Los platos esperan quietos, pacientes. Están atrapados entre restos de frijoles, tomate y otros vegetales. Gritan por mi ausencia. Las manitas de cilantro simulan su pena jugando al tin marín de do pin güé. Se pican el ombligo mutuamente.
Veo tramas de espejos encontrados: yo subiendo por la vereda de la montaña, tomado de tu mano. Buscamos no sabemos qué. Nos adoramos sin saber ningún significado, ninguna acepción de esa palabra de cuatro sílabas: a-do-ra-mos, que explique tantos besos, tanta necesidad y necedad de los cuerpos.
En otro ángulo me sueño saludable: corro el Maratón de Nueva York. Cuando casi llego a Long Island, me cruzo con tus ojos marrones que miran el rostro de Washington en el dólar del sombrero del mendigo. Los laureles que cuidan el óvalo de la foto del presidente, te recuerdan el asado de tu abuela. Nada qué ver, mi amor —te aclaro con una mirada cómplice—. Lloras desconsolada.
Estoy en mi cuarto miserable del Bronx. El olor fétido envuelve en espirales sin fin al viejo catre; las cucarachas se dan un festín en los platos y se nutren de la basura que no saco desde hace meses. Cualquier animal vive mejor que yo, lo aseguro. Una videollamada de mi madre me saca de la pesadilla de este espacio. Me pregunta por mi salud, le contesto que cada día estoy mejor, me dice que se alegra. No le creo a su cara.
Me comenta que quiere hablar contigo. Le miento, le digo que se fueron a Texas tú y la niña a ver a tu mamá. No me atrevo a confesarle que ya no me soportaste por ser un adicto y un poeta muerto de hambre.
.
Aspiro las tres últimas rayas de polvo. Me revuelca el remolino del mandala, las flores hieren mi cara. Sangro, me desgañito, se me salta un ojo. Rebota en el suelo.
Un colibrí me escupe sus colores envueltos en plumas grises y asfixiantes. Me orino en los calzones, por eso el anaranjado se carcajea. El color guinda se va, está aburrido. Huye por la línea tangente de un rayo solar.
Mi madre se quita los mocos con un pedazo de periódico, mientras atiza el fogón allá en mi pueblo. Mi muerte la mata. ¡Auxilio, échenle agua, está ardiendo!, le empezó la lumbre en el mandil; su cabeza y su cara son un carbón al rojo vivo humeante; dan escalofrío y terror. Morimos.
.
Mamá, quiero contarte lo que te he ocultado por muchos años, desde que salí del pueblo: soy adicto y hace tiempo que casi no gano dinero. A veces corto el zacate y lavo platos y ollas en un restaurant.
La última vez que me drogué fue porque un amigo me fio el polvo. Me provocó primero mucha ansiedad y después depresión. Estuve a punto de morir solo, mamacita; me quise cortar las venas con un vidrio, pero ni fuerzas tengo, mamá, así que sólo me sangraron poco las muñecas porque, además, no tiene filo ese cristal de mierda. Me lo encontré en la basura hace mucho y lo guardé por si se me ofrecía en algún momento.
Perdóname por contarte todo esto, pero eres la única persona que tengo que me comprende y acepta. El día del polvo, también tuve alucinaciones bien cabronas, madre, déjame explicarte: realmente no supe si lo aluciné o me lo dijiste en la última llamada, el caso es que te vi destrozada, llorando mucho, vuelta loca; me decías que no quieres que muera, que qué vas a hacer sin mí. Que si muero, te vas a ir detrás de mí enseguida. No creas, yo también estoy triste, muy triste, y más porque sé que me voy a ir completamente solo.
Mamá, dame tu bendición para que yo vaya a un lugar donde no pase tantas penas y penurias. Yo también sufro por hacerte sufrir tanto, ruego no sé a quién, que un día comprendas que estará mejor para mí descansar y ojalá eso te dé algo de paz.
.
La madre llama, el timbre suena incontables veces, vuelve a llamar en innumerables ocasiones cada vez más desesperada, cada vez más llorosa.
Sólo el silencio responde al otro lado.
***
Imagen
Klara >> Óleo sobre aluminio >> Elizabeth Peyton
María Estela Aguirre nació en el estado de Chihuahua en 1955. Estudió la maestría en Enseñanza e Historia de la Biología en la UNAM y es doctora en Ciencias en Educación Agrícola Superior por la Universidad Autónoma Chapingo y el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), Costa Rica. Sin embargo, sus gustos literarios la han llevado a explorar diferentes caminos; así, desde 1995 tomó talleres con el poeta Rolando Rosas Galicia y el escritor Óscar de la Borbolla. En 1997 obtuvo el primer lugar en cuento en el certamen “Letras, Voces y Miradas”, organizado por la Universidad Autónoma Chapingo, y en 1998 ganó el segundo lugar en poesía en ese mismo certamen. Es autora del libro de cuentos y relatos “Arruga la nariz muy preocupada” (2001) y colaboró en el libro ”Tejedoras de Historias” (1996). Actualmente estudia en los talleres de “Sombra del Aire” y “Sembrando Voces”.


