Por María Pérez
¡Oh selva, esposa del silencio, madre de la soledad
y de la neblina! ¿Qué hado maligno me dejó
prisionero en tu cárcel verde?
José Eustasio Rivera, La vorágine.
Es en el invierno cuando arropamos a la naturaleza, hacemos el mismo ritual año tras año y rendimos culto al árbol; como una creación que brinda vida lo iluminamos dentro de casa, con mucho cuidado. Justo fue un invierno cuando me acosté con La Vorágine, novela del escritor colombiano José Eustasio Rivera, publicada en 1924. Dicha obra plantea la vida de los caucheros que se adentraban en la selva amazónica y enfrentaban las calamidades presentes en el supuesto sigilo de la selva.
A mi cama de libros se sumó esta novela, vorágine es una palabra del latín que significa abismo, remolino o precipicio, y en la almohada recargué la narración suavemente, con el gusto que brinda una novela cuyo escenario es natural. Dio inicio la lectura, Arturo Cova y Alicia son los protagonistas en una historia de huida, búsqueda, anhelo y perdición. Es claro que al leerla las terribles fuerzas de la naturaleza, la sinrazón del protagonista y las desconocidas etnias alrededor de la historia, alteran la idea que se tiene sobre la selva amazónica; ahí, en el calor de tus sabanas podrás imaginarte el olor a leña fresca, el zigzag de las palmeras, la cálida humedad que de pronto se convierte en un espacio apestoso, con el vaho que surge de la hojarasca mojada, vuelta ya una pantanosa acumulación.
Aunque el libro era como un remolino que jala, es por la noche cuando La vorágine se vuelve el infierno de tonos verdosos, negros y lúgubres, que invaden mi cama; el protagonista, situado entre la locura y la crueldad del entorno, sufre la soledad del hombre como especie en la tierra. La novela narra los tratos inhumanos que sufrieron los indígenas de la región del Putumayo durante la fiebre del caucho, incluso así el autor logra sacarte de esa realidad y te lleva por la selva, sus laberintos y las criaturas que la ocupan, como un acto reflejo protejo con urgencia mis pies, no vayan a treparse las tambochas, hormigas carnívoras que devoran todo a su paso.
En esa emboscada verde se tiende toda la naturaleza amazónica que invade la cama: árboles, ríos, matorrales, lluvias, trinos y costumbres de otras culturas, se hacen presentes; el indicio de lo que realmente significa la naturaleza confunde, estremece incluso la conciencia del protagonista, sólo normal cuando evoca su amor por Alicia. En ese espacio arbolado, donde el caucho deja sin humanidad a los hombres. El autor argumenta: “la servidumbre en estas comarcas se hace vitalicia para esclavo y dueño: uno y otro deben morir aquí […] la mina verde. La selva los aniquila, la selva los retiene, la selva los llama para tragárselos”.[i]
Al llegar a esa parte de la novela ya no pude esperar más y leí hasta el desenlace, la naturaleza se mostró tal cual es, de nada sirve arroparla en casa, es más ¿es posible proteger a la naturaleza? ¿Acaso no deberíamos nosotros protegernos de su furia motivada por la sobreexplotación? La vorágine me permitió conocer realidades ignoradas y elementos retóricos de la única novela de José Eustasio Rivera. A pesar de los brutales temas, mi cama se volvió una piragua que navegó a orillas del Orinoco y demás ríos en que desemboca; en más de una ocasión me agaché temerosa en medio de aquella naturaleza invencible y violenta. Las pesadillas fueron tristes enredos de los hechos del hombre. Por medio de esta novela vi de forma menos ingenua la presencia del árbol iluminado en las celebraciones navideñas, vi lo frágil de la existencia, vi el daño del hombre hacia sí mismo, y no conforme aún, vi a los caucheros del siglo XX en la región amazónica, cuya realidad resultó peor de lo que se cuenta en la obra; obra cuyo lenguaje retórico en torno a la selva exalta las capacidades del escritor.
Ahora ya no pienso en proteger la naturaleza dentro de casa, si algo aprendí con la lectura de esta obra fue sin duda el respeto infinito por todo lo que la biósfera representa ella completa; su remolino de fuerza, su milagrosa presencia, pero no sólo en diciembre, sino todos los días del año. De lo contrario nos espera un abismo creado por nosotros mismos.
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OBRA CONSULTADA
Rivera, José Eustasio, La vorágine, Barcelona, Planeta, 1985.
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NOTAS
[i] José Eustasio Rivera, La vorágine, p. 252.
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IMAGEN
Como un árbol viejo pero llenito de manzanas >> Óleo >> Denis Nuñez Rodríguez
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