Por Antonio Rangel
¿Pensar es pensar en contra de alguien, como afirmó Benedetto Croce? No lo sé. Si buscara un modo de contradecir la afirmación de Croce, y la descubriera, podría afirmar que es posible pensar sin ir en contra de nadie, sin embargo habría partido buscando una refutación, lo cual de alguna forma le daría la razón al filósofo italiano. Pero, como ven, procedí de una forma distinta: esbocé una hipótesis sin negar el pensamiento de don Benedetto, y miren, me metí en un berenjenal paradójico, aunque con ello puedo sugerir que también hay pensamientos a favor de alguien, pensamientos constructivos, que abonan a una idea dada y que pueden sumar armónicamente a tal idea.
Hay un eco de krausismo en el adverbio “armónicamente”. Quisiera explicar qué es el krausismo, pero lo más que puedo ofrecer es una pincelada: Karl Krause (1781-1832) fue un filósofo idealista alemán, cuyo sistema filosófico fue bautizado como “racionalismo armónico”, acaso él buscaba reconciliar a Kant y Fichte con Hegel y Schelling. Asimismo criticó la teoría absolutista del Estado. El libro de Krause que mayor influencia tuvo en el pensamiento hispánico fue El Ideal de la humanidad(1811), traducido por Sanz del Río (1814-1869). Quizá nada de esto tendría mayor trascendencia si no fuera porque en España el krausismo sí causó gran revuelo, una oleada de debates, especialmente entre 1868 y 1874, es decir, durante el sexenio democrático. De igual forma, sin krausismo no se entendería la Institución Libre de Enseñanza (ILE), que ha sido la empresa, a mi juicio, más noble y hermosa del pensamiento pedagógico español.
La ILE se fundó en 1876 por un grupo de profesores liberales y humanistas encabezados por Francisco Giner de los Ríos, su ideario era una escuela neutra, tolerante y abierta a la realidad, “con enseñanza cíclica y en régimen de coeducación, donde la actividad personal y la experiencia creativa del alumno, utilizando diversas fuentes de aprendizaje, constituía el eje del trabajo escolar”. Fue una institución libre en la medida en que no estaba supeditada a la coacción del Estado, también se pretendió ajena a cualquier credo religioso, ideología política o escuela filosófica. Buscaba sembrar en sus alumnos una amplia cultura general; antes que profesionistas, deseaba formar personas capaces de mantener un ideal a través de los años, gobernar su propia vida y armonizar todas sus facultades.
Entre las aspiraciones de la ILE se encontraban: el trabajo intelectual sobrio e intenso; el juego corporal al aire libre; la frecuente intimidad con la naturaleza y con el arte; no había un sistema de exámenes, ni de premios y castigos, sino la mutua confianza entre maestros y alumnos. Todo lo cual, me lleva una vez más a preguntar: ¿si pensar es pensar contra alguien, aprender es aprender contra alguien, o es posible aprender armónicamente sin disputas ni contiendas?
A mí entender la ILE se inspiró en el krausismo, a pesar de sostener una pretensión de neutralidad filosófica e ideológica. No por ello pierde el carácter noble y admirable. Sin embargo, debo insistir en que yo no creo en la supuesta neutralidad, mi forma de pararme en el campo de la historia de las ideas es mucho más combativa y dialéctica, creo en las viejas palabras de Fernando de Rojas: “Sin lid e offesión ninguna cosa parió la natura, madre de todo”, tiendo a pensar en contra de alguien y tengo el mismo defecto de un personaje inventado por un krausista que también fue el mayor de los narradores españoles en el siglo XIX, don Benito Pérez Galdós, quien caracterizó a su Pepe Rey del siguiente modo:
No admitía falsedades y mixtificaciones, ni esos retruécanos del pensamiento con que se divierten algunas inteligencias impregnadas de gongorismo; y para volver por los fueros de la realidad, Pepe Rey solía emplear a veces, no siempre con comedimiento, las armas de la burla. […] Rey no conocía la tolerancia del condescendiente siglo que ha inventado singulares velos del lenguaje y de hechos para encubrir lo que a los vulgares ojos pudiera ser desagradable (87-88).
“La tolerancia del condescendiente siglo” bien podría entenderse como la tolerancia a la que aspiraba el krausismo. Superar creencias falsas sin entrar en combate, en cierto sentido eso es la tolerancia. Una virtud que no a todos se nos da. Por ejemplo, si yo tuviera enfrente de mí al buen Carlos Cristiano Federico Krause le diría: pero tú quieres que todos seamos hipócritas. ¿Cómo diablos vamos a armonizar idealismo y materialismo, socialismo y egoísmo, religión y ciencia?, suena bonito, pero tu sistema filosófico es una prédica para un jardín de niños. Y quizá sólo al ver su reacción, pensara para mí mismo, pero qué imbécil soy, no tengo razón para ser tan grosero, igual y sí funciona su sistema. Mi instinto de combate, mi Jalisco-nunca-pierde, me lleva a admirar el arte de la diplomacia, aunque carezca de ella.
Pepe Rey es un personaje de Doña Perfecta, novela publicada el mismo año en que se fundó la ILE, 1876. Rey es un ingeniero que viaja a Orbajosa, un pueblo señoreado por doña Perfecta, su tía, una mujer conservadora, católica y recelosa de la modernidad. Como en muchas novelas realistas, hay una historia de amor que tiene un correlato ideológico, en este caso, el amor entre los primos Pepe y Rosario simboliza la problemática relación de las dos Españas; al burlón de Pepe Rey una de esas Españas no sólo le hiela el corazón, sino que uno de esos hombres animalescos, Caballuco, azuzado por doña Perfecta, le mete un balazo en la sien; a su vez, ella había sido instigada por el cura penitenciario del pueblo, don Inocencio, y éste por su hermana Remedios. Los lectores sabemos que no hay remedios ni inocencia y, mucho menos, perfección en matar a la gente que pretende modernizar el mundo sólo porque sea burlona. Sus nombres propios son la hipocresía, un terrible defecto que la tolerancia no sabe combatir.
Pepe Rey no era un dechado de virtudes ni de fallas, se movía en el justo medio como los héroes trágicos. Acusado de ateísmo, en una escena climática, doña Perfecta le dice:
El que no cree en Dios no ve causas. Dios es la suprema intención del mundo. El que le desconoce, necesariamente ha de juzgar de todo como juzgas tú, a lo tonto. Por ejemplo, en la tempestad no ve más que destrucción; en el incendio, estragos; en la sequía, miseria; en los terremotos, desolación, y, sin embargo, orgulloso señorito, en todas esas aparentes calamidades hay que buscar la bondad de la intención; sí, señor, la intención siempre buena de quien no puede hacer nada malo. (196-197)
Ya siéntese, señora Perfecta. Me toca a mí. Lo que acaba de decir es una teología maquiavélica. Si confiáramos en las intenciones justificaríamos cualquier clase de sacrificio humano. La intención no justifica los medios cuando esos medios son personas. Si nos conformamos con la intención, vamos a ser unos holgazanes de la acción. Si vemos el lado bueno de las calamidades, seremos fríos ante el sufrimiento de los otros. Además, no se puede distinguir el bien del mal si sólo nos basamos en la intención, siempre oculta y mediada por la interpretación.
Lo siento, doñita Perfecta, pero yo no puedo creer en la perfección de su Dios ni valoro sus buenas intenciones; el mundo es imperfecto y eso es lo que me importa. Amo la jodida imperfección de la realidad. No puede haber perfección porque el conocimiento, como la riqueza, es un conjunto infinito, siempre podemos conocer más, es decir, perfeccionarnos, sólo que hay que luchar en pos de ese conocimiento, entrar en conflicto con los errores, ir contra la ignorancia y la inexactitud, derrotar a los mitos y a las pseudociencias, tirar los falsos ídolos y vencer los dogmas incuestionables. El espíritu agonal debe fortalecerse. Pensar negativamente para en verdad ser críticos, y eso implica jamás confiar en la bondad de las intenciones ni en las apariencias.
El krausismo fue una filosofía que confiaba en la humanidad y en el progreso, así como en la posibilidad de un desarrollo armónico de la sociedad, no conflictivo, pero yo creo que Benito Pérez Galdós fue muchísimo más conocedor de los seres humanos y supo plasmar en su Doña Perfectauna tragedia, o en otras palabras, la imposibilidad de evitar la lucha. Para construir nuestra vida a voluntad propia, necesitamos pensar y para pensar debemos manifestarnos en contra de alguien. Por lo tanto, es inevitable el conflicto si queremos vivir libremente, también es inevitable que en esas lides nazca la tragedia. Tal es el corolario de la frase de Croce.
“Es cuanto por ahora podemos decir de las personas que parecen buenas y no lo son”, fueron las últimas palabras de Galdós en su novela; mas yo creo que ahora puedo decir algo más sobre los dioses que parecen buenos y no lo son, porque no todos los dioses han muerto.
El mayor de esos dioses es el Estado Benefactor. Parece bueno y no es más que una inmensa Doña Perfecta que quiere decidir sobre nuestra vida y, si no le hacemos caso, con sus buenas intenciones nos va a destruir. Por eso mi voluntad está puesta en ser un Pepe Rey remasterizado, un ateo que no cree en la gratuidad de la sanidad pública ni en la justicia social, tampoco en combatir la desigualdad ni en la redistribución de la riqueza… soy un monstruo.
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