Por Nidya Areli Díaz
Rompe mis pasos la eternidad;
anidado en los rescoldos de mi mente
inunda un dios, demente y proceloso,
las orillas internas de mis credos.
Tortura un nigromante los pesares míos.
El Hacedor me mira y se conmueve,
¿que nunca amaste, Señor?, pregunto yo,
pero aquel no responde,
y en cambio el hechicero se aparece en mis sueños
aparcado siempre siempre
muy siempre entre mis piernas.
Hora del minuto inicuo,
de los destellos vacíos,
de las plétoras socavadas,
de mis pies burbujeantes
que vasto el tiempo captura;
hora de la hora de horas.
No me llames, Señor, que estoy de amante;
de curadora de sombras y poeta,
de la que ya no grita porque llora,
de la que está silente y medio loca.
Hora de la llamada al laberinto
y a la sima de cimas e implacables cimientes;
hora de que te sienta acurrucado
aquí, sin más, sumergido en el pubis.
No dudo más, Señor, de ti ni de la magia,
ni del cosmos errante que implacable
ha creado del pan, del pan corriente,
la sustancia exquisita del maná del eterno viviente.
Aquí yo estoy,
compleja y encriptada,
y está el amor latiéndome en la entraña.
Y me late la entraña en un susurro viviente
que lleva el viento inmenso a la intemperie.
Aquí yo estoy,
callada,
pero la mansedumbre no me toca;
porque me toca Dios presto en un brujo,
y en un embrujo eterno me eterniza.
3 comentarios
¡Wow! Me he quedado sin palabras.
Wooow hermoso!!!
Bravo, que bonito :’)