BORGES INICIAL

por Alberto Navia

Por Alberto Navia

Es posible determinar qué es un “buen escritor”. Acaso son sus obras o es el tipo de lector que crea lo que lo define. Definir a un una escritor es una tarea riesgosa, empero el tiempo es uno de los más eficientes cedazos para lo que, probablemente, podríamos definir como un “buen escritor”. La permanencia de sus obras dentro del gusto lector.

Borges es, indiscutiblemente, el escritor por excelencia de la literatura argentina principalmente porque logró inventar un formato que no existía al que denominó “escritura fantástica”; ésta le permitió crear universos en donde la realidad y la ficción se intercalan de maneras asombrosas. Pero Borges es, más que nada, un excelente lector. Lee de manera minuciosa y elabora reinterpretaciones que le sirven para construir estructuras extrañas y complejas que permiten lecturas diversas que les otorgan una permanente actualidad. Borges es un escritor de relatos breves, sus textos no ocupan jamás más de diez páginas. Su estilo intenso y elaborado así lo exige, pero sus textos están plenos de una substancia particular y sorprendente.

La producción literaria de este escritor argentino se dividió en dos partes por un hecho dramático: en 1953 Borges se quedó ciego como consecuencia de una enfermedad congénita. Nunca se quejó de su ceguera, en 1957 escribe “Nadie rebaje a lágrima o reproche/ esta declaración de la maestría/ de Dios, que con magnífica ironía/ me dio a la vez los libros y la noche” (Poema de los dones), pero es indiscutible que con la ceguera su estilo quedó destruido por la imposibilidad de leer sus propios escritos y su capacidad de reestructuración se vio notablemente disminuida.

En 1935 fue editado en Buenos Aires el primero de sus libros de prosa ficcional originada, según él mismo confiesa, en sus lecturas de Stevenson y de Chesterton, se trata de Historia universal de la infamia, en donde aparece uno de sus cuentos más reconocido, “Hombre de la esquina rosada”. Fue reeditado veinte años después agregándosele tres historias más: “Un doble de Mahoma”, “El enemigo generoso” y “Del rigor en la ciencia”. Dejo a ustedes algunos párrafos sueltos de tal libro a fin de incitarles a su lectura y disfrute:

Caminé cuatro días antes de conseguir un caballo. El quinto hice alto en un riachuelo para abastecerme de agua y sestear. Yo estaba sentado en un leño, mirando el camino andado esas horas, cuando vi acercarse un jinete en un caballo oscuro de buena estampa. En cuanto lo avisté determiné quitarle el caballo. Me paré, le apunté con una hermosa pistola de rotación y le di la orden de apear. La ejecutó y yo tomé en la zurda las riendas y le mostré el riachuelo y le ordené que fuera caminando delante. Caminó unas doscientas varas y se detuvo. Le ordené que se desvistiera. Me dijo: ‘Ya que está resuelto a matarme, déjeme rezar antes de morir’. Le respondí que no tenía tiempo de oír sus oraciones (“El atroz redentor Lazarus Morell”).

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Trece años de metódica aventura se sucedieron. Seis escuadrillas integraban la armada, bajo banderas de diverso color: la roja, la amarilla, la verde, la negra, la morada y la de la serpiente, que era de la nave capitana. Los jefes se llamaban Pájaro y Piedra, Castigo de Agua de la Mañana, Joya de la Tripulación, Ola con Muchos Peces y Sol Alto. El reglamento, redactado por la viuda Ching en persona, es de una inapelable severidad, y su estilo justo y lacónico prescinde de las desfallecidas flores retóricas que prestan una majestad más bien irrisoria a la manera china oficial, de la que ofreceremos después algunos alarmantes ejemplos (“La viuda Ching, pirata”).

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En el principio de la cosmogonía de Hákim hay un Dios espectral. Esa divinidad carece majestuosamente de origen, así como de nombre y de cara. Es un Dios inmutable, pero su imagen proyectó nueve sombras que, condescendiendo a la acción, dotaron y presidieron un primer cielo. De esa primera corona demiúrgica procedió una segunda, también con ángeles, potestades y tronos, y éstos fundaron otro cielo más abajo, que era el duplicado simétrico del inicial. Ese segundo cónclave se vio reproducido en uno terciario y ése en otro inferior, y así hasta 999. El señor del cielo del fondo es el que rige —sombra de otras sombras— y su fracción de divinidad tiende a cero (“El tintorero enmascarado Hákim de Merv”).

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