APEGOS Y OLVIDOS SANOS

por María Estela Aguirre

Para mí y mis amigas

De lo poco que recuerdo es que no tenía várices ni lagunas mentales, cual océanos casi inconmensurables, pero ya vi en Internet que el Pacífico es el más extenso y tiene dimensiones finitas. Pues bien, mis olvidos me llevan a sumergirme en las pozas prominentes del mismo mar, y, cuando salgo, casi asfixiada, me doy cuenta de que ya se me charrascaron los frijoles.

Mis amigas y yo éramos delfinas de nado de perrito, en la alberca cercana a la universidad, el mismo cuerpo de agua que comparte con nosotras nuestros más escondidos secretos. También nos zambullimos en sueños, besos y risas. Acicalamos nuestros cabellos empapados, con jugo de naranja y babas. Olimpia pone la fruta, yo saco un cuchillo de mi mochila, Silvia parte la naranja y Andrea nos unta el jugo. Cada quien se embarra su saliva. División del trabajo gozoso. Hacemos visajes frente al espejo descarapelado del baño rascuache de la piscina; nos contesta con sonrisas frescas, cuernos en la cabeza y lenguas de fuera.

No recuerdo si matamos clases para ir a nadar. Lo más seguro es que no, porque si sí, los maestros y la profesora a la que no le agradaba ni tantito, nos hubieran pasado por el paredón a la hora de las calificaciones.

Quiero que dicha “docente” me valga la mitad de un cacahuate, pero no puedo porque me chinga al final del semestre. Eso sí, le comunico que si me reprueba, voy a hacer un borlote. Me dice con nariz y cara despreciativas, muy coloradas: ¿me estás amenazando?

—No, nomás te digo.

Al final me panzó, la muy cabrona.

Las olas se enamoran de nuestro andar seguro y despreocupado, aunque no ocultan la envidia por nuestras piernas fuertes, puestas en un torno, y, en venganza, nos escupen con furia hacia la playa. Los cangrejos se desplazan cuidadosos sobre nuestros cuerpos moldeados a mano, de dieciocho años, vueltos hacia cada grano de arena contenta, porque tocan esos cuerazos, como los que salen en revistas famosas. Y eso que tragamos cantidad de burritos, tortas y cocas fiados, en cada descanso de la eterna y diaria jornada escolar. Los crustáceos aconsejan en voz baja y en cada oído, seguir la vida libres y risueñas, sin hacerle caso al qué dirán, ni a la opinión de seres celosos o amargados, sean humanos o no.

Durante un buen tiempo les hicimos caso a los bichos marinos psicólogos, pero luego, cada quien siguió su andar con sus correspondientes alegrías, batallas cotidianas, compromisos familiares y profesionales. Sin embargo, cincuenta años después, seguimos siendo igual de amigas, igual de entrañables. Amamos nuestro apego y amor. Somos felices por ello. Te bendigo, apego nuestro de cada década. Amén.

Caramba, ¡se me quemó por completo el agua!

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Los despertares del paso del tiempo,

dagas que rompieron planes, alegrías

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Y risueñas de la vida.

No ofrezco ninguna disculpa por estar triste,

deprimida y muy encabronada.

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IMAGEN AL EXTERIOR

Las tres gracias >> Raphael Sanzio., Italia, 1483-1520.

María Estela Aguirre nació en el estado de Chihuahua en 1955. Estudió la maestría en Enseñanza e Historia de la Biología en la UNAM y es doctora en Ciencias en Educación Agrícola Superior por la Universidad Autónoma Chapingo y el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), Costa Rica. Sin embargo, sus gustos literarios la han llevado a explorar diferentes caminos; así, desde 1995 tomó talleres con el poeta Rolando Rosas Galicia y el escritor Óscar de la Borbolla. En 1997 obtuvo el primer lugar en cuento en el certamen “Letras, Voces y Miradas”, organizado por la Universidad Autónoma Chapingo, y en 1998 ganó el segundo lugar en poesía en ese mismo certamen. Es autora del libro de cuentos y relatos “Arruga la nariz muy preocupada” (2001) y colaboró en el libro ”Tejedoras de Historias” (1996).  Actualmente estudia en los talleres de “Sombra del Aire” y “Sembrando Voces”.

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