NOCHES DE OTOÑO

por Valentina Mar Serrallonga

La penumbra reinaba en las calles de mi pueblo; los pocos faroles que iluminaban, lo hacían de manera tan tenue que la neblina de aquel otoño absorbía su luz, dejándote vagar sin guía. Recuerdo el silbante y helado viento que causaba el crujir de las hojas restantes en los árboles, el cómo temblaba yo cada que su rugir me alcanzaba y me hacía maldecir el no haber cargado conmigo algo más abrigador para esa noche.

Aún recuerdo cómo a la distancia, a unas cuadras del añorado hogar de mi abuela, lo vi, parado bajo una de las lámparas de la calle. Era una figura alta y esbelta, oculta bajo un abrigo largo y un sombrero bombín como el que alguna vez observé en mi abuelo durante mi niñez. Conforme me acercaba, podía notar más detalles del misterioso desconocido frente a mí; su gran belleza y palidez, los botones de oro de su abrigo negro con detalles rojizos y la pluma en el sombrero; sus gélidos ojos grises que miraban con desinterés el lado contrario de la calle; su cabello color plata despeinado pero con un toque de elegancia que lo distinguía.

Pronto, sin darme cuenta, la distancia se acortó, ya no estábamos a cuadras sino a escasos metros, y sentí mi cuerpo congelarse al notar su mirada sobre mí; su presencia parecía analizarme de manera tan meticulosa que me hacía sentir pequeña, inmunda y diminuta. Aún puedo rememorar cómo me cuestionaba, yo misma, qué fue lo que llamaría su atención: ¿si me había peinado adecuadamente el cabello?, ¿si mis jeans estaban limpios?, ¿si me había puesto mal el maquillaje?, por supuesto, detalles sin importancia dado el tiempo que había tardado en arreglarme esa mañana, y, no obstante, era casi imposible no cuestionarme, cuando aquel individuo ponía sumo cuidado a cada detalle en mí.

Pronto una voz grave llenó mis oídos; era él, me hablaba. Por supuesto que ahora no recuerdo qué dijo, pero logró que mis mejillas ardieran… Quiero creer que fue un cumplido sincero y no mi ingenuidad la causante, pero a estas alturas no estoy segura.

Qué incauta había sido, me dejé engatusar por un par de palabras de un desconocido de buena apariencia, que me topé en una noche de otoño.

¿Sabes qué es lo que recuerdo con tanta nitidez? Cómo se acercaba a mí con elegancia. De nuevo sentía mi cuerpo rígido, algo me decía, de algo me hablaba, pero, como te comenté, no estoy segura de qué era. Tampoco me acuerdo de cuánto tiempo pasó ni de qué hablamos, sólo puedo evocar su mirada melancólica, casi culpable, que me dedicó cuando escuchó mi respuesta a una pregunta. Me hizo sentir culpable sin entender por qué. Ahora me pregunto: ¿qué habrá causado esa triste mirada? Sin decir más, sin previo aviso, sentí sus brazos rodearme y su rostro ocultarse en el hueco de mi cuello. Estaba tan confundida y habitada que no sabía qué hacer, qué decir, sólo me quedé inmóvil esperando que, quizás, al consolarlo, me diría qué lo ponía así. Debí de haberlo apartado y continuar mi camino, pero cómo hacerlo cuando se veía tan delicado y roto…

De nuevo, el tiempo que pasamos así no lo recuerdo ni es importante, pero puedo evocar un susurro, un lamento, una disculpa silenciosa y escondida que parecía dirigida sólo a mí.

Un par de dagas se clavaron en mi cuello antes de que pudiera cuestionar. Un dolor agudo junto con la sensación de que la vida era drenada de mí, me hizo intentar separarlo, pero era tarde, muy apenas podía mantenerme en pie, y su agarre se volvía cada vez más desesperado y fuerte. Pronto sólo era mantenida en pie por él, después sostenida en el suelo… Sentados bajo la farola, sentía mis párpados tan pesados que apenas tenía fuerzas para mantenerlos abiertos. El frío parecía impregnarse en mis huesos; agua cayó en mis mejillas, quizás eran sus lágrimas, quizás eran las mías. En este punto, queda de más decir que sabía que no me salvaría, no había manera, sólo quedaban la oscuridad y mis preguntas: ¿quién cuidaría de mi abuela?, ¿la volvería a ver?

De esa noche, sólo quedan recuerdos borrosos, fragmentos a los que me aferro, cosas sin sentido a las que realmente espero algún día encontrarles explicación. Seré ingenua, pero me pregunto por qué lloraba aquel muchacho, ¿se sentiría culpable por mi partida?…

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Sin título >> Óleo >> Liu Yuanshou

Valentina Mar Serrallonga nació en H. Matamoros, Tamaulipas, en el año de 2007. Actualmente cursa el segundo semestre en la preparatoria de su ciudad natal, en la cual escribe textos para la materia de Lectura y redacción. Disfruta mayormente de las narraciones románticas y melancólicas, siendo una romántica de closet, además de su lado opuesto, el terror, sobre todo los relatos clásicos. Su mayor afición son las historias que fusionan estos dos géneros,  siendo una escritora principiante de este clase de subgéneros literarios. Ha sido publicada en la revista de la tripa, revista el mimeógrafo y algo más.

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