No soy santo de ninguna devoción, ni devoto de ningún santo, sin embargo, como fiel parroquiano, hubo que hacerle los honores a san Patricio.
Al principio confundí este festejo con el Bloomsday —lector, lectora, tendrás que dispensarme—, por aquello de la chelay, además, recordé a mi amigo Alejandro Toledo quien es especialista en el Ulises de James Joyce y, que alguna vez me invitó a vivir ese día en que la cerveza —como en san Patricio— es uno de los principales actores. Ahora sé que el beato y Bloom son dos personajes distintos y con sus propias celebraciones parroquiales. Sólo quiero decir en mi defensa que ambos tienen que ver con Irlanda.
Pues, bien, regresando a Patricio, no tengo la certeza en cuanto a por qué de la cerveza. Supongo que por ser una bebida tradicional irlandesa, así como el trébol un símbolo de aquellas latitudes no deben faltar en esta fiesta.
Así que para fomentar el culto, el centro de la Ciudad Monstruo era la opción. Pasé por La Castellana, lamentablemente estaba hasta el tope —había que reorganizar el plan—. En ese momento la memoria no me daba para mucho y no se me ocurría ningún lugar.
De pronto la epifanía: en la calle Venustiano Carranza, en el número 49, el Bar Mancera. De principio, y por prejuicio, la palabra “Bar” no terminaba por convencerme —demasiado contemporáneo para mis gustos—, después, ya parado en el umbral del local y con el elegante interior expuesto ante mí decidí entrar. Una cúpula repujada de adornos y madera cubría mi cabeza, cuadros —como sacados de la corte de algún noble novohispano—, mesas milimétricamente ordenadas y con toda la elegancia francesa proveniente de principios del siglo xx porfiriano, me llenaron la pupila. Al observar el bar noté que tenía todo el protocolo, detalles, parafernalia, de lo que una cantina —que presumía de serlo— debía tener, sin más me enamoré. Luego de unos segundos —como sucede con el amor después de los primeros meses— la realidad me sacó del idealismo y pensé en la cuenta, seguro tendría que empeñarle mi alma al diablo, pero, hasta entonces, estaba seguro que valía la pena. Fue, así, que —firme y fielmente— tomé una mesa y al recibir el código QR —la modernidad me alcanzó—, de inmediato me fui a buscar las bebidas. Entre cocteles y tragos refinados, por fin, llegué a las cervezas. Estaban, de entrada, las comerciales, las clásicas y, al final, las llamadas artesanales.
Una porter, tan oscura, tan negra como la noche, tan brillante —como los ojos de quien me acompañaba—, tan cerveza, llamó mi atención —Ticús se llamaba—. Sus notas de café, su espuma color avellana, su cantidad precisa de lúpulo estallaron increíblemente en mi paladar. Tal placer dio paso a otro placer: la poesía.
Para ello, en mi mochila —entre un diario, un Kindle y un desodorante—, como polisón, sobrevivía una edición de Poesía, 1935-1968 de Efraín Huerta y, no sólo era una publicación de 1968, además tenía una dedicatoria a su “terriblemente adorada” hija Raquel. Ansioso llegué a la página 79 y leí en voz alta —para Ojos Brillantes y, claro, también para mi propio goce— la Declaración de odio.
Bebí otra Ticús. Ojos Brillantes me siguió con su segundo Bombay. Escuchamos varias canciones rockeras de antaño, algunas contemporáneas y, un par de clásicas —del charro de Huentitan, claro, hubiera preferido de José Alfredo, pero “no siempre puedes obtener lo que quieres”. [1]
Salí agradecidísimo con aquel lugar, con los santos, sobre todo con Ojos Brillantes.
La noche me esperaba con lo que podría ser una tormenta.
¡Ya qué más daba!
Seguro estaba que al llegar a casa debía prenderle una veladora a Patricio, el santo, que por esa noche fue de mi devoción.
Marzo, en la coda, Ciudad Monstruo, año de las sorpresas luego de fin del mundo, 22/23
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Nota
[1] El título original es You Can’t Always Get What You Want, rola de The Rolling Stones.
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IMAGEN
Autorretrato con Fernando de Regoyos en el Café de la Coupule, Montparnasse >> Óleo sobre lienzo >> José María Ucelay
Víctor Hugo Pedraza llegó al mundo en la coda del noveno mes, del año 77, del siglo XX. El mismo día, en el que, muchísimos años atrás, fue fundada la Universidad Nacional Autónoma de México, de donde egresó en la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas. Después, activista social, editor y siempre poeta. Sus vivencias le alcanzaron para escribir el libro Poesía publicado en 2014 por Baba Editorial. Colaborador en diversos medios y publicaciones electrónicas e impresas. Impresas, también, sus fotografías, cuyo gusto ha cultivado desde que una cámara llegó a sus ojos. A sus oídos la radionovela y, sí, ha participado en la producción de alguna de ellas. Ecléctico de por sí, y por tanto, oscilante entre la Ciudad Monstruo y el Bajío mexicano.
Por el momento es todo, seguramente, después, con el tiempo y los pasos, podrá contarse algo más.