Mi hijo no trabajará nunca, los hombres que trabajan no pueden soñar; la sabiduría se recibe en los sueños. —Nez Percé
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Ando descalzo, estoy perdido y con la sensación de haber estado cargando al lomo una ballena que en algún momento he debido perder por algún rincón; mientras extraño y busco mi monumental carga, viene a mi memoria cómo, en un lance de meditación profunda, descubrí una parte de mi consciencia, de la que no tenía noticia, andando por libre en la obscuridad, justo cuando una mano abre la puerta de un habitáculo aún más ciego, donde la parte desgajada de mi yo consciente se introduce; entonces, al advertir que una porción de mi atención funciona al margen de mi yo consciente, me llevo tal susto que salgo disparado abruptamente del País de los Huesos al Estado de Vigilia. En aquel entorno tan lóbrego sólo pude ver, con extraña nitidez, la mano que abrió la puerta; ésta no era mi mano. Quedé totalmente sorprendido. El hecho de que mi consciencia pueda dividirse en particiones capaces de funcionar sin mi supervisión consciente, además de sorprenderme hasta el susto, me deja maravillado y también anonadado, ya que llevo décadas brujuleando por todos los rincones de mi ser y hasta ahora no tuve noticia de que hubiese partes de mi yo consciente, no pertenecientes a mi subconsciente, pero tampoco sometidas a mi arbitrio, siendo quien soy: ¡el señor de la casa! Desde aquel momento tengo la certeza de que muchos de nuestros sueños sólo son pantallas para el consciente, digámoslo así, más primario y frontal, mientras otras partes de nuestra atención más profunda funcionan sin nuestra supervisión primaria, maquinando asuntos concretos: asimilando, modificando, perfilando, arreglando y encauzando diferentes realidades de nuestra existencia, de acuerdo a un plan del que no somos completamente conscientes; me pregunto en cuántos niveles diferentes de atención estamos viviendo en un mismo momento, sin saber de ello. De hecho, muchas veces salgo de un sueño cuya pantalla, de apariencia clara, se desvanece inmediatamente quedándome sólo la sensación de haber estado todo ese tiempo recibiendo instrucciones que no puedo detallar y que nada tienen que ver con la pantalla que sí puedo describir, que por otro lado de nada me vale salvo como imagen pintoresca. Para finalizar vuelvo a mi preocupación inicial, me he perdido sin poder encontrar mi pesada carga: aquella ballena que arrastraba con enorme dificultad y esfuerzo; me paro y me digo: Estas cosas pasan. Sirva este sueño y sus entretelas como introducción y atisbo de la vastedad y complejidad del territorio que exploramos en el País de los Huesos. (6/12/22)
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Me traslado con la vieja bici verde de hierro con la que hace un siglo hice la mensajería interna de los juzgados y demás organismos vinculados de Madrid. Ondas de baja frecuencia provocan que la gente defeque a cada momento sin poder evitarlo, pero a través de los tentáculos de la propaganda estatal, el narcoestado (nuestra bola de criminales) prohíben cualquier mención sobre este asunto, cuyo hedor habla de sí mismo mejor que cualquier titular. Me cuesta no reír mientras pedaleo y esquivo mojones.
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Me invade una pequeña luz. Vivimos en la NO-VIDA del pensamiento, donde el absurdo y la mentira regentan, auxiliados por una mezcla inimaginable de crueldad máxima y altísima tecnología, aún desconocida para la ciudadanía. La población de este lugar extraño es gente acobardada, sin dignidad ni orgullo: esclavos. (13/6/20)
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Estoy en el patio de la casa de mi tía Ana. Hay unos treinta gatos reunidos; Daniki, una de mis gatas, ha debido cazar un lagarto o un ratón, y jugando con él ha montado un caos gatuno espectacular, provocando que todos brinquen y corran como poseídos.
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Pinto tres caras con una mezcla de pigmento terroso y yeso muerto, adornadas con líneas escarificadas sobre cada rostro, similares a una cabeza nigeriana de mujer, una terracota de la cultura yoruba del siglo quince, de engañosa sencillez y belleza inigualable. Me gusta sentir fraguar la mezcla según levanto la brocha, esto me obliga a pintar con mucha rapidez.
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Comparto vivienda con Russel-Jay Gould (el actual regente de esta montaña planetaria). RJG me pide el ordenador para ver una noticia: en el Museo del Prado ha habido un atentado. Damos por hecho que es terrorismo de estado. Gould me devuelve la máquina junto a una clave de cuatro números (4534). (14/6/20)
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Trabajo con un percusionista. Hacemos instrumentos con sacos llenos de cosas, no de forma aleatoria sino con una doble intención: emocional y sonora . Este hombre tiene una hija pequeña, simpática, e inteligente, que se divierte con nosotros. (15/6/20)
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Aparecen Pilar y mi hermano Sagu proponiéndome un viaje. Nombre clave del destino: Cuatro días y cuatro noches. Lleno mi zurrón y partimos en tren, haciendo una parada en Sevilla.
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Cierro los ojos. Me cruzo con un perro y con su paseante, ambos con bozales. Me hago cien preguntas sobre cómo la gente traga con absurdos tan manifiestos.
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Me relaciono con una mujer que me recuerda a mi amiga Estrella. Ella es electricista y lleva ropa de trabajo color caqui. (16/6/20)
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He de sacar un cachorrillo de gato de una botella de cristal. Me veo con un trapo de cocina y un martillo en cada mano, haciendo acopio de tino y talento para conseguir mi propósito, hasta darme cuenta de estar en el País de los Huesos.
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Amaso bollos en la zona de repostería de una tahona familiar. (17/6/20)
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Cierro los ojos. Ojeo un libro que recopila dibujos de estilos diferentes.
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Cierro los ojos. No sé dónde estoy, es una casa grande, vacía y en penumbra, con vestigios de sus últimos habitantes esparcidos por el suelo. Incluso puedo sentir los ecos de sus voces.
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Cierro los ojos. Estoy dentro de una sala llena de gente emboscada entre el humo, pues todos fuman; son mujeres y hombres de aspecto amenazante, sentados en círculo.
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Cierro los ojos. Un adulto zarandea a un niño pequeño, éste llora. (18/6/20)
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Trato de hacer una pintura para Susana, con una tela suya de tres metros de largo. Quiero hacer un cielo pero preveo que esta tela tan frágil, aun dándole unas capas de imprimación, me dará muchos problemas; elucubro con qué tipo de pigmento cubriré la tela para que el resultado no sea un desastre.
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Camino descalzo. Observo a un grupo de actores que han acabado convirtiéndose en los personajes que representaban. No buscaré mis zapatos pues sé dónde estoy. Hace años me pasé noches enteras buscando mis zapatos o mi ropa; también busqué mi equipaje por cientos de estaciones y puertos marítimos, o aéreos.
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Nueva secuela de la pesadilla plándemica corporativa y globalista en Villa Zombi. Aquí todo es amorfo, pegajoso y gris. Los vacunados se conviertes en terminales telefónicas; algunos parecen megáfonos, otros se convulsionan como un fax viejo. (20/6/20)
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Resido en Japón. Seguimos en guerra pero he ganado una pequeña fortuna gracias al buen consejo de un amigo taxista. Durante la contienda, entre trincheras, bombardeos y refugios, recibo conocimientos de un método ancestral de sanación. Terminada la guerra, mi taxista y yo, acompañados por dos mujeres, vamos en busca de un tesoro en un bosque escondido debajo de la tierra.
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Estoy en el patio de recreo de mi viejo colegio donde se jugaban al mismo tiempo y en el mismo campo, tres o cuatro partidos de fútbol (aquello era de locos). Paco anda detrás de mí y a veces me pisa y saca un zapato. Frente a mí se para un balón y ante mi sorpresa finaliza el partido que corresponde a dicho balón (algo es algo). (21/6/20)
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Durante parte de la noche tengo sexo con una mujer a la que no consigo ubicar. Es una completa desconocida para mí, como tal vez lo sea yo para ella. (22/6/20)
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Subo en el ascensor de una librería de varios pisos, que ocupa todo un edificio. Al salir del ascensor en el último piso, alguien me lanza un mono azul de trabajo; podría ser para que recuerde mis mejores momentos de esclavitud en alguna de las fundiciones donde fatigué; o tal vez para que barra entera, piso a piso, la librería donde estamos. Maldigo su estampa.
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Paseo con el poeta inglés William Wordsworth por la calle de la Jorge Juan, cerca del parque de la fuente milagrosa. A la altura de un almacén de pintura, justo cuando hago una alabanza a los contenedores de obra, de un andamio nos cae arena, estopa, trozos de yeso seco, y fragmentos de ladrillo. Al señor W W, que viste una elegante casaca de terciopelo y chistera, le cae la mayor parte del desperdicio; al andar detrás de él, consigo ver a contraluz una escena cómica de gran belleza, suspendida en fragmentos. Mientras el poeta discute con el capataz, el coste de tintorería, he subido encaramado al andamio hasta la azotea del edificio para soltar mi voz con un grito en lo alto. Luego Wordsworth cuenta a los allí reunidos, que yo vivía antes en una leprosería. La gente me mira asustada y yo me froto una pierna con gesto huraño, para así atemorizarlos aún más.
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Encuentro a mi amigo Diego (muy buen dibujante), dentro de un kiosco que parece regentar. Por la noche él bebe hasta emborrachase (mi amigo no solía beber). Mientras, un nubarrón tóxico descomunal en forma de tubería retorcida, inunda el mundo que conocemos. (23/6/20)
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Hago el amor con Rosa.
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Trabajo ilustrando el libro de un autor iberoamericano. (24/6/20)
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Un viejo amigo muere por un fallo del corazón. Me devano la sesera, buscando las palabras más amables, para explicar a su compañera lo sucedido.
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Me asomo a un rincón entre un mueble y la pared, pensando en encontrar allí a la gata Maravilla, pero lo que encuentro son tres gatitos cachorros. Tiempo después Maravilla se hará cargo de la crianza de una camada de cuatro gatitos abandonados por su madre; criando así, a sus hermanos pequeños, que hoy, ya crecidos, son tres: Isabel de Castilla, Blas de Lezo y Antonio Pigafetta; nos falta Juana, alias Rabito ya que un día desapareció, pero nunca anduvo loca, como tampoco la reina Juana.
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La civilización de la esclavitud, el asocial sistema de vida del País de los vigilantes, concluye catastróficamente su desafortunada hecatombe. Acompaño a una sub-raza de humanoides ultra-frikis, retro-vagabundos, miserables apestosos, arropados con excedentes rescatados del suelo, una vez que los mercadillos de ropa recogen sus puestos. Viajamos por el país, que ya no es tal, rastreando alienígenas; los restos de la carretera Mutamadrid/Zaranogoza es la ruta alien elegida. Descansamos en una iglesia románica mientras gastamos bromas, ya que a ratos somos algo así como una familia. Advierto que tras la suciedad y las mezclas de ropa más dañinas que pueda haber para los lóbulos frontales, encuentro especímenes con verdadero ingenio y un talento práctico innato para ir sobreviviendo día a día. Todo se improvisa. La vida es esperpento. Nada dura. En nuestro deambular cruzamos escombreras convertidas en cementerios naturales, neblinosos, de rara belleza. Salgo catapultado de risa al País de los Vigilantes tras algunos comentarios desternillantes que hacen mis compañeros sobre el octavo pasajero, alien, al que llaman Boquita de Piñón.
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Preparo la portada de una revista agrupando sobre una superficie, gambas, langostinos y cangrejos marinos y fluviales, a los que fotografiaré cuando dé con la composición anhelada. Mi búsqueda se centra en conseguir, con los exoesqueletos de estos crustáceos un allegro con variazioni de color. (25/6/20)
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Bajo bultos de un camión a una casa enorme. Al ir a por otras cajas me encuentro en la puerta que da a la calle, a una mujer muy atractiva, decidida a hacerme una oferta; ella representa a una promotora de whisky escoces, bodegas VERY-VERY BAD JHONAY (?!). Es pronto para pensar en whisky pero un poco de cháchara me viene muy bien. Mientras hablamos me fijo en la panadería del edificio de enfrente, dentro del escaparate tienen a un tipo gordo disfrazado con un armazón enorme de espumillón a modo de pan; en la calle la gente se para y el empanado humano les hace burlas y se contonea ridículamente; él es sin duda, el amo de la situación, ya que cada vez más gente se agolpa ante el escaparate.(26/6/20)
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Afronto una entrevista para ingresar como seguridad en una corporación (en el País de los Huesos cabe todo). Me preguntan rebuscadamente: “¿A quiénes del gobierno debes defender, a los que son o a los que están?”. Respondo sinceramente: “No capto la diferencia, siendo todos igual de sinvergüenzas”. No obtengo ningún contrato; al instante me echan de allí por la fuerza, como si apestara. (27/6/20)
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Cierro los ojos. Un anciano harapiento palpa con sus manos sarmentosas el cuerpo enorme, peludo y sedoso, de un ejemplar adulto de pantera negra; de las cuencas vacías del hombre, algunas lágrimas resbalan por los surcos de su cara rocosa.
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Estoy en el campo con mi primo Carlos (él murió calamitosamente en la treintena, y éramos como hermanos). Una mujer insiste en darme, para mi hija, un vestido rojo y azul con remates blancos. Junto a esta mujer esperan sus dos hijos, una niña y un niño de seis o siete años de edad; la niña se ve impecablemente vestida y limpia; el niño viste ropa vieja y por la piel tiene churretes, ronchas de mugre y costras. (28/6/20)
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Hablo de plantas con Alicia.
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Estoy con Pepa y Paco, trato de informarles sobre algo que no quieren, por prejuicios, asumir: un problema político masivo que ha provocado un aluvión de censura por todas las redes de comunicación; se trata del EXPEDIENTE ROYUELA, donde toda la criminalidad del sistema partidocrático español ha quedado expuesta con pruebas irrefutables (prevaricación, terrorismo de estado con más de dos mil asesinatos a la carta, reiterado narcotráfico internacional a través del ministerio de defensa, etc.), a la espera de justicia. Señores, pasen y vean. (30/6/20)
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Sudo tinta en un mercado tratando de fijar precios al género entrante. Esto para mí es pura pesadilla, con la que tomo nota de encontrarme ya en el País de los huesos.
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Observo una instalación donde se analizan, de manera predictiva, las condiciones de miseria precisas para que los más desesperados coman alimentos desperdiciados en contenedores de basura.
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En la casa de campo de mis padres nos juntamos, Curra, Elvira y yo, con una amiga de mi hija y su padre, que traen truchas asalmonadas llenas de huevas. Dejo a un cachorrillo de gato enfermo, envuelto en una toalla sobre un escritorio, temiéndome lo peor (es el gatito Den). Luego intento erradicar algunos miedos arraigados dentro de mi amigo Piju; pero él tiene una especie de secretario, muy maricón también, que impide por razones que desconozco, mi empeño. Trato con dos simpáticas mujeres, ambas son terapeutas; sus manos hasta las muñecas, son azules. (2/7/20)
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Cierro los ojos. Veo una confluencia de numerosas riadas que forman una catarata interminable. Todo el aire, hasta gran altura, es agua vaporizada. Me digo: Metafórico inconfundible.
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Disfruto con la compañía de mis gatos, que se acomodan a mi alrededor como sucede cuando les leo poesía.
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Tengo entre las manos una pequeña ave rapaz. Parece un halcón.
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Ando por el campo con el gatito Den y Daniki, su madre. Den es el último hermano de Pegaso, únicos supervivientes de veinte gatitos de tres camadas (Den murió tres días después). (3/7/20)
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Cierro los ojos. Cuatro seres ataviados con galas similares a las Dogón, escenifican bailes extrañísimos, con increíbles contrastes de piel negra, pintura blanca, y el polvo gris ocre que levantan y se empasta con su sudor; hacen pasos de baile que son como en una cinta de vídeo marcha atrás, a diferentes velocidades. ¡Oh!
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Vivo como railero con dos amigos vascos, Camino y Mikel, dentro de una pared con varias cuevas, elegidas para pernoctar. Allí encontramos unos objetos fáciles de confundir con piedras comunes, que narran la saga de quienes los dejaron allí.
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Me encuentro con el señor Gosalvez en el noroeste de América. Él pesca en un lago mientras canta viejos éxitos de crooners de los 40’/50’s, de aquello que llamamos siglo veinte; a veces mi amigo imposta tanto la voz que reímos a carcajadas. (4/7/20)
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Siglo XVII, en algún lugar de Dinamarca, un hombre intercambia con su hermano una planta completa de la casa que ocupa éste, por dos criados (un varón y una hembra), más algunos útiles. Hecho el trueque se los lleva a su propiedad en un carro, con otros bultos, por un camino lleno de charcos y lodo.
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En el portal de un edificio abandonado, sentado en el suelo y descalzo, hablo con gente sobre experiencias metafísicas. En el meñique del pie llevo un señalador, un anillo de plata con punta.
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Con recortes de restos de pinturas hago tarjetas mientras Paco pone música. Me voy en bici a buscar comida. De camino encuentro a dos mujeres que saludan con alegría. Vamos juntos a un restaurante. Ya instalados en una mesa, una de las mujeres, mirándome fijamente, acerca despacio su boca a la mía. (5/7/20)
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Me encuentro en una terraza frente a la estación del Norte con mi amigo Gino (milanés); este hombre de absoluta confianza, fuma nervioso un cigarro tras otro, con cara de querer clavar una estaca en el corazón a una forma vampírica del papa Francisco que, cerca nuestro, mariconea entre las mesas medio borracho. Nos vamos de allí hasta la estación de Goya donde veo a mi madre; grito para llamar su atención pero ella se desmaya; la recojo del suelo y así, inconsciente y con la piel oscurecida, pues ahora es muy morena, se la presento a Gino.
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Hago amistad hasta el catre con una mujer que tiene un bar con terraza frente a la estación del Norte, y además le falta una pierna. Al ver a mi amigo Braulio le muerdo en una pernera igual que un perro. Mi amiga nos sirve cerveza. Dos niños se insultan frente a la terraza que ocupamos mientras otros chavales les observan en corro, no sé si para evitar que lleguen a las manos o disfrutando de la triste escena. (8/7/20)
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De manera continua me topo con una fecha que me deposita siempre en la misma casilla o celda, la de comenzar de nuevo.
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Estoy con Gerardo Velarde, metidos ambos en otro bucle donde hagamos lo que hagamos, acabamos siempre en la casa de un psicópata.
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Gerardo sentado y yo de pie vamos en un autobús que atraviesa mi barrio, totalmente vacío, sin un alma. No hablamos, Gerardo viste de negro; yo llevo camisa naranja y pantalón amarillo. (9/7/20)
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Veo con Staffan un partido de béisbol, deporte que desconozco completamente (nunca he mirado partidos de nada). Lo miro aburrido, como secuencias repetidas de dibujos animados.
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Curra me acompaña a un hospital, de mi brazo izquierdo sale una vara blanca dispuesta como un hueso. El brazo sangra pero en el hospital nadie me atiende; las enfermeras compiten en un pasillo, tirándose en plancha a por el puesto de enfermera del año. (10/7/20)
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Compro una alacena de cocina de segunda mano, que cambio en el último momento por otra, advirtiendo al encargado de la tienda cuánto gusta al universo el cambio. Mientras digo esto las nubes del cielo sufren mutaciones agolpándose como gigantescos globos llenos de helio. Entiendo que nada es real.
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Me encuentro en una casa, una antigua edificación dentro de una ciudad de aspecto medieval. En esta casa vive también un sapo amarillo y gordo, como el que vive en mi cabaña del bosque desde hace seis o siete años, en el Estado de vigilia. (12/7/20)
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Me encuentro con un grupo de programadores sexuales cuya labor se centra en las artes plásticas.
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Vienen a casa de visita Ana y sus amigas asturianas. Cavo una poza que llenamos de agua y nos divertimos embarrados; nos acompañan los niños de Ana y la perrita Lola; un caballo de tiro y dos yeguas andan pastando, debajo de casa nos miran asombrados.
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Visito un museo con Gerardo pero ya no están expuestas las piezas que pretendo ver. Una vez en casa de Gerardo, éste me regala un queso con la corteza tatuada y me muestra un guitarrón con cuatro cuerdas y clavijero artesanal; viendo el panorama comprendo que será una noche larga, así que salgo a la calle para conseguir unas botellas de licor de lagarto chino. De amanecida, de nuevo en la calle, nos encontramos con una mujer que nos lleva a su casa; ella me es muy familiar pero no consigo ubicarla. Por último, me encuentro con mi querida amiga Aika. (13/7/20)
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Acompañado de mi hija Elvira, cruzamos casi en tinieblas una serie de arcadas con palcos llenos de gente sentada en el suelo, fumando yerba. Penumbras y humaradas. La situación es poco clara. (14/7/20)
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Algunos pintores locos como Gerardo Velarde, Laureano Calvo (ya suicidado), o Mundillo, y también mi hermano, viven conmigo. La situación en la casa es una secuencia ininterrumpida de disparates, que trato de llevar con el mayor desapego. Los vecinos vienen constantemente con quejas, provocando aún más tumultos, mayores gritos, y otro tipo más dañino de locura, basada en el miedo y la maldad. Frente a esto, me doy cuenta de que los locos, a quienes hemos de compadecer, son una humanidad diferente, bastante anárquica, y más peligrosos para sí que para los demás; los cuerdos sin embargo, cuando algo les incomoda o contraría, a menudo rebosan un egoísmo siniestro y tangible; es aquello que reprimen cuando es lícito que aflore, guardado latente para aparecer violentamente en los momentos menos adecuados, más cuando las víctimas evidencien alguna debilidad. (15/7/20)
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Asisto a una reunión donde se debate el crear una facción de policías sensitivos y visionarios. Esto no lo quieren.
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Soy un chien de Saint Humbert, un sabueso belga de olfato prodigioso. Cuando husmeo un rastro aparece ante mí, en mi mente, una pantalla donde soy informado de todo lo concerniente al rastro: distancia, estado, género, tiempo pasado, etc.; tal sentido me aporta incluso paisajes que no están delante de mis narices, sino a kilómetros. Este olfato es ver en otro formato.
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Cruzo una ciudad fantasmal, arrastrando en cada mano, por las calles abandonadas, dos enormes ramas de espino.
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Me ceden un piso en una ciudad donde he de hacerme cargo de una adolescente díscola y de un criminal con aspecto de cerdo salvaje y rostro medio humano. Conseguimos tener buena convivencia, así que una noche se nos ocurre dar un paseo, ya que es verano y hace calor. A la vuelta, debido al cansancio del criminal porcino, caigo en la cuenta de que desconozco el nombre de nuestra dirección, de la que sólo recuerdo que está en una avenida ancha; finalmente acierto a dar con la plaza donde nuestra calle desemboca; en una mano llevo una pastilla rectangular de jabón.
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Viajo en metro, es tiempo de elecciones y me decepciona constatar que la gente todavía colabora con la gran farsa electoral, permitiendo la estafa cíclica, como si tan tremendo engaño se diese por vez primera. Considero que quienes ceden sus fueros con sus votos, a notorias partidas criminales, se convierten de facto y bajo contrato, en cómplices de todos los crímenes y fechorías que cometan tales traidores. (16/7/20)
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‘–Then ask not wherefore, here, alone,
‘Conversing as I may.
‘I sit upon this old grey stone,
‘And dream my time away.
William Wordsworth [Expostulation and reply]
*Entonces no preguntes por qué, aquí, solo,/ dialogo mientras puedo,/ sentado sobre esta vieja roca gris,/ ensoñándome fuera del tiempo. (Traducción personal).
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Continuará…
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Pinocho >> Técnica mixta sobre panel >> Alias Torlonio
Alias Torlonio, David García. Pintor. Disléxico. Ermitaño. Bosquimano. Vegetariano. Íbero. Guerrero pacifista. Extraterrestre mientras no se demuestre lo contrario. Nombrado en 2018, 14o Rey Natural de los Gatos del Bosque. Se declara objetor de conciencia desde 1982, apartándose para siempre de la industria militar, el estercolero político y los infiernos religiosos.
Frases poco conocidas de de Alias Torlonio: El silencio pule el alma. Los malos son tontos, los tontos son buenos, los buenos son listos, los listos no tanto. La miseria viene de la mente; la abundancia sale del espíritu. Me da igual un traje a topos que un campo de minas.
Descarga aquí de manera libre La aurora de los vampiros, de Alias Torlonio