NOCTURNA SILENTE, CONJURO DISTANTE

por Vanessa Sosa

Cae en un profundo sueño, atrapado en una sensación que no había conocido antes, una sensación que, en todos sus años de existencia, había permanecido oculta para él. Resultaba intoxicante el aroma de las manos que sostenían su rostro con cuidado y, sin embargo, había algo más. Una segunda nota en aquel aroma le resultaba intrigante, tan familiar y al mismo tiempo evasiva, pues no lograba nombrarla a pesar de que su entero ser le decía que era algo familiar, querido, anhelado y, como si hubiese estado restringido durante el último par de siglos, una sensación liberadora le llenó. Por primera vez se sintió completamente sano, completamente suyo, lejos de toda alucinación o impedimento para distinguir entre los sonidos de su cabeza y los del mundo exterior.

Ahí estaba, esa niña de cabellos blancos y sonrisa de cristal que le robaba el aliento sin que pudiese siquiera notarlo, que llenaba su ser con aquel dulce aroma. Eso era, aquella delicia sensorial se trataba de nada más y nada menos que el perfume de los cabellos de la chica, quien había observado paciente su recuperación a través del cristal.

¿A través del cristal? No lo había notado, pero flotaba en medio de un enorme tanque de cristal lleno de líquido. No había sonido alguno más que el de sus latidos, su visión estaba nublada y su cuerpo, expuesto. La razón por la que se encontraba ahí parecía inexistente y la claustrofóbica y vulnerable situación no ayudaban a su mente a encontrar coherencia alguna entre el último de sus recuerdos.

Desesperado, trató de luchar para liberarse de lo que sea que fuesen aquellos artefactos que mantenían sus brazos y piernas encadenados; fue inútil. Ninguna parte de su cuerpo le respondía; su voz no lograba escapar de su pecho y, por más que trataba, no lograba enfocar nada más allá de un par de metros alrededor del tanque. Agotado, sintió desvanecerse el último ápice de voluntad que le quedaba y rendirse a los aparatos que permanecían adheridos a su pecho como sanguijuelas. Alivió su dolor y le hizo caer en un profundo sueño que duraría quién sabe cuánto…

El tiempo transcurrió desde que cayó en el profundo letargo hasta que se encontró de nuevo en aquel lugar, ese horrible lugar. En su mundo, no existía nada similar y no sabía si agradecerlo o lamentar que nada en toda su existencia le preparara para sobrevivir los horrores que ahí vivía. Todo era confuso. No sabía si aquel enorme tanque había sido sólo un sueño y se encontraba de vuelta en la dura realidad de la prisión, o si la pesadilla era el verse de nuevo en medio de aquel inclemente sitio. Lo único que recordaba era el inmenso y siempre cambiante laberinto que se veía condenado a recorrer, día tras día, sin conseguir descanso alguno por semanas, incluso meses.

No conseguía descanso de las increíbles y letales criaturas que plagaban el sitio y aparecían sin aviso alguno, materializándose en medio del sendero, desprendiéndose de las paredes o arrastrándose por los suelos; criaturas inimaginables que vivían y se alimentaban del sufrimiento y la energía vital de los moradores de ese sitio; criaturas cuyo placer radicaba en desmembrar a más de uno al día, y lo único que saciaba su sed era la sangre y el torrente mágico de sus víctimas.

No obstante, recordaba todas sus habilidades, los movimientos exactos y la cantidad justa de fuerza que debía imprimir en sus enemigos y en el terreno mismo, para vencer aquella fuerza sobrenatural que tarde o temprano le cobraría cada uno de los días que había logrado superar, cada estrago causado al lugar, cada criatura destruida y cada momento en que creyó que tenía oportunidad de sobrevivir.

Estaba condenado a pasar el resto de su vida en medio de aquel infierno hasta que el cansancio le venciera y, al final, esa prisión le arrebatara de lleno hasta el último impulso vital que le sobrara.

¿Qué era ese lugar? ¿Cómo llegó ahí? ¿De dónde venía?… Más allá de las paredes hexagonales de piedra de aquel sitio que le retenía, y del sofocante calor que le dificultaba respirar, no conocía nada más. Ni siquiera recordaba su propio nombre, su rostro o a nadie que pudiera ayudarle en medio de ese inhóspito ambiente. Vivió días de desolación total en los que creyó que no sostenía ninguna oportunidad, días en los que estuvo a punto de rendirse y dejar que alguna de las criaturas le comiera el corazón.

Pese a todo, un poder superior dentro de él que no comprendía del todo le impedía rendirse. Le incitaba a luchar y destruir con un solo revés de su mano a cualquiera que se le opusiera, ya fuera criatura sobrenatural o alguno de los otros prisioneros que compartían su pena. En aquel punto, todo en su vida era incontable e inconmensurable: los años transcurridos, los días de tristeza, los enemigos que le atacaban diariamente, y su voluntad por encontrar una salida.

Aun ahora, ni siquiera recordaba cómo lo había logrado, cómo era que había huido de la peor de las prisiones para iniciar de nuevo con su vida. Cómo había perdido la mitad de sus poderes e, incluso, sacrificado su integridad física y mental para alcanzar la libertad. ¿Cómo había logrado escapar? ¿Escapar? ¿Entonces era sólo un sueño? ¿No se encontraba de vuelta en aquel monstruoso lugar? Suspiró aliviado y cientos de pequeñas burbujas flotaron en dirección ascendente justo frente a él.

De nuevo aquel tanque. Todo había sido un sueño, pero la tortura no había terminado. Sin saber en dónde se encontraba ni cómo había llegado ahí, su fuerza esta vez le fallaba. Cuando las burbujas se desvanecieron por completo, una preciosa visión era todo lo que tenía frente a sí, un rostro angelical de enormes ojos dorados, enmarcados por lisos y largos cabellos blancos, un gesto amable y cálido sobre una piel aperlada y un par de labios tan rosados y tiernos como sonrientes. Quizá había muerto y encontrado a su salvadora, quizá era hora de partir y finalmente descansar para la eternidad. No había nada que deseara más y no había nada más que aquel rostro le transmitiera.

Por primera vez en mucho tiempo, sus labios formaron una mueca, una seña muy ligera de querer formar una sonrisa. Saludó a la pequeña con un parpadeo, y ella agitó su mano en respuesta, animosa y emocionada. Con su vaho, empañó una pequeña porción del cristal y con la yema de su índice comenzó a hacer un pequeño garabato, amorfo al principio que terminó por formar una pequeña mariposa.

Aliviado, el prisionero del tanque volvió a sonreír, parpadeó en señal de agradecimiento. No transcurrió mucho tiempo antes de que la jaqueca le invadiera. Debió haber dado indicio alguno del dolor con su rostro, pues la chica pronto reveló un gesto de preocupación y, así como le había saludado, se despidió con un ademán antes de realizar una extraña maniobra en la base del tanque y de nueva cuenta sumir en un profundo sueño al prisionero. Se sintió asustado por un momento; creyó que podía volver a la cárcel de sus sueños, pero esta vez, todo era negro, un interminable y pacífico abismo.

Pasó días sumergido en aquel intervalo lleno de negrura, en un merecido descanso de cuerpo y alma. Pero, sin previo aviso y como gotas de lluvia, un extenso terreno se develó frente a sus ¿patas? Sí, patas. Su cuerpo no era en absoluto el mismo que poseía en el tanque ni mucho menos el mismo de la prisión. Ahora era colosal, cubierto de plumas y dotado de cuatro extremidades, un largo cuello de ave y una cabeza sin pico que estaba recubierta por una máscara metálica. ¿Qué ocurría? Antes de poder responderse esta pregunta, sus patas echaron a andar una corta carrera, antes de lanzarse por un risco de altura colosal a la de su cuerpo y, a mitad de la caída libre, quedó suspendió en al aire antes de emprender una suave y constante dirección ascendente que cambió a horizontal cuando alcanzó la altura de las grises nubes de aquel vasto lugar.

Flotaba como si fuera una más de las nubes, desplazándose con lentitud plena. ¿Acaso era un recuerdo? No estaba seguro; de nueva cuenta, todo se sentía familiar, incluso el felino andar que portaba una vez que volvía a tierra firme. Suspiró. Se sentía libre por primera vez.

Volvió a alzar el vuelo y, justo en el momento en que alcanzó el punto más alto en el cielo, un fuerte estruendo se dejó escuchar a lo lejos. Su mirar se posó en tierra firme de nuevo, descubrió un cráter del cual manaba una sustancia verde negruzca que ardía como brea y despedía un gas azulado que picaba al inhalar. Mareado, percibió cómo perdía altura y se acercaba al suelo, desorientado por el extraño y picante aroma que inundaba los cielos.

Logró atisbar a criaturas igual de colosales que él que caían de todas partes, pero tan pronto el propio cuerpo se estrelló contra el suelo, éste modificó su forma y empaló a algunas de las criaturas que recién caían. Debajo de él, todo era plano, pero comenzaban a formarse sendas grietas que dieron paso a estanques de líquido negro como la brea. Sabía que eran inofensivos pero, por alguna razón, no se atrevía a sumergirse en ellos para salvarse de aquella catástrofe.

Esta vez, sólo el azar le tendió una mano amiga, pues el terreno sobre el que descansaba aún se encontraba estable, como para no ceder bajo su peso. Trató de levantarse para encontrar una forma de escapar de la catástrofe, pero las fuerzas le fallaban, el efecto del gas obnubilaba su poder con cada segundo que transcurría, al tiempo que los estanques crecían en superficie y profundidad. Intentó ponerse de pie y, cuando lo logró, un segundo estruendo, más cercano, se dejó escuchar, acompañado de un momentáneo y pesado dolor que impactaba contra su cuerpo. ¿Qué había?…

Una de las criaturas que había visto caer, se había estrellado contra él luego de una larga caída, y ahora se retorcía encima de sí, soltaba alaridos de dolor y supuraba un fluido similar al del cráter que había visto haría unos momentos. El gas tenía un efecto diferente en cada ser, adormecía el propio cuerpo y llenaba de dolor al del ser que luchaba por su vida sobre él.

Trató de hacer reaccionar sus extremidades incapaces, de hacer algo para ayudar a cualquiera de los dos, intentó advertir al otro de su presencia. Era demasiado tarde. La confusión y fuerza de su contraparte habían arrastrado a ambos al borde de uno de los fosos colindantes. Un par de impactos más y ambos caerían en aquel estanque, sin saber qué les aguardaba en aquellas profundidades. Así fue; atravesaron el espeso líquido como dos enormes anclas a través del mar hasta que alcanzaron el otro lado del estanque, derramándose contra el suelo como si éste los hubiera escupido con violencia.

Ambos permanecieron inmóviles en el suelo, a merced de los efectos del gas que habían inhalado. Yacería en el piso, consciente pero con el cuerpo adormecido, incapaz de hacer algo por él mismo o su compañero. Ahí vino la peor parte. Durante las siguientes semanas, el cuerpo de su compañero continuó supurando el viscoso líquido, y emitiendo terribles alaridos de dolor, hasta que, a la mitad de la segunda semana, sus reacciones cesaron por completo, y todo rastro de vida fue borrado de sus ojos. Por supuesto, el cuerpo continuó en estado de putrefacción en el que destilaba aquel líquido que, hacia los últimos días, dejó expuestos los órganos de la bestia. Fue el mismo día en que pudo moverse y, luego de lamentarse por la pérdida de su congénere, no dudó en alejarse por los cielos a explorar el sitio.

Luna tras luna, se dedicó a conocer aquel inmenso lugar que podría ser más grande de lo que imaginaba, incluso más grande que su propio hogar. Pasaba los días en algún escondrijo, descansaba y procuraba que ningún habitante de la dimensión en que se encontraba pudiera verle, pues no sabía qué reacción causaría su presencia en aquellas personas. En uno de sus vuelos, vislumbró un extraño cuerpo suspendido en el aire, a un par de kilómetros de la superficie del suelo, sobre una de las ciudades más pobladas y activas que había visto hasta entonces; se trataba de un perfecto cilindro de tonalidades oscuras del cual manaba una dulce y encantadora música. Curioso, se acercó a olfatear aquel artefacto, pero poco fue lo que descubrió. Además de flotar gracias a una fuerza inidentificable, la música parecía venir de su interior, un perfecto y calmo coro de voces que serenaba el alma y, sin embargo, a él le produjo un penetrante escalofrío que le incitó a alejarse de inmediato.

A pesar de sus esfuerzos, de lo meticuloso que trataba de ser al momento de ocultarse, y del dolor que le causaba haber descubierto que no podía volver a su forma humanoide, una noche de especial frío, escuchó un gran estruendo, seguido de cientos de gritos hostiles y una multitud de gente que se dirigía hasta su lugar de reposo, furiosos, imparables.

Al principio, no entendía bien de qué se trataba, sólo bastó con la primera flecha cargada de veneno dirigida hacia su pecho, para darse cuenta de que estaban ahí para cazarlo a él. No iba a dejarse vencer con facilidad, no permitiría que le arrancaran la vida sin dar pelea. Pasaron días. La imparable contienda de los humanos dejó destrozos en todos lados, incluso más de media ciudad había caído; no bajó la guardia un solo segundo. Al final, fue el cansancio quien le venció. Tanto tiempo de lucha con sus capacidades disminuidas y sin un segundo de descanso pasó la cuenta en su estabilidad, otorgó a los guerreros la oportunidad que tanto esperaban de acabar con él. No lo hicieron. Enormes redes magnéticas rodearon a la colosal criatura segundos antes de que perdiera el conocimiento.

La próxima vez que abrió sus ojos, estaba en aquel lugar. Ninguna otra palabra podría describir ese sitio más que “prisión” y cada uno de los horrores que vivía ahí arrancaba un pedazo de su estabilidad mental, causaban esa condición que en alguna otra dimensión podría nombrarse “esquizofrenia”. Todo se volvió oscuridad.

Esta vez, no había tanque de cristal con un angelical rostro del otro lado, no. El rostro estaba a centímetros de sí, contaba una historia con la voz más serena y juvenil que alguien podría poseer, aquellos ojos destellaban bajo la luz de un intenso sol, como pozos de agua cristalina.

Sin pensarlo dos veces, tomó a la chica entre sus brazos sin importarle que interrumpiera su historia, con la esperanza de que ello detuviera aquel viaje sobrenatural al pasado, con la esperanza de permanecer ahí para siempre. Pero ya no era el mismo. Ni siquiera su forma humanoide era similar a la que poseía en su hogar. Todo había cambiado. Lo único que sabía en ese preciso momento era que incluso su estado mental se había deteriorado a tal grado que alucinaba en todo momento. Creaba mágicos escenarios a partir de las alucinaciones a su alrededor sin que nadie pudiese tocarlo; todo parecía real. Pero esta chica lo había rescatado de aquella cárcel y quería ayudarle a sanar. Sintió los brazos de la pequeña rodearle y, por un segundo, una calma absoluta le llenó el alma. No podía pedir nada más.

Aquella paz se desmoronó al escuchar un violento grito a lo lejos. Conocía esa voz, pero no lograba ponerle un rostro. Las imágenes eran borrosas, aun en el recuerdo de ese fatídico día, todo aconteció como un torrente inconexo. Casi pudo apostar que todo fue otro producto de sus sueños. No fue así. Alerta, escondió a la chica entre sus brazos y buscó con la mirada la fuente de aquel grito. Encontró a un chico de facciones similares a las de la que tenía en brazos, de cabellos blancos y lisos como la nieve. El joven desgarraba con las uñas y manos el rostro de alguien mayor con los ojos hinchados de rabia, ambos envueltos en un caos que sólo pudo reconocer como parte de sus propias alucinaciones.            “Hermano” fue la última palabra que escuchó gritar a la chica, antes de que ésta deshiciera el abrazo y corriera hacia los dos que peleaban; quedó sin vida en el suelo en segundos…

Ese día, aún con la imagen de la familia de la chica destrozada en sus recuerdos, decidió no acercarse a nadie. Sabía que aquella masacre había sido culpa de sus alucinaciones proyectadas, que aún si lo había intentado con toda su voluntad, no pudo hacer nada para salvar a los hermanos y a su padre, que tenía la fuerza para salvarse a sí mismo pero no a los demás, y eso le había arrancado el alma. Se juró a sí mismo no volver a crear un lazo tan profundo con nadie más. Siguió su camino, a pesar de que sentía que caía en pedazos.

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Gerión >> Gustave Doré., Francia, 1832-1883

Vanessa Sosa nació en Mérida, Venezuela en1986. Historiadora del Arte (2018) egresada de la Universidad de Los Andes. Es una escritora que se considera aprendiz y también autodidacta. Inició en el mundo de la escritura en el año de 2018 con microcuentos y microrrelatos, que transformó después, en relatos más extensos. Se especializa en el género fantástico porque es el que más escribe, sin embargo, considera que hay mucho por mejorar.

Correo electrónico: sosa.Children.of.The.Elder.God@gmail.com

Instagram: sinfonia.universal8

X: @SinfonaUnivers1

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