FERNÁNDEZ A LA CONQUISTA DEL NUEVO MUNDO IV

por Rafael González Alva

Tres años después, México recibió la autorización de la FSI y demás organizaciones para ejecutar su pequeña empresa, pero llegó demasiado tarde para Velázquez, pues la rueda había girado y el actual presidente no le debía ningún favor. Velázquez era, sin embargo, un hombre de poder y como tal logró conseguirse un premio de consolación: se hizo con la jefatura de la Secretaría de la Defensa Estatal, el mayor de los puestos a los que podía aspirar un militar, si no era el de presidente. Pero más que codiciar genuinamente los beneficios y poderes de este cargo, lo que motivaba a Velázquez a quererlo era una sola de sus potestades: el poder elegir libremente al nuevo y efectivo Comandante en Jefe de la Exploración Exosolar Mexicana. 

Lo realmente seductor de aquel nuevo cargo era la dimensión hereditaria de su pensión. Hereditario era algo que los funcionarios mexicanos no habían visto en al menos un par de generaciones y que exitaba en todos ellos las memorias de una edad tan dorada como remota. Velázquez reparaba por enésima vez en ello cuando por fin rindió su pensamiento a decidirse por el mamarracho aquél que se decía su cuñado para ocupar el cargo de Adelantado de Nova Centauri, como se le conocía coloquialmente al nuevo puesto. El general no tenía opción: de todos sus parientes el único militar vivo que le quedaba era su cuñado Mariano, el bastardete que se había casado con su hermanita menor, Catrinita, bajo circunstancias, en el mejor de los casos, heterodoxas y que por más de media década no había podido pasar de Capitán Segundo, lo que demostraba a Velázquez no más que una tibia antipatía. Pero en realidad, al pelear por aquella secretaría Velázquez sabía abnegadamente que Mariano terminaría beneficiándose de todo, mas no le gustaba pensarlo o admitirlo, pues prefería creer que cualquier día de aquellos su hija mayor desistiría de sus fantasías marcianas de aventurera, regresaría a la Tierra, le pediría perdón de rodillas por haber desertado del ejército y él, con gran benevolencia y sin mucho escándalo público, la reinstauraría con su rango de Coronela e ipso facto la investiría como Adelantada de Nova Centauri, con lo cual se ganaría también el ascenso a Brigadier General. Pero su hijita no se aparecía y Velázquez no tenía verdaderas esperanzas de que lo hicera; forzarla no serviría, ya lo había intentado una vez y el tiro le había salido por la culata, llegando a dar la bala hasta lo más recóndito del Planeta Rojo, adonde su jurisdicción se difuminaba considerablemente.

Velázquez se tragó entonces su orgullo un día y le llamó personalmente a su cuñado, que no había visto en años. Lo invitó a su casa con una disfrazada intención de convivencia familiar, una comida a la cual Catrinita no pudo asistir por cuestiones de salud, pero a efectos prácticos, eso poco le importaba a Velázquez. Tras comer y despedir a su esposa y demás convidados, el general invitó a Mariano a tomar unas copas en su despacho, quien ya sospechaba una segunda intención en su cuñado.

Capitán Fernández dijo el general fuerte y santurrón, ya se olerá que no lo he invitado hoy sólo a decirle hola y a ponernos al día; eso sólo lo hacen las mujeres.

Velázquez hizo una pausa que Fernández aprovechó para reirse breve pero enérgicamente; además del aparente chiste, algo que le llamaba mucho la atención a Mariano era que, al hablarle como militares, su cuñado no sólo usara su rango sino que de pronto le hablara de usted, como creyendo que así se sentiría más respetado.

Lo que quiero decirle, sin más rodeos, es que va a ser la nueva cara de México en la galaxia: he decidido nombrarlo Comandante en Jefe de la Exploración Exosolar Mexicana. ¡Felicidades!

Señor, me honra en suma este nombramiento, pero…

No hay pero que valga, Capitán. No es esta una solicitud, es una orden.

Lo entiendo, señor, pero… es sólo que… Fernández calló por largo rato buscando las mejores palabras, queriendo encontrar, sin poder, el justo medio entre la formalidad y la familiaridad.

¿Qué, Fernández, qué quieres alegar? profirió el general con un tono más familiar pero también más severo.

Es sólo que, es sólo que mi carrera, no la militar, sino la política…

¡Ah, Fernández! ¿Pues qué naciste ayer o qué? Este nuevo puesto te hará subir escalafones como la leche olvidada sobre la estufa.

Si es que regreso.

¿Y por eso te preocupas, cuñadito? Es sólo un puesto administrativo: tú no vas a pelear, lo harán tus hombres. Mira, de entrada, asciendes a Mayor.

Con tantos nombramientos superiores de un solo golpe, Mariano sentía que las palabras de su cuñado hacían todo el sentido del mundo y no decían más que la verdad. No obstante, la sombra de la muerte y, sobre todo, la del combate, rondó de nuevo la mente de Mariano y dijo con tristeza:

¡Ah, no lo sé, Carlingio! Lo que dicen de aquel planeta, lo que dicen que hacen a los hombres, a los humanos… Fernández había decidido jugarse su última carta apelando a su cercanía familiar con Velázquez y a su evidente patetismo ante los horrores del nuevo mundo.

¿Qué, qué es lo que cuentan, Mariano? ¿Que sus tierras son tan amplias y tan vastas que a cada paso que se da, uno se encuentra con cinco o diez minas de uranio, plutonio, oro o plata? ¿Que sus ignotos parajes y sus exóticas bestias son tan fantásticos que el verlos convierte a cada hombre en poeta sólo al narrar su aspecto? ¿Que ahí un hombre que no era nadie en su planeta natal puede hacerse rey o emperador con sólo desearlo? Y tú ni siquiera tendrías que hacer nada más que ir para conseguirlo, pues vas ya como Adelantado de todas aquellas tierras. ¿Te da miedo morir?, ¿le temes a pelear y caer en batalla? ¿Qué es lo que temes sino la gloria inmortal? ¿Acaso no te recordaría el porvenir? ¿No dirían los hombres del futuro tu nombre y recordarían a nada más y nada menos que al primero de ellos, al primer humano, que recorrió Nova Centauri y sus maravillosos mundos? ¿Es que ya olvidaste el verdadero pago que ofrecen las armas? No es el metal frío, sino la gloria y el bienestar nacional y universal lo que las infunde, lo que las crea. ¿Olvidaste ya por qué te enlistaste en primer lugar, aquel marcial estruendo al rugir del cañón que movió a tu primera juventud a tomar las armas y decir “¡Viva México! ¡Viva la Tierra!”?

El discurso del general comenzaba a hacer efecto en las emociones más patéticas y primitivas de Fernández, que a pesar de ahora ser un militar mediocre, había tenido en su juventud, durante la Tercera Guerra Interplanetaria del pasado siglo, esa chispa romántica que le había llevado a embarcarse hacia Marte, Júpiter y Saturno y pelear por el planeta en nombre de su nación, viviendo así el sueño infantil de encarnar, si no la habilidad, al menos la moral de sus héroes de ficción favoritos: Astral Spaceknight, Orsusgard el terrano, Dotar Sojat, el paladín Skywalker… En su mente, Fernández no era menos que el Aquiles galáctico que el sistema planetario necesitaba. Tanto furor es lo que le había conseguido llegar, en un tiempo relativamente breve, desde soldado raso hasta Capitán Segundo.

¿Le temes a morir y dejar desamparada a tu progenie? No me tienes que mirar ni siquiera a mí: el cargo que ahora te ofrezco no sólo viene con una excelente compensación monetaria, sino que es prácticamente infinita porque es hereditaria dijo el general al final de su discurso sin encontrar más razones que pudiesen animar a su cuñado.

En efecto, esto último resonó poderosamente en los oídos de Fernández, hambriento no sólo de poder, sino de poder perpétuo, y bien sabía, como todos, que no hay mayor potestad en este mundo y en esta galaxia que la del caballero don Dinero.

Aceptó por fin con una mueca sonriente en la cara que inquiría a su vez, y secretamente, el perdón a su cuñado por su evidente cobardía. Pero la amargura de tal palabra le pasó rápidamente por la cabeza para ser olvidada y sustituída, en cambio, por los fervores del romanticismo militar que acababa de recordar y cuya heroica ejecución tendría como premio su eterna gloria y, al fondo de aquel arcoiris encantado, una olla con un premio aún más delicioso, brillante y también inmortal.

Oportunidades como esta no hay muchas en la vida, Fernández…

 

Rafael Alejandro González Alva nació en la Ciudad de México en 1993. Es Lic. en Diseño por la Universidad Autónoma Metropolitana y Lic. en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha trabajado en empresas y proyectos relacionados con el diseño gráfico y la literatura, de entre los que destaca haber sido parte del grupo de trabajo del PAPIME “Leliteane. Lengua, literatura y teatro en la Nueva España”, dedicado a la difusión y estudio de las letras novohispanas. Actualmente cursa el XVI Diplomado de Creación Literaria Xavier Villaurrutia, que imparte el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura desde 2010. En 2020 comenzó a publicar verso y prosa breves en medios digitales.

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