ABRAXAS
—¡Alégrate, Deizkharel! Tu nombre será escrito con letras de oro en el Libro de los Humildes, porque tu fe nos ha salvado.
“¿Pero qué he hecho?”, se pregunta Deizkharel. “Fue una ilusión”, se contesta a sí mismo, y con esas palabras intenta convencerse mientras camina hacia una banca para sentarse y discernir la realidad de lo imaginado. Paso a paso contempla sus manos absolutamente limpias, ni gota de sangre que grite su culpabilidad, respira profundo, todo está bien, se esfuerza en creer que nuevamente su imaginación le trastabilló su cordura; no es la primera vez y seguramente no será la última, mas sólo por si acaso, sus labios repiten una y otra vez “Kirie Eleison”[i].
Deizkharel sentado se autocuestiona. ¿Por qué? ¿Por qué no simplemente puede venir a misa y comulgar como cualquier otro? ¿Por qué no puede vivir una vida normal común y corriente? ¿Por qué sueña en ser otro al contemplarse en los espejos? Cuando desvaría, es feliz en brazos de una hembra que no es la suya, se ve en el regazo de una mujer que pudiera ser su madre y juega con un hombre al que llama padre. Si sólo pudiera entender por qué al escuchar una canción siente tanta alegría que pudiera ser el hombre más dichoso sobre la faz de la tierra, y en momentos su ánimo transmuta para volverlo en el más desgraciado de este mundo, esa conmoción es ineludible aunque se refugia en los brazos de su amada esposa, que tal vez sólo quiere circunstancialmente; ese es un misterio que le intriga cuando en las noches sobre la cama, a su lado le invaden deseos de llorar al contemplar lo mísero de su existencia. No obstante, las lágrimas se niegan a escapar de sus ojos, pues pudieran caer sobre las sábanas y causar tal estrépito que despertarían a la hermosa princesa dormida en su lecho. Entonces prefiere tragar su llanto y sentir cómo las lágrimas desgarran sus entrañas para lanzar gritos de angustia ahogados en la almohada, fiel compañera de su pesar.
Suspira y observa en el techo la luz penetrando en el sagrario, casi puede escuchar a Dios diciendo que ese pequeño recinto atesora la fuente de vida eterna, mas él no lo siente así y sólo comulga por razones imprecisas. Quizás sólo por darle gusto a Alétse, o tal vez porque al comulgar viaja a una isla lejana donde el cielo y el mar le hacen olvidar las vulgaridades de la vida; esas pequeñas cosas que le fastidian y torturan los sentidos al extremo de orillarlo al borde del abismo, donde no pocas veces ansia arrojarse en su inconmensurable soledad, lugar de refugio, pues ahí nadie logra perturbar su retraimiento del mundo material.
—Espléndida Catedral, las columnas imponentemente se levantan desde el suelo y son tan altas que casi tocan el cielo, el estilo gótico es el más exquisito de todos, es sublime, místico; pareciera que su Dios les enseñó cómo se deben hacer las cosas… —Ensimismado, Deizkharel no se percata de que alguien llega y comienza a platicarle familiarmente—. Esta Catedral, sin duda es una de las mejores creaciones del gótico… ¿Sabes que la palabra Catedral se deriva del griego kathedra? Mhmm, bueno… no importa, en realidad tales cosas son de poca relevancia… es inútil ponerse a pensar si fue primero el huevo o la gallina… si el cielo es azul… si Adán y Eva debían tener ombligo, o ponerse a disertar de cómo es posible que Caín por ser el primer asesino se convirtió a sí mismo en vampiro y ahora es el hombre más viejo que aún deambula entre los muertos y ciegos, o que los gigantes de los cuales hablan civilizaciones antiguas, fueron hijos de los ángeles caídos que pecaron con las hijas de los hombres, y que estas abominaciones fueron exterminadas en el diluvio. A nadie le interesa entablar conversaciones bizantinas. Hoy en día ya no es interesante pensar en todo ello, no hay cabida para recordar que Xaphan intentó incendiar el cielo y por castigo, cualidad o antonomasia, es quien debe mantener vivo el fuego infernal. En estos días ya no vale la pena ponerse a pensar en dónde comenzara el juicio final, aunque algunos ingenuos aseguran que los enterrados en Jerusalem tendrán la primicia en la resurrección, olvidando la premisa de que los últimos serán los primeros. También es de poca importancia saber que el satanismo derrotó a la esvástica.[ii] O dime… ¿Tú qué opinas?
Deizkharel, absorto en sus divagaciones, apenas escucha tanta palabrería porque ahora siente fastidio por una compañía indeseada; ya que además irrumpe su abstracción.
—Mhmm. Mejor no respondas… es muy sabio de tu parte, ya sabes lo que dicen por ahí: siempre es mejor parecer un tonto con la boca cerrada, que abrirla y confirmárselo a tus semejantes. Aunque no todos los mortales nacen con la estupidez en sus labios; hay excepciones.
Deizkharel, molesto por los comentarios de la persona sentada a su lado, pregunta agresivamente:
—¿Como quiénes? ¿Como usted?
—¡Así es! Tú y yo no figuramos en el registro de la estupidez, por el contrario, no diría lo mismo de todos los presentes, podría haber un tercero inmiscuyéndose en nuestra conversación. En realidad son muchos, hay muchos espíritus aglomerados en este templo, esperanzados a que su Dios venga a llevárselos con él. ¿Escuchas el silencio? Es el murmullo de sus súplicas ¡Cuántas almas en pena! ¡Pobres! siento lástima por ellas, se encuentran entre el Mundo Fuego y el Estado de lo Manifiesto, lugar inexplorado para ellos, sobre todo…
Peculiares y fascinantes le parecen estas ideas a Deizkharel, le invade la curiosidad de conocer el rostro de esta persona, pero en él hay una gran pereza de girar la cabeza, tal que prefiere mantener la vista en el sagrario.
—¿Estás bien amigo?
—Sí… es sólo…
—¡Mhmm! Sí, comprendo cómo te sientes, no todos los días puedes jugar a ser Dios. No todos los días Atropos[iii] cede su potestad a alguien más.
Estas frases son un balde de agua fría y un escalofrió invade a Deizkharel, bruscamente voltea y lo primero con lo que sus ojos tropiezan es un cabello cobrizo rozándole debajo de los hombros, alza ligeramente la vista para toparse con un par de labios:
—¿Te encuentras bien?—, pregunta el desconocido— ¿Sabes qué día es hoy?—, se contesta a sí mismo. — Si mal no recuerdo, hoy es el sexto día del noveno mes, aunque tal vez podría ser el noveno día del sexto mes, si fuera así, sólo faltarían nueve días para la vigésima segunda conjunción planetaria. Pero volviendo a los números, todo depende de la perspectiva; si escribes tales números en una hoja en blanco, el significado de estos varía dependiendo de cómo lo leas. Si dieras la cara al cielo, las estrellas te dirían que en estos momentos el seis antecede al nueve, y ello implica la ascensión de la imperfección mental y espiritual a un plano superior, donde la universalidad y sabiduría de los escalafones anteriores se manifestará ante tus ojos.
Con mirada fija en los ojos de Deizkharel, la persona de al lado coloca su mano izquierda sobre la de Deizkharel, quien la tiene sobre su pierna, y rápidamente su faz se turba cuando siente la tibieza de una palma sobre la suya.
—¡Tranquilízate!
Deizkharel tiembla al palpar la textura de una piel suave, tersa y delicada, entonces el extraño toma entre manos la mano de Deizkharel, y clava su mirada en la suya.
—¡No temas!
El corazón de Deizkharel se acelera, porque sus ojos son el portal a un universo desconocido, el cual le excita, lo atrae, invitándolo a sumergirse en sus profundidades. Sus rasgos son tan femeninos que bien podría ser mujer. ¡Pero no! No lo es. Es un hombre, sin embargo Deizkharel desea que no lo fuera, pues así podría besarla, acariciarla y sin importar el recinto, tendría sexo con ella. ¿SEXO? Resuena en la caverna de sus miedos: “¡Sí!”, le responden sus genitales. Nada de amor, una relación sexual en la que el placer sea el único objeto de caricias y cópulas; eso exige su instinto animal.
—¿Una limosna para el seminario?
Irrumpen una religiosa y un seminarista que se santiguan al ver dos hombres tomados de la mano a punto de besarse y al unísono exclaman:
—¡Ave María Purísima!
A lo que el andrógino responde:
—Sin pecado concebida, por obra y gracia del Espíritu Santo…
Deizkharel por instinto e inconsciente, comienza a recitar.
“…Señor y dador de Vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.
Creo en la Iglesia, que es una Santa…”
Deizkharel calla, pues ha olvidado el resto de la oración y quien está a su lado, dirigiéndose al seminarista, completa:
—…ultrajada por mancebos como tú, que se masturban en sus noches solitarias imaginando la calidez de una virgen sobre sus carnes.
Los religiosos, santiguándose nuevamente, continúan su limosneo. En tanto Deizkharel, perplejo ante la hermosura de su acompañante, ni siquiera se percata de los religiosos y mucho menos de que sus labios pronunciaron parte del credo católico. La mente de Deizkharel se concentra en averiguar si la persona sentada a su lado es él o ella, sin embargo, por más que observa el físico, no logra conclusión alguna y decide preguntar:
—¿Eres hombre o mujer?
Como respuesta, le mira a los ojos, sonríe, deja libre la mano de Deizkharel que mimaba entre las suyas, y con ellas acaricia sensualmente su cuerpo del cuello hacia las piernas. Deizkharel observa detenidamente para percatarse de algún abultamiento que delate sus senos, pero las palmas suavemente se deslizan hasta su entrepierna recordándole a la de su mujer.
—Soy lo que ves, ésta es mi naturaleza. No hablemos de mí. Mejor dime: ¿Qué se siente jugar a ser Dios? ¿Sientes cómo fluye por tus venas el poder de la vida y la muerte? Dime: ¿Qué te excita más: soñarte Dios por un instante o imaginar que eyaculas entre mis brazos? ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!
Deizkharel nuevamente se sorprende ante tales palabras, y se pregunta: ¿Cómo puede conocer un sueño? Porque fue un sueño ¡Sí! Nuevamente se convence de que es sólo su imaginación: la espada en sus manos y la sangre en sus ojos fue sólo un espejismo. Entonces, si fue así. ¿Por qué este tipo conoce los desvíos de su mente? Muchas preguntas parecidas se hace Deizkharel, pero al fin recobra la serenidad y se convence de que el tipo sólo habla al azar, porque no es posible que pueda conocer sus pensamientos, y sólo quiere jugar con él.
—¿Qué o quién eres tú?
—¿Y qué importancia tiene si has matado? ¿Acaso no te remuerde la conciencia? Eres católico ¿o no? Por eso estás aquí.
Deizkharel evita responder, mas es incapaz, es un conejillo indefenso ante una víbora y nada puede protegerle.
—Sí.
—Porque te esmeras en rituales banales como asistir a misa, cuando ni siquiera estás convencido de tus acciones. Dime: ¿eres hipócrita o te gusta la falsedad? Guardas apariencias, ¿A quién tratas de engañar? Puedes confundir al mundo, pero a tu conciencia jamás. Ella es la que te atosiga todo el tiempo y por eso te refugias en una doctrina con el único afán de acallar tu naturaleza, pero ella siempre sale a flote. No puedes tapar el sol con un dedo. ¡No te engañes! Al enterrar la muerte entre la carne, la adrenalina te sumergió extasiándote en un lupanar, donde sus sacerdotisas se ofrendaron en cuerpo y alma a tus instintos, hasta que halagados respiraron la saciedad, como desde tiempos inmemoriales no lo hacían.
—¡No! No es cierto, ese ángel me dijo que esa criatura era la causante de todo… que si lo mataba mis… todo “eso” que me rodea se desvanecería, creo que… estoy enloqueciendo.
—Es lo que tú crees. En realidad tu subconsciente busca un pretexto para dar rienda suelta a tus instintos reprimidos. ¡Pobre de ti! Pero es el destino que un Dios inasible trazó para tu vida, y por el momento no eres capaz de luchar en contra de deseos místicos. Mas ya no sufrirás, porque eres un cisne que nada entre patos, yo te enseñaré a volar, con tus alas conocerás el universo, lugares excepcionales y lejanos a los que perteneces. Serás mi discípulo, yo seré tú maestro, te develaré la sabiduría que los dioses atesoran celosamente de los mortales. A su debido tiempo volverás al estanque, enseñarás a los patos a volar y dejarán de revolcarse entre la mierda cegadora de luz. Ese también es tu destino.
—Pero, ¿qué es el destino?
—No hagas preguntas cuya respuesta no puedas comprender. Sé de la incredulidad que te apresa; es un estorbo para comprender al destino. Primero debes liberarte de esas enormes cadenas, apártate de la conciencia y vuela en libertad.
—No entiendo.
—No tienes por qué entender, todo a su debido tiempo, no hay premura. Así como el sol cae al ocaso y renace al alba, así llegara tu momento; nunca antes, nunca después.
El desconocido pasa sus manos sobre el rostro de Deizkharel, provocándole un sopor hasta quedar dormido.
—Duerme, descansa, el final del viaje se acerca.
…
NOTAS
[i] Señor, ten piedad.
[ii] Cruz gamada. Símbolo solar de los antiguos arios, que Hitler retomó como emblema del nazismo. Este símbolo también es utilizado por otras culturas de hoy en día, que al contrario de los nazis, lo utilizan como símbolo creacionista. El origen del mismo es confuso.
[iii] Las parcas son tres divinidades griegas. La mitología griega dice que tienen en sus manos el destino de los hombres. Son hijas de Zeus y de la Noche. Cloto hila el hilo de la vida; Laquesis devana este hilo; Atropos es la que corta y hace que los hombres mueran.