Partieron heroicamente despedidos por la excitada aunque raquítica comitiva de la Embajada Mexicana en Marte. El tiempo extra de reposo les había sentado bien a todos, en especial al Mayor Fernández, que ya con la mano izquierda en la cintura y la derecha arriba, saludando pausadamente primero y eufóricamente después con un movimiento de brazo sagaz imitando a la mejor manera gringa, se despedía de sus compatriotas y retornaba a comandar la Quetzalcóatl I.
—Las coordenadas se han fijado exitosamente en el sistema, señor —dijo la recién nombrada Capitana Neriela.
—Magnífico, Neriela. Vamos allá entonces.
—Sí, señor.
En el puente —como le fascinaba a Fernández llamar a la cabina de mando de la nave so la influencia de la tantas películas y series viejas y reconstruidas que en su vida había visto— se encontraba ya todo el equipo en sus puestos de trabajo. Allí estaban Paravaldo en los controles, Alamines en los motores, Neriela en las comunicaciones y otros navegantes y soldados más, cuyos nombres Fernández nunca tuvo el tiempo o la disposición suficiente para aprender.
—Coordenas ingresadas y verificadas —vociferó Paravaldo.
—Mecanismos engrasados y sin fallas —anunció Alamines.
—Comunicaciones listas, señor… —musitó Neriela.
—Bien, bien. Excelente, todos. ¡Partamos cuanto antes, señores! —replicó exaltado el Mayor, pues aquella escena hollywoodense no hacía más que rememorar todas las fantasías galácticas de las que en su cabeza había sido tantas veces protagonista y que ahora se perfilaban tan nítidas, tan reales, que por un instante olvidó el verdadero objetivo de la misión y de sus propias ambiciones.
Tras improvisar un épico, brevísimo y patético discurso motivacional para su tripulación, el Mayor dejó la verborrea y permitió a la nave por fin partir hacia las estrellas, atravesando la densa atmósfera de Marte con no mucha dificultad y precipitando en el hangar de su despedida una rojiza nube de polvo que tocó los paladares de las personas que, aún emotivas, daban gritos de aliento a sus paisanos, pero que inevitablemente y en el acto tuvieron que acallar, pues aquella humareda dejaba ya un mal sabor de boca en todos ellos.
Rafael Alejandro González Alva nació en la Ciudad de México en 1993. Es Lic. en Diseño por la Universidad Autónoma Metropolitana y Lic. en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha trabajado en empresas y proyectos relacionados con el diseño gráfico y la literatura, de entre los que destaca haber sido parte del grupo de trabajo del PAPIME “Leliteane. Lengua, literatura y teatro en la Nueva España”, dedicado a la difusión y estudio de las letras novohispanas. Actualmente cursa el XVI Diplomado de Creación Literaria Xavier Villaurrutia, que imparte el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura desde 2010. En 2020 comenzó a publicar verso y prosa breves en medios digitales.