Por Nidya Areli Díaz
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Voy a verter mis palabras como gotas en tus ojos,
Léeme atento y en silencio,
Con el pecho abierto en flor.
No conozco rostro más común que el tuyo
Y el nombre que te pusieron
Ocupa la quinta parte de todos los directorios.
Yo pensé, cuando llegaste:
¿De dónde es que te conozco?
Pero es que tienes el rostro
Que justo hicieron en serie,
Cuyo molde desgastado
Dios no ha dejado de emplear.
Luego de oírte me dije:
¡Cuán simple su pensamiento!
Y los torpes movimientos de tu cuerpo
Me minaron la atención.
Hombre,
Pero me tocaste…
¿Qué es que tienes en las palmas?,
¿Dónde radica la magia
O el interruptor interno
Con que me fundes la piel?
Fue entonces que mis neuronas
Se quedaron en silencio,
Moriste todas mis voces
Y alelados mis sentidos
Se postraron para ti
¡Ya!
¡Tropiezo!
¿Es esto, fusión del núcleo?,
¿El éxtasis teresiano?,
¿Es paraíso, es averno
O el lago de fuego eterno?
Y luego, tus parsimonias
Te hacen deidad dolorosa
Y yo flagelo mis huesos
Bajo el ímpetu callado de tu gracia.
¡Hombre!, niño rebuscado,
Mefistófeles, arcángel,
Pusilánime lucero de mis lunas.
¡No puedo más!, contrahecho
El torrente rebuscado y derruido de mi mar.
¡Ya!
¡Caída!
Son tus pasos mi señuelo,
Te vas sin más a zancadas
Correteando a tus demonios
Sin mirarme.
Óseo, gélido, votivo,
No te detiene el incienso
Que mana el fuego irredento
De mi cuerpo incinerado.
¡Ya!
¡Cenizas!
Estertores de alfiler
Enterrado como cruz
En la sombra de mi yo.
Dios timorato y febril,
Gozo, seducción estéril,
Hombre mito, minotauro.
¡Ya!
¡Sustancia!
Efluvio de mi cadáver
Donde crecen tus olivos,
Totalidad y la nada,
Hombre de fuego y esencia,
Canela cruenta, cantares,
Muerte infinita y sopor.
…
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