Por Armando Escandón
Me gustaría iniciar estas líneas con una pregunta: ¿qué tienen en común el David de Miguel Ángel Buonarroti y la conocida escultura llamada Coatlicue? Y aunque seguramente se pueden encontrar cientos de puntos en común, tales como su grandeza estética, ser testigos de parte de la historia de la humanidad, mostrarse como síntesis de una época y forma de observar el universo, entre muchos otros tópicos. No obstante, para el tema que nos ocupa en esta ocasión me gustaría destacar el punto de encuentro de estas piezas en tres aspectos: a) ambas son esculturas; b) fueron esculpidas en una sola pieza; y c) se mantienen estáticas.
En algunos de sus grandes momentos, tras estar atrapado en un bloque de mármol durante milenios, el David fue liberado por Miguel Ángel y trasportado a la plaza central de Florencia. Ahí estuvo, como un desafío y milagro del arte renacentista. A su vez, existe poca información sobre el pasado de la Coatlicue,[ii] pero por diversas inferencias —hechas a partir de testimonios de los cronistas—, sabemos que pudo haberse ostentado en lo alto del Templo Mayor y, tal vez, miraba, en lontananza, aquella mítica Tenochtitlán que tenía como parte de su paisaje el lago de Texcoco y, al fondo, los grandiosos Popocatépetl e Iztaccíhuatl.
Ahora para continuar, quiero insistir en un par de las características ya mencionadas del David y la Coatlicue: están esculpidas en una sola pieza y son estáticas, porque esto me permitirá contrastarlas con otros ejemplos: las esculturas móviles del norteamericano Alexander Calder, quien se dio a la tarea de crear obras que desafían a lo inmutable, a lo inmóvil. En muchas de sus esculturas, Calder —tomando como base el concepto de cinemática—[iii] creó obras móviles, que tienen como esencia habitar el mundo terrenal y el aéreo. Esto lo logró utilizando materiales que el viento pudiera desplazar y que, a su vez, al chocar provocaran diferentes efectos sonoros, juegos cromáticos, variaciones de luces y sombras, entre otras múltiples características.
Ernest Gombrich —refiriéndose al trabajo de esculturas móviles de Alexander Calder— escribió: “El universo está en movimiento constante, aunque al mismo tiempo unas misteriosas fuerzas lo mantienen cohesionado. Y fue esa idea del equilibrio la que inspiró a Calder la construcción de sus móviles. Suspendía objetos de distintas formas y colores y los hacía girar y oscilar en el espacio”.[iv]
Y ustedes que leen estas líneas, tal vez se pregunten: ¿qué tienen que ver el David, la Coatlicue y las obras de Calder con el poema en prosa?
Valga este largo rodeo como un espacio para resaltar la necesidad de los artistas de buscar caminos diferentes a los trazados por la tradición y los conceptos preconizados, aunque las creaciones que los anteceden sean tan grandiosas como la obra de Miguel Ángel o la diosa mexica. Y para proseguir con el tema que nos ocupa, refiero la premisa de Charles Baudelaire en su libro Pequeños poemas en prosa, donde el autor expone la necesidad de trasgredir los límites impuestos por los convencionalismos literarios con el fin de crear libremente: “¿Quién de nosotros en sus días de ambición no soñó el milagro de una prosa poética, musical, sin ritmo y sin rima, lo bastante flexible y lo bastante golpeada para adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones de la fantasía, a los sobresaltos de la conciencia?”.[v]
Hoy es común escuchar términos híbridos en la literatura como: noveleta, novela ensayada, prosa poética, poema prosado, o incluso cotejar la existencia de materiales de difícil clasificación, tales como: minicuento, minificción, minirelato, viñeta, bestiario, etc., cada uno de ellos con sus particularidades y retos tanto para el autor como para el lector y para el crítico literario. Sobre el poema en prosa todavía se pueden decir cientos, miles de cosas, quedan abiertas preguntas tales como: ¿cuándo verdaderamente nació el poema en prosa?, ¿cuáles son las diferencias entre un poema en prosa y una prosa poética?, ¿cómo detectar un poema en prosa?, ¿cuáles son los límites entre un minicuento y un poema en prosa?… Sin embargo, en la literatura no existen absolutos, ni recetas, y mucho menos las opiniones unívocas; así, estas y otras tantas interrogantes deben quedar sobre la mesa para discusiones posteriores y estudios particulares.
Como una pequeña muestra de lo complejo que resulta clasificar una pieza como “poema en prosa”, me gustaría citar el paradigmático caso de las letras mexicanas de “A Circe” de Julio Torri:
¡CIRCE, diosa venerable! He seguido puntualmente tus avisos. Mas no me hice amarrar al mástil cuando divisamos la isla de las sirenas, porque iba resuelto a perderme. En medio del mar silencioso estaba la pradera fatal. Parecía un cargamento de violetas errante por las aguas.
¡Circe, noble diosa de los hermosos cabellos! Mi destino es cruel. Como iba resuelto a perderme, las sirenas no cantaron para mí.[vi]
El texto referido se ha estudiado bajo diferentes ópticas y ha cabalgado por diversas antologías, por ejemplo: Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis incluyeron el texto de Torri en Poesía en movimiento (1966).[vii] A su vez, Edmundo Valadés calificó “A Circe” como: “[…] uno de los más importantes cuentos ultracortos de la tradición literaria mexicana”.[viii] En otro vaivén hacia la cercanía con la poesía, el texto de Torri fue estudiado como un poema en prosa por Serge I. Zaïtzeff, quien sobre el particular escribió: “‘A Circe’ rebasa los límites de la prosa y penetra en el dominio de la más profunda poesía”.[ix]
Luis Ignacio Helguera también compiló “A Circe” en la antología de El poema en prosa en México (1993).[x] Y solo por mencionar otro salto transgenérico, Lauro Zavala incluyó el texto de Torri en la antología de Minificción mexicana (2003) —donde el término minificción lo mismo se utiliza para referirse al minicuento que al microrelato—[xi] y explicó su juicio para incluir el material: “El criterio básico de selección, además del valor mismo de los textos, consistió en respetar el límite tipográfico de 250 palabras […]”.[xii]
De hecho, Lauro Zavala —en la compilación ya mencionada— señaló que “A Circe” se ha vuelto un texto canónico y que ha servido como punto de partida para otros varios escritos donde se aborda el tema de las sirenas y parece que los autores dialogaran entre sí, de forma intertextual.[xiii]
A su vez, Juan Perucho en Dinosaurios de papel. El cuento brevísimo en México (2009), resaltó también la inclusión de “A Circe” en múltiples antologías y escribió sobre el texto de Torri: “Relato[xiv] que extiende como capa subcutánea un pasaje del héroe homérico, en el que el mito es rejuvenecido y actualizado, y donde las sirenas mantienen su papel de coristas en aras del protagonismo de Ulises, sujeto implícito en el relato, cuyo final da una vuelta de tuerca a la mitología”.[xv]
Así pues, como se puede ver en el caso de “A Circe”, darle etiquetas a un escrito a veces resulta una tarea muy difícil, por no decir imposible. Y ante este complejo panorama de las clasificaciones por géneros literarios tal vez valga la pena sugerir un análisis que vaya del texto a la obra y no de una teoría preconcebida al texto, tal como se ha explicado en el campo de la teoría literaria moderna que —en contraposición con la clásica— busca describir cómo se ha conformado una obra en lugar de reglamentar cómo debe hacerse, es decir, describir, en lugar de prescribir.[xvi]
Y ya que vivimos en pleno siglo xxi, época donde una navaja suiza es polifacética y no se conforma con la única función de ser un objeto punzocortante y lo mismo puede ser una cuchara, una sierra, unas tijeras, una lupa, un desarmador (plano o de cruz), o hasta una lima; o que tenemos esos aparatos llamados multifuncionales, que le permiten al usuario imprimir, crear fotocopias y digitalizar documentos; o que un celular lo mismo nos permite hablar por teléfono, enviar mensajes, acceder a Internet, jugar, saber la hora, tomar fotos e incluso grabar videos.
Entonces, ¿por qué tanto creadores como lectores debemos conformarnos con géneros literarios “puros e inequívocos”?
Arriesguémonos a visitar los mundos fronterizos, pues incluso la vida no viene con un instructivo de dónde empieza o dónde termina. Que las aventuras de crear, leer y clasificar se expandan. El poema en prosa y los demás géneros híbridos nos invitan a romper con una visión unidimensional de las letras, este tipo de textos nos permiten transitar por diferentes mundos, como las esculturas de Alexander Calder o como aquel instante donde tierra, cielo y humano se vuelven uno y que sencillamente llamamos “volar un papalote”.
Obras consultadas:
Barrett, Cyril,“Arte cinético”, Nikos Stangos (prefacio), en Conceptos del arte moderno, del fauvismo al posmodernismo, Barcelona, Destino-Thanos and Hudson, 2000, 211-222.
Baudelaire, Charles, Pequeños poemas en prosa, México, Ediciones Coyoacán, 1999.
Gombrich, Ernest H., La historia del arte, China, Phaidon, 2008.
Helguera, Luis Ignacio (estudio, selección y notas), Antología del poema en prosa en México, México, fce, 1999.
Paz, Octavio, et al., Poesía en movimiento, México, Siglo veintiuno, 1983.
Perucho, Javier, Dinosaurios de papel. El cuento brevísimo en México, México, unam-Ficticia, 2009.
Ruiz Soto, Alfonso, Estructura del universo literario, México, unam-Dirección de literatura, 1986.
Torri, Julio, De fusilamientos y otras narraciones, México, fce-sep, 1992.
Zaïtzeff, Serge I., El arte de Julio Torri, México, Editorial Oasis, 1983.
Zavala, Lauro, Cómo estudiar el cuento con una guía para analizar la minificción y el cine, Guatemala, Palo de hormigo, 2002.
Zavala, Lauro (selección y prólogo), Minificción mexicana, México, unam, 2003.
[i] Una primera versión de este trabajo se leyó en una mesa dedicada al poema en prosa en la Feria del Libro de Minería en febrero de 2014, donde tuve la oportunidad de charlar sobre el tema en cuestión con los también escritores Hugo Mendoza y Fernando Salazar.
[ii] La bibliografía sobre el tema de la Coatlicue es enorme, no obstante para quien este interesado en iniciarse en su estudio, se recomienda para iniciar el maravilloso libro: Justino Fernández, Coatlicue. Estética del arte indígena antiguo, México, unam-iie, 1959.
[iii] La cinemática (del gr. kinema) estudia el movimiento en sí mismo. Para algunos ejemplos de su uso en el arte y la relevancia de la obra de Alexander Calder, véase: Cyril Barrett, “Arte cinético”, Nikos Stangos, (prefacio), en Conceptos del arte moderno, del fauvismo al posmodernismo, Barcelona, Destino-Thanos and Hudson, 2000, pp. 211-222.
[iv] Ernest H., Gombrich, La historia del arte, China, Phaidon, 2008, p. 584.
[v] Charles Baudelaire, “A Arsene Houssaye”, en Charles Baudelaire, Pequeños poemas en prosa, México, Ediciones Coyoacán, 1999, pp. 11-12.
[vi] Julio Torri, “A Circe”, en Julio Torri, De fusilamientos y otras narraciones, México, fce-sep, 1992, p. 9.
[vii] Sobre la aportación de Torri en el campo del poema en prosa Octavio Paz —en el prólogo de Poesía en movimiento— lo reconoce como “[…] uno de los primeros que, entre nosotros, escribieron poemas en prosa”. Y en la ficha biográfica dedicada Torri en ése mismo libro se expone: “El poema en prosa alcanza en Julio Torri el extremo, en unas cuantas proposiciones, series complicadas de supuestos […]”, tomado de Octavio Paz, et al., Poesía en movimiento, México, Siglo veintiuno, 1983, p. 495.
[viii] Citado en: Lauro Zavala, Cómo estudiar el cuento, con una guía para analizar minificción y cine, Guatemala, Palo de hormigo, 2002, p. 40.
[ix] Serge I. Zaïtzeff, El arte de Julio Torri, México, Editorial Oasis, 1983, p. 100.
[x] Luis Ignacio Helguera (estudio, selección y notas), Antología del poema en prosa en México, México, fce, 1999, p. 141.
[xi] Lauro Zavala (selección y prólogo), Minificción mexicana, México, unam, p. 7.
[xii] Ibid., p. 13.
[xiii] Ibid., p. 15.
[xiv] Las cursivas en esta palabra son mías, porque si a lo largo del recorrido analítico planteado en este trabajo se han podido ver las diversas etiquetas que ha recibido “A Circe” —poema en prosa, cuento ultracorto, minicuento— me interesa resaltar un criterio más al ver que Juan Perucho lo llama “relato”.
[xv] Javier Perucho, Dinosaurios de papel. El cuento brevísimo en México, México, unam-Ficticia, 2009, pp. 55-56.
[xvi] Alfonso Ruiz Soto, Estructura del universo literario, México, unam-Dirección de literatura, 1986, pp. 29-42.