Recuerdo que al visitar la casa de mi primo, el violinista Norman Sordo, me gustaba ampararme al misterio generado desde su estudio. Como buena biblioteca de músico universal que era, había libros compartiendo espacio con instrumentos musicales, cuadernos pautados, casetes viejos, carretes de cinta magnética, discos de vinil, discos compactos; todo lo referente a la música y su forma de reproducirla. El permanecer en aquel espacio consagrado al arte de las musas, me hacía sentir indefensa. Sobre el acodo de la puerta descansaba una réplica de una fotografía enmarcada de un hombre de hombros anchos y pómulos sobresalientes. Era la figura del Duce, Benito Mussolini, que con postura deficiente y dedos rígidos, intentaba tocar un violín. Parecía salir del cuadro, manifestando su frase, al inicio de su vocación musical, a los treinta años, que cita: “Me gustaría ser músico para fundir en un solo canto, en un solo himno, todas las voces y pálpitos del Universo”.
La historia cuenta que el maestro lutier, Nicola Utili, había fabricado el violín dedicando un año a su perfeccionamiento e infundiéndole un alma para generar la armonía entre humano y sonido. Bien dotado, desde su nacimiento, el violín posee esa alma, que al encontrar un fiel ejecutor, reduplica para provocar sedición en oídos atentos. Es en esa conjunción, de los dos instrumentos, en donde a algunos se les concede traspasar los límites establecidos en la alquimia de la música llamada: meta horizontis musikale. El Maestro Utili pudo encarar al Duce sin intermediarios, como lo requería, en una estación de trenes. Extendió su brazo, resguardando su vista ante su mirada, para que recibiera el artefacto, y escuchó que agradecía diciendo: “Intentaré tocarlo esta tarde”; entonces el mundo resonó en asonancia.
Muchas veces me busqué en aquella biblioteca, tratando de satisfacer mi naturaleza musical. Se necesitaría de más de una vida para disfrutar como se debe cada una de las piezas. Podría seleccionar una grabación al azar y perderme en su solfa, descifrar uno solo de esos mundos, perderme y encontrarme, sentirme, yo misma, música. En alguna ocasión intenté mejorar al violín alguna de las composiciones de mi primo Norman Sordo, pero yo soy diferente. Mi espíritu de composición difiere y no creo que tenga que ver con que soy mujer. Los músicos, que también somos compositores, poseemos las dos opciones, creamos obras musicales y ejecutamos obras musicales, pero somos marcados, en nuestra frente, por el signo de la neurosis y hay muy pocos que logran salir de ello.
Yo intenté, desde que vi el semblante de los buenos maestros, dar la cara opuesta, procurar el solaz sobre la música y quizá por eso sea desordenada en mis formas de creación. Creí que había vencido al signo de Jubal Caín, con el que fueron marcados algunos, y me jacté de ser diferente hasta que conocí a los que no necesitan descubrir nueva música, cuando se puede ser un buen ejecutor. Al escucharlos se reconoce que existen otros caminos que también llevan a la espiritualidad musical. También puedo hablar de los que, sin saber de música ni de como ejecutarla, conservan un espíritu sensorial, que vibran desde su alma, y que se satisfacen con el sonido mínimo que la vida les transmita.
La música no precisa de una ideología, pues con pocas notas se vuelve infinita. Por eso no sé lo que vio el Lutier desde su dominio de semidiós creador de violines, lo que sé es que no se puede fundir en un solo canto, en un solo himno, todas las voces y pálpitos del Universo. Ni siquiera Dios, siendo mujer, después de haber liberado las leyes musicales, creo que quisiera que funcionara de esa manera. La quiso en todas sus variantes, sin necesidad de unir, ya que al descifrarnos en sus misterios y su belleza, podemos sentir nuestro espíritu y equivocamos al creer que tocamos su grandeza, cuando su grandeza, desde el pulso que generó al sonido, fue libertad y desapego.
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IMAGEN AL EXTERIOR
Las musas Urania y Calíope >> Simón Vouet., Francia, 1590-1649.
Héctor Manuel Vargas Núñez nació en Benjamín Hill, Sonora, el 16 de julio de 1972. A la edad de cuatro años, después de desordenar los tipos de una regla de composición de una imprenta mecánica, fue llevado a Puerto Peñasco, Sonora. A los diecisiete años, en un viaje en un barco camaronero, después de un intenso día de labores, decidió por las letras que lo aproximaran a explicar lo que vivía. Escritor intuitivo, inició a colaborar, a finales de los noventa, en la sección de música de la revista Ahí Tv’s. Debido a la apertura que otorga internet fue publicado, a principios del dos mil, en la página Ficticia.com. En la actualidad colabora, desde septiembre del 2015, en la revista digital Sombra del Aire, con los seudónimos de Equum Domitor y Eleuterio Buenrostro.