ÉL Y LA OJIVA

por Alberto Curiel

Por Alberto Curiel

―No sé por qué insistís en contradecirme de esa manera. No hay nada peculiar en este asunto, viejo. Lo que ocurre ej que sos un desprevenido que ha caído en la trampa de la idealización, la manipulación occidental ¡Sos un maniquí!

Sí, sí, cebá más mate, te hará falta. Ahora mismo te relataré lo que para ti es un evento estraordinario, para que te cashes la boca de una buena vez. Me exajperás, groso. Es tan común aquesho por lo que te dejvives en versos que da náuseas. Mirá… Pero, antes debo hacerte entrar en papel, detasharte el contexto histórico.

¿La hierba para el mate? Está en el segundo cajón de la alacena… esa no, esa se fuma, a menos que querás experimentar con una bebida relajante y hedionda, el experimento de la década, hermano. Intentá, seguro no terminamos más locos de lo que sha estamos.

Bien, ¿en qué estaba? ¡Oh, sí! Escuchá:

Sho ya había entrado en dos contiendas de esta categoría en circunstancias previas, de la última salí increíblemente dañado; contiendas que encontrarías maravishosas, espléndidas, y que para mí fueron terribles. Nada grato sale de una guerra, che. Más de tres años estuve en cama, sometido a tratamientos múltiples, empíricos. ¿Vos sabés lo qué es eso? Vos shamás a eso mágico. ¿Recordás aquesha provincia africana… y la despiadada zona de oriente?

Bueno, después de un largo período de cirugías del alma, de recurrir a chamanes y brujos, desintoxicarme, repararme no sé cómo, shegó el imprevijto. Fui shamado nuevamente, obligado, ¡sentenciado sin poder meter laj manos, che! Sho estaba de lo más tranquilo, no quería maj problemas. Era un alcohólico funcional, buen tipo, ¿qué más querés?

¡Doj veces estuve cerca de morir!

¿Por qué reís? No, no, nada de hipérboles, el poeta eres tú.

Sí, sí, entonces tenía mis credenciales vistosamente colocadas, veterano de guerra irrefutable, soldado sobresaliente, increíble, ¿no? Ahí me tenés, de vuelta en el campo de batasha, completamente solo, valeroso, pero nadie me advirtió sobre lo que habría de ocurrir, jamás pude prepararme para tal tormento.

Vení, vení, que esto te lo digo al oído: Sho vi caer la ojiva más letal que podrás imaginar… Pormenorizadamente. Viví de milagro, viejo, pero sucumbí, es imposible salir bien librado de aquesho.

Bebía una copa de whisky, fría, vos sabés lo que me gusta el whisky. Es verdad, no nos gusta, me deleita el ron, qué más da. Gozaba plenamente de mi facultades, con dos o tres camaradas rodeándome, música flotando, risas y todas esa cosas que abundan en las tertulias que son muy parecidas a laj borracheras. Dejé mi escudo en el suelo, pibe, alguien lo tomó, quedé expuesto, era un blanco directo, fácil… Y ahí la vi.

La puerta se entreabrió pasmosamente, como dándonos un susurro suplicante, resistiéndose a las magnitudes imposibles, a la endemoniada realidad, el devenir impuesto, y cuando no pudo más, fue horadada con impíos aires y fuerzas que no puedo documentar de forma apropiada, la luz cegó a loj presentes, quienes cubrieron sus rostros en magnífica sincronía, sho fui el único que resistió, estoico, asombroso como siempre he sido; esa fue mi perdición.

Al aguzar el oído ejcuché una especie de canto infra sonoro, unas palabras que no atendí voluntariamente, pero que me secuestraron en un pentagrama tan sensible y firme que me petrificó, cuando mis retinas fueron quemadas discerní una figura perenne, ¡Dios sabe cómo!, no me preguntés a mí.

En la periferia de mi cuerpo todo había muerto, los camaradas y sus risas y bebidas, los cortejos improvisados y la música que se oía tan lejos, y sho tan sordo y tan gris, y la ojiva matándome, y sho piedra, y sho raíz; pobre de mí.

Un fragor en concierto para una persona sustitushó el canto, caí inevitablemente, la figura se hacía cada ve más distinguible y osada, gigante, eso creo, estaba tan desorientado que bien pudiste darme un trozo de pan por una onza de oro. Nada de eso fue, pelotudo imbécil, sólo era real para vos y para mí. Justo en medio del desbarajuste, el movimiento salió de su escondite, moví los brazos, la copas fueron vertidas en gargantas deseosas, alguien reía pero sho sólo observé el candor de la campanillia al final de su garganta tan muda, y la figura, la ojiva se dejó ver soberanamente; era besha, tan hermosa, che.

Sha estaba sometido, prisionero evidentemente, lo sé, qué vergonzoso, a esha la shevaron entre dos hombres a un decanso cercano, con suma cautela, sí, no eran bobos, conocían su peligrosidad, no obstante, uno de eshos, kami kaze al fin, pretendía una catástrofe; me percaté de sus intenciones, lo evité. Todo volvió a la vida.

Sho la miraba, no podía dejar de hacerlo, mis ojos se postraron en dirección susha cual si no hubiese nada má que mirar, y realmente no lo había, un poderoso imán me sujetaba a su esquela, me tambaleaba en un compás de jazz puro, me poseía. Esha tan esquiva, tan inmanente, todopoderosa en el centro o en la orisha, sho que sé, para mí era el centro, el sol para el que orbitaba inmaculadamente, sin gracia alguna.

Me convertí en una estatua, una efigie griega dedicada a la Diosa ojiva, encadenado sin piedad, y en la tertulia esto no pasó desapercibido, así que una joven borrosa levantóse de su puesto y preguntó sin escuchar mi respuesta, marchó, cogió a la ojiva por los brazos, espetó alguna palabras a sus bélicas orejas, ambas me miraron; mi corazón de caudisho se detuvo.

La joven colocó el mortal proshectil frente a mí, dejándonos solos, escruté sus contornos, me miró con brisho de plata y cobre, abrió su boca fundida al rojo vivo con las shamas más ardientes, mostró su dentadura perfecta, capaz de perforar mi pecho o mi cuesho, o mij piernas, contoneó sus cabeshos de mercurio sólido, pronunció su nombre… y fue ahí, me impregné de esha… me enamoré.

¿Notás? Nada extraordinario, viejo. No sé por qué estás tan trite… es una pena. Lo mismo aconteció en los albores de nuestra primera juventud, y lo mismo para aqueshos de la casita de enfrente, y para loj de ashá, los que viven tan lejos y toman champagne, y se enfadan tras unas vacacione cortas. Eso del enamoramiento e cosa cotidiana, tan plural… ¡qué risa! ¿Cómo es que lo común se torna essepcional? Todo lo que es digno de titularse, de envanecerse de estraño, es singular, de valor absoluto, pero en los ríos ninguna gota es fundamental.

El amor es algo abundante, che, de ahí se sigue que sea tan poco valioso. ¿Has echado un vistazo fuera? ¿No es el amor más sustancioso que el aire, y menos necesario? ¡Ay, de aqueshos adolescentes que mueren de amor, mueren por muy poca cosa! ¡Ay, de aqueshos que, dando tumbos, suplican por él, y shoran, y se enternecen! Quedan inválidos, pierden la conciencia al reclamarles su shanto impuro, niegan tozudamente, no, no, nada pasa aquí. ¡Ay, cuán insignificante debe serse para creerse tantaj bobadas! El amor no es aquesho que decía Platón, para completarnos sha han vivido muchos hombres y mujeres, han vivido y han muerto, y dejde sus tumbas nos perfeccionan, sin aliento. No shores, che, ya ha pasado mucho tiempo, calma, no volverán a acontecer esas penumbras, quieto, no hagás más drama.

Las maderas de la arcaica casa crujían, reinó el silencio en la lúgubre soledad de ésta, nadie hablaba, el monólogo finalizó inesperadamente. El viejo argentino se aupó del banquito de frío metal, tiró el mate sin despegar la vista del espejo junto al que colgaba el retrato de una pareja sonriente, ebria de lozanía, amantes empedernidos, recuerdos tibios, ambiguos, olvidados: él y la ojiva.

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ILUSTRACIÓN

Virgen de los vientos >> Joan Alfaro

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