La falta de comprensión y rigor con que a mediados del siglo pasado se abordaban las vidas de no pocos pintores fue la tónica general en cuanto al esbozo de estos estudios; más aún cuando apenas sí se entendían cuáles fueron los hallazgos pictóricos de estos artistas, fagocitados por su propio mito. Parte de la culpa de tal desfase la tuvo Hollywood; me parece que hasta hace poco seguían haciendo películas detestables sobre algunos pintores. Apunto a un periodo de tiempo concreto, donde la “inteligencia” occidental andaba abducida por el cine, su glamour y sus, lo diré claro: patochadas y estupideces. Pintores como Tolouse–Lautrec, van Gogh, Modigliani o Picasso salen tan mal parados de estas lides como Leonardo, Miguel Ángel, El Bosco, etc., escrutados a través de raseros psicoanalíticos lacrimables. Desastres a tener en cuenta.
Quien haya profundizado en la correspondencia y labor artística de Vincent van Gogh, sospechará como mínimo (tal vez aun no conscientemente), que Vincent van Gogh no escribía como un loco, tampoco dibujaba como un loco, ni pintaba como un loco y por supuesto, ni siquiera desbarraba como un loco, puesto que no lo estaba. Sólo era un artista magnífico, que no es poco, con un exceso de prodigalidad ante un entorno, el de este planeta a cualquier hora, poco o nada amigable. Todo era razonable en él, salvo unos pocos actos de crisis debidos a una existencia caótica sumados a una salud algo descuidada.
Vincent van Gogh ni siquiera se suicidó. Vincent era un auténtico cristiano, era el primogénito de un predicador protestante severo; de hecho, él también ofició como tal, con una entrega en el sacrificio para con su rebaño tan inusual que nuestro hombre, mientras predicaba acabó vestido con un saco de arpillera, por dar lo poco que tenía a quienes lo necesitaron, hasta el punto de suscitar el escándalo entre los gerifaltes de su parroquia, quienes le pidieron que desistiese de su labor evangelizante. Sobre su muerte conozco dos versiones compatibles donde sólo cambian los actores. En la primera Vincent está pintando y entre sus aperos hay un viejo revolver que tal vez utilizase para espantar cuervos (quienes niegan esta posibilidad como impensable nunca han visto una cagada de cuervo); o sintiéndose acosado lo llevaba por su seguridad; o por simple fetichismo estético; o por todas estas razones a la vez, cualquiera sabe; allí donde pintaba había entablado amistad con dos jóvenes militares con los que charlaba mientras él pintaba y bebían, a uno de ellos se le disparó el arma mientras lo inspeccionaba, por pura curiosidad o bromeando, sin advertir que estaba cargada. Parece ser queVincent, y esto encaja con quien era, decidió asumir el disparo como propio por evitar arruinar la vida de aquel joven; entiendo que cargó con esa culpa como un acto cristiano de amor al prójimo; valga recalcar que este pintor aborrecía el suicidio puesto que lo entendía como un acto de cobardía. En la otra versión (más moderna) son los hermanos Secretán, de dieciocho y dieciséis años, quienes charlaban con Vincent aquel día, y el pequeño, que era un tarambana enamorado del oeste americano y un poco hijo de puta (parece ser que disfrutaba puteando al pintor), tenía un viejo revolver con el que de cualquier forma disparó a Vincent; dato curioso es que estos chicos eran hijos de un parisino, conocido farmacéutico y proxeneta de postín (encaja, hoy sabemos que son profesiones complementarias). De la primera versión sé que el autor del disparo trató de explicar en una misiva dirigida a la familia de Vincent, lo ocurrido; imagino que para descargar su conciencia, limpiar el buen nombre del pintor y tranquilizar de alguna manera a los familiares del artista, que sin embargo, no quisieron saber de esta historia nada; pues a partir de su muerte, el pintor loco y suicidado ya empezaba a dar buenos réditos. También sé que se conoce el nombre de este arrepentido militar, pero debéis disculparme por no poder facilitar este dato ni su fuente, ya que están perdidos por alguna de las pilas de libros que a veces surgen por los suelos de mi casa (y no doy con ello). Esta carta, por supuesto, desapareció, como otras muchas del epistolario de Vincent, donde criticaba ferozmente, rotundo como era, a algunas personas de su entorno familiar; esta pérdida se debe al enorme celo y control que las hermanas del pintor ejercieron sobre toda su correspondencia; por un lado debió vencerlas un pudor gazmoño y provinciano propio del momento, mientras que la desaparición de la carta donde se aclaraba la inocencia (¡y valía espiritual!) de Vincent fue al parecer, pecuniariamente interesada.
Claro que Vincent tenía algún trastorno. ¿Y cómo no?, como todos. En su caso su desequilibrio, tal vez de origen epiléptico y hereditario (conjeturas que no locura), se agravó por una nutrición escasa y a salto de mata; más la ingesta periódica de alcoholes como el ajenjo, una absenta de alta graduación que se toma con un azucarillo dentro de copa o vaso, multiplicando el azúcar los efectos alcohólicos de esta bebida ya de por sí potente; sumemos a esto, problemas dentales serios más horas fumando continuas pipadas de tabaco y vayan a saber qué más; por aquella época muchos artistas y literatos experimentaban con alcohol, hachís, opio en láudano, cocaína e incluso éter. Ahora mezclen algo de esto o todo si gustan, con el escaso descanso por una afición desbocada a la labor pictórica, donde en el periodo de sus cuatro últimos años Vincent pinta el grueso de su obra: el resultado es que uno se corta una oreja, tal vez para demostrar a su contertulio Gauguin hasta qué punto él estaba comprometido con lo que hacía, o tal vez reclamando ser escuchado, etc.; otros se cortan las venas; los hay que se tiran por un puente; y los menos cuerdos contraen matrimonio; ¿qué quieren?, y sin camisa de fuerza.
Van Gogh tenía problemas. Él era consciente de su valía y le mortificaba su deplorable situación económica, y aún más el ser una carga para su querido hermano Theo, en vez de una fuente constante de ingresos; además Vincent no era un indiferente o un pusilánime, todo lo contrario, era apasionado, vehemente, furioso, extremista, y mucho ojo con contradecirlo. Todo esto contrasta con un alma de gran belleza, la suya, capaz de una entrega al prójimo extraordinaria, más su enorme inteligencia y sensibilidad: él realmente era, igual que lo fue Picasso en su momento, un enamorado de las artes y extraordinario entendido en pintura; no hay más que leer todos los comentarios que hace al respecto en las cartas a su hermano Theo o al joven pintor francés Emil Bernard. Tampoco es cierto que la pintura de los cuervos en un trigal sea su última pintura; idioteces de Hollywood, esta fue pintada un año antes de su muerte; todavía pudo dibujar y pintar varios retratos y algunos paisajes.
Así que hago una pregunta: ¿cómo no parecer un loco? Yo vivo en una punta al margen de una aldea chiquitita de montaña y me parece que un día de verano, un par de señoras algo cotillas me vieron durmiendo desnudo a la intemperie. ¿Pues saben qué?, ahora soy el loco (esto por lo menos les mantiene lejos). Mi patología es terriblemente complicada: rujo como un animal (sólo para oír mi voz), pasan semanas hasta que alguien me ve el pelo, afirmo que atravesamos la III guerra mundial “globalista” por un problema de bancarrota creado por un sistema económico que sólo puede generar deuda (¿lo han estudiado ya?), leo en voz alta y para colmo me vieron dormir desnudo y al raso. ¿Me estarán tejiendo una camisa con correas?
Por la razón que sea, mi hermano Sagu (escritor, pintor, batería y lo que guste) sí quedó bastante loco después de cumplir el servicio militar. Os hablo ahora de un loco profesional y encantado de serlo además, ¡éste sí! Comento esto porque conozco muy bien el paño; me crié con él y con un montón de amigos tan locos como él; mencionaré sólo un par notable para no aburrir: nuestro amado pintor leonés Laureano Calvo, que en su locura acabó con su vida tirándose a la vía del tren en Barcelona (inocente como un niño); o nuestro también muy querido pintor Gerardo Velarde, del que podría contar un millar de historias desternillantes, fruto de sus locuras (pero no lo haré). La locura es puro disparate y no tiene fin. Esto no es la norma en la vida de Vincent. Sólo tenemos el caso aislado del corte de su oreja más algunos comentario desafortunados en su contra, pero creo que gracias a las condiciones antes expuestas se puede entender que demasiado bien parado salió de aquella. Por otro lado, tuvo que lidiar con el tarugo de Paul Gauguin, un tipo nada fácil que yo tildo de cruel; no hay más que leer en sus memorias cómo habla de van Gogh y con qué fingida superioridad despacha todo lo referente a éste; o cómo cuando Emil Bernard, que sí era un verdadero amigo del holandés, se propone hacer una exposición póstuma con las pinturas de van Gogh, Gauguin, con cero grados de empatía le dice a Emil Bernard que “haga lo que quiera”, pero que él considera “que esa exposición es un disparate y un desastre para los demás pintores”, ya que el público los catalogará a todos ellos como a locos. Con amigos como Gauguin nadie necesita enemigos. Sólo les digo que si yo hubiese sido van Gogh le habría cortado a Gauguin ambas orejas, y puede que lo mereciera ya que llegó a Arles pagado, como un mercenario.
Pero no me entiendan mal. ¡Yo tengo también mi carácter! Cuestiono la idiotez, no al pintor. Después de las miserias que los pintores han de aguantar, no soy capaz de criticar a ningún pintor por su labor. Aunque tal vez debería hacer una sola excepción; pero ¿me voy por peteneras con una historia policíaca o les dejo con la mosca detrás de la oreja?
Seré breve. En la década de los noventa se dieron una serie de coincidencias (demasiado gruesas) que me llevaron a sospechar lo siguiente; fue así:
A raíz de una película de Hollywood (mal comenzamos), se promocionará con tan sólo un cuadrito, la obra de un pintor de talento dudoso (¡asintomático si preferís!). Por estas fechas €uropa fue inundada con cocaína, heroína y otras yerbas; y coincide que en varias ciudades de España (estado narcótico) se plantan unas estatuas de bronce de gran tonelaje (expo itinerante), ¡del pintor del cuadrito de la película!; a través de las embajadas las piezas de arte pueden cruzar las fronteras como valija diplomática, así que nadie mirará qué hay dentro de ellas; a cada pieza de bronce de tres toneladas (mero ejemplo) le puedes poner noventa kilos de cocaína en un compartimento estanco (soldado) y seguirá pesando tres toneladas, ¿no creen? Como ven, lo dejo en el terreno de las suposiciones. Hagan cálculos. Ojo, el pintor bien podría no saber nada, es más, esto sería preferible. Si tal fuere el caso sólo hará falta un artista de ego tan descomunal que no se hará preguntas incómodas del tipo: ¿A qué tanta suerte y alabanza si no soy ni un pedo de la sombra del Buonaroti?
¡El ARTE! Todos sabemos que la mayoría de las obras de arte no tienen ese valor descomunal que les adjudican; pero díganme si no cómo iban los grandes “fondos de inversión” (tipo BLACK ROCK, VANGUARD) a blanquear cantidades ingentes de dinero negro salido del tráfico de armas, del narcotráfico y del tráfico de seres humanos. ¿A ver qué se les ocurre? Y por favor, que además desgrave impuestos…
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La casquería. Líneas de pensamiento en forma de gallinejas y entresijos >> Óleo sobre madera >> Alias Torlonio
Alias Torlonio, David García. Pintor. Disléxico. Ermitaño. Bosquimano. Vegetariano. Íbero. Guerrero pacifista. Extraterrestre mientras no se demuestre lo contrario. Nombrado en 2018, 14o Rey Natural de los Gatos del Bosque. Se declara objetor de conciencia desde 1982, apartándose para siempre de la industria militar, el estercolero político y los infiernos religiosos.
Frases poco conocidas de de Alias Torlonio: El silencio pule el alma. Los malos son tontos, los tontos son buenos, los buenos son listos, los listos no tanto. La miseria viene de la mente; la abundancia sale del espíritu. Me da igual un traje a topos que un campo de minas.