AMOR ENCASQUETADO

Historias para ella

por Lord Crawen

Nunca creyó en sus promesas. De hecho, ni siquiera creyó en verlo nuevamente. La vida transcurrió como para cualquier otra persona: la madurez llegó al finalizar su juventud, y la vejez al pasar la madurez.

La radio siempre estaba encendida en la estación de los clásicos; a pesar de que la tecnología le permitía ahora tener la música en un solo sitio, decidió quedarse en su época juvenil por motivos propios.

Esperarlo dejó de ser su opción y se dispuso a crecer en todos los sentidos. La única promesa que sí cumplió fue quedarse con el negocio familiar.

La funeraria, conocida por su peculiar directora, una adulta mujer gótica que trataba a todos por igual y de quien decían sabía hablar con los muertos, era muy recurrida por el amor que mostraba a todas las familias de los deudos y el trato final de aquellos que llegaban hasta el sitio, para reparar, preparar y embalsamar. Para los conservadores, era una locura estar en ese lugar con tan extraña criatura vestida de negro, pero una vez que los servicios se solicitaban, no había nada que recriminar. “Hay que tener tacto para hablar con los muertos”, decían algunos.

Solía responder: “Si supiera cuánto tacto tuve, esperarías que uno de ellos vuelva”. Dichas palabras se convirtieron en el lema del lugar. La calidez musical de la estación del recuerdo otorgaba a los deudos, recuerdos importantes de su vida pasada, y, durante el trámite, todos solían comentar que era una experiencia que mejoraba el ambiente y la difícil situación.

El sitio estuvo cerrado por un par de semanas. De acuerdo con mi abuelo, quien conocía a la mujer desde muy joven, lo inevitable había sucedido. Durante ese tiempo, mi abuelo recorría el lugar en busca de respuestas, pero él, como muchos otros que habían solicitado los servicios, no las recibía. Sin embargo, la radio sonaba desde dentro del local. Decían que ciertas canciones se escuchaban más que otras, sobre todo si eran canciones de amor de los noventa.

Sobre dichos fenómenos se hicieron algunos llamados a la policía por parte de mi familia y de otras más, pero la policía nunca se inmiscuyó más allá. El abuelo decidió investigar por su cuenta, y un día, al volver, repetía que lo inevitable ya había sucedido, tantas veces, que mi madre tuvo que darle un calmante.

Reconozco en la actualidad, ahora en mi madurez, muchas de esas canciones, las cuales se intensificaban un tanto más en el volumen por las noches, y las tarareaba con horror más que con felicidad.

Los planes comenzaron a cambiar respecto a la solicitud de mi abuelo para su atención una vez que falleciera, y, obviamente, el lugar no estaba abierto, pero era tal su desesperación que parecía que moriría mañana mismo.

Una noche, mi abuelo entró a mi habitación y se parapetó sobre mi cama, con sus lentes y unos binoculares. Parecía como si recordara sus tiempos de guerra según sus historias que una vez contó, reptando entre las cobijas y dirigiéndose hacia la ventana. Con su mano derecha, moviéndola cual abanico, me invitaba a estar a su lado para observar. Un veterano de guerra y un niño a medio despertar.

“Mira eso, mírala bien. Es ella. Ella volvió a ser joven. Lo encontró por fin”, decía mi abuelo constantemente y en voz baja. Quise hablar con normalidad y mi abuelo me silenció. “Ella ahora puede escucharnos. Y él, mucho más. Recuerdo muy bien esa canción. Es la que más volumen tiene. Es su canción”.

Quería dormir, pero el abuelo seguía observando. Pude ver, entre sueños y pesadillas de videojuego, hombres ingresando un viejo ataúd a la abierta cornisa del local. Una joven con vestimenta gótica como la de la anciana directora de la funeraria, dirigiendo al equipo de trabajo. La mente de un niño puede viajar de un sitio a otro cuando no ha sido contaminada con la actual tecnología; la mía divagaba entre las pesadillas y lo que el abuelo repetía: “Lo encontró. La encontró. El maldito Nosferatu ha vuelto a nuestro pueblo. ¿Cómo lo logró el desgraciado? ¿Cómo ella es tan joven ahora?”.

Al levantarme de la cama, mi abuelo me dijo que preparara mis cosas, que era tiempo de partir del pueblo para no volver jamás. Obviamente, una vez hechas las maletas, mi madre nos detuvo parada en la puerta. Un calmante para el abuelo y una advertencia para mí.

El sitio abrió un par de días después. La joven, ahora directora del negocio, mantuvo los mismos estándares de calidad, y todo seguía su curso, excepto por mi abuelo y algunas personas mayores que habían intentado ingresar al lugar y fueron detenidos por la policía local.

Mi abuelo decía que su secreto moriría una vez que todos los ancianos del poblado fenecieran, y por ello era imperante detener sus planes. Repetía que nos devorarían a todos por la noche, solo para mantenerse jóvenes. Mi madre lo silenciaba y le pedía que dejara esas referencias de películas de vampiros de los años noventa.

La música solía escucharse un poco más alta, en ciertas canciones una vez que el locutor las programaba y cuando estaban trabajando en algo. Pero por las noches, aquello se transformaba en un sitio lúgubre y oscuro con las notas de aquella canción que mi abuelo tanto odiaba: “Enjoy the silence”.

Aunque nunca era la misma y alternaban la música nocturna, el abuelo conocía su lista de melodías que posiblemente solicitaban a la estación de radio. Pueden buscar en YouTube, en los videos paranormales, la grabación de la voz de mi abuelo llamando a la estación de radio para detener la programación de esa música porque había vampiros.

El pueblo se llenó de curiosos, de subexpertos paranormales, y mi abuelo vivió en sus últimos días, arrepentido de aquella decisión. El tiempo se encargó de aminorar los problemas alrededor de la funeraria, los curiosos y las personas en la vejez. Mi abuelo falleció mucho tiempo después, fue el último de todo el grupo de ancianos del poblado. No había más remedio que llevarlo a la funeraria, aunque en lo que le restó de vida había recalcado que no quería ser tratado ahí. Me percaté por fin de todo aquello que mi abuelo tanto había temido.

En la recepción, atendidos por la joven directora, por la que no pesaron quince años de tiempo, encontré un retrato de la anciana que atendía el lugar quince años atrás. En mi lucidez por el descanso de mi abuelo y sus constantes divagaciones, pude percatarme que la anciana y esa mujer eran la misma. Durante el recorrido, busqué mil maneras de verificar la teoría, pero todo, en su blancura impecable, no existía, excepto por la canción que sonó en alto en ese momento en el sótano. La directora nos pidió un momento, aunque tardó bastante en volver.

No quise inquietar a mi mamá en su pérdida y llanto internos, pero algo no cuadraba. Pude disfrutar del silencio una vez que aquella canción había descendido su volumen a petición de la directora. Finalizamos los trámites y dejamos a mi abuelo listo para ser preparado. Le pedí perdón por abandonarlo en el que decía, era un sitio con un personal maldito. Imagino sus horrores una vez que la batería de The outfield entonando “Your Love” sonó en todo lo alto.

En el velatorio, una vez reunidos todos, se podía escuchar vagamente en el sótano la voz de un hombre entonando “There she goes”. Aunque la voz angelical de la chica es inevitable de recordar, sobrepuesta a la de un hombre que la entona con tal gravedad gutural proveniente de tiempos oscuros y un abismo desconocido, es algo que no podré olvidar jamás.

La directora volvió a solicitar un momento durante la reunión para callar a su trabajador del sótano, ofreciéndonos una disculpa por lo ocurrido, aunque solo me había percatado yo. Era una obviedad, por como me observaba con aquellos ojos negros, perdidos en el espacio tiempo, en una eterna juventud.

Mi abuelo tenía razón. Solicité ir al sanitario y decidí inmiscuirme hacia el sótano mientras la directora atendía a nuestros familiares. Llegué hasta ahí, encontrando que la música había descendido su volumen hasta cierto nivel, pero escuchando “Linger”. La gutural y sombría voz la entonaba con frialdad infernal.

Abrí ligeramente la puerta y encontré a un hombre delgado trabajando sobre un cuerpo. El herrumbroso aroma era inexplicable ante la total pulcritud de la recepción y el negocio. Abría la puerta y aquella criatura observó mi entrada sin hacer nada más: “Usted no ha sido invitado aquí”. Recuerdo sus palabras con una frialdad aterradora, y esa voz que provenía de los eones de tiempo atrás. Se hizo el silencio, hasta que la voz de Smashing Pumpkins lo rompió: “The world is a vampire”. Salí del lugar corriendo y la directora me detuvo. Después, todo fue silencio y oscuridad.

Años después del suceso y varias sucursales en todo el mundo, la directora y el vampiro que le prometió volver, viven felizmente, alimentándose de nuestros clientes fallecidos, drenando su sangre y preparándolos para su última presentación ante los deudos. Aún me estremezco con las canciones de los años noventa, así que decido poner otro tipo de música en mi sucursal, un tanto más clásica, como la que solía gustarle a mi abuelo. Contratamos personal calificado a través de un pacto de sangre.

Aun con todo el trabajo, siempre vuelvo a la sucursal original, donde ella y su vampiro toman un coctel de sangre durante las noches de trabajo, mientras suena “Kiss me”. A veces me les uno, a veces solo los dejo pasar el rato. Cuando llegan los clientes a mi zona de trabajo, es inevitable no leer el lema de mi lugar: “The world is a vampire”.

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Mosca >> Técnica mixta >> Alias Torlonio

Lord Crawen, Jezreel Fuentes Franco nació el 29 de junio de 1986 en la Ciudad de México. Estudió Ingeniería en Comunicaciones y Electrónica en el IPN; luego, su pasión por la Literatura lo llevó a formar parte del Taller de Creación Literaria impartido por el profesor Julián Castruita Morán, y del impartido por el profesor Alejandro Arzate Galván. Participante de Concursos Interpolitécnicos de Lectura en Voz Alta, Declamación, Cuento y Poesía. En 2014 fue finalista del Concurso Interpolitécnico de Declamación. Participó en cuatro obras de teatro de improvisación, las cuales fueron presentadas en los auditorios de la Escuela Superior de Ingeniería Textil y en el Cecyt 15. Ha realizado ponencias en eventos de Literatura del horror, en el auditorio del Centro Cultural Jaime Torres Bodet. Publicó algunos trabajos para el portal electrónico “El nahual errante” y actualmente, se desempeña como ingeniero de procesos de T.I.

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