XVI. EL FUNERAL

por Alejandro Roché

INTROSPECCIÓN

Es así como las cosas son más de lo que parecen cuando la mente está cerrada y atada a ideas que; ¿pero Don Bryan que hace usted por aquí?, ¿a qué debemos el honor de su presencia?

—Pues ya ves, vengo a invitarte a un velorio.

Las caras inmediatamente se tornaron serias.

—¿Quién se murió?

—Pues yo, yo estoy muerto, bueno; o al menos así debiera ser.

—No seas tonto, si estás aquí, estás vivo; no puedes estar muerto; no se necesitan hacer grandes deducciones para saber que estás tan vivo como todos nosotros.

—Pues sí y no.

—O sea, entonces estás vivo o estás muerto; decídete.

—Es que no soy yo, es la Brittany. Hoy se despertó bañada en sudor entre llantos y gritos, me sacudió de la cama gritando que había tenido una pesadilla, en donde me moría

—Pero sólo fue un sueño.

—Pues sí y no, realmente sí me morí, pero la Brittany me lloró tanto y me zarandeo tanto que logró arrebatarme a la muerte, o eso dice ella; y quizás es lo mejor porque como sin mí no tiene a nadie y pues tú sabes que con trabajos puede caminar y los hijos andan regados aquí y allá, no va a poder sola con todo el funeral.

—Pero estás vivo, ¿cómo vas a hacer los preparativos de tu funeral?

—Pues sí y no, es que sólo estoy aquí, como quien dice de prestadito y luego los preparativos para el funeral ya estaban tan avanzados que, pues ahora hay funeral aunque yo ande aquí.

—No, no puedo entender.

—Pues sí y no. Sí me entiendes, pero no quieres entender.

—Ah —entre un seño de impaciencia y resignación—, tengo que aceptar que hasta ahorita es lo más coherente que has dicho.

—No me entiendes porque nunca has estado casado, no sabes que cuando una mujer dice noche, aunque el sol esté en lo alto, todo se vuelve de noche, y más con ella que es capaz de ganarle a un atajo de mulas.

—¿Pero y eso qué tiene que ver?

—Pues eso, a la Brittany se le metió  la idea de que estoy muerto y como tal va a organizar mi velorio y me mandó a hacer todos los preparativos para el funeral.

—Pero acaso no hablaste con ella, no le hiciste ver que estás vivo, que eso sólo es para los muertos.

—Pues sí y no, porque después de una larga discusión se puso frente al espejo, ajustándose el corsé para la cintura, el brasier y el ABANINO para sus pechos, terminó de retocarse el maquillaje, como si fuera a decir lo más importante en su vida.

—De que se hace un velorio, se hace un velorio, si estás vivo o no sale sobrando, punto, no se diga más.

—Y es como si le hubiera hablado a la pared. Y aquí me tienes, te vengo a invitar al velorio, va a ser a partir de esta tarde y el entierro será mañana a primera hora.

Jassiel casi sin palabras agrega rascándose la cabeza como tratando de entender.

—Está bien, ¿en algo te podemos ayudar?

—Pues no o si, si tú o alguien quiere acompañarme, no sea que a la mitad del camino me muera y luego quién termina los preparativos, porque ya sabes la Brittany casi no camina por la vena y si no, pues  ella se quedaría con todo el gasto, y pues no va a poder sola.

Jassiel nos barrió con la mirada como preguntando por algún voluntario.

Aun cuando la tertulia estaba muy amena, decidí acompañarlo. Al momento de despedirme en voz más baja, Jassiel me dijo.

—Acompáñalo, es un ABANTO, por no decir otra cosa, pero es un buen hombre. Sé paciente con él.

Me miró y con su gorra blanca semiraída me hizo una señal con la cabeza de que lo siguiera. Empezamos a caminar en medio del mar de gente del mercado y entre empujones y ofertas a viva voz me empezó a decir.

—Gracias por acompañarme, no cualquiera ayuda en estas situaciones, vieras que es bien difícil, yo ya he ayudado en otros difuntos, pero preparar el de uno siempre es difícil. No sé si primero comprar las cosas para el velorio y después ir a cavar la sepultura o primero ir a la sepultura y después comprar las cosas. —Y respondiéndose a sí mismo—                                                    Creo que sería mejor ir a cavar al último, así aunque carguemos las cosas después, es mejor si aprovechamos el mercado, porque las cosas pueden ser difíciles de conseguir más al rato.

Y así; entre empujones y una que otra pisada, llegamos a donde una señora que parecía tener una de los puestos más grandes en cuanto a yerbas.

—Don Bryan, ¿como esta? ¿Qué le voy a dar?

—Deme todo lo necesario para un velorio.

—No me diga que…

Llevándose la mano a la boca, fue interrumpida por Don Bryan.

—No, ni lo quiera Dios.

—Entonces quien fue.

—Soy yo; yo soy el difunto.

El rostro se tornó blanco, parecía que veía a un difunto, literalmente o figuradamente; hasta yo estoy confundido. Entrecruzando las manos y con los labios susurrando palabras sacras parecía que el desmayo le abrazaba delicadamente, cual bebé es recostado por su madre; con esa misma delicadeza cayó sobre sus yerbas, su mirada fija al infinito, sus manos en su pecho y nosotros sin saber qué hacer, hasta que Don Bryan se acercó y tratando de moverla le agitó diciendo.

—Es un decir, estoy vivo, no soy fantasma; son de esas cosas locas que se le metió en la cabeza a la señora.

Después de mucho insistir, comenzó a recuperarse; no estaba desmayada, más bien sólo sorprendida, no sabía qué hacer, si aguantarme la risa o reírme a boca abierta, porque se me hacía tan dramática y sobrerreaccionada que rayaba en lo ridículo. A mucho esfuerzo y tratando de pensar en otra cosa pude contenerme.

Después del dramón y medio crédula, le fue dando las yerbas diciendo.

—La retama y el romero son para cuidar tu camino hacia el otro mundo y puedas defenderte de los malos espíritus; mira, toma este chilacoyote, lo partes en dos y lo pones en agua en el lugar del difunto para que el “mal humor” no sea tan fuerte, ¡ah! y toma estos limones, los pones en agua en una jarra de cristal, pero no los partas, los pones enteros. No todos lo acostumbran, pero mi santa madre sí, y pues siempre lo recomiendo.

No sé si ya tienes la sábana, debe ser una sábana nueva, ve con doña Reyitos, ella vende sabanas especiales, son de manta, de la buena; ahí también puedes conseguir una charola para que lleves a bendecir la retama, el romero y la sabana con el padre; a veces se pone rezongón, pero tú le insistes y va a terminar bendiciéndote las cosas, ¡ah! y no se te olvide con doña Reyitos comprar el ajuar de cómo vas a ir vestido —y nuevamente santiguándose— ¡Ay, mi hijito!, qué cosas se le ocurren a la Brittany, ahora que venga le voy a dar sus consejos, porque eso no es bueno, pero ya hablaré con ella. ¡Ah!, y vas con doña Vianney, ella seguramente te puede vender una cruz de palma bendita del domingo de ramos, y si no tiene, entonces vas con don Kevin, el hijo de tu compadre Brandon. No se te olvide el tabique, eso seguramente lo tienes en casa, pero por si no, mira, puedes llevarte uno de los que están aquí —señalando una pared de tabiques tomó uno y también se lo dio y a su vez, me lo dio a mí.

—Gracias doña Jenny, y por si acaso ahí le encargo a la Brittany.

—Ay, pero qué cosas dices.

—Pues es que la vida sólo la tenemos prestada, uno nunca sabe.

—Sí, pero qué cosas—. Llevose el índice a la boca y siseo los labios para tratar de acallar cualquier palabra o pensamiento. —¿Quién va a rezar los rosarios?, ¿ya sabes?— Negando con la cabeza, respondió: —Ve con doña Isa.

—Pero, ¿dónde la encuentro?

—Se pone cerca del Jassiel y si no, él te puede decir dónde puede estar.

TE PUEDE INTERESAR

Dejar un comentario