CROSSOVER DEMOCRÁTICO

por Antonio Rangel

Por Antonio Rangel

Me pregunto si yo alguna vez he cruzado por un lugar como La Comarca de los hobbits, The Shire. Tlayacapan tal vez sea lo más semejante, pero el hecho de que le llamen Pueblo Mágico destruye la mitad de su tranquilidad. El gran encanto de The Shire era no ser turístico: ser un sitio desconocido para la mayor parte de los habitantes de la Tierra Media. Sólo en un pueblo ignorado por los ejércitos vecinos, seres pacíficos y juguetones, como los hobbits, podían vivir con paz y libertad.

Voy a imaginar que estoy caminando por unas callecitas de Tlayacapan a eso de las seis de la tarde en otoño. Escucho entre arrayanes y ahuehuetes a tordos y pinzones, un murmullo de riachuelo y el eco sentimental del barro.

-¡Siempre quiere joder la mafia del poder! ¡Siempre quiere chingar la casta del PRIAN!

El grito proviene de un hooligan, que es uno y a la vez es legión que agita cientos de banderas; son masas que traen la cara pintada como si fueran niños salvajes en una isla desierta, unos menean matracas, otros golpean tambores. Algunos dirigen renovados gritos: ¡Únete, pueblo, únete! ¡Hobbit, no nos abandones!, ¡Shire, abre más los ojos!, ¡Vamos, hobbit agachón!

Un hobbit se nos acerca. Porta un traje largo y blanco, con vivos azules de terciopelo, además lleva un sombrero adornado con una vistosa pluma rosa, así como una máscara barbada y nariguda. Qué hobbit tan raro, pienso yo, me recuerda a los chinelos.

El hooligan se para frente al pequeño hobbit, fácilmente mide 1.90 m. Su cabello rubio sólo se nota en sus cejas y en su barba, pues está rapado, anda con el torso desnudo para mostrar una veintena de tatuajes: frases e insignias, emblemas y escudos, marcas y signos. Gruñe, enseña los dientes y un par de ausentes; un aire enojado atraviesa por esas rendijas y dice: ¡muerte al mal gobierno!

El hobbit pregunta: ¿vienes por un jarrito? Conozco a los mejores alfareros, has venido al pueblo preciso.

El hooligan revira: tienes la obligación de votar por nuestro salvador, debemos destruir a la minoría rapaz que nos roba y nos explota, únete a nuestra lucha.

El hobbit reformula: ¿vienes al festival de disfraces? ¿Quieres comer nuestras deliciosas tlayudas? ¿Un paseo guiado por callejuelas empedradas? Bienvenido, amigo.

El hooligan grita: ¡Eres un burgués! Un siervo del sistema, eres parte del problema, casta agusanada, no te escondas tras tu máscara, ¿por quién vas a votar?

El hobbit se quita la máscara de chinelo y deja ver su cara de hobbit. Yo no voto, forastero. La política ni me va ni me viene. Se miran fijamente. Hasta que aparece el tercero en discordia, que por cierto no soy yo.

Es un hombre o mujer, sepa Dios, muy delgado o delgada, con cejas y orejas puntiagudas, para colmo con voz de contratenor. Viste un traje en apariencia de látex o algo así. Me recuerda a Supermán.

-Soy Rutak, un vulcaniano que ha venido a moderar su debate acerca de la democracia.

-Mucho gusto, amigo, yo soy Quinel, bievenido a Tlayacapan, es un pueblo de hobbits mexicanos. ¿Desea un jarrito decorado?

-¿A moderar? ¡Fuera de aquí, extranjero! Aquí nadie te quiere, no hace falta debate porque sólo hay una opción de cambio, nuestro mesías es la única esperanza que tenemos.

-La moderación de un debate alienta la estructuración de propuestas y con ello facilita la elección razonada de un candidato. Mi extranjería de hecho es una garantía de acción desinteresada.

-Cállate, ya ganamos, nuestros rivales son corruptos, tú nunca los criticas porque ya te compraron, siempre nos han esquilmado, fascistas, fifís, golpistas, vendepatrias, hijos del uno por ciento, ricos.

-Mejor cambiamos de tema, ¿quién quiere agua de chía o vino de Dorwinion? ¿Una coca light o un pulque? Mejor primero comemos, tengo unos deliciosos crams, dulces y salados, qué tal unas lembas como botanas. Ahorita se las traigo.

-¡Estás con nosotros o contra nosotros! Nada de medias tintas. Con el pueblo bueno todo, contra el pueblo bueno nada. ¡Hobbit agachón!

-Hay un notable error en tu afirmación, ya que entre una postura ideológica y su contraria existe gradualidad, por lo cual es posible disentir y matizar sin por ello rivalizar por completo. En política cuando se omiten los matices y el libre intercambio de crítica, aparece la intolerancia que da pie a las tiranías.

-Aquí en Tlayacapan le ponemos salsita a las lembas, pruébenlas, están buenísimas.

-¡La comida es una cortina de humo! ¡En realidad todos nos estamos muriendo de hambre! ¡La verdad es que nunca habíamos estado peor! ¡Y todo es culpa de ustedes, malditos hobbits agachones, y de ustedes malditos vulcanianos que todo lo intelectualizan y no les duele el dolor de los pobres-pobres!

Tssss, dije yo, y por primera vez notaron mi presencia. Aproveché para agarrar una lembita y le puse guacamole. Tómenla, perros, a ver qué contestan. El buen Quinel me ofreció con la mirada una cervecita y me dijo en susurro: “a mí no me gusta la política. ¿Qué tal me quedan mis lembas tlayacapenses?”. Te rifas, carnal, la netflix, le contesté sin dejar de tragar.

Rutak, el vulcaniano, empezó a soltar datos y estadísticas, básicamente dijo que la mayor parte de los tlayacapenses son hobbits que no se presentarían ante las urnas a votar; que menos del 3% eran vulcanianos que se dividían en el Partido Epistémico y el Partido Objetivo, unos tenían un candidato sin posibilidades de triunfo y el otro ni siquiera postulaba un candidato, sino que sostenía que nadie tenía derecho a votar porque el resultado era una imposición de la mayoría sobre los no votantes y sobre las minorías, a quienes se les cargaba una serie de obligaciones. Yo no pude seguir fielmente su discurso porque el Hooligan lo interrumpía con frecuencia insultándolo y porque mi cuate el hobbit me explicaba al mismo tiempo cómo preparaba las lembas con queso Oaxaca.

Finalmente, el Hooligan se tapó la cara con un paliacate, sacó un aerosol y escribió el nombre de su señor en las fachadas típicamente rurales de alrededor. “Es obligación estar con mi señor”, “Hooligans unidos jamás serán vencidos.” “Alerta, alerta, alerta que camina el vandalismo de los hooligans por América Latina”.

Hasta aquí voy a dejar mi escena imaginaria, porque debo reconocer al filósofo Jason Brennan, quien es el de la idea original de que hobbits, hooligans y vulcans son tres arquetipos conceptuales del ciudadano bajo un gobierno democrático, un sistema que según él admite en la toma de decisiones tanto la irracionalidad como la ignorancia. Para evitar esos problemas, Brenan propone una epistocracia, es decir, concederle el voto exclusivamente a los que mayor conocimiento poseen.

Es muy discutible su idea, pero vaya que es refrescante encontrar a alguien que no sacraliza la democracia ni la rechaza con simpleza. Me gusta su comparación entre la democracia y un martillo, con ella cierro:

“El valor de la democracia es puramente instrumental. Si encontramos un mejor martillo, estamos obligados a usarlo”. Ahora, voy a imaginar un mejor martillo.

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