Fernández irrumpió en la enfermería principal de la nave como si su propia vida estuviese en riesgo, en cambio preguntó por la del rescatado náufrago, pero antes de que nadie pudiese contestarle, el rescatado, aún con azulada piel pálida y escarchas salientes de entre los labios y los dientes, se irguió y lanzó un grito profundo que hizo a todos alejarse. En seguida, sin tomar aire siquiera, dijo con un mal pronunciado castellano:
—¡Capitán! ¡No, esperen, esperen!
El hombre hizo ademán de querer huir, pero su estado era tan débil que no pudo más que desplomarse en cuanto intentó ponerse de pie. Aunque el náufrago vivía, Fernández tuvo que esperar unas cuantas horas antes de que la cámara metabasálica lo restaurara lo suficiente como para poder responder a todas sus preguntas. Cuando pudo escuchar su relación, el Mayor se enteró de que el recién llegado era un superviviente de la expedición de Joan de Xibalba, que, según los medios oficiales, había escapado de Nova Centauri apenas con vida a causa de una refriega por agua con los naturales y había logrado llevar a casa las nuevas del descubrimiento. El náufrago, quien había revelado que su nombre era Geróm y su cargo el de capellán castrense, asintó sobre la refriega pero desmintió la huida, pues reveló que no sólo habían ganado aquella escaramuza, sino que Xibalba y los suyos habían conseguido someter una región entera del ahora nombrado Neomeztli 15-21 y señorearla por lo que, según la órbita de aquel planeta, se contabilizaban como varios años;años de excesiva codicia al cabo de los cuales fueron, en efecto, echados de allí por los propios naturales:
—Después de pacificar a varios pueblos aledaños, el Capitán Xibalba fundó, junto con sus oficiales más próximos y de alto rango, una villa no muy lejos de donde tuvimos nuestra primera victoria armada. De inmediato se autonombró Comandante General Supremo de Nova Centauri (como ya llamábamos a toda esta galaxia y también a aquel planeta en específico) y empezó a ejercer como un tirano. Los pueblos nativos, como les era ya costumbre, le tributaban casi a diario las joyas, los metales, los frutos, los animales, las visiones y las delicias más finas que el hombre puede percibir con sus limitados sentidos, y esto pudo mantenerse por tanto tiempo (según el de aquel planeta) porque tal parecía que a esos nativos nada o casi nada les quitaba que nos dieran de sus cosas tan a manos llenas: así de basto es su mundo. Con tantos tributos el Capitán tenía también más de lo que podía dar, y nos recompensaba a todos diariamente y en persona con regalos a cantidades que nos convertían a cada uno en reyes de nuestra propia tierra. Alguna vez, durante la lucha armada, llegué a quejarme de Xibalba y a cuestionar sus intenciones y su jactancia de buen cristiano; nunca más después de fundar aquella villa. Pero las cosas empezaron a ir mal cuando el Capitán comenzó a aficionarse a los mancebos, las doncellas y los demás sexos que esa exótica raza novocentáurea cría, pues sus leyes naturales y divinas no les permiten procrear o siquiera tener algún contacto físico con otras especies si no es para darles muerte. Volvimos entonces a tomar las armas, pero estábamos ahora tan confiados, oxidados y gordos, y ellos tan desengañados, numerosos y entendidos en nuestros modos y costumbres, que no pudimos resistir ni un año de luchas, teniendo que huir presto del planeta los pocos que quedábamos con vida. Yo fui uno de los pocos desgraciados que no logró llegar a la nave de Xibalba la noche que escaparon de la villa. Los que nos quedamos y no fuimos asesinados poco después logramos construir una nave con las cosas que habían quedado de la expedición y con los recursos bondadosos y casi infinitos de Nova Centauri. Pero no funcionó bien, apenas logramos salir de su atmósfera, nuestra nave quedó atrapada en su órbita, descarapelándose poco a poco hasta arrojarnos a todos al vacío del espacio. Creo que fui el último en salir de esa navecilla. Mateo hablaba con la verdad: ustedes me encontraron y he sido ahora yo el primero. ¡Gracias, Dios! ¡Gracias!
Rafael Alejandro González Alva nació en la Ciudad de México en 1993. Es Lic. en Diseño por la Universidad Autónoma Metropolitana y Lic. en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha trabajado en empresas y proyectos relacionados con el diseño gráfico y la literatura, de entre los que destaca haber sido parte del grupo de trabajo del PAPIME “Leliteane. Lengua, literatura y teatro en la Nueva España”, dedicado a la difusión y estudio de las letras novohispanas. Actualmente cursa el XVI Diplomado de Creación Literaria Xavier Villaurrutia, que imparte el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura desde 2010. En 2020 comenzó a publicar verso y prosa breves en medios digitales.