EL SONIDO DEL SILENCIO

por Víctor Hugo Pedraza

Había tanto que responder,

las preguntas sobraban,

las jacarandas en silencio,

                   provocaban.

 

De golpe,

           las palabras,

sólo se estrellaban

contra mis pupilas.

           Un sorbo de café

           calmó el silencio:

               despertaba con los coros

                  con el sabor del lodo

                          bajo la lengua

recordó el poeta.

 

En el viento: silencios.

    Sus ecos me llamaron

    distraían mis pensamientos

     a otro mundo me internó.

De frente las montañas

   y sus misterios,

            con sus dioses,

                   mis demonios.

 

Nada…

             Ninguna parte, entonces.

De nuevo el silencio,

otra vez el silencio,

              más palabras salpicadas

               con otros cuentos,

tan reales como el mismo tiempo,

            con el mismo éxtasis

            de los pasos por venir,

              devenir,

       afirman los que saben.

 

Bajo la lengua

     en las entrañas,

       clavado en lo profundo,

         el velo de lo que no es:

                   una sonrisa,

    el oasis a la mitad del desierto.

 

Clavado en lo profundo,

  ahogado en la mentira,

  todo lo que quiero decir,

   el mismo Sol

                entre cuatro paredes,

                       las del paraíso.

 

¿Me escuchas?

        ¿Me escucho?

 

Lleva, pues,

  estas líneas,

imagina que nada es igual.

La muerte vive, justo,

     entre el sueño y la paz.

 

¡Algún día cambiará!

    ¿Me lees?

                  ¡Sí, tú!

Otro es el mundo,

  otro el comienzo.

El sonido del silencio existe

  cada vez que cierras los ojos

para recuperar

    cada gardenia que,

                entre tus manos,

  se evaporó.

 

Pensé,

       ilusamente,

que pasaría la hiel

    sin dejar rastro

      en mi garganta,

claro,

     los milagros existen

    cuando llegan las dos de la mañana,

sin embargo,

         el vacío.

 

¿Salto?

      ¿Me aferro a esa voz?

De frente las montañas,

                 el viento,

                    el Sol,

           el café,

 el poeta,

 

           Ella,

     la muerte,

               los límites,

                 sus encuentros,

     puertas,

               el silencio…

         El sonido entre notas que no entiendo.

 

Me juzgas,

   gritas para cobrarme el pasado.

Explotas con la ansiedad al borde de la piel.

                    ¡Basta del recuento!

 

¿Salto?

Siglos se engarzan

   bajo la promesa de un te amo

        es un… algo.

 

Silencio…

El aroma de las gardenias

         de las cerezas.

      Al final de mi vida no estarás.

                      ¿Acaso no es algo? 

 

En tanto que la Ciudad Monstruo estalla a los 9 días de marzo, 2021

 

IMAGEN AL EXTERIOR

Still Life >> Giorgio Morandi., Italia, 1890-1964

Víctor Hugo Pedraza llegó al mundo en la coda del noveno mes, del año 77, del siglo XX. El mismo día, en el que, muchísimos años atrás, fue fundada la Universidad Nacional Autónoma de México, de donde egresó en la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas. Después, activista social, editor y siempre poeta. Sus vivencias le alcanzaron para escribir el libro Poesía publicado en 2014 por Baba Editorial. Colaborador en diversos medios y publicaciones electrónicas e impresas. Impresas, también, sus fotografías, cuyo gusto ha cultivado desde que una cámara llegó a sus ojos. A sus oídos la radionovela y, sí, ha participado en la producción de alguna de ellas. Ecléctico de por sí, y por tanto, oscilante entre la Ciudad Monstruo y el Bajío mexicano.

Por el momento es todo, seguramente, después, con el tiempo y los pasos, podrá contarse algo más.

Poesía

… signar, signamos… nombrar el mundo es indagar sobre nosotros mismos; revelar la densidad de las cosas a través de la palabra es conocer el lugar y la dimensión que abarcamos en el espacio, ése que llamamos realidad y que constituye el frágil instante del presente donde desplegamos nuestra existencia… poema a poema la pretensión es inmovilizar la experiencia, dotarla de inmutabilidad para que los paisajes o las personas, el tiempo, las ciudades y sus calles no muden sus formas; pero también, por su parte, en cada verso lo que se expresa es un devenir constante… (Fragmento del prólogo, de Juan Galván Paulin).

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