PLEGARSE

por Nidya Areli Díaz

Por Nidya Areli Díaz

No sé dónde ponerme. Me quedo muy callada y quieta en un pequeño cuadro, callada y quieta. Recojo un poco más las piernas, un poco más los brazos, un poco más los dedos. Contraigo el abdomen y los muslos y los glúteos, y me voy enredando más y más, pero no termino. PLEGARSEEn definitiva no es posible desaparecer del todo. Escucho aquí en mi cabeza como martilleos de muebles que se mueven y la escoba que choca contra las cosas que estorban. Escucho en mi corazón los muebles que claman, el piso que clama, los aromas que claman.

No sé dónde ponerme, en mis células hay un clamor como el de los muebles. Siento que en cualquier momento la escoba chocará conmigo y voy a romperme en un millón de milimétricos pedacitos. Donde dejar mis llantitos no lo sé. Desde siempre dejo mis llantitos a un lado mío y nos hacemos bolita, plegándonos, furibundos, hasta todo lo estrecho de la escoba. Son esos pasos angustiantes que preceden a la escoba, son los brazos torvos que impelen a desaparecer. Yo me pliego y me pliego en una cajita que se va cerrando; recojo mis patitas y los carpos y metacarpos; recojo mis uñas y los músculos endebles de mi vientre; recojo mis grititos mudos hacia mí.

No queremos estorbar a la escoba. No queremos molestar a los brazos torvos que conducen el palo de la escoba. No queremos que la voz nos rompa. Nuestra cabeza se llena de mareos y vómitos y clamores. Nuestra cabeza no hace más que plegarse y plegarse. Queremos llegar al germen de nosotros hasta desaparecer. Queremos alzar un grito que no se oiga, pero desaparecer en ese grito, rompernos en la implosión misma de nuestro ser. Nunca hemos estado seguras de dónde ponernos. Nunca hemos alcanzado suficientemente bien el plegamiento, la implosión, la desaparición espontánea. No podemos más que recoger las patas, los pies, las vértebras, los ojos, el aliento. No podemos más que mirar el piso que se va moviendo y se reduce y nos encierra y nos limita como un surco descorazonado y furibundo.

Quisiera no estar aquí pero no sé dónde ponerme. Dónde se ponen los pelos de la cabeza, las uñas de los dedos, los gritos y lloros del alma. Los brazos torvos están siempre vigilantes. A los brazos no les gusta que nos crucemos en su camino. No les gusta que estemos aquí quitándoles su aire. Nos odian porque les quitamos su espacio y su aire. No sé dónde estar. No puedo estar en ninguna parte porque nos miran siempre de la misma forma. Siempre nos atajan el paso con la escoba. Siempre resultamos molestas y ruidosas. Nos plegamos, tratando de ser traslúcidas. Nos plegamos hasta el ombligo y si a veces nos movemos un poco es porque buscamos un lugar donde estar que sea menos malo para la escoba y las manos, pero no es suficiente; no es lo bastante bueno porque no tenemos donde estar.

No podemos dejar de respirar por más que dosifiquemos el aire. No podemos dejar de ocupar un espacio. Nos tiramos, plegándonos, plegándonos, hasta no poder más, pero los ruidos siguen martillando la cabeza. Los ruidos nos dicen todavía que no es suficiente porque no nos toleran. Queremos salir pero no terminamos de irnos, no podemos ir a ningún sitio porque no hay en donde estar. No podemos simplemente terminar de plegarnos. No podemos sólo aguantar el aire, resistir el hambre y la sed. No podemos simplemente desaparecer.

No podemos porque nuestras células nos infunden miedo. Queremos despellejarnos, cortarnos las venas, degollarnos y aguantar el aliento, pero nuestras células nos infunden miedo y se niegan a no estar. No sabemos, pues, dónde ponernos con el aliento y el hambre y la sed. No sabemos cómo pasar el tiempo mientras nuestras células se dan por vencidas y se deciden a dejar de estorbar. Mientras esto pienso en mi cabeza, la escoba sigue su paso, las manos siguen su paso. Las células se niegan, las células se niegan. No podemos plegarnos. No podemos. No podemos…

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1 comentario

Alberto Curiel 22/03/2015 - 15:02

Me quedo estupefacto. Yo quisiera escribir así. Felicidades.

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