EL DESCARNADO DOLOR DE PITO PÉREZ

por Armando Escandón

LA MÁSCARA DEL ALCOHOL

Por Armando Escandón

“[…] me emborracho porque me gusta, y nada más. Si tengo algún talento, lo aplico en encontrar los medios para que la bebida me resulte de balde, y así obtengo un doble placer”.

José Rubén Romero, La vida inútil de Pito Pérez

fm8jt2En su momento —con la intención de analizar un modelo representativo de los tipos de mexicanos—, Samuel Ramos eligió y describió varias características del pelado, como su aparente hombría que en realidad cubre un hondo sentimiento de baja-autoestima: “Debe suponerse la existencia de un complejo de inferioridad en todos los individuos que manifiestan una exagerada preocupación por afirmar su personalidad […]”.[i]

Así, el pelado constantemente debe reafirmar su valor, su hombría, mediante un lenguaje procaz, lleno de referencias fálicas, pues para él representa poder. El pelado presume de que “tiene muchos huevos” y a los demás les suele gritar: “¡Yo soy tu padre!”.[ii]

Pito Pérez —uno de los personajes más emblemáticos creado por José Rubén Romero[iii] y protagonista de la novela homónima—, comparte algunos de los elementos señalados por Ramos. Particularmente, el dolor. Ramos también apunta la doble personalidad del pelado, una real y una ficticia: “La personalidad ficticia es diametralemente opuesta a la real, porque el objeto de la primera es elevar el tono psíquico deprimido por la segunda”.

Pito Pérez es un personaje lleno de congoja, su tristeza rebasa este mundo, por las venas no le corre sangre, sino melancolía. De bebé lo destetaron para alimentar con su correspondiente leche a otro niño; perdió el nombre de “José Gaona” y obtuvo —por tocar una flauta de carrizo— el sobrenombre que más lo distinguió “Pito”. Cuando intentó trabajar de modo honrado, fue explotado por su propio tío; el padre Pureco le reconvino con los mismos “latines” que él le preparó para las misas; hasta sus ideas fueron robadas y repetidas por José Vásquez, secretario de juzgados. Además, las veces que cortejó a una mujer con seriedad, se vio burlado. Irene, su primer amor, —a quien Pito se le declaraba mediante canciones que ella no comprendía—, terminó besándose con su hermano. En otra ocasión, se enamoró de su prima Chucha, y se le ocurrió pedirle a don Santiago, un viejo solterón de dinero, que fungiera como su representante en la petición de mano, pero el ricachuelo solicitó la mano de la muchacha para él, dejando a Pito frustrado. Y en una tercer vez, Pérez se prendó de una joven llamada Soledad, que le fue negada por la tía de la muchacha, pues era pretendida por su arrendatario, alguien con mayor porvenir. Al final de sus días, hasta el mote de Pito Pérez perdió, se le conocía como “Hilo lacre”, pues subsistía vendiendo pequeños productos en unas canastas.

No hay mejor muestra del desencanto y molestia de Pito Pérez contra la vida que su propio “Testamento”, donde espeta su dolor:

Lego a la Humanidad todo el caudal de mi amargura.

Para los ricos, sedientos de oro, dejo la mierda de mi vida.

Para los pobres, por cobardes, mi desprecio, porque no se alzan y lo toman todo en un arranque de suprema justicia. ¡Miserables esclavos de una iglesia que les predica resignación y de un gobierno que les pide sumisión, sin darles nada en cambio![iv]

¿Qué respuestas encontró Pito Pérez para confrontar la vida? Esconder su descarnado dolor existencial con una aparente actitud de alegría y cinismo, donde el alcohol se convirtió en su compañero del día a día. Así se asume Pito Pérez:

Yo no soy de espíritu generoso, ni tuve una juventud atolondrada, de ésas que al llegar a la madurez vuelven al buen camino y acaban predicando moralidad, mientras mecen la cuna del hijo. No, yo seré malo hasta el fin, borracho hasta morir congestionado por el alcohol;[v] envidioso del bien ajeno, porque nunca he tenido bien propio; malediciente, porque en ello estriba mi venganza en contra de quienes me desprecian.[vi]

Pito Pérez, en otra alegoría que en cierta forma representa una visión del mexicano, sólo encuentra consuelo en los brazos de la muerte. En su momento, se robó el esqueleto de una mujer del hospital de Zamora. Tras algunas peripecias, llegó con ella a Morelia, a quien él presenta como una perla negra entre las mujeres y la llama cariñosamente “la Caneca”.

—Bueno, Pito Pérez, pero ¿de quién se trata? Tanto misterio para viajar con una mujer y tanta virtud en ella, me parecen incomprensibles.

—¡Pues de quién se ha de tratar! Del esqueleto de una mujer, armado cuidadosamente por el médico de Zamora y utilizado por los practicantes del hospital para estudiar anatomía.

—¡Qué bárbaro! ¿No siente usted miedo al acostarse con un esqueleto?

—Miedo, ¿y por qué? ¿No somos nosotros esqueletos más repugnantes, forrados de carne podrida? Y sabiéndolo, buscamos el contacto de las mujeres. La mía no padece flujos, ni huele mal, ni exige cosa alguna para su atavío. No es coqueta, ni parlanchina, ni rezandera, ni caprichosa. Muy al contrario, es un dechado de virtudes. ¡Qué suerte tuve al encontrármela![vii]

En El laberinto de la soledad, Octavio Paz explora una aparente festividad del mexicano que cubre un acendrado desánimo: “[…] a diferencia de lo que ocurre en otras sociedades la Fiesta mexicana no es nada más un regreso a un estado original de indiferencación y libertad; el mexicano no intenta regresar, sino salir de sí mismo, sobreponerse. […] No hay nada más alegre que una fiesta mexicana, pero también no hay nada más triste”.[viii]

Incluso ya muerto, Pito Pérez seguía resentido con el mundo y tenía el deseo de una revancha en manos de las personas menos favorecidas. Más palabras de su “Testamento” así lo demuestran: “Fui un borracho: ¡nadie! Una verdad en pie: ¡qué locura! Y caminando en la otra acera, enfrente de mí, paseó la Honestidad su decoro y la Cordura su prudencia. El pleito ha sido desigual, lo comprendo; pero del coraje de los humildes surgirá un día el terremoto, y entonces, no quedará piedra sobre piedra”.[ix]

Aunque vale la pena subrayar que Pito Pérez, a diferencia de los pelados comunes, poseía una considerable cultura general —tal como lo muestran sus diversas disquisiciones y observaciones intelectuales a lo largo de la novela—, mas no por ello escapa al destino trágico del pelado. La desfachatez y la alegría de Pito Pérez enmascaran una profunda depresión, son la punta del iceberg de una vida llena de desgracias que tiene como catalizador al alcohol.

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FUENTES CONSULTADAS:

Paz, Octavio, El laberinto de la soledad. Postadata. Vuelta al laberinto de la soledad. México, FCE, 1994.

Ramos, Samuel, El perfil del hombre y la cultura en México. México, Espasa-Calpe, 1992.

PARA SABER MÁS:

Martínez, José Luis, José Rubén Romero. Vida y obra. México, UNAM-IIFL, 2001.

Oropeza Martínez, Roberto. La vida inútil de Pito Pérez. México, Fernández Editores, 1989.

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[i]Samuel Ramos, El perfil del hombre y la cultura en México. México, Espasa-Calpe, 1992, p. 51.

[ii] Íbid., pp. 54-55.

[iii] José Rubén Romero (1890-1952) fue narrador y poeta mexicano. Aunque sus estudios sólo alcanzaron la primaria, ocupó diversos puestos como Inspectot General de Comunicaciones, Cónsul general en España, miembro de la Academia Mexicana de la lengua, Embajador en Brasil, entre otros más.

Entre poesías, cuentos, novela, ensayos y discursos, su obra rebasa las tres decenas de piezas. En cuanto a narrativa se refiere, sus textos, en la mayoría de casos, reflejan el costumbrismo de la época cercana a la Revolución mexicana −antes, durante y después del movimiento armado−. De sus novelas destaca La vida inútil de Pito Pérez, que apareció en 1938, y fue llevada al cine en cuatro ocasiones: La vida inútil de Pito Pérez (1944), protagonizada por Manuel Medel, con una secuela Pito Pérez se va de bracero (1948); Las aventuras de Pito Pérez (1956), estelarizada por Germán Valdéz, “Tin Tán”; y de nuevo, La vida inútil de Pito Pérez (1970), interpretada por Ignacio López Tarso−.

[iv] José Rubén Romero, La vida inútil de Pito Pérez, en José Rubén Romero, Obras completas. México, Porrúa, 1957, pp. 408-409.

[v] El subrayado es mío.

[vi] Íbid., p. 377.

[vii] Íbid., p. 407.

[viii] Octavio Paz, El laberinto de la soledad. Postadata. Vuelta al laberinto de la soledad. México, FCE, 1994, p. 57.

[ix] José Rubén Romero, Íbid., pp. 409-410.

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