PEQUEÑOS POEMAS EN EL ULISES DE JAMES JOYCE

por Nidya Areli Díaz

Por Nidya Areli Díaz

Cuando leemos el Ulises de James Joyce nos enfrentamos a muchas lecturas y a muchos modos de darles vida. En primer lugar hay que considerar si se lee en la lengua original o una traducción; a este respecto ya sabemos que en español contamos con tres traducciones: la primera de José Salas Subirat de 1945 (argentina), la segunda de José María Varlverde de 1976 (española) y la más reciente de Francisco García Tortosa y María Luisa Venegas (también española).

Luego, cada traducción es un Ulises distinto que, a pesar de tomar en cuenta las anteriores, funge como una interpretación muy personal del traductor. En segundo lugar hay que ver el sentido global del texto; esto es, la historia como un todo pero, ¿es acaso posible llegar a comprender la historia del Ulises cabalmente?, luego tenemos la lectura de cada uno de los personajes y de cada pasaje.

En su estudio a la edición de Cátedra de Rayuela, Andrés Amorós hace alusión al que Julio Cortázar llama “lector hembra”, es decir, al lector pasivo que solamente se interesa por lo que va a suceder al final de la historia: su desenlace, producto de una estructura tradicional que se remonta a la aparición de la literatura. En contraposición con el lector activo: “colaborador en la recreación que supone cualquier autentica lectura”(24). De aquí que traigamos a cuenta la función poética de la lengua a que hace alusión Roman Jakobson en su conferencia “Lingüística y poética” de Praga, y ello por el placer que representa toda lectura cuya connotación abreva principalmente en esta función: leer por leer, porque la lengua en activo produce placer: una autentica experiencia estética.

En una placentera y activa lectura del Ulises, podemos notar que no son pocas las partes que muy bien pudieran, fuera del texto integral, en entera independencia como si se hubiesen declarado autónomas, mirarse como poemas totales: verdaderos poemas que incluso, no desentonan en música ni en belleza. Y de hecho hasta es posible hacer de esas prosas poéticas, series de versos perfectamente medidos, acordes con los ritmos que rigen a la poesía. Así encontramos párrafos que llevan inmersa una musicalidad y una riqueza retórica no carente en figuras y tropos propios de la vanguardia donde caen los versos como pequeñas gotas en libre asociación. Hace un momento hemos hecho alusión a las diferentes lecturas que incluyen, en distintos planos, la traducción y las partes aisladas, entre otras. Creemos que cada traducción, en tanto lectura original del Ulises, merece ser tratada con todos los derechos del texto original en lengua inglesa, por ello, no demeritamos en una ni en otra, esta función poética del texto y estos párrafos que se hacen poemas componentes de una totalidad.

Cada poema en tanto tal, debe ser leído con su independencia y su dignidad propia, con su augusta musicalidad y su sinsentido vanguardista, como una experiencia estética cabal. Luego, tomada cada una de las experiencias poéticas y estéticas, reconstruir el todo al que pertenecen y conformar una lectura con un sentido más estético que razonado, más placentero a la digestión del espíritu.

Es de este modo que nos hemos concedido el derecho y el atrevimiento, considerando las anotaciones previas, de tomar casi al azar un fragmento minúsculo del Ulises de Joyce traducido por Salas Suvirat, apenas un párrafo de estos que hemos detectado como poemas independientes que conforman al texto y, analizándolo en su independencia, como un ente completo y perfecto, nos damos a la tarea de intentar hallar apenas un atisbo de la esencia del todo, la que Joyce plasmó y la que debió conservar cada nuevo Ulises en cada nueva traducción.

El parrafito en cuestión es tomado del tercer apartado del primer capítulo, este párrafo funge como una introducción a una determinada situación que para este estudio no nos importa mucho; apeguémonos solamente a la imagen y el sonido elegidos, que conforman ambas los símbolos claves para crear la experiencia estética: la función poética propiamente.

Ineluctable modalidad de lo visible: por lo menos eso, si no más, pensando a través de mis ojos. Señales de todas las cosas que aquí estoy para leer, huevas y fucos de mar, la marea que viene, esa bota herrumbrosa. Verde moco, azul plateado, herrumbre: signos coloreados. ¿Cómo? Golpeando su sesera contra ellos, caramba. Despacio. Calvo era y millonario, maestro di color che sanno. Límite de lo diáfano en. ¿Por qué en? Diáfano, diáfano. Si puedes poner los cinco dedos a través de ella, es una verja, si no, una puerta. Cierra los ojos y mira. (69)

Como no nos hemos conformado con observar la hermosa prosa poética que el autor genera en este pequeño párrafo introductorio, nos daremos también la licencia, con el fin de hacer más evidente la musicalidad del poema que se yergue impetuoso, de cortar el texto en versos y éstos agruparlos en estrofas. En realidad, proponemos con ello una lectura que puede asumirse, como lo dijimos al principio de este trabajo, de muchas maneras. Los versos podrían quedar de esta o de muchas otras formas.

Estrofa 1

Ineluctable modalidad de lo visible:

por lo menos eso, si no más,

pensando a través de mis ojos.

Estrofa 2

Señales de todas las cosas

que aquí estoy para leer,

huevas y fucos de mar,

la marea que viene,

esa bota herrumbrosa.

Estrofa 3

Verde moco, azul plateado,

herrumbre: signos coloreados.

¿Cómo?

Golpeando su sesera contra ellos,

caramba.

Despacio.

Estrofa 4

Calvo era y millonario,

maestro di color che sanno.

Límite de lo diáfano en.

¿Por qué en?

Diáfano,

diáfano.

Estrofa 5

Si puedes poner los cinco dedos a través de ella,

es una verja,

si no,

una puerta.

Cierra los ojos y mira.

Y cometido el atrevimiento nos quedan cinco estrofas, las hemos dispuesto así como ideas redondeadas de un poema, partes de un macrocosmos.

La primera estrofa anuncia una fatalidad: la “ineluctable modalidad de lo visible”, ineluctable en cuanto no puede combatirse, lo visible nos habla de la realidad, en la macroestructura del Ulises, es el tedio de la modernidad que se sabe patente en la novela de un día corriente de un ser humano cualquiera. El segundo verso lo refrenda: “por lo menos eso, si no más”, en una pasmosa y llevadera conformidad de individuo moderno, “eso”: lo que hay, lo visible, lo real, lo que está en este mundo donde hace tiempo el hombre, presenciando la guerra, ha visto morir a Dios. “Pensando a través de mis ojos” de hombre, de ser humano con su raciocinio limitado y finito.

La segunda estrofa muestra un panorama y a este ser que se anuncia como su lector. Ve en el primer verso “señales de todas las cosas / que aquí estoy para leer”, esto es, “las cosas” se leen, son símbolos además de lo que aparentan. Lo real que apareció en la primera estrofa es sólo un símbolo de otra cosa que no alcanza a vislumbrarse a cabalidad, por ello hay que leerlo, hay que interpretar lo visible para llegar al verdadero sentido de “todas las cosas”. Luego viene una enumeración de esas “cosas” que se leen: “Huevas y fucos de mar”, seres vivos de la naturaleza, algas y lo que serán animales a la postre, representantes de los reinos vegetal y animal, “la marea que viene”, un fenómeno de la naturaleza, y “esa bota herrumbrosa”, el transgresor objeto que representa al género humano con sus creaciones monstruosas y antinaturales, bota de humano con una herrumbre, del oxidado metal que, símbolo de las máquinas y la tecnología, se cierne sobre el hombre, lo apabulla de tal suerte que lo deshumaniza y convierte en monstruo, la bota, por otra parte, es el calzado del trabajo industrial.

La siguiente estrofa es una reiteración de la anterior, cambia los objetos por colores:

“verde moco” de los fucos, algas de mar; “azul plateado” del la marea, la herrumbre tal cual, y luego los manifiesta como “signos coloreados”. ¿Cómo?, se pregunta, es decir, ¿cómo voy a comprender esos símbolos?, o aún más general: ¿cómo el ser humano va a interpretar la realidad?, y contesta: “golpeando su sesera contra ellos”, usando del intelecto, de los sesos, de su propia conciencia. “Caramba / despacio”, se dice como para apaciguarse de un agotador frenesí mental.

La penúltima estrofa incorpora un extraño personaje: “Calvo era y millonario / maestro di color che sanno”. Quizá intenta, puesto que habla de un millonario, simbolizar al capitalismo o en su caso al capital, “maestro de los que saben” en italiano, para aludir a na de las naciones de mayor riqueza intelectual anda menos que la cuna del renacimiento occidental, los que saben son italianos, dice el autor. Por otra parte la calvicie es un símbolo de la sabiduría. Aquí se contraponen los términos “calvo” y “millonario”, el oxímoron va a parar en el absurdo, ¿cómo se puede ser sabio si se concede demasiada importancia al capital?, al sabio no le importa el capital ni los bienes de este mundo, acaso ¿le importarán al sabio moderno? Este personaje funge como “Límite de lo diáfano en” y el verso no se concluye, se vuelve un anacoluto que espera la conclusión o la ansiedad de lo incompleto en la imaginativa del lector; en lugar de ello se deja caer la interrogante “¿por qué en?”, y concluye como con una voz de extravío: “Diáfano / diáfano”. Lo diáfano es lo traslucido, lo claro, lo limpio. ¿Dónde lo claro y limpio deja de serlo?, en el sabio al que le importan tanto las riquezas para ser millonario, allí entonces comienza lo que no es diáfano, lo que es turbio, oscuro, sucio. La aliteración del Diáfano refleja una nostalgia por lo que se perdió, la tristeza del hombre moderno que dejó lo natural para calzarse sus botas industriales, para uniformarse con el resto de los hombres y ganar en la masa lo que pierde como individuo.

El poema concluye en donde se declara: “Si puedes poner los cinco dedos a través de ella”, ¿de quién?, ¿de qué?, vuelve a generarse lo inacabado del anacoluto, se dispersa una imagen que comenzaba a crearse en la mente del lector y queda inconclusa. Ya sabemos que al generar este tipo de tensión se hace una catarsis. “Es una verja”, es decir, según el Diccionario de la Real Academia Española, un “Enrejado que sirve de puerta, ventana o, especialmente, cerca”. Quizá la alusión se refiera puntualmente a las rejas por donde se puede pasar la mano, “si no, / una puerta”. Pensemos en la contraposición que se establece entre verja y puerta, la puerta siempre sirve para pasar, mientras que por la verja al parecer sólo puede pasarse la mano, una es un paso, la otra no; la verja es sólo la ilusión del paso.

En esta última estrofa queda lo inconcluso y la catarsis se produce en la incomprensión del cuerpo global del poema. “Cierra los ojos y mira”, aparece el oxímoron: “si puedes poner los cinco dedos a través de ella” como una invitación a la introspección, como una invitación a no comprender racionalmente lo que sólo puede apreciar el alma, se completa la experiencia estética en la redención de que, aunque no pueda pasarse ni por la verja ni por la puerta, siempre queda la libertad del alma, la sesera abre todas las posibilidades para comprender o dejar atrás los símbolos que son las cosas. En lo visible, en lo material no vamos a leer el verdadero sentido de “las cosas”, en cambio cuando se mira hacia adentro es más probable lograrlo.

Está claro que a nivel semántico es mucho lo que falta explotar, cada parte del Ulises, no sabemos muy bien si de Joyce, de Subirat o de los dos, está plagada de estos pasajes poéticos que otorgan a la prosa ese sinsentido que durante tanto tiempo ha devanado las seseras de los críticos. Proponemos para estas partes leer el poema que llevan casi explicito, basarse en las experiencias estéticas, mirar un poco “hacia dentro” e integrar lo narrativo con lo poético, lo racional y las sensaciones, para constituir un todo al final, para ser lectores activos y gozar con mayor placer de esta obra magna.

OBRAS CONSULTADAS

Andueza, María. Figuras y tropos. Serie letras 5. México: UNAM- FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS-SUA, 2008.

Diccionario de la lengua española. 22ª edición. México: Espasa Calpe, 2001.

Joyce, James. Ulises. México: Colofón, 2011.

Viñas Piquer, David. Historia de la crítica literaria. 2ª edición. Col. Literatura y crítica. Barcelona: Ariel, 2007.

Cortázar, Julio. Rayuela. Edición: Andrés Amorós. Col. Letras hispánicas. Madrid: Cátedra, 2000.

IMAGEN

Pintor y modelo  >> Óleo >> Pablo Picasso

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