ESCORPIÓN

por César Vega

Por César Abraham Vega

Al escorpión sus semejantes lo trastornan y lo hacen sufrir de un modo indecible porque, sobre todo, no sabe si sus semejantes son diferentes a él o en absoluto, no se le asemejan en nada, como suele ocurrir. Trata entonces de verse de algún modo y comprende que ninguna mejor forma de verse que la de ser nombrado. Pues él ignora cómo se llama y también que no puede ser visto por nadie (José Revueltas).

Eran como cuarto pa’ las tres, apagué la troca pero los faros los dejé encendidos; nunca había tenido así de miedo, o tal vez sólo era el frío que calaba recio, o tal vez temblaba un poco por el frío y otro poco por el miedo. ¡A saber! Hubiera dado lo que fuera por no quedarme a oscuras en medio de ese prado tan horrible. Encendí un cigarrito como pa’ calentarme. ¡Que cigarrito ni que madres! Nada, ni estando metido en el puto infierno me hubiera calentado. Sí, tenía miedo ¿y qué? No sabes lo que es estar ahí, en medio de esa oscuridad tan profunda, en medio de ese silencio tan estremecedor. La misma agua del río parecía ser muda, ni aves nocturnas, ni mosquitos, ni el viento se hubieran atrevido a rasguñar a ese putísimo silencio con alguna de sus voces. Todo estaba tan callado que podía escuchar el resuello de mi aliento rozar hasta el rinconcito más metido de mis pulmones.

Me dio risa mirar la escopeta apretada entre mis piernas, como si eso bastara para acabar con todo, como si un tiro en la frente de la Chokani por fin remediara mi interminable pesadilla y me despertara a la dulzura de la vida… de esa vida que dejé de percibir aún siendo joven… eso, si es que estoy dormido. Me es tan difícil saberlo. Pero si es que no duermo y por el contrario estoy despierto, vivo, en pos, en la persecución desesperada de ese instante en el que las cosas se remedien para finalmente quedarme dormido tras este largo, larguísimo insomnio.

De pronto, ante mis ojos desapercibidos, miré diminutas partículas de un polvo finísimo que levitaban, se paseaban en la atmósfera de afuera y, al pasar a través del haz de luz de los faros, brillaban como microscópicas diamantinas. Al principio no di ninguna importancia a esos corpúsculos extraños, tal vez porque eran pocos, poquísimos y apenas se veían, pero en pocos minutos se fueron concentrando en una niebla extraña que ya prácticamente sustituía a toda la oscuridad nocturna.

No quería salirme de la troca, me cagaba del miedo ante esas cosas, no cabía duda ninguna de que la perra Chokani la traía en contra mía. Pero a eso había venido, para eso había esperado.

Para cuando salí de la camioneta podía ver el espectro de la Chokani transfigurándose entre la nube de polvo, me llamaba, decía mi nombre con esa voz que sólo sabía sonar adentro de mi cabeza.

De ahí todo fue acercarse a ella, cargar la escopeta, sentir frío, un piquete, dolor intenso, un alacrán, soltar la escopeta, oír el disparo, sentir un dolor en la cara y en el pecho. Luz, oscuridad.

IMAGEN

Vuelo de brujas >> Francisco de Goya, 1798

OTROS CUENTOS

Agua de ajolote >> César Abraham Vega

La abuela >> Tania Susano

No se precisa íncipits, quizás un final feliz >> Eleuterio Buenrostro 

César Abraham Vega nació en la Ciudad de México el 30 de abril de 1981. Narrador, crítico, promotor cultural y traductor. Cursa la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Tiene estudios formales de Informática e idiomas.  Algunos de sus textos han sido publicados en diferentes medios impresos y electrónicos. Actualmente se desempeña como webmaster y editor en Sombra del Aire.

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