Por Antonio Rangel
Los criminales ejercen un extraño poder de atracción. No sólo despiertan curiosidad y acaparan la atención, también parecen poseer el secreto para lucir un aire de belleza.
Estoy pensando principalmente en las mujeres criminales del universo de la ficción. Estoy pensando sin perspectiva moral, de un modo en el que la criminal y la heroína se confunden. Si tuviera sólidos principios morales distinguiría un crimen de un ajusticiamiento. A unas las llamaría asesinas y a las otras justicieras. Pero, llámenme posmoderno, creo que entre una heroína y una criminal hay una perspectiva narrativa y nada más, dicho de otra manera, sólo depende de quién cuenta las cosas.
En la actualidad podría, sin goglear, nombrar a más de veinte heroínas expertas en ejercer la fuerza y la violencia: Arya Stark, Daenerys Targaryen, Katniss Everdeen, Buffy Summers, Sarah Connor, Jessica Jones, Tris Prior, Daisy Johnson, Natasha Romanova, Beatrix Kiddo, incluso Merida. De hecho juntando diferentes universos ficticios tendríamos una colección como para hacer un diccionario de guerreras híper-choncho. Y aunque todas ellas tienes sus recovecos psíquicos interesantes, también podríamos extraer factores comunes y advertir poco a poco el rostro arquetípico de la heroína.
A mí me parece que la abundancia de heroínas responde a una nueva relación de la feminidad con la fuerza y la violencia en el mundo real. Lo cual contrasta con la propaganda ideológica del feminismo, según el cual la mujer es básicamente víctima del patriarcado. Si algo yo odio es el victimismo, así como lo que admiro de alguien es su voluntad de luchar, no sus éxitos, sino sus esfuerzos, es decir, la aplicación de la fuerza sea intelectual, emocional o física, o las tres a la vez.
En contraste con la abundancia de mujeres fuertes, tanto ficticias como reales, podemos ver en el pasado una abundancia de mujeres pasivas y desinteresadas en la vida belicosa, especialmente en la literatura moderna, entre el siglo XVI y XIX. Todavía en la Edad Media conocemos historias de mujeres más aventuradas e interesantes. Recordemos la vida loca de María egipciaca, o a la esquizofrénica doncella de Orleans, Juana de Arco; también a Urraca I, reina temeraria, contemporánea de Jimena Díaz, que nunca se cansó de hacer la guerra. No se diga en la antigüedad, pues sobran ejemplos de mujeres poderosas que configuraron el gran relato de la heroicidad. Baste mencionar historias que han llegado hasta nuestros días: Hua Mu Lan, la más célebre guerrera china; Camila, la amazona; la reina Vishpla o Vishpala, incluso, Vispala, que cada quien escribe como se le ocurre, pero todos concuerdan en que fue la primera ciborg de la literatura, pues perdió una pierna en una batalla y se la sustituyeron por una de hierro para que siguiera cabalgando. Yo le recomiendo a Disney que haga una película de ella o de algunas otras notables y poco conocidas campeadoras como Himiko, mujer samurái; o Mavia, reina árabe, enemiga de Roma.
Pero también quiero mencionar a la agente encubierta de la Biblia: Judith, que es la protagonista de la primera novela corta de la antigüedad, y que en lugar de considerarla histórica, debería tenerse por novela negra. El Libro de Judith es deuterocanónico, esto significa que no forma parte de la Tanaj, que es una colección de libros sagrados judíos. Tampoco las iglesias protestantes lo incluyen en sus biblias. Así que sólo los ortodoxos y los católicos tienen por sagrada esta novela que ha hecho a muchos lectores perder la cabeza.
Incluyo spoilers porque espoilear no es un crimen, así que sigan leyendo, dejen la payasada.
En un pueblito llamado Betulia, hace muchos, muchos años, en un tiempo en que las viudas jóvenes tenían miedo de suspirar por un hombre, vivía con un temible luto ceremonioso la bella Judith.
En Betulia no pasaban cosas de mayor trascendencia que un ejército asirio cortando los suministros de agua y comida. ¿Qué hacemos? ¿Combatimos? Se preguntaban los hombres y los ancianos, pero si somos hebreos no troyanos ni griegos, mejor morir de hambre que no de un espadazo. Sí, mejor nos rendimos y que nos esclavicen, total nosotros decimos que practicamos las nuevas masculinidades; Sí, sí. Así decían los betulianos, hasta que hicieron enojar a Judith. Déjenme a mí, me voy a cambiar de ropa y ya verán, yo solita veré cómo lo resuelvo.
Judith se desvistió del pavoroso luto, se arregló el cabello, se puso tacones, se vistió de reina y tomó una canastita, aunque se la dio a su esclava: tú cárgala. Y ambas sonrientes y coquetas se dirigieron hacia el campamento enemigo. Los betulianos se extrañaron, ¿a dónde va con ese escote, estará bien que una viuda vaya contoneándose así, era necesaria la minifalda? Cosas así decían. Pero Judith a lo suyo: llegó hasta el donde los guardias asirios le preguntaron qué quería. Vengo a contribuir a la victoria de Holofernes, mi Dios me ha dicho que mi pueblo merece un castigo y Él quiere que Holofernes castigue la cobardía de mis vecinos. Entonces, como los guardias sabían que el dios de los hebreos les había mandado diluvios y lluvias de fuego y siglos de esclavitud, dijeron pues sí, seguramente quiere castigarlos otra vez. Y la llevaron con Holofernes.
Sucede que Judith tenía una mirada que daba la impresión de inocencia y de necesidad de protección, y al mismo tiempo de arrojarla a la cama más próxima o al piso o donde fuera. Y además se hincó para decir: vengo a ponerme a tu servicio. ¡No, no!, ¡pobre Holofernes! Se enamoró ahí mismo. Los primeros tres días fue el paraíso. No se separaron ni a sol ni sombra. Al tercero, el hombre ya estaba débil y dijo, bueno, esta noche me emborracho. Estaban tomando whiskey, pero empezaron a mezclar: vodka, mezcal, ron, tequila. Sólo que Judith nada más estaba fichando. En cierto momento, Holofernes no pudo más: se quitó toda la ropa, alzo el índice y sin poder articular palabra azotó en su cama. Judith, en cambio, estaba entera. Fue por la espada y le cortó la cabeza y luego de limpiar el chorreadero de sangre la guardó en su canastita y le dijo a su esclava: tú cárgala, vámonos de vuelta. Fin.
Entiendo que los protestantes o los judíos vean que en realidad este cuento es poco edificante y que no sirve para dar sermones los domingos. Yo en cambio veo una enseñanza muy clara: no hay que beber junto a una mujer si no se nota que ella está más borracha que uno. No es una enseñanza menor, no me consideren un simple, aprender que las mujeres son capaces de matar, ya sea por heroicidad o criminalidad, implica verlas como seres fuertes e inteligentes.
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Maria Magdalena in Meditazione >> Jusepe de Ribera, 1623
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