EL HORROR PSICOLÓGICO O “DELIRIO FILOSÓFICO” DE MARIANO JOSÉ DE LARRA EN LA NOCHEBUENA DE 1836 (2/2)

por César Vega

Por César Abraham Vega

Viene de El horror psicológico o “delirio filosófico” de Mariano José de Larra en La nochebuena de 1836 (1/2)

El delirio filosófico va implícito en las cuestiones morales que Larra-narrador dibuja en el diálogo que sucede entre su criado y Larra-personaje. El horror psicológico va adherido a la perplejidad que sufre este último al escuchar hablar a su lacayo alcoholizado con tanta clarividencia y elocuencia; los juicios de valor emitidos por él son durísimos porque calan en las angustias más hondas del escritor… tan ocultas y reprimidas que podrían incluso pasar desapercibidas para todo el mundo, incluso para el mismo Larra-personaje, no así para el Larra-narrador que al haber ya pasado por esta astringente catarsis, comprende lo terrorífico del acontecimiento.

El hecho de que Larra hable en el segmento previo de términos cercarnos a la fábula, y que incluso se regodee en su capacidad como escritor para insuflar determinada voz en sus personajes: “los fabulistas hacen hablar a los animales, ¿por qué no he de hacer yo hablar a mi criado?”, además de esa retadora fórmula en que conmina al lector a creer o irse, no tiene otra función más que la de inflar aún más esa burbuja de suspenso que está a punto de estallarle a uno en plena cara. Larra-narrador sabe de sobrado que el lector no habrá de abandonar el texto en este punto; el lector sabe que no puede irse ahora porque lo terrible está por suceder. La tensión puede cortarse con cuchillo. El cuento fantástico moderno aún habita en la motilidad de un espermatozoide cuando Larra escribe esto y sin embargo la estructura de este artículo puede ser sometida al más escrupuloso check-list para decirnos que este texto romántico de Larra tiene toda la cara de un cuento de horror moderno.

Pero avancemos; como lo hemos anticipado antes, el horror psicológico del texto radica en la asombrosa manifestación de la providencia en los labios del criado, el asturiano queda convertido prácticamente en un oráculo o inclusive en una especie de Rey Minos que mide con la cola de sus palabras la envergadura de los pecados del escritor, incluso aquellos que sólo él mismo conoce. El horror se erige a partir del juicio inmisericorde y el temor insondable que Larra-personaje tiene sobre sus propios actos, defectos, fracasos, crímenes y desengaños. ¿En qué momento se vuelve uno malo? ¿Cuándo terminamos echando los ideales a la basura y viviendo indignamente? La voz que habita el cuerpo del criado asturiano es en cierto modo la voz del remordimiento existencial propio del escritor, que hasta ese momento había logrado mantener callada, reprimida o ignorada, ya lo decía Neruda: “Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas”

–Lástima –dijo la voz, repitiendo mi piadosa exclamación–. ¿Y por qué me has de tener lástima, escritor? Yo a ti, ya lo entiendo.

–¿Tú a mí? –pregunté sobrecogido ya por un terror supersticioso […].

–Escucha: tú vienes triste como de costumbre; yo estoy más alegre que suelo. […] ¿Por qué te vuelves y te revuelves en tu mullido lecho como un criminal, acostado con su remordimiento, en tanto que yo ronco sobre mi tosca tarima? ¿Quién debe tener lástima a quién? No pareces criminal; […] la justicia no prende sino a los pequeños criminales, […] pero a los que arrebatan el sosiego de una familia seduciendo a la mujer casada o a la hija honesta, a los que roban con los naipes en la mano, a los que matan una existencia con una palabra dicha al oído, con una carta cerrada, a esos ni los llama la sociedad criminales, ni la justicia los prende, porque la víctima no arroja sangre, ni manifiesta herida, sino agoniza lentamente consumida por el veneno de la pasión que su verdugo le ha propinado. […]

En este segmento percibimos que lo psicológicamente terrorífico va apuntalado por una especie de desdoblamiento de la personalidad del escritor y la proyección del yo interno de Larra-personaje en el discurso del criado. Aquí la trama narrativa abre una disyuntiva entre dos posibilidades patentes, la primera es una especie de manifestación metafísica o sobrenatural que usa como instrumento al cuerpo del lacayo para proclamar una verdad aterradora; en concreto esta posibilidad nos lleva a pensar en que el criado es objeto de algún tipo de posesión demoniaca haciéndolo meramente un guiñapo de alguna fuerza perversa que sólo busca atormentar al escritor. Es evidente que este escenario ominoso se aparta de nuestra tesis de lo terrorífico psicológico.

La segunda posibilidad, aunque es menos dramática, es por mucho más escalofriante y consiste en que la voz del lacayo asturiano no sea la de otra persona más que de él mismo, la de un hombre sin los frenos sociales que exige la relación entre amo y lacayo, frenos que han sido borrados por el influjo del alcohol, cosa que le permite descubrir su verdadera condición haciendo escarnio de la parafernalia intelectual en la que Larra-personaje está subsumido y obnubilado. Para este último resulta insoportablemente terrible que su lacayo sea un hombre dueño de sí en todos los sentidos, un alma humana más avezada y tremendamente más cercana a bien supremo de la verdad. Es por eso que para el escritor resulta tan agresivo que el criado sienta pena por los fútiles esfuerzos que lo han esclavizado a rutinas despreciables por perseguir el espejismo de la “grandeza humana” cuando esta yace en otro sitio. Esta contraposición de Larra-personaje contra sus propias creencias toma mucha coherencia si atendemos a la siguiente cita de Freud en la que nos enlista ciertos disparadores del efecto ominoso:

[…] la aparición de (dos) personas que por su idéntico aspecto deben considerarse idénticas; el acrecentamiento de esta circunstancia por el salto de procesos anímicos de una de estas personas a la otra ‐lo que llamaríamos telepatía‐, de suerte que una es coposeedora del saber, el sentir y el vivenciar de la otra; la identificación con otra persona hasta el punto de equivocarse sobre el propio yo o situar el yo ajeno en el lugar del propio ‐o sea, duplicación, división, permutación del yo‐ […]

La representación del doble […] puede cobrar un nuevo contenido a partir de los posteriores estadios de desarrollo del yo. En el interior de éste se forma poco a poco una instancia particular que puede contraponerse al resto del yo, que sirve a la observación de sí y a la autocrítica, desempeña el trabajo de la censura psíquica y se vuelve notoria para nuestra conciencia como «conciencia moral»” (Freud, 1992).

Es decir que Larra-narrador dispone del personaje del criado como un agente inicialmente alienado a todo lo que es el escritor; al iniciar el discurso de “La Providencia” el escritor sufre una duplicación de su “Yo” al encontrar que por esa suerte de “telepatía” el borracho conoce sobradamente su interior, al asumirse como cooposedor del acervo vivencial y filosófico de Larra, es gracias a esta condición que el criado es capaz de emitir un juicio tan acre en contra de su amo y, por último, sucede la permutación del yo cuando el escritor queda humillado y disminuido no precisamente por las acusaciones de su amo sino por la conciencia moral que brota en él a través de la destrucción de sus paradigmas por el acto de la autocrítica.

“–Silencio, hombre borracho”, le dice aterrorizado para evadirse de ese proceso moral; no le dice –Calla, hombre imbécil. Porque su altanería ha quedado disminuida, tampoco recurre a su posición de mando para ordenarle que se calle o que se largue o que ha decidido de prescindir de sus servicios…, a lo único que atina en medio de esa estupefacción moral es apelar a su condición de borracho porque a través de ella puede sentir que aquella reconvención no es otra cosa que una verborrea sin sentido.

Tú buscas la felicidad en el corazón humano, y para eso le destrozas, […] Yo nada busco, y el desengaño no me espera a la vuelta de la esperanza. Tú eres literato y escritor, y ¡qué tormentos no te hace pasar tu amor propio, ajado diariamente por la indiferencia de unos, por la envidia de otros, por el rencor de muchos! […] Ofendes y no quieres tener enemigos. ¿A mí quién me calumnia? ¿Quién me conoce? […] Te llamas liberal y despreocupado, y el día que te apoderes del látigo azotarás como te han azotado. […] Despedazado siempre por la sed de gloria, […] y eres también despedazado por el temor, y no sabes si mañana irás a coger tus laureles a las Baleares o a un calabozo.

–¡Basta, basta!

–Concluyo; yo en fin no tengo necesidades; tú, a pesar de tus riquezas, acaso tendrás que someterte mañana a un usurero para un capricho innecesario, […] Tú lees día y noche buscando la verdad en los libros hoja por hoja, y sufres de no encontrarla ni escrita. Ente ridículo, bailas sin alegría […].

–Por piedad, déjame, voz del infierno” (Larra).

En este punto Larra-personaje ya no apela a la embriaguez de su criado para defenderse de esta terrible retahíla de verdades y abrumado le atribuye orígenes demoniacos, la personalidad del escritor está ya tan disminuida que ha perdido autoridad alguna sobre su criado y el control completo de la situación; este pequeño pasaje se antoja perversamente contrastante con otro que encontramos el principio del artículo donde queda expresa, la ahora extinta, soberbia del escritor: “–¡Las cuatro! ¡La comida! –me dijo una voz de criado, una voz de entonación servil y sumisa; en el hombre que sirve hasta la voz parece pedir permiso para sonar”. (Larra) para luego concluir:

inventas palabras y haces de ellas sentimientos, ciencias, artes, objetos de existencia. ¡Política, gloria, saber, poder, riqueza, amistad, amor! Y cuando descubres que son palabras, blasfemas y maldices. En tanto el pobre asturiano come, bebe y duerme, y nadie le engaña, y, si no es feliz, no es desgraciado, no es al menos hombre de mundo, ni ambicioso ni elegante, ni literato ni enamorado. Ten lástima ahora del pobre asturiano. Tú me mandas, pero no te mandas a ti mismo. Tenme lástima, literato. Yo estoy ebrio de vino, es verdad; pero tú lo estás de deseos y de impotencia…! (Larra)

En este último segmento se condensa el genio de Larra-narrador pues es en esta parte donde se aglutina lo terrorífico psicológico, la angustia filosófica y el giro del “cuento”. El vaso comunicante que conduce el horror psicológico desde la angustia del personaje hasta clavarse en la conciencia del lector radica en que inicialmente los severos juicios morales tienen una naturaleza muy particular en lo vivencial del personaje, pueden asumirse con cierta lejanía; obran en reprimendas muy específicas sobre la vida y la conducta de nuestro Larra-personaje, sin embargo, sin darnos cuenta y de una manera sutilmente paulatina el autor nos va inyectando angustias sobre cuestiones morales más generalizadas. Por ello no es gratuito que haga mención de grandes temas humanos “¡Política, gloria, saber, poder, riqueza, amistad, amor!” Todo se vuelve banal, todo se vuelve ridículo y sin sentido y nos hereda la angustia irremediable de pensar si es que todos aquellos grandes conceptos valen la pena el sacrificio de nuestro albedrío y de nuestra libertad.

Por otra parte, a nivel narrativo, Larra juega nuevamente con nosotros y nos siembra, como si nos hiciera falta, una nueva desazón. Como hemos mencionado más arriba, el aparato narrativo nos tiene fluctuando entre dos posibilidades: la psicológica y la sobrenatural; habíamos establecido que la psicológica radicaba en el imprevisto ominoso de que el criado tuviera un grandeza de espíritu y de intelecto más vasta que la del escritor y que no había sido manifestada hasta antes de la embriaguez. La otra, la sobrenatural iba depositada en el hecho fantástico de que el criado hubiera sido presa de una posesión demoniaca y que este un mero portavoz de un ente extraterreno. Larra, el narrador, no cierra ninguna de las dos posibilidades, ello queda patente en el intercambio de voces narrativas del criado pasando de la tercera a la primera persona: “En tanto el pobre asturiano come, bebe y duerme, y nadie le engaña, […] Ten lástima ahora del pobre asturiano. Tú me mandas, pero no te mandas a ti mismo. Tenme lástima, literato”. De tal modo ambas lecturas, la psicológica y la sobrenatural no sólo quedan abiertas, sino que se esfuma la posibilidad de indagar más debido a que el relato-cuento-artículo está por terminar.

Un cambio similar de voces se presenta hacia el fragmento final cuando inicialmente empieza a hablar Larra-personaje, intempestivamente es intervenido por Larra-narrador cuando describe la escena como un espectador que además la contempla desde cierta distancia; lo más desconcertante es el cierre cuando se produce una especie de fusión discursivo-temporal entre el personaje y el narrador. Es evidente que ambos son Larra, en el mejor de los casos son el mismo Larra en dos momentos distintos; como personaje cuando vive la experiencia y como narrador cuando la cuenta; el hecho es que en las últimas líneas es difícil detectar a quien corresponde esa última voz. Mientras tanto la mirada clavada en la caja amarilla con la leyenda “mañana” nos angustia ¿qué hay en ella? En la mirada y también en la caja ¿es una mirada de esperanza o de renunciación? Conforme a lo acontecido días después en la vida real de Larra, todo parece apuntar hacia la segunda opción.

Una lágrima preñada de horror y de desesperación surcaba mi mejilla, ajada ya por el dolor. A la mañana, amo y criado yacían, aquél en el lecho, éste en el suelo. El primero tenía todavía abiertos los ojos y los clavaba con delirio y con delicia en una caja amarilla donde se leía «mañana». ¿Llegará ese «mañana» fatídico? ¿Qué encerraba la caja? En tanto, la noche buena era pasada, y el mundo todo, a mis barbas, cuando hablaba de ella, la seguía llamando noche buena.

CONCLUSIONES

El presente trabajo nos ha servido para hacer una breve exploración sobre las posibles expediciones que Larra implementó hacia el terreno de lo fantástico; es verdad que el mismo autor, en el título de esta obra aclara contundentemente que existe un “delirio filosófico” al interior del texto, es precisamente ese agente el que nosotros hemos tomado en consideración para hacer ese tamizaje con el cuento de horror psicológico.

Lo que hemos encontrado al final de este análisis es que sí existe una clara intención literaria hacia lo fantástico, de igual forma también hemos descubierto que sí hay una pretensión premeditada por parte de José de Larra para promover un conflicto de paradigmas en el lector; esa ruptura de paradigmas ya sean psíquicos o filosóficos son producidos a través de un hilo narrativo que explora las iniquidades y las angustias humanas por medio del miedo, el desengaño, la desesperanza, la soberbia, y la futilidad de la cosas.

Es evidente que cuando Larra publicó su artículo, los asomos de la literatura fantástica apenas despuntaban sus primeas luces, sin embargo los rasgos de horror psicológico (jerga moderna) presentes en la literatura larriana tal vez nos permitan circunscribir la figura del escritor franco-español como uno de los pioneros en el género.

OBRAS CONSULTADAS

Freud, S. (1992). Obras Completas Volumen 17 (1917-19) (Vol. XVII). Buenos Aires: Amorrortu.

Larra, M. J. (s.f.). La Nochebuena de 1836. Yo y mi criado. Delirio filosófico. Recuperado el 16 de noviembre de 2016, de Cervantes Virtual: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/la-nochebuena-de-1836-yo-y-mi-criado-delirio-filosofico–0/html/ff797966-82b1-11df-acc7-002185ce6064_1.html

Lovecraft, H. P. (2010). El Horror Sobrenatural en la Literatura y Otros Escritos Teoricos. Madrid: Valdemar.

Murray, h. J. (2004). Encyclopedia of the Romantic Era, 1760-1850, Volume 2. Taylor & Francis.

IMAGEN

Nicola Samori, L’Occhio Occidentale (The Occidental Eye), 2013.

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