EL COMELIBROS

por Lord Crawen

Dedicado a mi musa, Ana

Un libro contiene no sólo la información de un escritor, sino parte de su esencia, esa extraña y oscura vida detrás de la realidad. Las bibliotecas son un universo de todas estas almas inmersas que, entre letras, reviven una y otra vez. Nuestros recuerdos trabajan a la par de dichas remembranzas. Algunas criaturas se acercan a estos recintos en busca del saber; otros, de hallar las respuestas para una tarea; y pocos para resguardarse de la terrible realidad en la que viven. Estas últimas criaturas están en peligro de extinción.

La campanada de las 12:30 horas en punto suena como en cualquier otro día. Todos los niños salen de las aulas directo hacia la puerta de salida. Marcia, una excepción, da la vuelta hacia el lugar más lejano de toda la escuela. Conforme se acerca, el resto de los infantes la pasan de largo. Los profesores también acompañan a algunos de sus alumnos; otros más enfilan a sus autos, ya que cuentan con un segundo empleo y deben llegar a tiempo. Al llegar al lugar, el silencio inhóspito para los oídos del hombre, el cual se inmiscuye como un sonido al abrir las páginas.

Devorando letras de un libro, con la imaginación suelta en un nuevo universo, Marcia nunca revisa el reloj; es su padre quien debe entrar al recinto donde su hija se halla de forma regular. Escucha la silla moverse. Apaga la imaginación y voltea a su derecha. Un pequeño sale de entre los estantes y se sienta al lado de Marcia. Extraño, no había otros niños en el lugar siquiera interesados en entrar a la biblioteca, sino sólo para investigar sobre las tareas.

―¡Hola!

Marcia, temerosa, no responde. Mueve su mano como si hubiese tratado de decir “hola” y “adiós” al mismo tiempo. Intenta volver a la lectura, pero si bien la presencia del niño no le incomoda, le es extraño que alguien ose sentarse al lado de ella.

―¿Qué estás leyendo?

Levanta el libro para mostrarle la carátula, al tiempo que se cubre el rostro de forma apenada.

―Ya veo. Ese libro es muy bueno. Dice la directora que tiene mucho tiempo aquí. Imagino que vas en la parte en donde el niño debe rescatar a la tierra de la fantasía.

―No, aún no llego ahí. Gracias por el dato, ya casi vienen por mí.

―Sí, tu papá llega más o menos a esta hora… Por cierto, me llamo César.

―Y yo… soy… Marcia.

―Bien, Marcia. Nos leemos luego.

El niño se levanta del asiento y se pierde entre los estantes y el silencio, en busca de otro libro. El padre de Marcia aparece en la puerta y ambos salen del lugar.

Las preguntas de siempre en la boca de los padres del mundo y las respuestas de siempre de los hijos e hijas del mundo. La tarde transcurre sin contar la nueva aventura y la noche llega con los sueños regulares de Marcia.

La mañana siguiente, en una sorpresiva vuelta de tuerca, Marcia solicita a su madre partir el sándwich en dos. Su madre, alebrestada por la solicitud, pregunta a su hija el motivo. La pequeña Marcia le cuenta el pequeño secreto de un nuevo amigo en la biblioteca que también se queda esperando a que lleguen sus padres. La típica reacción de una madre no se hace esperar y divide el sándwich en dos, además de darle una fruta a Marcia por si se queda con hambre.

La llegada a la escuela a la misma hora. El ingreso a clases igual. Durante el recreo, Marcia busca a César, pero no lo halla. Hasta llegada la tarde, como siempre, en el toque de salida, vuelve la pequeña al resguardo de la biblioteca. César sale de la estantería, arrastra la silla a la derecha de Marcia y toma asiento.

―Te traje un sándwich, veo que tienes hambre.

―Bien, muchas gracias, claro que lo comeré. Ando buscando un libro que, según escuché, es nuevo. Por cierto, hoy tardaste más, tu papá ya casi llega.

―Sí, sólo leeré un poco. Ya llegué a la parte que me dijiste. Creo que el libro invita al lector a salvar a la tierra de la fantasía. Espero lograrlo.

―Cuando llegues al final, te darás cuenta. Ahora vuelvo, debo buscar ese libro.

César nuevamente se pierde en el silencio de las estanterías y los libros.

El sándwich se queda sobre la mesa. Marcia aleja las moscas que comenzaban a revolotear el alimento y, de pronto, su padre aparece de la nada en la puerta. La tarde y la noche transcurren de igual forma. Aunque en Marcia, antes de finalizar el día, se genera una leve inquietud sobre el pequeño César. Al fin tiene un amigo.

El fin de curso llega de pronto. De cuando Marcia encuentra a César en la biblioteca de la primaria, transcurren un par de meses. Durante la ceremonia del fin de curso, Marcia busca a César entre las filas del alumnado, pero no puede verlo. Fotografías de aquí para allá, profesores posando con padres y alumnos, una cantidad de gente ajena a la institución se da cita. Así es difícil hallar a César entre la multitud. Marcia sale de entre las enormes masas para llegar a visitar, por última vez, la biblioteca de la escuela.

Ahí está César, entre los estantes del fondo.

―Es el fin de cursos; ven, vamos.

―No vino nadie conmigo. Aquí me quedo a leer libros. No te preocupes, estaré bien. Me siento muy contento por ti.

―Voy a acudir a la secundaria de enfrente. ¿También irás tú?

―No lo sé, Marcia. Puede ser posible. Mis padres aún no han decidido, pero yo creo que será lo mejor.

―Entonces nos veremos en la otra escuela, en la biblioteca. Deben tener una. Eso creo.

―Si no tienen una, entonces veremos la forma de volver a vernos.

―¿En dónde vives? Tal vez pueda visitarte.

Cuando César está por hablar, el padre de Marcia emerge de la puerta y le toma una fotografía sorpresa a su hija. Su mamá corre hacia donde ella está y ambos la arrastran afuera del lugar para que se tome fotos con sus profesores que durante seis años, le brindaron cobijo y educación seglar. Marcia vuelve la vista atrás; César, con un entrecejo de tristeza, se pierde entre los estantes otra vez, en la soledad y el silencio del recinto.

El periodo vacacional, eterno para Marcia, transcurre en su tiempo. No había terminado el libro que leía de forma constante en la biblioteca de la primaria, y añoraba poder hallarlo en su nueva escuela.

Los primeros días en la secundaria son de visitas esporádicas a la biblioteca, sólo para buscar libros de consulta para tareas y porque, en un horario extendido, el padre de Marcia llega a tiempo por su hija. Ya en la juventud, así como en la búsqueda de independencia, en una solicitud nocturna, Marcia pide a su padre que ya no acuda a la escuela a la salida. Ella sabe cómo volver a casa. Despreocupado, acepta y cierra la moción, comprendiendo que su hija está madurando. Su madre en cambio, interpela argumentos, hasta que por fin el cansancio la vence. Marcia gana aquella batalla.

Los días siguientes, acudir a la biblioteca es más complejo para buscar libros fantásticos, la cantidad de tarea es, por no decir exorbitante, demasiado absorbente. Marcia encuentra la manera, al final del año en curso, de poder entrar a la biblioteca en busca del libro.

Al fondo a la derecha, olvidados por los alumnos, algunos libros de toque fantástico. Entre ellos, el libro que Marcia no había terminado. Lo saca de la estantería y va a la mesa de lectura. La silla a su derecha se mueve. Marcia deja la lectura y voltea la mirada. Ahí está César.

―Tardaste mucho en volver a la lectura.

―Tuve mucha tarea todo el año, y por fin puedo volver a ella. Por cierto, ni tiempo tuve de buscarte en el año, ya sabes por qué.

―Igual me pasó. De hecho, sólo estaba de paso.

―Traigo una mitad de sándwich, todo el año la traje. Me la terminé comiendo porque nunca vine. Pero, toma, es toda tuya. Te veo con el rostro cansado y hambriento…

―Las tareas… Las tareas…

―Lo sé. Te veo luego.

―Espero el siguiente año sea mejor.

―Igual y nos toca el mismo grupo.

―Igual. Si no, sabrás dónde encontrarme.

César vuelve a las estanterías. Marcia decide no seguirlo a pesar de que el sándwich se queda otra vez en el mismo sitio. Ya ningún alumno recorre los pasillos. Son los últimos días de clase y los que habían estudiado, ahora vuelven a sus casas a relajarse; otros a perderse en alguna fiesta en un club o casa de un amigo o, finalmente, en el anonimato, como ella y César. Después de unos minutos, Marcia siente la vista cansada y se va.

Pasa otro año escolar y César brilla por su ausencia en el nuevo grupo. El segundo año, más pesado que el anterior, le deja menos tiempo a Marcia de buscar a César. Pasa el segundo año con los días finales de Marcia enclaustrada en la biblioteca para terminar el libro, y César la acompaña.

El tercer año, desafortunadamente, es de premura. Al libro le restan sólo quince páginas de lectura. Marcia acude el día final de cursos a la biblioteca y deja una mitad de sándwich sobre una de las mesas.

—Yo sé que vendrás y que no voy a volver a verte. Me iré a la preparatoria, ahí terminaré el libro —se dice Marcia en sus adentros, y sale del lugar. Siente la sombra de su amigo emerger de las estanterías, pero decide no mirar atrás.

El tiempo de vacaciones, reducido entre el examen de admisión, inscripciones a nueva escuela y fin de cursos, apresura a Marcia. El primer día en su nueva escuela es de conocer todo el instituto y, obviamente, hay una biblioteca enorme en él. Al final del recorrido y sin clases de por medio, Marcia corre a la biblioteca. Una ligera esperanza fantasmal añorada en su corazón la hace correr por el pasillo hacia el lugar.

El silencio de siempre. El cuchicheo de las letras. El sigilo de las criaturas fantásticas entremezclándose con la ciencia. Busca el libro y lo encuentra. Halla un asiento. Abre el ejemplar en la página donde se había quedado. Saca la mitad del sándwich. Expande su mente. Y comienza la aventura final.

Tal cual le había dicho César, el final dependía de ella: salvar a la tierra de la fantasía estaba en sus manos.

La silla de su derecha se arrastra. Voltea la mirada. En un sobresaltó, trata de que su mente arregle el asunto, mas no puede comprender la situación. Es César, pero no ha cambiado. Es el mismo niño de la primaria, de una edad aproximada a doce años. Ella ya se ha convertido en una adolescente.

―¿Eres tú?

―Sí. Aquí he estado siempre, a tu lado, cada que abres ese libro. Estás por llegar al final, donde yo me quedé hace mucho tiempo.

La ahora inmersa mente de Marcia en las cosas importantes le quita el velo fantástico del niño fantasmagórico que aparecía entre los estantes para hablar con ella desde el sexto año de primaria. Piensa en todas las mitades de sándwiches que la gente de intendencia tiraba todas las tardes porque no había nadie que las comiera. Mira de nuevo a César. La figura fantasmal extiende sus extremidades hacia la cabeza de Marcia y le ofrece un recuerdo.

César existe desde que ella era apenas una bebé, tenía doce años de edad cuando, a mitad del año escolar, salió corriendo del salón de clases para terminar la última página del libro. Olvidó su inhalador en el salón, al cual le echaron llave y candado. Llegó al lugar, buscó el libro y comenzó a leer. Mas, nunca terminó. El aire en sus pulmones se agotó. La bibliotecaria había salido por comida, no pensó en el niño que recorría una breve distancia para alojarse ahí y perderse entre las letras y el silencio. César intentó pedir ayuda, pero ningún personaje literario se la prestaría. No en esa realidad. En la visión, la figura paterna le es mostrada a Marcia llegar de la puerta. Grita el nombre de su hijo, mas nunca responde. Avanza hacia dentro del recinto y lo halla tirado en el suelo, batiéndose en estertores. Nada se puede hacer. Los servicios de emergencia arriban tarde al lugar. El velo de aquella visión le es retirado a Marcia en un golpe de un recuerdo de niñez, cuando sintió el calor de su abuela que la abrazó fuertemente y sus lágrimas inundaron su cálido rostro, y vio a sus padres, vestidos de negro, dejándola al cuidado de la abuela, para despedirse de su hijo.

Marcia rompe en llanto. César se desvanece.

―Hermanito… tú eras mi hermanito…

―No me recuerdas porque eras muy pequeña cuando todo sucedió. Y mamá y papá te han dado el cuidado necesario, no fue culpa de ellos nada de lo que me ocurrió, pero sí te pido que termines el libro que nunca terminé, salva a la tierra de la fantasía, es tu decisión.

Marcia sale del lugar envuelta en lágrimas. No vuelve la vista atrás. César seguirá ahí si nunca termina el libro, pero ahora el recuerdo le taladra la mente, atormenta su corazón en una lluvia de alfileres. Llegada a la puerta, choca cabezas con otra persona y el golpe la envía con fuerza al suelo. La otra figura se mantiene estoica, pero al ver el daño causado, va al suelo para ayudar a la joven.

Escucha algunas palabras, pero el golpe nubla su mente y su visión. Es un chico más o menos de su edad.

―¿Estás bien? Te vi corriendo, y yo siempre que vengo aquí estoy muy distraído y… perdón… ¿estás llorando? Sé dónde es la enfermería, te puedo llevar…

―No estoy llorando por eso…

―Ven, vamos a sentarnos, igual y te puedo ayudar en algo.

Ambos van a donde el libro que Marcia había dejado a punto de terminar, y toman asiento. El joven saca un termo con agua e invita a Marcia a beber y ponérselo en la cabeza para menguar el dolor. Temblando, la joven acepta y le invita una mitad de sándwich.

―¡Wow! ¡Gracias! Estaba hambriento.

―De nada, y perdona por salir corriendo y…

―Si te puedo ayudar en algo… ¿La historia sin fin? No he terminado ese libro, llevo tiempo tratando y, de hecho, estoy en las últimas páginas.

―Yo no quiero terminar de leerlo… No…

El entusiasmo del joven se apaga al ver molesta a Marcia.

―Perdón, es que hay tantas cosas en este momento en mi cabeza que, no sé…

―Sí, entiendo, es difícil llegar a una nueva escuela. Yo llevo un año aquí. Al principio es complicado, sobre todo si te gusta venir a la biblioteca, no tienes muchos amigos. Ya sabes cómo es esto.

Marcia le entrega el libro al joven.

―Toma, termínalo.

―¿Y qué te parece si lo leo en voz alta?

Marcia acepta. Ambos llegan al final del libro. Salen de la biblioteca y enfilan a la puerta de salida del instituto. Marcia, con dolor de cabeza todavía y confundida por todas las revelaciones, camina hasta la parada del autobús sin despedirse.

―¡Oye! ¡¿Cómo te llamas, niña?!

―¡Me llamó Marcia! ―grita la joven ya alejada de donde está la figura de su nuevo amigo.

―¡Un gusto, Marcia! ¡Yo soy César! ¡Y me dicen el “comelibros”!

Marcia siente un estremecimiento extraño en el corazón, así como alivio.

―¡Ya sabes dónde encontrarme!

IMAGEN

La lectura >> Alfonso Rodríguez Sanchez

Lord Crawen, Jezreel Fuentes Franco nació el 29 de Junio de 1986 en la Ciudad de México. Estudió Ingeniería en Comunicaciones y Electrónica en el Instituto Politécnico Nacional; desafortunadamente, su pasión por la literatura y la música lo lleva a formar parte del taller de creación literaria impartido por el profesor Julián Castruita Morán y del taller de creación literaria impartido por el profesor Alejandro Arzate Galván. Participante de Concursos Interpolitécnicos de Lectura en Voz Alta, Declamación, Cuento y Poesía. En 2014 fue finalista del Concurso Interpolitécnico de Declamación. Participó en 4 obras de teatro de improvisación, las cuales fueron presentadas en los auditorios de la Escuela Superior de Ingeniería Textil y en el Cecyt 15. Ha realizado ponencias en eventos de “Literatura del horror” en el auditorio del centro cultural Jaime Torres Bodet. Publicó algunos trabajos para el portal electrónico “El nahual errante”. Actualmente, se desempeña como ingeniero de procesos de T.I.

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