Por Alberto Navia
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Hemos tenido un encuentro después de
años de distancia acumulada.
Después de silencios y silencios apilados.
Cómo se transforma
tanta voz en tanto silencio.
Cómo se reúne tanta distancia.
Lo próximo,
distante.
Lo afín,
indiferente.
Las manos, los labios,
los cuerpos, escindidos.
Por el árbol mustio del amor perdido nos mantenemos
enlazados.
Colgando como un par de hojas
amarillas.
Yo sé quién eres tú,
tú a mí me reconoces.
No somos dos personas cualesquiera que caminan
calle abajo y coinciden
en una esquina,
en un semáforo y
se miran, indiferentes.
Conozco tus remotos deseos, tú los míos.
La mirada elusiva nos reúne
en el planeta azul de los recuerdos.
Esa distancia que intentas poner
frente a mí grita ausencia.
La mía tu propia ausencia.
Somos ahora un par de ausencias
reconociéndose íntimamente.
Ya nada es importante más que la indiferencia.
Extinto amor indiferente.
Ya ni siquiera rencor:
indiferencia.
La indiferencia de los que se reconocen demasiado
cercanos.
Qué de exaltaciones perdidas.
Qué de confluencias marginadas.
Te miro mientras me alejo
y te reconozco
y algo hay que remueve
y la mirada humedece.
Vestida de ausencia te alejas.
Tus manos revolotean solitarias,
mis pasos resuenan la distancia.
El mar de la ausencia ahoga las gargantas,
silencia,
separa.
Sin mirada vamos ciegos
caminando la distancia.
Tu rostro ya no hace eco en mis cavernas que alguna vez,
repletas de ti,
fueron.
…
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