ENMIENDA A PATI CHAPOY

por Gordiano Tauro

El Dalai Lama despertó cierto día desconcertado, lo cual no es habitual en una vida consignada a la serenidad. Algo en su entorno, construido de paz, no encajaba en su sitio. Salió al pasillo donde un monje parado en un solo pie sobre un pilar, como antena sujeta a un mástil, llevaba días meditando, sumido en la contemplación estática, captando ondas espirituales que no se perciben en el ruido de lo cotidiano. El Lama caminó por los pasillos, el silencio era imperturbable, observó a los monjes que, purificados y con gran paciencia, laboraban un mandala tibetano de arena. Luego bajó las escaleras y contempló el horizonte que se abría a sus achicados ojos. De ahí provenía el acúfeno. Giró la cabeza hasta dar con un lago que se extendía de color rosa, bajo un cielo de color amarillo. Una vida de iluminación abría el nirvana a su mente, lo cual es imposible para cualquiera; es decir, para nosotros los comunes, el cielo es de color azul, por citar un ejemplo.

Acercándose al lago pudo escuchar el murmullo que no pertenecía al sitio. Era una voz chillona que erizaba la superficie del agua, convirtiéndola en un líquido simple, sin distinción a los sentidos de los elegidos. El Dalai Lama observó las imágenes que acompañaban a la voz y, después de reconocerla, hizo una oración larga, pero aquel pecado, siendo más fuerte, hacía que el lago no volviera a su cauce de sanidad. El chisme había infringido a los poderes curativos del líquido, poniéndolo en peligro, pero ese chisme no era propio del allí. Al culminar la oración, el Dalai fijó la vista para constatar el sitio donde provenía y el punto cardinal exacto apuntaba a la Ciudad de México.

El Dalai Lama realizó un viaje exprés al país de México, sin distinciones ni intenciones sociales, ya que la enfermedad del lago le exigía una ayuda expedita. Aquél era el primer viaje que realizaba su santidad sin el atributo de visita política a México. Pero su llegada no pasó desapercibida. Fue recibido con los honores dignos que se le dan a un ser de paz, como es la bandera que el Dalai Lama ondea a su paso. Fue asediado por reporteros y encargados de atenderlo, por quienes también fue invitado a una comida realizada en su honor, donde recibió la visita de personalidades distinguidas que pagaron el precio de ver al ser de luz en persona.

Una de aquellas invitadas era Pati Chapoy, que intentaba acercarse al buen hombre por todos los medios. Levantaba sus brazos entre el tumulto, como si estuviera ahogándose entre la gente y, despavorida, movía sus manos para ser vista. Al escuchar su voz, el Dalai Lama la reconoció y, haciendo uso de sus poderes psíquicos, el de mover las cosas con el poder de su mente e intención, unió las palmas de sus manos al frente y, al separarlas, hizo que la multitud abriera camino a Pati Chapoy que, ni tarda ni perezosa, se acercó para estar codo a codo con el Lama.

“Muchas gracias por aceptarme a su lado, su santidad”, dijo Pati Chapoy, “me siento muy honrada por ello, me gustaría darle, como agradecimiento, un presente que lo haga feliz”. “Yo a ti te conozco”, contestó serenamente el Dalai Lama, “ayer miré tu programa reverberando en un lago que tengo en casa”. “¡Ay, su Santidad, que honrada me siento!”, respondió la conductora. “Sí hay algo que me haría muy feliz de ti”, apuntó el hombre de fe. “Usted dirá”, respondió efusiva. “Tu lengua vale mucho para mí, si cortaras la parte mala de ella y me la entregaras, sentiría que mi viaje a México valió la pena”.

Un día más se daba en Dharamsala, el Dalai Lama se levantó efusivo, de buen semblante. Los pájaros volaban alto, el sol era en el cielo y la brisa a la deriva; ustedes entenderán cómo se sentía el buen hombre. Con ánimo expuesto hizo el recorrido diario y caminó a paso lento hasta llegar al lago de los chismes. Se sentó en cuclillas frente al agua, todo era paz y tranquilidad en el decurso, hasta que inició el jingle de Ventaneando, luego la voz de Pati Chapoy se hizo escuchar. “¡Cállate Daniel que ya empezó el programa!”, dijo la presentadora. “¡Ay Pati, es que te veo diferente!, ¿qué te hiciste que expresas una serenidad envidiable?”, teatralizó lambisconeando Daniel Bisogno. “Déjenme les cuento”, continuó la Chapoy, “el día de ayer tuve la oportunidad de platicar con su Santidad, el Dalai Lama”, respondió. La cámara hace un paneo a Pedrito Zola, que contesta, “¡Ay, Pati, pues cuéntanos qué te dijo ese hombre tan admirable!” “No, no, no, no, no, mi querido Pedrito, lo que me dijo está de más”, respondió Pati Chapoy, volviendo a primer cuadro, “¡le olía la boca al tipo, que no tienes idea!”, remató incisiva la presentadora.

No tiene Fin

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IMAGEN AL EXTERIOR

Asfixia >> Técnica mixta >> Alias Torlonio

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