EL MANHATTAN

por Víctor Hugo Pedraza

Caminaba por las entrañas de la Ciudad Monstruo. Entre mis manos una grulla en ciernes. El papel de una envoltura de chocolate funcionaba de alma y estructura; un doblez, cinco, siete, diez más le daban sentido. El tiempo y mi pensamiento se escapaban. En el firmamento, detrás de los edificios se asomaba una nube gris, justo antes de mezclarse con la noche.

Algunas gotas ya se hacían presentes. Apremiaba un lugar para cubrirme, también para hablar con alguien —de pronto la soledad asaltaba sin aviso— o, simplemente, quería compañía. Los últimos tiempos abonaron a la separación y hasta al nulo contacto humano.

Al final del camino una luz borrosa, sí, esa luz, la de un letrero neón, un nombre —esta ciudad siempre benevolente—. Justo en el momento en que la lluvia se imponía: el oasis.

36 grados de temperatura ideal para entrar. Frente a mí un pizarrón de corcho donde además de la variedad se anunciaba “El Manhattan”, nombre cumbre del lugar.

Entré. En el espacio menos expuesto una mesa me esperaba. Parejas bailaban, muchas bebían, otras soltaban carcajadas antes ahogadas por la cotidianidad abrumadora de sus propias sombras.

[…] es más fácil convencer a la trucha de morirse / con un pedazo sabroso de carne / entre los dientes,[1] ¿no?

Esa voz tenue cortó mi observación. Volteé para mirar quién era. Supuse que alguien conocido, sin embargo, por más que busqué en mi gastada memoria no encontré coincidencia.

—¡Me dicen Elisa!

Así, simple, sin más jaló una silla y se sentó junto a mí. Después de recuperarme del asombro regresé a su pregunta sólo para balbucear un cómo. Me miró y sonrió. Repitió sus palabras. En ese instante un hombre jaló la otra silla disponible.

—¡Hola! Espera, espera trato de hacer a hablar a éste —saludó angustiada Elisa.

Un desconocido más. Entre el humo de cigarro y las luces a media luz no podía distinguir a nadie, sólo alcanzaba a ver siluetas moviéndose armónicamente con la música.

—¿Vos sos feliz? [2] —¿qué pregunta era esa? ¿De qué se trataba?, sólo entré para atajarme de la lluvia y, sí, por algo de compañía, pero, bueno, la afirmación de Elisa no se quedaba atrás.

—¡Eduardo! ¿Qué son esos modales? Creo que él no te conoce.

Bueno, ahora ya sabía su nombre, ya no era un desconocido. A él le respondí un sí. Me miró y en unos segundos soltó la más esplendida y escandalosa carcajada. Miré a Elisa y se encontraba en la misma sintonía.

—¡Sos un mentiroso, caradura! —afirmó Eduardo.

—¿Qué? ¿No se trata de eso? —repliqué confundido.

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El Manhattan existe entre lo sórdido, lo gris y reluciente —a veces sonoro— del espacio entre dos palabras.

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P. D. La grulla terminó sobre la mesa lista para levantar el vuelo.

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NOTAS

[1] Díaz Castelo, Elisa. Proyecto Manhattan. Ed. Antílope.

[2] Galeano, Eduardo. Entrevista sobre el amor.

IMAGEN

Noctámbulos >> Edward Hopper., USA, 1882-1967.

Víctor Hugo Pedraza llegó al mundo en la coda del noveno mes, del año 77, del siglo XX. El mismo día, en el que, muchísimos años atrás, fue fundada la Universidad Nacional Autónoma de México, de donde egresó en la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas. Después, activista social, editor y siempre poeta. Sus vivencias le alcanzaron para escribir el libro Poesía publicado en 2014 por Baba Editorial. Colaborador en diversos medios y publicaciones electrónicas e impresas. Impresas, también, sus fotografías, cuyo gusto ha cultivado desde que una cámara llegó a sus ojos. A sus oídos la radionovela y, sí, ha participado en la producción de alguna de ellas. Ecléctico de por sí, y por tanto, oscilante entre la Ciudad Monstruo y el Bajío mexicano.

Por el momento es todo, seguramente, después, con el tiempo y los pasos, podrá contarse algo más.

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