REFLEXIONES SOBRE LOS PASOS PERDIDOS, DE ALEJO CARPENTIER

por Vladimir Espinosa

Por Vladimir Espinosa Román

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Alejo Carpentier nació en la Habana en 1904 y murió en París en 1980. Fue novelista, narrador y ensayista cubano con el que culmina la madurez de la narrativa insular del siglo xx. Una de las figuras más destacadas de las letras hispanoamericanas por sus obras barrocas como: El siglo de las lucesLos pasos perdidos, El reino de este mundo, Viaje a la semilla, Guerra del tiempo, etcétera.[i]

Lo real maravilloso

La novela autobiográfica de Los pasos perdidos es en gran medida lo definido por su autor: lo real maravilloso. Significa pues, que dentro de la realidad americana (la del continente americano) hay tantas cosas maravillosas que hasta la fecha no han sido descubiertas. En estas tierras vírgenes donde lo atemporal y la falta de conciencia histórica permiten que convivan en una misma época el Neolítico, el Medioevo, el Renacimiento y un Romanticismo singular y poético. No se necesita imaginar nada, ni fantasear nada para escribir. Las personas, los paisajes, la naturaleza y las culturas mesoamericanas nos dan todas las herramientas para adentrarnos en un mundo descrito por Carpentier como lo real maravilloso. Dice Carpentier respecto a lo real maravilloso en el prólogo de su obra El reino de este mundo:

[…] lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una inesperada alteración de la realidad (el milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación de las escalas y categorías de la realidad, percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu que lo conduce a un modo de ‘estado límite’.[ii]

Critica Carpentier severamente a los surrealistas por ser faltos de creatividad para escribir y para pintar. Critica en general a los escritores europeos que inventan historias fantásticas carentes de todo sentido, pues en la América Latina las historias fantásticas se vuelven realidad a través de la mística de la fe.

Los pasos perdidos

Los pasos perdidos son un símbolo de las equivocaciones de la vida, las cuales solamente han logrado que nos desviemos del verdadero propósito de nuestras vidas, del destino trazado por el Gran Arquitecto del Universo, el Ser Supremo intangible e ininteligible. Son los pasos perdidos en toda la novela los errores de un hombre que intenta y busca desesperadamente darle cauce y propósito a su vida. En una narración espléndida en forma de soliloquio como la obra del emperador Marco Aurelio, Meditaciones, Carpentier se encuentra a sí mismo al regresar a su tierra de origen en el continente americano, en una isla azotada por ciclones y huracanes, Cuba: “Me sentía dominado más bien por un indefinible encanto, hecho de recuerdos imprecisos y de muy remotas y fragmentadas añoranzas […]”.[iii]

Dos referencias de esa búsqueda del ser mismo y de la frase citada por Platón en La Apología de Sócrates sobre el oráculo de Delfos: “conócete a ti mismo”, deber implacable de todo hombre, las tenemos por Carpentier: “‘Además —gritaba yo ahora—, ¡estoy vacío! ¡Vacío! ¡Vacío!’[…]”.[iv]

[…] Extieich— solía imponernos para “despertarnos”, según decía, y ponernos en estado de conciencia y análisis de nuestros actos presentes, por nimios que fueran. Invirtiendo para su uso propio, un principio filosófico que nos era común, solía decir que quien actuaba de “modo automático era esencia sin existencia”.[v]

El hombre inconsciente de sus actos cotidianos, se olvida de sí mismo y pierde el sentido de la vida, la felicidad. La felicidad puede estar en cualquier parte, depende de nosotros hallarla. Si el conocimiento verdadero de las cosas nos ayuda a encontrar dicha felicidad, entonces es necesario buscar dicho conocimiento. Ese conocimiento es hallado por el musicólogo en la selva, la cual figura un templo de sabiduría infinita que enseña a través de la naturaleza, los conocimientos indispensables para ser feliz. El pretexto para adentrarse en la selva enigmática es un encargo del Curador del museo organográfico, quien solicita unos instrumentos musicales fabricados por los indígenas de América.

Tres mujeres que, representan distintos aspectos en la vida del escritor, se describen en toda la novela: Ruth, representa la ambición de la fama, pues es ella quien figura en el escenario artístico y además, cuando es rescatado su esposo por un periódico importante, busca aparecer en todos los periódicos: “[…]Ruth era patética figura de actualidad, y mi desaparición, ignorada la víspera, se hacía noticia de un interés nacional”.[vi] Sin embargo, la ambición de Ruth es abatida por el escritor cuando le confiesa su enamoramiento por Rosario y que desea divorciarse, pues ya no existe en él ningún afecto, sentimiento o ternura en su relación marital.

Mouche, su amante francesa, representa la hipocresía, que debe ser desenmascarada. Su pseudointelectualidad, su farsa de mujer de mundo y su superchería astrológica la hacen interesante, al igual que sus carnes firmes y sensuales, las cuales atan al escritor:

A menudo me exasperaba por su dogmático apego a ideas y actitudes conocidas en las cervecerías de Saint-Germain-des-Prés, cuya estéril discusión me hacía huir de su casa con el ánimo de no volver. Pero la noche siguiente me enternecía con sólo pensar en sus desplantes, y regresaba a su carne que me era necesaria, pues hallaba en su hondura la exigente y egoísta animalidad que tenía el poder de modificar el carácter de mi perenne fatiga, pasándola del plano nervioso al plano físico.[vii]

Su hipocresía es desenmascarada cuando nuestro narrador, descubre en el viaje profundo de la selva cubana, su amorío con el griego en la isla.[viii] Además, en esos momentos, él ya no la quería y se le figuraba como una carga pesada, porque había sido cautivado por la tercera mujer, la hispanoamericana.

Rosario es un símbolo de la ignorancia latinoamericana, a la cual podía enseñar muchas cosas nuestro protagonista. Esa mujer mestiza simboliza también la fuerzala belleza y el candor de nuestra América Latina, inconfundible, que a pesar de tantas dominaciones e invasiones resurge una y otra vez:

Rosario, en cambio, era como la Cecilia o la Lucía que vuelve a engastarse en sus cristales cuando termina de restaurarse un vitral. De la mañana a la tarde y de la tarde a la noche se hacía más auténtica, más verdadera, más cabalmente dibujada en su paisaje, que fijaba sus constantes a medida que nos acercábamos al río. Entre su carne y la tierra que se pisaba se establecían las relaciones escritas en las pieles ensombrecidas por la luz, en la semejanza de las cabelleras visibles, en la unidad de formas que daba a los talles, a los hombros, a muslos que aquí se alababan, una factura común de obra salida de un mismo torno.[ix]

Rosario es también la mujer liberal latinoamericana, que no da explicaciones y que ama para siempre en el momento que se entrega. Nunca reprocha nada al amante, y es fuerte ante las adversidades.[x]

Es evidente que Carpentier en toda su obra, buscó expresar de manera detallada y poética una serie de sucesos acontecidos en sus viajes que nos muestran lo intrínseco de su vida. Quiere enseñarnos que la sabiduría y el camino a la perfección se dan a través de pasos seguros y evitando a toda costa la trivialidad y banalidad de mundos sutiles, que a manera de espejismos, nos llevan a los vicios y a la infelicidad. En las selvas vírgenes latinoamericanas está escrito un nuevo lenguaje de armonía y de poesía a través del espíritu viviente de nuestro idioma, el español, que nos conduce al camino de la felicidad.

NOTAS

[i] Para más información ver Diccionario de Literatura Universal. Barcelona: Océano, 2003.

[ii] Alejo Carpentier, El reino de este mundo. Barcelona: Seix Barral, 2004.Pp. 7-8.

[iii] Alejo Carpentier, Los pasos perdidos. México: Lectorum, 2006. Capítulo II, 5, p. 51.

[iv] Ibid., cap. I, 2, p. 34.

[v] Ibid., cap. I, 3, p. 40.

[vi] Ibid., cap. VI, 34, p. 213.

[vii] Ibid., cap. I, 3, p. 37.

[viii] Ibid., cap. III, 15, p. 129.

[ix] Ibid., cap. III, 10, p. 103.

[x] Ibid., cap V, 31, pp. 201-202.

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