Por Alberto Curiel
-Principiaré diciéndote que la aspiración fundamental de la cultura es la libertad, de ahí se sigue que todo aquello que coadyuve a la elevación del hombre por encima de los avasalladores páramos tiene el privilegio de denominarse como favorecedor de la cultura o cultura per se.
-Te estás desplazando a los extremos y te has caído, viejo. ¿En qué se relaciona Marina…
-No, no, comenzarás con lo mismo… siempre es de este modo; no pudiste parar en la fiesta de Román y te volviste el centro de atención, ni en la Universidad, donde nadie entendía muy bien lo que decías pero conseguiste cierto respeto, o aquella vez que salimos a patinar en hielo en una cita doble y mi prospecto de novia creyó que eras insufrible y de paso me embarraste a mí; no la culpo, así que termina ya.
-¿Cuál es tu punto? Arrojas un guijarro en mi café para pedir mi opinión y después esperas que lo ignore y me atragante.
-Una vieja costumbre de la adolescencia, la aprobación en los círculos secundarios. Comento algo simple e inauguras una monserga. ¿Desde cuándo te agrada el café?
-No se puede hablar contigo, simplista.
-Estás escaso de oídos, intentaba explicarte mis impresiones y solicitarte ideas, pero ahora no, disfruta el trago y calla. Permutemos la charla, así las circunstancias fluirán solas.
-Yo pretendo explicar el porqué de tus impresiones, pero a la menor tempestad se te inunda la cabeza. La creencia… el creer no es válido sin una estructura re-fe-ren-cial.
-Calla ya y da comienzo con lo tuyo.
-¿Con mi qué?
-No te he visto en meses, ¿qué ha sido de ti? Lacónicamente, por favor, no profundices en demasía.
-¡He ahí de nuevo la contrariedad! Patinas sobre mantequillas en una pendiente y esperas que los demás te sigamos el paso, olvidas que uso botas de alpinista y que disfruto de la brisa y el paisaje; mira la belleza de los colibrís que han salido a degustar el néctar sagrado en esta noche.
-¡Basta ya de alegorías! ¿Acaso no puedes hablar como una persona normal?
El café/bar entero parecía atender a la ilegible conversación de los viejos amigos, el jazz sonaba a volumen medio, contemporáneo, suave y alegre. Iván indagaba el terreno en búsqueda de tesoros preciosos al tiempo que Jorge, ensimismado como de costumbre, escribía ideas que le venían a la cabeza en una servilleta con una pluma que apenas tenía tinta. No podríamos catalogar a ninguno de ellos como a un distinguido hombre de apariencia refinada, pero poseían selectas personalidades que bien les servían para no ser confundidos con facilidad.
-Tú comenzaste con aquello de la caballerosidad, no puedes manifestarte claramente, Iván, o más bien no te lo permites porque te obceca el catafalco ése de la “caballerosidad”, dices que Marina está muy enamorada de ti pero que tú sólo buscas sexo, además de estólido eres cobarde, ególatra y superficial, te ves guiado por los instintos más primarios; no le confiesas tus intenciones porque entonces ni tetas ni nada, pero ya la enamoraste… y te la cogiste. Temes estar solo, ¿hace cuánto no lo estás? Dijiste que la caballerosidad es parte de tu cultura, ¿no es cierto?
-Sin duda, pelado, yo sí fui educado.
-Amaestrado. ¿Recuerdas a los monitos cilindreros de las películas infantiles? El hombre se convierte en esclavo al idolatrar personajes e ideas que la masa mitifica. ¡Vaya barbarie la explotación animal.
-Como digas. Siempre has de tener la razón.
-Exactamente. Por ello intentaba explicarte como punto de partida lo que significa la cultura, continuando con la caballerosidad y el romanticismo; ¿tú eres machista?
-Obviamente no, creí que eras inteligente.
-¡Vaya contrariedad!, ¡mesero, otro café por favor!, quise decir un clericot, hoy mi amigo invita, es caballeroso, ¿sabe?
Entonces, ¿me permites continuar? Interpretaré tu silencio como un sí. Supongamos que somos especies rastreras, animales sin extremidades, un pygopus lepidopodus, por ejemplo, ¿pensarías que tiene la misma oportunidad de conocer el mundo que un águila, lo que es más, crees que es preferible la altura o una infinita y yerma llanura?
-No tengo idea de que es un pygop, pygopuu… ¡eso! Considero que es mejor la altura si al panorama te refieres.
-Tenemos un acuerdo, así que concluimos que el pygopus no podría siquiera discutirle en una conversación al águila, puesto que el terreno a su alcance y comprensión sería ínfimo en comparación, pero demostrar eso no es nuestro objetivo. Ahora, afirmas que la caballerosidad no es sólo un acto amable sino magnánimo y bienintencionado.
-Y de alta calidad moral y ética.
-¡Uff! Campos pedregosos, si nos descuidamos culminaremos dentro de un mamotreto interminable. Jean Rush pensaba que la moral es el grillete que nos encadena a la hipocresía, mientras que Freud veía en el narcicismo la gran fuente de la moral, incluso antes de que le fuese familiar ese concepto… la ética, contrario a lo que puedes proclamar, es unívoca y no diacrónica… Ambos conceptos hay que mencionarlos con suma cautela. Y no vayas a confundirte, la ética y la moral existen, pero deben ser escalera y no suelo ni cima, análogamente a la felicidad, su inducción está obligada a cimentarse sobre la vía más virtuosa, con potencia, resistencia y fuerza para que no pueda ser derribada, de lo contrario ¿qué sería? Una moneda de cambio sin valor fijo, ética a la medida, comunismo. ¡Mesero, un clericot!
-Imperativo categórico…
-Kant no dejó tan bien parado al imperativo, es un juicio ambicioso, quizá ni él tenía muy clara la idea de cómo sostenerlo sin caer en la contradicción. Por ello hay que ir más allá del idealismo. Imaginemos a la moral y a la ética como un sistema solar binario, nosotros seríamos dos planetas orbitando en derredor de estos, desplazándonos a gran velocidad a través del cosmos, cayendo hacia los astros y siendo despedidos lejos de estos sólo para recaer de nuevo infinitamente como consecuencia de la gravedad gestada por ambas estrellas; nuestras trayectorias no necesariamente serían las mismas, quizá ni siquiera llegaran a interceptarse, tendríamos, si fuésemos planetas con consciencia, libre albedrío para transitar y experimentar, sin embargo, jamás nos perderíamos, andaríamos de modo que permanezcamos siempre unidos al calor de nuestro sistema dual de soles, a pesar de que uno tomara una órbita ascética y el otro una más epicúrea.
-¡Que sean dos clericot por favor! Y lo que intentas decir con todo esto es que tienes la razón absoluta, ¿cierto? Debo compaginarme contigo. Olvidar que la ética y la moral dependen de cada quien.
-No, no, ¿qué monstruosidad acabas de decir?, ¿no quedó claro lo del pygopus y el águila?, ¿quién carece de oídos ahora? Sospecho que quizá seas Jaques Derrida en el disfraz de mi amigo de años, confiesa ya. ¿Qué piensas de la verdad?
-No existe, la verdad es perteneciente a las nociones de la libre interpretación.
-¡Aaaah! ¿Es tu objetivo que el autor de este texto sobrepase las 100 mil palabras? La verdad no puede ser sometida a consenso. Es menester menguar la discusión antes de que le volvamos loco. ¡Nunca más lisonjees con el post modernismo, ni de lejos! A mi analogía podríamos agregarle que nuestro sistema binario se desplaza dentro de una galaxia llamada verdad, así quedaríamos más conformes. Claro, lo explico con manzanas de modo que lo entiendas.
Es necesario parafrasear a Balmes (carraspera): El ser humano es contingente, el orden moral es necesario; antes de que nosotros existiéramos ya estaba aquí el orden moral, y continuará a pesar de que nosotros seamos aniquilados con tal de que hubiere criaturas racionales.
¡Eres el amo del absurdo, rey de la discordancia, príncipe de…!
-¿Ahora notas por qué no le caes bien a nadie?
-Sólo a los bobos.
-¿Me estás llamando bobo?
-Un bobo no entendería mi humor. Si bien el humor incide en lo inesperado y risible, podríamos hablar de niveles en el humor, no es lo mismo un sonido gutural, un movimiento corporal degradante, o un pasito de baile grotesco a un elaborado chiste que invita a la reconstrucción de referencias establecidas dentro de una conversación, razonamiento, la dialéctica empleada para la diversión intelectual.
-Bájale dos rayitas a tu intensidad. Te tomas todo tan a pecho, Jorge.
-¿Y tú no, Iván?, ¿no haces de tus charquitos inmensos mares? Da un brinco, una zancada nomás y ancla esos barcos en los que no cabes. Mira hasta dónde hemos llegado ya. Y aún no hemos incoado el expediente del amor cortés, el feudalismo, la Europa medieval… hay que encontrar un atajo adecuado para nuestra meta, aunque parece importarte poco o nada el soporte histórico.
-Te crees muy inteligente pero llevas más de cuarenta minutos elucubrando sin descanso. ¿Si eres tan listo por qué no puedes resumir tu idea en, digamos, trescientas palabras? Comienza por explicar ¿qué es la caballerosidad según tu excelsa perspectiva?
(Silencio)
-Hijo de… Bien, Iván, cuando piensas en Marina, ¿le imaginas como un ser inferior a ti, un ser necesitado de protección y auxilio?
-No, sin duda.
-¿Crees que tú y ella se encuentran en igualdad de capacidades?
-Por supuesto, Jorge.
-¿De ninguna manera piensas en ella como un objeto inferior a ti ni instrumentalizas la relación con ella?
-¿Qué clase de pregunta es esa?
-Sólo responde: ¿Debes otorgarle el máximo respeto de acuerdo con tu acepción de educación y caballerosidad a pesar de desconocer la proveniencia de estas?
-Debo responder afirmativamente a pesar de no concordar con la manera en que formulaste la pregunta.
-¿Es la caballerosidad una obligación, o hay algún trasfondo hedonista en la actitud del caballero?
-Un hombre recibe una excelsa educación, tiene excelentes modales, ergo será caballeroso, sin ninguna pretensión.
-(Risas) ¿Existe una relación de vasallaje de ti hacia ella o viceversa?
-Ninguna, ¿eres imbécil?
-Sí, un poco ¿De qué manera asociarías a niños y ancianos con mujeres?
-No comprendo a dónde te diriges.
-Mi estimado Iván, la palabra caballero viene de cabalgador, o de un jinete a caballo. Un concepto que nació con el compromiso de guerreros montados a caballo, honrando y escoltando a los reyes o señores feudales a cambio de dinero, parcelas o bien como una forma de devolverle algún favor recibido, una hetaira sin duda. Era un título recibido por un hombre de linaje noble que se destacaba por sus buenas acciones. Después del siglo XV, la designación de caballero fue otorgada a civiles como recompensa a sus actos a favor de la comunidad, ya que además de proteger al rey o al señor feudal, también debían hacerlo con los débiles e indefensos, por ser más susceptibles al peligro, entre ellos los ancianos, los niños y las mu-je-res.
Para la iglesia la caballerosidad se reflejaba en un hombre valiente y leal pero también humilde y misericordioso, dispuesto al sacrificio; además de cortés. Entre algunas de las virtudes que debía tener para ser considerado como tal estaban: no mentir y mantenerse leal a las promesas de palabra, mostrarse generoso y dadivoso hacia a todos, defender los derechos y la buena voluntad contra la injusticia y la iniquidad.
¿Mientes, Iván?, ¿la relación con Marina patina sobre la idolatría material, la búsqueda desenfrenada de bienes y placeres? ¿Acaso abrirle la puerta del coche a la dama no implica asumir cierta incapacidad de su parte? ¿Necesita de cuidados especiales? Pero en esta misma medida, y de ser así, hablamos de una labor de enmascaramiento en la que la promoción de la caballerosidad es socialmente aceptada.
El “caballero” encuentra en la mujer al sexo débil, incapaz de pararse en un mismo sitio por mucho tiempo o cargar cualquier objeto, por más liviano que sea, el caballero toma actitudes caballerosas por interés propio, como el de conquistar a una mujer mientras actúa como uno.
Bien, Iván, ahora sólo nos resta esperar los resultados de tu examen personal después de que las respondas internamente. ¿Cumples con los requisitos del caballero? No mientas. Si intercambiamos la palabra moral con caballerosidad en las nociones de Freud y Rush que mencioné previamente tendrían aún más sentido. No tienes convicción, eres a la caballerosidad lo que el pietismo a los dogmas e instituciones eclesiásticas. Y por cierto, a tu cuestionamiento anterior, continúo escribiendo, todo en mi vida bien, si consideramos que aún no consigo empleo, así que deberás invitar las bebidas de esta noche necesariamente.
-¿Y yo soy el simpatizante del postmodernismo, Jorge? ¡Vaya extremista que eres, feminista a ultranza! Mesero, dos copas más de clericot, yo invito.
Líneas curvas, poligonales cóncavas y convexas, parábolas trazándose efímeramente, formando siempre la misma figura sonriente virando de izquierda a derecha, rara vez hacia arriba, nunca hacia abajo, quizá porque la minifalda que descansa boyante sobre sus piernas tienta incluso a lo insospechado. Bebe con celeridad y procede a aupar siempre la mano izquierda, y con una ligera oscilación en la muñeca solicita la saturación de su copa recién deshabitada; el jazz sube de tono, mas no de volumen.
Jorge e Iván han quedado fascinados con la fina efigie de la mujer castaña que ha arribado al café/bar. ¿Qué hace una mujer así sola en un café o en un bar? Comienzan a escarcear sus discursos iniciales, juguetean con las manos, juegos de azar que le permitirán a uno o a otro cortejar a la dama en primera opción: Piedra/piedra, tijeras/piedra, ninguno aceptará perder. La conversación ha perdido relevancia, cesó indiscutiblemente, los hombres han desaparecido y en su lugar han quedado dos simios de aquellos cilindreros, realizando piruetas y sonidos poco convencionales, ni machos, ni caballeros, ni eruditos.
Ninguno sabe que será inevitablemente rechazado, Lilith, la mujer castaña increíblemente sensual, es lesbiana, su novia se encuentra trabajando a sólo unas calles de distancia, mecanografiando, llegará en cuarenta y cinco minutos. Detesta a los sabelotodo, y a los pusilánimes. Sólo mediante una condición, Lilith cedería un poco de su exuberancia que se derrama por las calles aledañas, por las retinas y los poros de los invasores extranjeros, que anhelan postrar su imperio en ella. Lilith es… escort, dama de compañía, muy cara y exigente, hay que estipular una cita vía correo electrónico, con fotografía y CV, ¡ah!, y con un depósito antelado que ninguno de los dos alcanza a cubrir con medio año de sueldo.
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IMAGEN
Autorretrato con Fernando de Regoyos en el Café de la Coupule, Montparnasse >> Óleo sobre lienzo >> José María Ucelay
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