XXXVI. EL DESEO DE MORIR (1/3)

por Alejandro Roché

INTROSPECCIÓN

Maki interviene

—Pues a mí más que bruja me suena a nahuala.

—¿Pero los nahuales no son hombres?

—No —participa Chaneque. —No son muy comunes, pero sí existen y es posible que fuera bruja y nahuala.

—¿Existe eso?

—Sí, porque casi siempre las brujas nacen de los nahuales, y una bruja casi nunca es nahuala, pero hay casos en que sí.

—¿Y no se supone que los nahuales se convierten en animales?

—Son historias, aquí y allá se dicen muchas cosas, pero la realidad es que nadie sabe bien a bien.

—¿Y qué es lo que tú sabes?

—Pues eso, que era una bruja y hacía cosas.

—Y tú, Chaneque, ¿sabes hacer “cosas”?

—Sé hacerlas pero no las hago, yo soy como un guardián, un protector contra esos asuntos. Muchas personas me dicen loco por vender mis piedrecitas, pero son mágicas.

—¿Entonces sí existen?

—Sí, pero hay muchas mentiras; bueno, historias. Un nahual no se transforma en un animal, más bien su espíritu, su esencia, toma forma en este mundo y eso es lo que vemos.

Maki pregunta a Jassiel.

—¿Tú qué opinas?

—Yo soy de las personas que consideran que todo tiene explicación, sólo que a veces no sabemos cuál es, no tenemos todos los hechos para decir es esto o es lo otro. Pero, a pesar de todo, también creo que debemos tener la apertura para nuevas ideas, no olvidemos que considerar tener la razón plena es el principio de la ignorancia.

Chaneque voltea a verlo.

—Jassiel, ¡eres grande! Ojalá y así hubiera más personas. Yo sólo puedo pensar en cómo sería ese ser interno, si es que existe, cómo sería, qué forma tendría, sería un animal, sería un gato, un águila, un gusano, una rata, y ahorita más bien me siento como un conejo asustado que huye, o más bien como un perro que huye con la cola entre las patas a sabiendas de su culpa.

Seguimos caminando de frente. Aún la noche intensa dibuja sus negras texturas, pero a espaldas el azul claro comienza a palidecer en el horizonte, el frío abraza suavemente y a cada paso penetra más allá de la ropa hasta rozar la piel enchinándose, y muchos, instintivamente al paso, cruzamos los brazos para calentar un poco el cuerpo. Llegamos a la cima de una colina donde hay un árbol de grandes ramas y hojas verdes perenes.

—Yo hasta aquí llego.

—¿Pero qué dices, Cacaxtla?

—Ya no sigo, hasta aquí llego.

Todos lo vemos intrigados.

—¿Y qué vas a hacer aquí en medio de la nada?

—Voy a morir.

En ese momento, todos volteamos e incrédulos, sin palabras, observamos que comienza a anudar en soga la cuerda que trae colgando del brazo. Para este punto, muchos esperábamos fuera broma, pero su rostro sereno nos confunde y Jassiel se acerca.

—¿Por qué morir tan joven? ¿Qué te orilla a esto? ¿Estás bien?

—Sí, Jassiel, estoy bien.

—¿Pero y entonces?…

—Dilo, Jassiel: si estoy bien, ¿por qué morir?

Jassiel asiente.

—Mira, desde que recuerdo es algo que siempre he querido hacer y digo ¿por qué no hacerlo? Tú, Jassiel, que eres toda una persona pensante, sabes que para todo hay razones y quizá también haya una razón para esto, pero no la sé, sólo sé que desde pequeño esta fascinación de saltar hacia el otro lado es un sueño, una ilusión un motivo para vivir.

—Si siempre has querido hacerlo, ¿por qué ahora? ¿No es una broma?

—No, no es broma. La gente dice que siempre es un buen día para vivir, pero yo digo que siempre es un buen día para morir. Aunque tengo que aceptar que antes no es que no quisiera, pero me era impensable morir y dejar a mi santa madre enterrar mi cadáver. Cuando uno muere, debe irse en paz, tranquilo, esto de suicidarse no es fácil para los que se quedan atrás y más aún si son tus padres. Qué fea manera de irse, ¿no? Y ahora que ella murió, ya no hay nada que me ate a este mundo. No tengo esposa e hijos que me lloren.

—Y nosotros tus amigos —replica Maki.

—No es lo mismo; me extrañarán, en el mejor de los casos me llorarán y ya. Además, si son mis amigos, deberán dejarme ir, esto es lo que yo quiero y si hoy me lo impiden lo haré mañana, pasado mañana; pero de que lo haré, lo haré.

Maki lo abraza.

—No juegues, no digas esas cosas.

Jassiel la toma retirándola suavemente.

—Jassiel, dile algo, impide esto.

—Pero, mujer, ¿por qué habría de detenerlo, se ve muy decidido? —Mira a Cacaxtla —Dime, ¿no hay alguna otra razón para que lo hagas? Si fuera así, podríamos ayudarte.

—No, Jassiel, no hay nada más que el deseo más puro de hacerlo. Pensar en ello es tan emocionante… Es como si hubiera nacido para hacer esto. Tantas veces he querido hacerlo, pero siempre había pendientes que me detenían, igual eran sólo pretextos para alargar mi vida o simplemente cobardía.

—¿Cómo fue la primera vez que se te cruzó por la mente el suicidio?

—Déjame ver. —Se queda pensando y luego responde alegremente. —No lo recuerdo, ¿puedes creerlo? Creo que siempre ha estado ahí, ¿se dan cuenta? Nací para morir así. Pero no, ahora que lo pienso, de niño sí había muchos motivos, muchos…

La mirada fija perdiéndose en sus adentros nos deja en vilo.

—Lloraba, lloraba mucho, era tanto dolor y sufrimiento que ansiaba la muerte como pocas cosas he deseado. Mi padre era un hombre difícil de complacer y yo lloraba mucho, era tanto dolor que me machucaba los dedos en las puertas o me golpeaba los pies desnudos contra los muebles, era dolorosísimo, pero me ayudaba a olvidar ese dolor que estaba aquí adentro —señalando el estómago—; ése sí que dolía, y lloraba y lloraba noches completas, ahogando mi llanto en la almohada y quedándome dormido, así como niño chiquito abrazando mi almohada, a la mañana siguiente a veces mis ojos no los podía abrir, porque seguían pegados de lágrimas, pero siempre amanecía mejor, era como si el llanto se llevara todo, pero sólo era pasajero.

Creo que al principio sólo eran esas largas noches en mi almohada y poco a poco fue llegando la idea de morir.

Pero, ¿cómo? ¿Sumergirme en agua caliente o echarme a un cazo de carnitas? Muchas veces lo pensé, pero creo que sería una muerte dolorosa y quizá soy un cobarde y quería algo menos aterrador. Díganme, ¿cuantas veces han escuchado el caso de personas que se vean tristes, desconsoladas? Le dan la espalda a la vida, pero yo no. He tenido problemas y muchas veces pensé en irme y botarlo todo, pero quiero irme tranquilo y en paz, feliz, y decir que me voy con la conciencia tranquila, completamente sano y cuerdo. ¿Se le puede pedir algo más a la vida? Dime, Jassiel, ¿estoy mal?…

 

Alejandro Roché nació en el Edo. de Méx. en 1979. Ingeniero en Comunicaciones y Electrónica por el Instituto Politécnico Nacional. A la par de su desarrollo profesional como programador informático, se ha ejercitado desde temprana edad en la disciplina de la Literatura, sobre todo en el campo de la narrativa. Lector ávido. De 2000 a 2005 formó parte del Taller de Creación Literaria del escritor Julián Castruita Morán dentro de las instalaciones de la ESIME-Zacatenco del IPN. Durante los próximos años escribió la novela Abraxas, hoy publicada por entregas y disponible en este medio. Colabora con profusión en Sombra del Aire desde mayo de 2015.

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