Para Nabucodonosor, con cariño.
Aquí no hay luz al final del túnel.
Ese lugar común
se vuelve eterno, aterrador.
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Desesperanza como fatalidad.
Angustia que ahoga cada latido.
El resplandor es aplastado
por rocas del astro llamado rey;
sabrá Dios si Él sabe
el significado de ese nombre.
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Las piedras inventan sombrillas,
no saben que al abrirlas
se vuelven transparentes, enceguecedoras.
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Las lágrimas son prismas,
no de siete colores,
tampoco de luz blanca.
Solamente llega, sin invitación,
el negro que absorbe duelos, congojas,
soledades, absurdos existenciales,
sinsentidos como vericuetos,
perpetuos dolores, penas,
sufrimientos encimados
cual minerales, ad infinitum.
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Jamás he sentido un beso
dado con amor o respeto.
Fui el hazmerreír
del pueblo donde nací.
Por siglos, no por años.
.
Cocino en mi casa carne molida
y verduras al vapor;
sopa de estrellas, a ver si me iluminan,
pero no, están muertas por el fuego.
Como yo. Qué contradicción:
fallecido envuelto en lumbre.
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Los comensales me dicen:
Dame más chorizo, Juan.
Piensan que no entiendo sus insultos.
Sólo por necesidad vendo de comer.
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Camino contoneándome,
partiendo la plaza en dos,
con mi canasta llena
de manzanas, jitomates,
ilusiones y peras.
Me gritan peladez y media.
.
“¡Juan, Juancito, ven
que te la voy a arrimar!”, gritan
en coro los tres machines,
los del sexo fuerte.
Chotos vergonzantes.
Como si no los hubiera visto
besarse en la cantina
con los botudos y bigotones.
Hipócritas malnacidos.
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Me largué a la metrópoli
a ser más feliz,
a soltar el odio encarcelado.
Trabajé como mula,
junté dinero para el bótox.
No me alcanzó para las tetas,
apenas para unas hormonas
que me las dejaron igual de chiquitas,
casi del tamaño de cuando nací;
tampoco se me quitó
el vello de la cara ni la voz ronca.
Entonces compré un sostén costoso.
Me seguí viendo hombre.
.
En el bar de gays serví tragos,
lavé suelos, cociné botanas:
caldo de camarón con yerba santa y laurel;
manitas de cerdo en vinagre;
bisteces con chipotle, cebolla y papas.
Mitades de sándwich de jamón y queso,
sin faltarles su mantequilla y su crema.
.
Dejé que me manosearan
los machos, a los que los espera
su esposa amada.
Ánimas benditas, ojalá
Que los muy malditos no les lleven
su sidralito, el mal llamado SIDA.
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Entré a la prepa vespertina,
todo jodido del cuerpo y del alma.
Ahí pasé inadvertido,
excepto para Adelaida, una trans
que conocí en una marcha.
Ella estudia Filosofía y Letras,
especialidad, Teatro.
No quiero dedicarle palabras
bonitas ni feas. Sólo decir que me golpeó
en su versión masculina. Me molió;
en eso no fue la diferente, el puro aliviane.
Esa vez tampoco el cielo me salvó.
.
No crean, sí me he preguntado
el porqué seré tan dejadote,
tan víctima, y no sé la respuesta.
Dice la maestra de orientación
que vaya a la terapia.
También me aconseja que siga
con mis lecturas de poemas
y me lance al ruedo a escribir.
No sé con qué se come
esa palabra que suena lindo: escribir.
Dice que ya traigo lo poeta
en la sangre. Mis tareas lo ratifican,
según ella. No entiendo esa palabra.
Sigo siendo un pueblerino de corazón limpio.
Muy buena gente para tantos
sujetos y tipas que se dicen personas.
.
Volví al pueblo a enterrar
a mi tío Juan José.
Los cerros/elefantes lo despiden,
los árboles con tronco de guayabo
no dan esas frutas. Están bien secos;
cada rama anida pájaros.
No son aves, son plantas parásitas.
A mi familiar le parecen jilgueros
que le dicen adiós.
.
Se siente paz en el ambiente.
Lo atacaron a pedradas y golpes.
No resistió. Soportó sesenta años.
Tío: ya la libró. Lo quiero mucho.
Familia es destino.
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Yo, el hombre llamado Juan,
estreno nombre: soy Xiomara.
Camino solo. Los vericuetos
me llevan a un pantano
que me traga muy lentamente.
Cada microsegundo repasa
retazos de mi ser.
Los golpes y patadas de mi padre,
“para que se le quite lo marica, pendejo”.
.
La sangre brotante de mis oídos, mi garganta,
la nariz quebrada y escurriendo ríos rojos,
hechos por mis amantes, hayan sido
“hombres” o “mujeres”.
Son igual de violentos y odiadores,
al menos los que topé en mi senda.
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El desdén y odio de mi mamá,
y las mentadas de los vecinos
me vuelven más consciente
de que pronto descansaré.
Con cada puñalada-recuerdo
anhelo más el fondo del fango.
Dios se apiada de mí.
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IMAGEN AL EXTERIOR
Olas >> Alias Torlonio
María Estela Aguirre nació en el estado de Chihuahua en 1955. Estudió la maestría en Enseñanza e Historia de la Biología en la UNAM y es doctora en Ciencias en Educación Agrícola Superior por la Universidad Autónoma Chapingo y el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), Costa Rica. Sin embargo, sus gustos literarios la han llevado a explorar diferentes caminos; así, desde 1995 tomó talleres con el poeta Rolando Rosas Galicia y el escritor Óscar de la Borbolla. En 1997 obtuvo el primer lugar en cuento en el certamen “Letras, Voces y Miradas”, organizado por la Universidad Autónoma Chapingo, y en 1998 ganó el segundo lugar en poesía en ese mismo certamen. Es autora del libro de cuentos y relatos “Arruga la nariz muy preocupada” (2001) y colaboró en el libro ”Tejedoras de Historias” (1996). Actualmente estudia en los talleres de “Sombra del Aire” y “Sembrando Voces”.