bicicletas, ya no padecemos de tráfico. El trolebús y el metrobús han innovado en sus viajes, recorridos para conocer la Ciudad de los Palacios, para la gente que anda con tiempo, que afortunadamente ya es mucha. Prevalecen los festivales de comida callejera y mercados. Así como los cafés y restaurantes al aire libre.

Lo más importante que se hizo fue acondicionar el afuera para los más pequeños. Se volvió a enseñar a andar en bicicleta, en patines y patinetas. Y a partir de esto se conformó el plan para devolverle la calle a los más jóvenes. La idea partió de recordar que antaño, en tiempos muy remotos, la vida de los niños ocurría afuera, así pues, se crearon consejos, guardias, y poco a poco se le devolvió la ciudad a los más jóvenes. La Alameda Central, así como los parques España y otros, son ahora de ellos.

Nos seguimos muriendo y enfermando como antes, como siempre, no llevamos la cuenta de los muertos pero no hay hospitales repletos y estamos a punto de erradicar en esta ciudad la diabetes, o sea que algo hemos de estar haciendo bien. El crematorio y los panteones son los únicos lugares comunes, al final, tanto los de dentro como los de fuera, vamos a dar al mismo sitio. Ellos, por alguna razón, se deshacen rápido de los cuerpos de sus muertos, no exigen crematorios ni panteones especiales, no salen a visitarlos, así que no hay necesidad de tumbas monumentales. Nosotros hacemos fiestas del adiós y tampoco volvemos a visitarlos.

Acá afuera es de mal gusto llevar la cuenta del tiempo, ya no hay relojerías. Yo, me sigo reuniendo algunas tardes con Nidya en el Parque de la Bombilla, bebemos té de Jamaica, charlamos de libros y compartimos  utopías.

 

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Joyas telúricas >> Amador R. Sánchez

Tania Susano es egresada de la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesionista independiente en la enseñanza del español, la Literatura y el Fomento a la Lectura. Lectora en voz alta de los montajes Las Insurrectas de la Literatura; La Tierra Que Nos Dieron, conmemorando al escritor Juan Rulfo y El Amor, recital de poesía y música. Docente del Diplomado Interdisciplinario para la Enseñanza de las Artes en la Educación Básica, que dirige el Centro Nacional de las Artes.

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