AMOR PURO*

por Bruno Bellmer

Reloj, no marques las horas / porque voy a enloquecer / ella se irá para siempre / cuando amanezca otra vez.[1]

—ESTÁS LISTO PARA LO QUE SEA. —me dije mirándome al espejo, mis ojos que parecían haber perdido el color, mi cabello oscuro y claro a la vez. Me rasuré, me peiné, lavé los dientes y coloqué la camisa negra, un pantalón formal del mismo color, una corbata roja y una rosa para lucir bien para ella, me perfumé meticulosamente cada parte de la piel, sintiendo ese frío en los poros provocado por la loción.

Ella tocó la puerta cuidadosamente, cuidando de no provocar escándalo o ruido, era como si sus pequeños nudillos apenas sintieran la madera, delicados toquidos que quizá fueran mi sueño perfecto, aquello que me llenaba de emoción y electricidad por dentro, caminé hacia la puerta. Ella había accedido a venir a mi hogar, a pesar de toda su incredulidad por mi amor puro. Abrí la puerta, allí estaba ella, como una diosa, un vestido blanco que le pronunciaba los pechos como dioses, un culo perfecto, tan hermoso, tan grande, tan comestible… Y sus piernas… ¡Oh! ¡Sus piernas!… Yo amo las piernas más que nada en este mundo, y esas piernas eran las mejores del mundo, blanca piel como la nieve, piel que se podía recorrer como carretera con la vista, unas botas negras y de tacón alto. La hice pasar, tomando su mano, un millón de emociones aparecieron al sentir sus dedos con los míos.

La senté justo en uno de mis sillones cubiertos por un plástico para no provocar que se contaminaran por el polvo, le tenía preparada una gran sorpresa, así que le dije que esperara. Fui por un lazo rojo para cubrirle los ojos, poder servir todo, le vendé los ojos, sentí su cabello en donde se refugiaban las estrellas, mi cuerpo se llenó de múltiples emociones.

Me dirigí por unas copas y un vino tinto, estaba allí, aguardando, y yo sin hacer mucho ruido, amándonos en medio de un gran pantano que es el mundo. Pensé en aquellos ojos verdes y labios carnosos, pasionales, siendo excitantes, me senté junto a ella, todo estaba pasando tan rápido, le di un beso cuidadoso, me deslizaba con mis labios hacia su cuello, un cuello frío, después hasta su hombro y llegué a sus pechos, pero me detuve. No quería estropearlo todo.

La cargué con emoción de sentirla entre mis brazos, sus piernas se columpiaban en mi brazo y volví a besarla mientras la llevaba a sentarse en una silla frente a la mesa.

Llegamos a la mesa, me dirigí a la cocina, había preparado algo exquisito, comprado un postre dulce y delicioso. El vino para acompañar, por fin serví en las copas, ella obviamente no podía ver nada, me aproximé a ella cuando todo estaba listo, miró el manjar que tenía allí, los pétalos de rosas adornando todo, ella era la adecuada, yo lo sabía, me enamoré de ella desde el primer instante en que la encontré.

—Te amo, Clara, —dije. Ella me contestó con un beso de amor y mientras ese beso impactaba en nuestros adentros, comencé a acariciar sus piernas, llegando a sus muslos y me detuve nuevamente, no era el momento aún. La amaba demasiado como para que fuera una simple follada, quería algo más, algo que nunca hubiera hecho con nadie, el amor. Me levanté del asiento para colocar música suave, para amarla con notas musicales, para perderme en ella.

Cuando terminamos de cenar, la levanté delicadamente, le propuse bailar, yo sostenía su espalda con mi mano y nos movíamos entre risas.

Dance me to the wedding now, dance me on and on / dance me very tenderly and dance me very long / we’re both of us beneath our love, we’re both of us above / dance me to the end of love / dance me to the end of love[2]

Clara quiero estar contigo.

Yo la amaba por existir.

Clara: la mujer perfecta.

La mujer piel de cielo.

Una mujer sobre la cual el agua hace un recorrido lento.

La mujer de los sueños. La adecuada.

Entonces en medio del baile, la besé, está vez fuertemente, casi arrancándonos los labios, despojándonos de la piel, para liberar las emociones, los gritos. Le pedí —No te vayas nunca. Eres todos mis deseos, me provocas noches de desvelo, noches inquietas en las cuales necesito amarte, necesito que estés siempre. —Aceptó ser mía por siempre, la amaba, me amaba. Amor puro.

La volví a sostener, tomándola de su delgada cintura, besé, parecía que besar sus labios era una nueva necesidad primaria, así sucede cuando te enamoras de la mujer adecuada, no puedes dejarla ir. En la habitación había regado pétalos de rosas, incluyendo la cama con sábanas blancas. Le comencé a besar el cuello, las pieles se sentían, la deseaba, le susurré al oído el amor profanado que estaba clavado ya en mí, acaricié su cabello y miré sus ojos, ella me miró.

Seguí besando su cuerpo, desnudando con mis manos rabiosas, ella hacía que yo babeara como un perro, era perfecta. Desprendía un olor hermoso, peculiar. Me desnudé y la desnudé, había una gran erección en mí, como nunca antes hubo una, ella era la adecuada y mi pene lo gritaba, ansiaba el momento de entrar como susurro y pasear por el orificio, por su cueva, conocer sus secretos. Sólo me detenía para pensar en cada milímetro de su ser y me estacioné en sus pechos voluptuosos, unos pezones rosados que buscaban mi saliva, mi lengua y mis dientes provocando que ella se retorciera. Empecé a lamer sus pezones y ella se contorsionaba de lo excitada que estaba. Yo usaba mi lengua en su pezón, y era el mejor sabor de la vida, con las manos recorría su vientre y chupaba, y chupaba, y chupaba. Clara disfrutaba de mi lengua como brocha.

Me fui a sus carnosas nalgas y sus labios, los besé apresurado, con fuerza, amor, horror, apreté sus glúteos y ella sonrió. Empecé a soñar en ese futuro junto a ella. Mi gran erección se adentró en las profundidades de Clara, ella cerró sus lindos ojos y volvimos a besarnos, su rostro se había pintado entre rojo, como si en verdad le doliera sentirme. Empujé las caderas, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, y otra vez, otra vez, otra vez, otra vez, otra vez, otra vez, mordí y chupé, y volví a empujar. Disfrutábamos. Clara, Clara, Clara, otra vez.

—¡Dios mío! —grité y continué moviéndome dentro, otra vez. Otra vez. Otra vez. Otra vez.

Es sorprendente el amor que puede envolver el cuerpo, que te transforma en un solo ser con tu amante, el momento en que la epidermis se levanta y la noche nos convierte en un silencio, ese silencio que es el ruido más ensordecedor del mundo.

Clara era mi isla, Clara tenía su alma acariciando mis adentros, y mi corazón latía queriendo vivir dentro de ella, intercambiar con ella, perpetuarme sobre sus muslos, quedarme siempre. Siempre en ella. Clara se convirtió en aquel huracán que bautizó la mirada en días, sus brazos me abrazaban, yo la sostenía, yo le acariciaba el rostro, besaba sus labios, y no decía mucho, no decíamos mucho, no había necesidad de palabras, nuestras miradas lo decían todo, era el amor más puro y real que la Tierra ha sentido. Lo guardaba para ella, ella gozaba, los pétalos en el suelo provocaban el olor mágico, siempre sería mía. Entonces ella quedó dormida entre las sábanas. Fui al baño. Clara iba a ser siempre mía, la noche me intentaba dormir, entonces miré al espejo. —Estás listo para lo que sea, —dije. La noche intentaba arrullarme, vi una gota de sudor que escapaba por mi frente, estaba totalmente desnudo, caminé hacia el otro extremo de la habitación donde Clara dormía profundamente, saqué una caja, de allí saqué una pistola, una única bala, metí la bala en la pistola, entre lágrimas me coloqué la pistola en la sien derecha, miraba a Clara dormida y le susurré —¡Ay, Clara!… ¿Por qué tenías que estar muerta cuándo te conocí?

Detén el tiempo en tus manos / haz esta noche perpetua / para que nunca se vaya de mí / para que nunca amanezca[3]

Jalé el gatillo y me reuní con Clara.

Para Carlos Camaleón

que publicó por primera ocasión este cuento suicida

 

*Cuento extraído del libro Psicosis en Ciudad Ruido

 

NOTAS

[1]Fragmento de “Reloj” de Los Tres Caballeros.

[2]Fragmento de “Dance me to the end of love” de Leonard Cohen.

[3]Letra de canción “Reloj” de Los Tres Caballeros.

 

IMAGEN

Mujer sentada con la pierna doblada >> Egon Schiele., Austria, 1890-1918.

 

Bruno Bellmer. Escritor que comenzó su carrera literaria desde la edad de seis años, escribiendo y dibujando sus propios cómics y ganando diversos concursos de cuento infantil. En el año 2012 funda el colectivo Arte por arte, dedicado a la difusión artística en la Ciudad de México; en el año 2013 tiene dos exposiciones pictóricas individuales. En 2014 funda el grupo de poesía musicalizada Les Escargots, que mutaría al dúo de poesía-mambo-punk-experimental Don Primitivo. Ha sido antologado por las editoriales La Sangre de las Musas (en las antologías Suicidio, Wéstern: historias salvajes de vaquerosy Don’ttry) y Colectivo Entrópico (en las antologías Ciudadela de orfebres y Las aguas inquietas), también es co-fundador del blog Cuentos malos para gente malay el fanzine El canto del cenzontle. Ha publicado los libros Funky Gun (2017), Psicosis en Ciudad Ruido(2018) y Deja de rascarle los huevos al Diablo(2019).

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